La adhesión de Constanza Moreira a la candidatura de Daniel Martínez –candidato a intendente montevideano por el PS y el FLS de Astori– terminó por derrumbar a ese gran malentendido que fue el constancismo. Quienes vieron en esta politóloga –convertida en senadora por Mujica y Topolansky– una abanderada de ideas de izquierda «radical», seguramente se hayan llevado una gran sorpresa. Moreira fundamenta su apoyo al ala derecha del FA en nombre de la “renovación generacional”, un planteo totalmente superficial. El sublema constancista «Casa Grande» explotó en pedazos. Mientras el PVP lanzó una candidatura propia, otros como el PST llamaron a votar a Topolansky. Los que pretendían conformar una alternativa se dividen en tres opciones diferentes en una anodina elección municipal. ¿Cómo alguien va a esperar que se mantengan unidos en alguna instancia realmente importante? Quedó expuesto como un matrimonio por conveniencia de cara a las «internas» del año pasado y la elección presidencial, para hacer frente a una parte del electorado del FA que se resistía a la candidatura de Tabaré Vázquez. La candidatura de Constanza buscó canalizar el descontento y evitar la ruptura por izquierda. Frente a la votación a fin de año de la extensión del envío de tropas a Haití, ya se había comprobado toda la miseria de «Casa Grande». Moreira se retiró de sala (es decir, se abstuvo) y Luis Puig (PVP) pidió que se permitiera el ingreso de un suplente (que votaría a favor), cuando la bancada del FA rechazó el planteo renunció a su banca… para retornar el 15 de febrero. Una payasada.