< Los habitantes de la zona metropolitana de la capital y de gran parte de la zona sur del país comenzamos a ver que aquello de que el agua que llega a nuestros hogares es pura y potable ya no se cumple. La anarquía capitalista, preocupada por maximizar los beneficios y reducir los costos, ha logrado contaminar la principal fuente de agua dulce de la mayoría de la población del país, sin que el estado interviniera en ningún momento para frenarla.
Esta situación es resultado de años de fumigación con productos agrotóxicos, así como la descarga descontrolada de efluentes contaminantes por parte de los establecimientos de la zona. ¿La razón? El bajo costo de realizar estas acciones, lo cual incidió positivamente en las tasas de ganancia de dichos emprendimientos económicos. Al capitalista no le interesa cuidar los recursos naturales ni la salud de la población, le interesa únicamente su tasa de ganancia. El estado, como expresión de la dominación de estos intereses por sobre el resto de la sociedad, hizo la vista gorda durante años; hasta el momento en que este sistema aberrante comenzó a destruirse a sí mismo. Años de depredación ambiental ahora repercuten negativamente en los mismos emprendimientos que antes se beneficiaban contaminando y dañan la salud de sus propios dueños. Mientras tanto, el negociado de los filtros de agua (absolutamente innecesarios unos años atrás) crece como la espuma.
La contaminación no se frena volviendo atrás la rueda de la historia y del progreso tecnológico, sino reorganizando la economía sobre la base de que la misma debe estar orientada a satisfacer las necesidades de los trabajadores, no la sed de ganancia. Sólo así estará garantizada la defensa y el cuidado de los recursos naturales.