Las horas que aún conmueven al mundo

Crónica de la insurrección de octubre en Petrogrado


Fue el gobierno de Kerensky el que precipitó el desenlace. En la noche del 23 de octubre (5 de noviembre) decidió tomar medidas inmediatas contra los bolcheviques. Las academias militares, último reducto de confianza del gobierno en la capital, recibieron la orden de ponerse en pie de guerra. Se convocó a algunas tropas estacionadas en los alrededores que eran consideradas leales. El crucero Aurora, cuya tripulación respondía por completo a los bolcheviques, recibió órdenes de alejarse de la capital y hacerse a la mar. Se dispuso que fueran levantados los puentes del río Neva, para evitar que las masas obreras de las afueras pudieran llegar al centro de la capital. A las cinco y media de la mañana llegó a la imprenta del periódico bolchevique un destacamento de oficiales, que destruyó varias máquinas, incautó miles de copias del periódico, que estaba listo para ser distribuido, y selló las entradas del edificio. Era uno de los últimos gestos de impotencia de la revolución…

Un par de obreros de la imprenta fueron hasta la sede del Soviet para informar la situación y fueron recibidos por Trotsky. Se decidió enviar batallones de regimientos de la guarnición afines al Comité Militar Revolucionario, quienes llegaron enseguida al lugar, expulsaron a las tropas del gobierno y pusieron en funcionamiento la producción. Con una escasa demora, Rabochii Put (El camino obrero), el periódico bolchevique, salió a la calle en la mañana del 24 de octubre. Era un primer golpe al ataque del gobierno. Segundo: el Comité Militar Revolucionario transmitió una contraorden al crucero Aurora; debía permanecer en las aguas del Neva, y ponerse en acción “en caso de ataque a la guarnición revolucionaria”. En pocas horas quedó claro que las medidas dispuestas por Kerensky sólo lograrían poner en marcha la insurrección, siempre bajo el manto de la lucha defensiva y la defensa de la “legalidad” soviética y de las tradiciones del doble poder. Todos los regimientos de la guarnición recibieron, durante la madrugada, órdenes del Comité Militar Revolucionario, que les reclamaban que tuvieran sus fuerzas listas para entrar en acción.

 

La insurrección en marcha

Esa misma mañana, ya el 24 de octubre (6 de noviembre), once miembros del comité central bolchevique se reúnen de emergencia en el Smolny. Lenin seguía oculto en el barrio de Viborg y no estaba presente. Tampoco Zinoviev. Stalin permanecía en la redacción del periódico. Kamenev propuso que ningún miembro del CC saliese del instituto Smolny en las horas siguientes sin una autorización expresa. La moción fue aprobada. Los dirigentes bolcheviques decidieron también asignar una serie de responsabilidades concretas para llevar a cabo las tareas de la insurrección. Dzherzhinsky fue nombrado responsable del contacto con los obreros de correos y telégrafos; Bubnov con los ferroviarios; a Miliutin se le pidió que dirigiese las cuestiones relativas al abastecimiento de víveres. A propuesta de Trotsky, se resolvió organizar un estado mayor “de reserva” en la fortaleza de Pedro y Pablo, en caso que el Smolny fuera atacado y los dirigentes detenidos.

A pesar de estas disposiciones, todavía no se hablaba en público de las medidas concretas de la insurrección. La prensa bolchevique de ese día llamaba a los trabajadores a esperar al congreso de los soviets, que comenzaba al día siguiente. En un discurso ante los delegados bolcheviques que habían llegado de todo el país, el 24 por la tarde, el propio Trotsky decía que los hechos de la madrugada eran “actos de defensa” y que la “actitud a adoptar ante el gobierno provisional” dependía únicamente de que éste no intentara atacar al soviet.

