Foto: Los candidatos de la coalición derechista firman una declaración conjunta contra el plebiscito en defensa de la seguridad social
Pasadas las elecciones internas, Yamandú Orsi se ha constituido sin dudas en el favorito para ganar las elecciones de octubre/noviembre.
No es ningún secreto que los bancos y las grandes empresas no tienen temor respecto a la elección presidencial. Recientemente el representante del Citibank para el Cono Sur declaró que el ciclo electoral en Uruguay “es irrelevante”, y no genera “estrés o preocupación”. El banquero comparó esta tranquilidad con otro país latinoamericano: “el gran mérito de Chile, que pasó de un gobierno militar con Pinochet a la democracia y la política económica siguió siendo la misma” (Búsqueda, 4/7).
La elección es “irrelevante” porque puede cambiar el inquilino en la Torre Ejecutiva, pero el dueño seguirá siendo el Fondo Monetario Internacional. Los grandes ejes de la política económica no serán alterados, gane Delgado o gane Orsi.
Estancamiento y crisis social creciente
Las elecciones se producen en un ambiente de relativo pesimismo de la sociedad, ante un estancamiento económico que ya arrastra más de un quinquenio, con altibajos menores. Hace cinco años la elección mostraba el distanciamiento con el Frente Amplio de parte de sectores de la pequeña burguesía comercial, industrial y agraria, que le habían dado el triunfo en 2005 y que en 2019 le quitaban el apoyo y pasaban a votar a la derecha. Estos sectores se sintieron defraudados por el gobierno blanqui-colorado-cabildante.
La situación social tiende a un empobrecimiento creciente de la población, creciente desempleo y subempleo, precariedad laboral, y una situación cada vez más grave en cuanto a la inseguridad por el desarrollo del crimen organizado y especialmente el narcotráfico.
Según algunas encuestas entre empresarios, la mayoría de los capitalistas se inclina en general por mantener al gobierno de derecha, cuyo principal “logro” radica en la regresiva ley jubilatoria aprobada el año pasado. Una ley que profundiza la privatización de la seguridad social, entregando nuevos sectores laborales a las AFAP, y que implica una mayor explotación de la clase obrera obligada a trabajar cinco años más a cambio de menores jubilaciones. Sin embargo, esa misma reforma jubilatoria cuenta con el rechazo de la mayoría de la población, como lo han indicado diversas encuestas.
En este cuadro de malestar creciente, la burguesía y el FMI entienden totalmente válido que entre a la cancha nuevamente el Frente Amplio, si se permite una metáfora futbolera. Orsi y el FA han estado haciendo precalentamiento para sustituir a la derecha -manteniendo el esquema de juego dispuesto por el capital financiero. En toda esta etapa de gobierno derechista, el FA se negó a impulsar la movilización popular contra los ataques al salario y las jubilaciones, a la educación y a la salud, contra los escándalos de corrupción y los vínculos con los narcos, basta señalar que incluso hubo menos interpelaciones parlamentarias que en cualquier gobierno anterior de las últimas décadas. Orsi ha señalado una y mil veces que no tiene ningún ánimo “refundador”, que no piensa derogar las principales leyes del gobierno de Lacalle, que en lo esencial va a ver continuidad.
El resumen del ejecutivo del Citibank no podía ser más claro: una elección “irrelevante”.
Un mundo en guerra
Si se concreta el retorno del Frente Amplio, como todo lo indica, será en un escenario bien diferente al de 2005, cuando en el mundo se vivía una transitoria reactivación económica iniciada en 2002 y que acabó con la gran crisis financiera de 2008. Los primeros gobiernos del FA gozaron de ingresos excepcionales por concepto de exportaciones y tasas de interés relativamente bajas. En aquel período, cuando contaban con mayoría parlamentaria y gobiernos “amigos” en los principales países latinoamericanos, fueron incapaces de realizar la más mínima transformación económica y social, el país se volvió más dependiente de la exportación de materias primas, se desindustrializó, y entró en recesión.
Si el tango dice que “veinte años no es nada”, en este caso las dos décadas pasadas desde el inicio del “ciclo progresista” no pasaron en vano. La economía mundial enfrenta la perspectiva de un nuevo estallido financiero y una recesión económica, el endeudamiento estatal de las principales potencias ha alcanzado un récord y esto limita la capacidad de esos estados para capear el temporal. La “globalización” ha quedado atrás, y el imperialismo impulsa no solamente guerras comerciales y económicas, sino directamente la guerra. La ilusión en el “libre comercio” se desvanece. América Latina como tradicional patio trasero del imperialismo yanqui es el escenario de una confrontación entre potencias por el control de sus recursos naturales, sus economías y sus regímenes políticos.
