El pasaje de Daniel Peña, diputado de Canelones por el Partido Nacional, a la Concertación, desató un vendaval de críticas en filas blancas. Es que la notificación de su renuncia llegó al directorio media hora antes de presentarse en conferencia de prensa junto a Novick.
La prensa tomó buena nota de la falta de tacto del legislador disidente y de la cólera entre los hasta hacía horas compañeros de bancada.
Lo que subyace, más allá de las formas, es que el episodio viene a acentuar un proceso de dispersión en los partidos tradicionales, que se expresa por un lado en la diáspora hacia la concertación, y por otro en la atomización dentro de las propias estructuras, como se expresa en lo que queda del Partido Colorado.
La faena del empresario Novick lo posiciona ahora como cuarta fuerza parlamentaria, con dos diputados y un senador, sin contar los ediles por Montevideo y la presencia que conquista ahora en Canelones (ocho ediles y un alcalde) con el “pase” de Peña.
El golpe de efecto del empresario continuará en los próximos días. Ya se maneja la posible incorporación del inoxidable Juan Chiruchi, cuatro veces intendente de San José por el PN.
El empresario de los shoppings y el futbol se ha transformado en un polo de reagrupamiento, con base en un discurso suprapartidario. Lo que se le señala como una limitación, carecer de una estructura nacional, en realidad se ha transformado en una ventaja que lo dota de ductilidad para jugar a varias bandas, incluyendo la coalición que mantiene con Martínez en Montevideo. Los padres de la criatura, blancos y colorados, como el aprendiz de brujo han desatado una fuerza que se les vuelve en contra y los devora pedazo tras pedazo.
El ascenso de esta derecha, no es una novedad local, es la expresión de un derrumbe de los partidos históricos del capital en el mundo entero. El personal político de los Novick es el mismo que el de los Lacalle-Bordaberry y se alimenta directamente del plato de estos.
El empantanamiento económico desnuda un derrumbe de una magnitud del que todavía se desconoce su alcance y derivaciones, pero que obliga a la burguesía a advertir un escenario de crisis política ineludible a mediano plazo: “Tengo la absoluta convicción de que el Frente Amplio está pronto para perder en la próxima instancia electoral. ¿Eso significa que la oposición está pronto para ganar y para gobernar? Creo que no” (Larrañaga). La conclusión de este señalamiento es central: detrás del vacío político que proyecta Larrañaga, se pone de relieve la inviabilidad de la burguesía para determinar una ‘hoja de ruta’ común frente a la bancarrota capitalista, lo que preanuncia una crisis de gobernabilidad en ciernes.
El ajuste que Vázquez viene llevando adelante es cuestionado por todas las clases; de un lado es declarado como “insuficiente” por el capital financiero, al tiempo que la burguesía exportadora pide más subsidios y devaluación; y de otro lado, es rechazado por amplios sectores de la clase obrera que se opone a los recortes salariales y en educación, salud y vivienda.
La configuración de todos estos ensayos de los partidos del capital está condicionada por los ritmos de la bancarrota mundial. Aunque, el grueso de la burguesía se encolumna detrás del gobierno de Vázquez, comienza a posar su mirada en otras direcciones.