Mientras tanto, el intento del gobierno de controlar los puentes sobre el Neva fracasaba rotundamente. En algunos de los puentes, las tropas enviadas por el gobierno ni siquiera intentaron llevar a cabo sus órdenes, ante la evidente superioridad numérica de las fuerzas revolucionarias. En otros hubo algunas escaramuzas, pero al anochecer estaba claro que los puentes estaban bajo el control del comité militar revolucionario. Otros puntos estratégicos importantes fueron ocupados por esas horas. Pestkovsky, comisario del comité militar revolucionario, tomó el control de la central telegráfica, a pesar de que entre sus trescientos obreros no había un solo bolchevique. Alcanzó con que dos soldados revolucionarios, con armas en la mano, se pusieran al lado del conmutador de la central. Cerca de las ocho de la noche, otro comisario bolchevique, llamado Stark, acompañado solamente por doce marinos armados, tomó el control de la agencia telegráfica del gobierno. Faltaba el asalto final a la sede del gobierno, que se alargaba penosamente.

 

La noche final

Lenin esperaba con ansiedad, aún oculto en la casa de una obrera del barrio de Viborg. Durante todo el día, Lenin mantuvo contacto con el instituto Smolny: envió varias veces a Fofanova, la dueña de casa, a la sede del soviet para llevar y traer mensajes. Pidió permiso al comité central, varias veces a lo largo del día, para ir al Smolny, arriesgándose a aparecer en público antes de la toma del poder. El pedido fue rechazado. Al anochecer, Lenin estaba irritado. Luego de recibir una nueva nota del comité central, negándole el permiso para ir a la sede del soviet, Lenin le decía a la dueña de casa: “No los entiendo. ¿A qué le tienen miedo?”1. Cerca de las 6 de la tarde del día 24 (6 noviembre) escribió una nota dirigida al comité de Petrogrado del partido y a los comités regionales. La nota, que Lenin pidió que fuese entregada a su mujer, Krupskaia, “y a nadie más”, reclamaba la acción inmediata. “La situación es crítica en extremo. De hecho está absolutamente claro que cualquier demora en la insurrección sería fatal”, escribía. Exigía tomar medidas inmediatamente. “Todos los distritos, todos los regimientos, todas las fuerzas deben ser movilizadas y deben enviar delegaciones al comité militar revolucionario y al comité central bolchevique con el reclamo de que bajo ninguna circunstancia debe dejarse el poder en manos de Kerensky y compañía hasta el 25. El asunto debe ser decidido sin demora esta noche, esta misma noche”2.

Ya era entrada la noche, cuando Lenin no pudo contenerse y, violando lo dispuesto por sus compañeros del comité central, tomó un tranvía y se dirigió al instituto Smolny. Se encontró con un edificio en actividad febril, el auténtico corazón de la insurrección. Eran las 2 de la mañana del 25 de octubre (7 de noviembre). A esa hora comenzaron las operaciones principales para rematar la tarea. Pequeños destacamentos militares formados previamente con núcleos de obreros o marinos armados, ocuparon simultáneamente o de un modo sucesivo, bajo la dirección de los comisarios, las estaciones, la central de alumbrado público, los arsenales y almacenes de víveres, el Banco de Estado y las grandes imprentas, y se reforzaron los retenes del edificio de Telégrafos y de la central de Correos”3. Todas las órdenes emitidas por el Comité Militar Revolucionario se cumplían sin discusión. La disciplina de la guarnición, totalmente quebrada después de tres años de guerra imperialista, se restablecía ahora, pero en función del objetivo de la insurrección obrera.

Es difícil medir las fuerzas implicadas en la toma de la capital. Trotsky recordaría años más tarde que “el investigador, al querer establecer la sucesión de los episodios tácticos, tropieza con una gran confusión, que las reseñas de los periódicos acaban de acentuar. A veces uno tiene la sensación de que apoderarse de Petrogrado en el otoño de 1917 fue más fácil que restaurar ese proceso catorce años después”4. En cualquier caso, las fuerzas que participaron activamente no fueron muy numerosas: varios miles de guardias rojos y marinos y una veintena de compañías militares. Pero era decisivo el hecho de que el conjunto de la guarnición estaba del lado de la insurrección. Las escasas fuerzas leales al gobierno no tenían posibilidad de resistir.

