El lunes pasado Donald Trump se abrió paso desde la Casa Blanca hasta una iglesia contigua para posar ante la televisión nacional. Fue un ´gesto´ que pretendía neutralizar la información de que había buscado refugio en un bunker de la sede de gobierno – como lo describe una serie difundida por Netflix, aunque en esta oportunidad para huir de una masa de manifestantes en la capital. Recurrió para esto a un pelotón del ejército que fue traído de Carolina del Norte. Lo hizo acompañado por el secretario de Defensa, el general Mark Esper y por el jefe del Estado Mayor, Mark Milley. En el itinerario Trump reclamó a los gobernadores que “aplastaran” las movilizaciones populares que exigen “justicia” por el asesinato del trabajador negro George Floyd y amenazó con sacar las fuerzas armadas a la calle en caso de que no viera resultados.
En las horas subsiguientes, la situación política pegó un viraje, cuando los mencionados Esper y Milley reprobaron la acción de Trump que ellos mismos habían acompañado y anunciaron que no admitirían de ningún modo la participación militar en la represión de lo que llamaron “las protestas”. Como en una secuencia, enseguida se vieron apoyados por los tres últimos jefes de Estado Mayor y por el ex secretario de Defensa de Trump, John Mattis, quien fue también alto comando de la OTAN. Esper y Milley reprobaron la represión, incluido el gas pimienta, a los manifestantes que habían rodeado la Casa Blanca, en tanto otros líderes militares se pronunciaban en apoyo a las manifestaciones y a su consigna de Justicia. Fue el caso Mattis, quien goza de gran autoridad en los rangos militares, denunció el intento de politizar a las fuerzas armadas e incluso lo calificó como una “amenaza a la Constitución” y una conducta filo-nazi. En una entrevista llegó a plantear “podemos unirnos sin él (Trump)”, aunque, agregó, “no va a ser fácil, como se ha demostrado en las últimas semanas”. Para una mayoría de observadores, la presidencia de Trump se ha acabado.
De Macri a Alberto
Los pronunciamientos citados no provienen de nenes de pecho sino de responsables de innumerables crímenes de guerra, lo cual resalta el alcance de la ruptura política con Trump. Incidentalmente, una demócrata afro-americana acaba de ganar la Intendencia de la ciudad de Missouri, donde en 2014 se produjo una rebelión popular por el asesinato de un joven negro por la policía, mientras que un veterano legislador republicano perdió, en Iowa, la nominación para las elecciones de noviembre próximo. La ruptura política del alto mando militar con Trump se conjuga con una tendencia electoral completamente desfavorable para él.
Estados Unidos se encuentra, a su modo, en una situación hasta cierto punto análoga a la que siguió al resultado de las PASO en agosto del año pasado, cuando el FMI acuño la caracterización de “un vacío de poder”. Se trata, en realidad, de una transición política muy crítica, porque la presidencia de Trump no concluye en las elecciones de noviembre próximo sino a finales de enero de 2021, cuando tiene lugar el pase del mando. Como advierte un columnista inglés, Trump es negligente para gobernar, pero muy diligente para lograr la reelección, y esto por una razón prosaica – cuando pierda irá preso, por un cúmulo de acusaciones de corrupción, y verá desplomar su corporación inmobiliaria. Sin embargo, si seguimos la analogía con Argentina, la crisis política de transición seguirá con el nuevo gobierno, por razones diferentes y otras parecidas a las que enfrenta el binomio Fernández.
La agenda de la transición es explosiva por el desastre que es la gestión de la pandemia en Estados Unidos; por el derrumbe económico, que supera a la bancarrota de 2007/9; por la tasa de desocupación fenomenal que han creado decenas de millones de despidos; y, por último, por la crisis de dirección y de manejo que sufrirá la guerra económica desatada contra China e incluso contra países ´aliados´, todo en vínculo estrecho con choques políticos internacionales. Antes que Biden se quede con una Presidencia que parece regalada, el conjunto de la crisis norteamericana cobrará una altura sin precedentes.
Esta evolución explosiva de la situación norteamericana no excluye una salida fascista, sino que desarrolla sus premisas. No será a corto plazo, claro, cuando la ultraderecha deberá batirse en retirada, pero sí más adelante, cuando la gestión centroizquierdista muestre todas sus limitaciones y dé paso a una polarización en el escenario de la lucha de clases. Es decir que la transición que se inicia creará, dentro de plazos que aún no están definidos, situaciones revolucionarias.
Bolsonaro
Obviamente, esta crisis no impactará solamente sobre Bolsonaro, pero el efecto que tendrá en Brasil puede tomarse como una metáfora del alcance que tendrá más allá de Brasil. La trenza de movimientos fascistas en Europa va a quedar muy golpeada en términos de autoridad y relación de fuerzas. A diferencia del pasado, el fascismo en el viejo continente no crecerá contra las tendencias democráticas que conservaba Estados Unidos, sino cuando cuente allí con aliados poderosos. A cuenta de una investigación más cuidadosa, podemos apostar que tendrá una influencia positiva de lucha en China, Asia y Rusia. La crisis política norteamericana no solamente tiene un alcance mundial – es ya mismo una crisis mundial.
En el caso de Brasil, la crisis entre el Pentágono y Trump elimina la posibilidad de que los militares brasileños continúen apostando a Bolsonaro. La trenza militar-policial que buscó anudar Trump no tiene viabilidad en Brasil, luego de la ruptura que observamos en Estados Unidos. Bolsonaro no puede gobernar solamente con los votos parlamentarios de la centroderecha, la que está demostrando en los hechos que no resiste un carpetazo ni una crisis con el poder judicial. La crisis del gobierno Trump obliga a un cambio de método de dominación en Brasil, cuando han pasado apenas cuatro años del golpe contra Dilma Rousseff y dos años de la victoria de la derecha.
Los entrelazamientos sociales, políticos y económicos que determinan un periodo revolucionario van tomando forma, incluso en forma zigzagueante. El activismo obrero, no solamente de Argentina, debería discutir las consecuencias de esta crisis para la lucha de clases, que los ´ajustes´ capitalistas harán cada vez más intensa.
Dirigente histórico del Partido Obrero (Argentina)