“Segundas partes nunca fueron buenas”
Quien espere vivir simplemente una repetición de 2005, se verá frustrado. Por otra parte, una repetición de los Vázquez y Mujica ya sabemos cómo terminaría: con un triunfo de los Lacalle-Sanguinetti-Manini… ¿o acaso alguien espera algún cambio en serio? Pero Orsi aparece como un líder derechizado de un Frente Amplio más derechizado incluso que en 2005, y en una situación económica internacional más desfavorable.
No podemos olvidar que los gobiernos del FA atacaron los derechos de huelga y de protesta, con los “servicios esenciales”, la prohibición de las ocupaciones de empresas y oficinas públicas, el decreto anti-piquetes, la represión en el Codicen, entre otras perlas. Yamandú Orsi ha profundizado la ruptura con los sindicatos cuando no sólo dio la espalda sino que además salió a atacar la campaña del PIT-CNT por el plebiscito jubilatorio, mientras que Mujica y Topolansky salen a justificar mantener las AFAP y el aumento de la edad de retiro. Si así actúan cuando tienen que seducir a los obreros y los militantes sindicales, para obtener el voto popular, qué se puede esperar de ellos cuando gobiernen. Orsi no viene con un pan bajo el brazo, sino con un decreto de esencialidad contra las huelgas.
El convidado de piedra
Según el diputado Ope Pasquet, el plebiscito sobre la cuestión jubilatoria es “más importante que la elección presidencial”. Dicho por un personaje que sostiene la actual coalición derechista que nos gobierna no es poca cosa. Las razones que esgrime Pasquet contra la reforma constitucional propuesta por ATSS y el PIT-CNT son las acostumbradas mentiras: que aumentará el déficit público, que ataca la “seguridad jurídica” (de los capitalistas) y otras afirmaciones sin mayor argumentación. El diputado colorado se distancia de “quienes le restan importancia a este plebiscito porque tanto la Coalición Republicana como Yamandú Orsi y los sectores que en el FA respaldaron su precandidatura han dicho que no lo apoyan. No alcanza para estar tranquilos” (El Observador, 7/7).
Los ejecutivos de las AFAP (que son propiedad de los banqueros) tampoco están tranquilos. Están haciendo una fuerte campaña contra el plebiscito, utilizando a su vocero Rodolfo Saldain, que fue quien desarrolló la reforma jubilatoria de 1996 y que ahora -después de reconocer que su reforma no solucionó nada- ahora escribió una nueva ley regresiva y antiobrera que profundiza la privatización y la quita de derechos a los trabajadores. La ley de Saldain planteaba no sólo aumentar la edad de retiro a los 65 años sino continuar aumentando paulatinamente ese parámetro en el futuro. Sigue el mandato de los banqueros y el FMI, que en todo el mundo vienen aumentando los años de trabajo exigidos y rebajando la fórmula de cálculo jubilatorio, para dedicar cada vez más presupuesto estatal al pago de las deudas públicas y al subsidio al gran capital.
El plebiscito popular contra las AFAP, por retornar a los 60 años de edad jubilatoria y por el aumento de las jubilaciones más bajas, irrumpió en la campaña electoral y pone al desnudo con total claridad el choque de intereses de la clase obrera con los principales partidos y candidatos del régimen fondomonetarista.
Por un frente de trabajadores y de la izquierda anti-capitalista
El resultado de las elecciones internas mostró un retroceso de los partidos derechistas y a la vez un triunfo del candidato del FA más jugado contra el plebiscito. Esto marca un impasse político de la vanguardia obrera y popular, que ha sido arrastrada mayoritariamente a la idea de que hay que sacar a la derecha volviendo a votar a un Frente Amplio que incluso prohibió a sus militantes juntar firmas junto al PIT-CNT. Los sectores de la izquierda frenteamplista (PCU, PS, PVP) que pactaron con Orsi esta prohibición en lugar de luchar para imponer un mandato a los dirigentes desde los militantes de base, muestran que están dispuestos a dejar que la campaña del plebiscito se desangre si esta pone en riesgo la “unidad” con los Orsi y Bergara, y aún más si pone en riesgo que estos lleguen al gobierno.
Las 430.000 firmas se obtuvieron a través de un “frente de trabajadores”, de los militantes de izquierda y de las organizaciones de masas que se negaron a dejarse presionar y chantajear por los dirigentes frenteamplistas. Sin embargo, esta misma vanguardia militante ha sido maniatada políticamente por la izquierda frenteamplista que dice representarlos, a través de la alianza con la burguesía “progre”. Es esa estrategia de subordinación de la clase obrera en un “frente amplio” la que conduce a la clase obrera a la impotencia.
Sea que triunfe nuevamente la derecha o que retorne el Frente Amplio, se plantea la necesidad de un reagrupamiento por la independencia de clase, por la defensa del derecho de huelga y el derecho a la protesta, por aumento de los salarios y jubilaciones, y por todas las reivindicaciones populares que chocan con el régimen del FMI y del pago de la deuda externa. Es en ese sentido que interviene el PT en la campaña electoral, para levantar la estrategia de la lucha por un gobierno de trabajadores y por el socialismo.