 

El 25 de octubre

“El miércoles 7 de noviembre (25 de octubre)”, cuenta John Reed, el insuperable cronista de la insurrección, “me levanté muy tarde. La fortaleza de Pedro y Pablo disparaba el cañonazo de mediodía al tiempo que yo bajaba por la Nevski (avenida principal de Petrogrado). Hacia un día frió y húmedo. La puerta del Banco del Estado estaba cerrada y guardada por algunos soldados con bayoneta calada.

-¿A qué bando pertenecen ustedes? -les pregunté- ¿Al del gobierno?

-¡Ya no hay gobierno! —me contestó uno de ellos con una risa irónica. ¡Gracias a Dios!”5

A las diez de la mañana, el comité militar revolucionario lanzó una proclama, que fue pegada en las calles de la ciudad: “El gobierno provisional ha sido derribado. El poder ha pasado a manos del Comité Militar Revolucionario”. Por esas horas, Kerensky conseguía obtener un automóvil y salía de Petrogrado, dejando a sus ministros a cargo del gobierno. Todavía faltaba, sin embargo, apoderarse del Palacio de Invierno, el cuartel general del Ejército, la sede del Preparlamento. En pocas horas debía abrirse, en el Smolny, el segundo congreso de los Soviets. Había que terminar de coronar la insurrección.

Cerca del mediodía le llegó el turno al Preparlamento. Los diputados estaban preparándose para la sesión del día, cuando comenzaron a rodear el edificio las tropas enviadas por los insurrectos. “No tardó en detenerse en la puerta un automóvil blindado. Los soldados de los regimientos de Lituania y de Keksholm y los marinos de la Guardia entraron en el edificio y formaron en dos filas a lo largo de la escalera (…) El jefe del destacamento propone a los reunidos que abandonen inmediatamente el palacio”, relata Trotsky6. Poco después todos los representantes habían abandonado el palacio. No hubo detenciones. Trotsky señala que no pocos de ellos se convirtieron en dirigentes de la contrarrevolución y organizadores de la guerra civil.

Las calles estaban tranquilas. Por la mañana, pocos se atrevían a salir a la calle en los barrios de la burguesía. Pero los que lo hacían notaban que no había combates, ni manifestaciones de obreros en el centro de la ciudad. Aquello no parecía lo que se suponía que era una insurrección. Sin embargo, se podía advertir el movimiento de patrullas armadas, grupos de guardias rojos, instituciones ocupadas: evidentemente “la cosa había empezado”. El comité militar revolucionario controlaba la ciudad. Había centinelas y patrullas por todas partes. A las dos y media de la tarde del 25 de octubre, se abrió una sesión extraordinaria del soviet de Petrogrado, donde Trotsky anunció que “el gobierno provisional había dejado de existir”. Mientras hablaba, apareció en la sala Lenin, que reaparecía ante las masas después de meses en la clandestinidad. La multitud le tributó una ovación cuando subió al estrado y Trotsky le cedió la palabra “¡Viva el camarada Lenin, otra vez con nosotros!”

Pero entrada la tarde del 25, la inauguración del segundo congreso de los soviets de toda Rusia, que debía sancionar la insurrección victoriosa, se demoraba hora tras hora. Todavía el Palacio de Invierno, sede del gobierno, seguía en manos de las pocas tropas que aún respondían a Kerensky.

