La victoria de Macri en Argentina fue festejada por blancos y colorados como un triunfo propio. Junto a la victoria de la oposición de derecha en Venezuela, son presentados como el “fin del ciclo progresista”. El ‘golpe blanco’ en Brasil también fue celebrado por Bordaberry, aunque Lacalle Pou tomó un poco de distancia del impeachment contra Rousseff.
Al referenciarse a Macri, la derecha uruguaya está mostrando qué puede esperarse en caso de un gobierno blanqui-colorado: tarifazos, despidos, mayor endeudamiento, inflación galopante. Lo más relevante sin embargo es que se referencian a un gobierno precario y con escasos recursos para afrontar ese ajuste antipopular. De hecho Macri no podría gobernar sin el apoyo (al menos parcial, en algunas leyes) de sus adversarios kirchneristas.
Desde el Frente Amplio se utiliza la “amenaza derechista” como un chantaje sobre los trabajadores y la izquierda, para subordinarlos al gobierno en nombre de que no vuelvan los blancos y colorados.
La derecha uruguaya está en un proceso de disgregación, como quedó reflejado con la ruptura de Novick con los líderes blancos y colorados. El ex candidato a intendente por la Concertación rompió precisamente en nombre de la unidad en un sólo lema electoral de toda la derecha, un contrasentido. La ‘oposición’ que antes tendía a unirse, ahora está “des-concertada”. Más importante aún: es incapaz de capitalizar el retroceso del Frente Amplio. La encuesta de Factum muestra al FA cayendo un 13% en intención de voto; los partidos tradicionales no sólo no capitalizan esta caída, sino que también descienden un 12%. Los principales partidos parlamentarios caen, todos juntos, un 25%. Es una situación inédita.
Las encuestas muestran el grado de descontento popular con todos los partidos. A esto hay que sumar que la experiencia de Macri en Argentina o eventualmente de la derecha en Brasil (si finalmente expulsan a Rousseff del gobierno), mostrará la precariedad de estos gobiernos en el marco de la crisis capitalista. Deben afrontar un ataque en regla contra el movimiento obrero con menos recursos que los que tenía el llamado “progresismo”.
Se intenta instalar el tema de la “alternancia entre izquierda y derecha”, o incluso la fantasía de una nueva “ofensiva neoliberal”, como una forma de naturalizar al capitalismo, mostrarlo como un régimen eterno donde en todo caso van alternando los administradores -reaccionarios o progresistas- pero sin alterar el régimen social de explotación. La propia crisis capitalista y las convulsiones políticas y sociales que ella conlleva, van a socavar esta construcción ideológica. Los gobiernos al estilo Macri van a naufragar con rapidez.
Uruguay marcha hacia una gran crisis política. Tabaré Vázquez ha convocado a la derecha al diálogo con el intento de mostrar un frente unido, e incluso poder pactar algunas leyes con blancos y colorados, por ejemplo en torno a la “inseguridad”. Dejó muy mal parado a Bonomi, a quien ratificó “por ahora” ante los reclamos de su remoción. ¿Se va hacia un acercamiento con la ‘oposición’ y un distanciamiento con el MPP? Algo así sucedió en la Intendencia con el pacto Martínez-Novick, y es una alternativa posible para el gobierno, en el cuadro de un agravamiento de la crisis y de las disputas en el seno del Frente Amplio.
El gran tema de debate en la burguesía es, de todas formas, la cuestión económica. De un lado, está el reclamo de una gran devaluación que licúe los salarios. A esto se suman los planteos patronales de flexibilización laboral. La clase capitalista está demandando un cambio económico y en la política exterior, que choca con la política de colaboración de clases -al menos tendencialmente-. La dirección del PIT-CNT percibe estas amenazas y oscila entre pactar la flexibilización laboral o lanzar advertencias al gobierno ante lo que percibe con un creciente divorcio del “progresismo” con “su base social”. Pero el “divorcio” se produce precisamente porque la “base social” no está en el movimiento obrero, sino en la clase capitalista. El llamado “progresismo” tiene una forma policlasista (de colaboración de clases) y un contenido abiertamente capitalista. La dirigencia del PIT-CNT señala el riesgo de una “regresión de derecha”, que puede ser encabezada directamente por el propio Frente Amplio, incluso a través de pactos con los partidos burgueses tradicionales. La base para esa “regresión” es que nunca se cambió el régimen social y político, dominado por los banqueros, grandes capitalistas y latifundistas.
Lo que tienen en común tanto los Vázquez-Astori como los Bordaberry-Lacalle-Larrañaga, es que son todos ajustadores y quieren descargar la crisis sobre las espaldas de los trabajadores. La clase obrera debe constituirse en oposición política socialista a todos los ajustadores. Por un gobierno de trabajadores, para que la crisis la paguen los capitalistas.