“Los dioses ciegan a aquellos que quieren perder”. La frase se queda corta para analizar la respuesta del Frente Amplio a la crisis política. De tanta ceguera no se puede culpar ni a todos los dioses del Olimpo.
Los dirigentes del FA están acostumbrados hace mucho a responder a un ataque externo con el fantasma del ‘retorno de la derecha’. Hasta hace poco, el recurso era efectivo. Si el ataque venía desde la izquierda, entonces se afirmaba que el crítico le hacía el juego a la derecha, involuntaria o tal vez voluntariamente.
Tabaré Vázquez ganó las elecciones utilizando ese chantaje, para llevar él mismo el ajuste económico antipopular, como se comprobó apenas comenzó su gobierno. El decretazo de ‘esencialidad’ contra la huelga docente intentó doblegar a todo el movimiento obrero. Y fracasó. Generó un gran repudio en las bases del Frente Amplio. El humor popular ha ido cambiando, mostrando mucho menor paciencia frente a los gobernantes.
La bancarrota de Ancap pegó fuerte en el electorado de izquierda. Los que pocos meses antes proclamaban que “Vamos bien”, habían escondido pérdidas millonarias de difícil justificación. El probable delfín de Vázquez, el vicepresidente Sendic, había obtenido una gran votación sobre la base de ocultar ese agujero negro. Los tarifazos de enero, tras la engañifa del UTE Premia, aumentaron la bronca popular. La crisis provocó el abroquelamiento de toda la cúpula oficialista, que venía de protagonizar fuertes enfrentamientos. Astori pasó de un furioso intercambio epistolar con Mujica, a tomar distancia de Valenti; el líder emepepista aceptó descabezar al directorio de Ancap y sacrificar al propio Sendic. El episodio sobre el título trucho puso en ridículo al ‘Licenciado’, que además reincidió en la falsedad pese a haber quedado en evidencia de forma ilevantable. El plenario del Frente Amplio hizo propia la mentira y encima acusó a diestra y siniestra por las consecuencias del engaño.
La ceguera no se limita a esta cuestión. Tabaré Vázquez ratificó en cadena nacional un ‘rumbo’ económico que está cuestionado por la propia crisis. Colocó el riesgo de perder el ‘investment grade’, mostrando la fragilidad de la política que estaba ratificando. En apenas un año, el gobierno dilapidó el 52% de las reservas sin contrapartida del BCU: más de 4.000 millones de dólares, cuatro veces las pérdidas de Ancap. Si se mantiene la caída de reservas, el BCU no tiene para otro año. Nos llevan rumbo a un iceberg.
El gobierno intenta comprar tiempo, a la espera de algún milagro proveniente del exterior. Los dos principales mercados de exportación, China y Brasil, están en una crisis imparable. La suba de las tasas internacionales de interés puede postergarse un poco, pero no indefinidamente. Al FA no lo une el amor, sino el espanto.
El inmovilismo del gobierno no se puede sostener por mucho tiempo. Cuando deba realizar un obligado cambio de ‘rumbo’, seguramente busque apoyos a su derecha. El acuerdo Martínez-Novick puede ser mucho más que una anécdota. Puede ser un anticipo.
Publicado en el Semanario VOCES – 17 marzo 2016