Publicado en el semanario Voces el jueves 4/11
El país transita el segundo año de un gobierno de distinto signo luego de tres períodos bajo administración del Frente Amplio. Este cambio suele ser reducido sólo a un cambio de humor del electorado producto de este o aquel error del partido o los partidos que se encuentran ocupando la Torre Ejecutiva. El hartazgo, ciertamente, es un síntoma político de época, pero no por ello deja de ser una explicación estrecha. El actual conglomerado de gobierno llega al poder con cierto retraso en comparación con los recambios derechistas en la región. Asumió cuando Macri se retiraba del otro lado del río y con un Chile incendiado. Si vamos más arriba, Trump ya estaba en la banquina. Los que han venido detrás no han significado una salida al estancamiento de esos países, más bien han incrementado el impasse político. Reflejan la convulsionada situación política y los constantes cambios de frente que ensayan las masas.
En la elección de 2019 la principal novedad fue el surgimiento explosivo de Cabildo Abierto. Esto fue interpretado como una derechización del electorado, incluso para cierta izquierda propensa al impresionismo, con una creciente fascistización. Esta misma izquierda luego encontrará, en un pase de manos dialéctico, “coincidencias varias” con el partido de Manini Ríos.
Lo que debutó como lo que en apariencia era un colegiado, pasó rápidamente (sobretodo con la salida de Talvi) a lo que en la literatura marxista se conoce como “bonapartismo”. La enorme inconstancia de un Lacalle-bonapartista es que encabeza un gobierno de coalición de cinco partidos y que carece de una base parlamentaria propia. Incluso su partido se encuentra fragmentado en distintos sectores con intereses particulares. La dispersión del gobierno refleja la enorme dispersión de la burguesía y también de las capas medias que lograron arrastrar. Según las encuestas la formación sorpresa Cabildo Abierto apenas recogería un 3% de intensión de voto si hoy fueran las elecciones. Es decir, aunque habrá que comprobarlo en la práctica, se agotó en sí misma. Otro tanto le pasa el Partido Colorado, aunque en este caso su condición evanescente es arrastrada elección tras elección. Mientras tanto el Partido Nacional se mantiene clavado en un 30% como hace tres décadas. En este sentido decir que “fagocita” a sus socios es una grosería. Otra cosa es el rol que desempeña Lacalle. El mandatario aprovechó la pandemia para aprobar una Ley de Urgente Consideración sin mayores movilizaciones de protesta. Hace unos meses el Observador decía “lo que más encorseta a los socios es el nivel de aprobación del mandatario entre los votantes colorados, cabildantes e independientes”. Valiéndose de esos números aparece ocupando todo el espectro político. A su vez, los colorados se han desdibujado por la salida de su principal referente apenas asumido en el debut del gobierno y luego muy comprometidos con la salida estruendosa de Cardozo del Ministerio de Turismo. Cabildo Abierto ha protagonizado un sinnúmero de encontronazos. La salida de Bartol y la inesperada muerte de Larrañaga reforzaron el sector del presidente y su núcleo duro.
Tanto los bonapartismos como los gobiernos de colaboración de clases antes, se insertan en un escenario de antagonismos sociales y políticos crecientes. El pasaje de la burguesía de apoyar una u otra vía responde a la necesidad de articular una ofensiva en regla contra la clase obrera. Cuando la crisis escala peldaños, el relevo puede dejar lugar a gobiernos de unidad nacional o a la implosión de esos partidos y el surgimiento de otros, algo que por otra parte en la región ya tiene recorrido.
Por el momento el gobierno “multi-color” se encuentra en pausa. El signo más extraordinario de este impasse ocurrió la semana pasada: la negativa a aumentar los precios de los combustibles en base a los precios de paridad de importación, un esquema establecido en la LUC que mueve la paramétrica en espejo con los valores internacionales del crudo. En otras palabras, teme aplicar su programa. Confirma que el gobierno aún debe hacerla valer.
Hay que apuntar que el FA votó en el parlamento dos de los tres artículos de la LUC que habilitan a fijar el precio del combustible por este mecanismo, por lo que se negaba a incluirlos dentro de los 135 artículos a derogar. La insistencia de la Federación de Ancap denunciando la desmonopolización de ANCAP obligó a que se incorporaran entre los 135.
La fuerza de estos gobiernos no descansa en la solidez de sus respaldos sociales o históricos, sino en la ausencia de una mira política propia de los explotados. La tendencia a las luchas está en ascenso; aquí no sólo hay que apuntar los paros y ocupaciones, o las huelgas, sino también las elecciones donde el gobierno ha intervenido para respaldar a sus secuaces. La última, las elecciones al Codicen, donde mordió el polvo de la derrota por amplio margen frente a la Fenapes y La CSEU. Lacalle ha tenido ocasión de comprobar que el respaldo que le asignan las encuestas a su figura, de ser rigurosas, es intransferible.
La crisis de los regímenes políticos es un fenómeno mundial. Desde Trump y la toma del Capitolio, pasando por el Brexit, hasta la revolución chilena y la Constituyente salida de ella. En el propio centro del capitalismo mundial anidan todas las contradicciones y tendencias a la bancarrota económica y crisis social y política. En América Latina los gobiernos de “ofensiva derechista” se fueron al tacho antes que sus relevos agarraran su segundo aire.
Por lo pronto, prevalece una neutralización recíproca de las fuerzas en pugna, lo que no debe ser confundido con estabilidad.
La palabra es la que encabeza esta nota: empantanamiento. La siguiente etapa será generosa en crisis y choques.
Se viene un verano caliente.