 

La toma del Palacio de Invierno

El plan original de los bolcheviques consistía en ocupar el palacio durante la madrugada, como lo habían hecho con el resto de las instituciones fundamentales del poder en la capital. Los responsables de la operación eran Antonov-Ovseenko, Podvoisky y Chudnovsky, que estaban en permanente contacto con el cuartel general de la insurrección en el instituto Smolny. Pronto se hizo claro, de todos modos, que el plan que habían trazado era demasiado complejo para ser rematado durante la noche: por la mañana, como vimos, el palacio seguía ocupado por el gobierno provisional. Cuando se lanzó la proclama, a las diez de la mañana, que anunciaba la caída del gobierno provisional, los dirigentes en el Smolny exigieron a Antonov y Podvoisky la toma inmediata del palacio. Podvoisky anunció que todo estaría resuelto a las doce del mediodía.

Sin embargo, las cosas se complicaban. Pasó el mediodía, y el palacio seguía en manos del gobierno, que había conseguido incluso reforzar su defensa con la llegada de algunos batallones de oficiales. El cerco no estaba bien organizado: todavía era posible para las fuerzas leales a Kerensky llegar hasta el palacio y reforzar sus posiciones. Los marinos del Báltico no llegaban aún. Podvoisky avisó al Smolny que la toma del palacio se fijaba “de modo definitivo” para las tres de la tarde. Pero también pasó esa hora, sin novedad. Se fijó un nuevo plazo para las seis de la tarde. Tampoco se cumplió; después de las seis Podvoisky y Antonov dijeron que ya no les pidieran nuevos plazos. El asunto no se veía bien. El congreso de los soviets debía haberse abierto a primeras horas de la tarde, y se estaba demorando para contar con el hecho consumado de la caída del palacio. La demora podía debilitar la insurrección.

Finalmente, al anochecer, llegaron los barcos de la marina del Báltico, que fueron saludados con euforia por los sitiadores del palacio. Antonov fue a recibirlos y les dijo simplemente: “Ahí tenéis el palacio de Invierno… hay que tomarlo”. Las fuerzas militares de los revolucionarios ya eran más que suficientes: todos los accesos al palacio fueron cortados, el sitio se hizo total. Poco más tarde, fue tomado el edificio del estado mayor central.

La situación del gobierno dentro del palacio se hizo insostenible. Con el paso de las horas, los oficiales que participaban en la defensa, completamente desmoralizados, abandonaban el edificio. Permanentemente entraban bolcheviques y soldados revolucionarios, circulaban por el palacio, hablaban con los que se encontraban adentro. Había tiroteos, pero cada vez era menor la capacidad de defensa del gobierno. De repente, empezó a escucharse el ruido de la artillería del Aurora, anclado a pocos metros del palacio. La mayoría de los disparos eran sin munición, pero provocaban el pánico entre los defensores del palacio. Aumentaba el número de desertores.

Había que precipitar el final. No se podía esperar más. Finalmente, a las dos de la mañana del día 26 de octubre, las fuerzas revolucionarias tomaron el palacio. “Los ministros”, relata Trotsky, “querían rendirse con dignidad, y se sientan alrededor de la mesa, como si estuvieran reunidos. El comandante de la defensa había rendido ya el palacio después de obtener la promesa de que se respetaría la vida a los junkers, condición fácil de cumplir, puesto que nadie se proponía atentar contra ellos. Antonov se negó a establecer negociación alguna respecto a la suerte del gobierno. Se procede al desarme de los junkers, apostados en las últimas puertas vigiladas. Los vencedores irrumpen en el aposento en que se hallan los ministros (…)

—En nombre del comité militar revolucionario —dijo Antonov—, quedáis detenidos como miembros del gobierno provisional.

 

El reloj señalaba las dos y diez minutos del 26 de octubre”7.

 

 

 

1. Alexander Rabinowitch, The Bolsheviks Come To Power

2. Citado en Rabinowitch, op.cit.

3. ídem

4. ídem

5. John Reed, Diez días que estremecieron al mundo

6. Trotsky, op.cit.

7. Trotsky, op.cit.

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Author: Camilo Marquez