Rafael Fernández
El fenómeno de la inseguridad no debe ser minimizado: es muy grave. La política de los gobiernos capitalistas –tanto de derecha como de centroizquierda– es incapaz de resolver esta cuestión. El reforzamiento de los aparatos de seguridad no hace más que agravarlo, porque estos aparatos son parte del problema.
La causa fundamental no está en la pobreza, una frase que suelen repetir algunos sectores de izquierda, sino en la decadencia del capitalismo. El capitalismo se criminaliza, es incapaz de funcionar sin explotar un conjunto de negocios ilegales, sin corromper cada vez más a los gobiernos, a los jueces, a los mandos policiales. Los bancos no funcionarían si no lavaran dinero proveniente del narcotráfico, la venta de armas y otros negocios sucios. La eliminación del secreto bancario sería el primer paso para comenzar a atacar el crimen organizado, pero los políticos capitalistas son incapaces de tomar esta elemental medida.
La criminalización del Estado no puede resolverse dándole más poderes a ese mismo Estado. La política impulsada por Bonomi, que no es más que una variante de la que reclaman blancos y colorados, ha fortalecido a la policía, ha intentado lavar su imagen ante la población, y ha demostrado en la práctica que conduce al fracaso. Cientos de policías fueron echados, pero el ministro se lamenta porque existe una resistencia a la reforma que dice impulsar, en tanto la violencia policial contra la población –y en especial contra los jóvenes– no para de crecer. Las golpizas y el gatillo fácil campean en los barrios populares, dejando en ridículo aquella campaña que afirmaba: “Yo los defiendo”.
Esta situación no se resuelve con medidas cosméticas ni con campañas para lavar la cara a la policía. Si no desmantelamos este Estado criminal, con sus camarillas en las fuerzas de seguridad, la situación de inseguridad no tiene solución. No son los “pibes chorros” los responsables sino los que manejan desde arriba, que están todos infiltrados en los aparatos del Estado, los grandes bancos, en la economía del narcotráfico y la economía en negro.
No estamos ante el delincuente individual que –como en Los miserables– roba un pan porque está pasando hambre. Estamos ante una organización que a partir del Estado y la infiltración del Estado, está criminalizando la propia sociedad. Entonces, si no se golpea arriba, no hay solución. Se puede seguir llenando las cárceles con los “ladrones de gallinas” pero así se seguirán multiplicando los problemas de seguridad.
El desmantelamiento de los aparatos de seguridad y la creación de una fuerza nueva, cuyo reclutamiento deba pasar por el control de las organizaciones populares y los organismos de derechos humanos, es una respuesta concreta a la crisis de seguridad que vive la población. Junto a la eliminación del secreto bancario, serían medidas que favorecerían terminar con el crimen organizado, golpeando arriba, no abajo.
Publicado en semanario “Voces” del 14/11/2013