De la Segunda Guerra Mundial a la actual

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Dirigente histórico del Partido Obrero (Argentina)

La celebración del Día de la Victoria, en el aniversario de la capitulación de Alemania, en 1945, ante el Ejército Rojo, no confirmó ninguna de las suposiciones que hizo con anticipación la prensa internacional que suscribe políticamente a la OTAN. Básicamente, Putin no produjo una declaración formal de guerra contra Ucrania, lo cual lo habría autorizado a poner en estado de guerra a todo el país, ni ofreció tampoco una salida negociada o una suspensión de las hostilidades. A la defensiva, Putin planteó que “la derrota es inaceptable” –una advertencia de que recurriría, en última instancia, al uso de armas nucleares. El discurso se limitó a justificar el propósito de ocupar Ucrania o incluso anexarla, al comparar la guerra actual con la expulsión de los ejércitos nazis de Ucrania en 1943/4 por las tropas de la Unión Soviética.

Interesadamente, sin embargo, omitió que la “re-incorporación” de Ucrania a la URSS y la dominación que impuso ulteriormente en Europa del este había sido acordada con Estados Unidos y Gran Bretaña en tres conferencias internacionales –Teherán, Postdam y Yalta; lo contrario de lo que ocurre en la actualidad. A cambio de ese reparto de territorios, Joseph Stalin comprometió a los partidos comunistas a estrangular la revolución en ascenso en Yugoslavia, Francia, Italia, Grecia y China, y a compartir con las potencias imperialistas “aliadas” la ocupación de Alemania. Los partidos comunistas de Yugoslavia y China no acompañaron, sin embargo, ese libreto, en cuanto a sus propios países, donde tomaron el poder político por vía revolucionaria; lo harían después, Yugoslavia en 1948/50 y China en 1974, en forma “independiente”. La destrucción del nazismo fue acompañada por la supresión de un movimiento obrero independiente en los países ocupados. El mismo stalinismo, ya en abierta descomposición, pactó la transferencia de Europa del este a las potencias imperialistas a mediados de la década del 80 del siglo pasado, seguida por la disolución de la propia URSS. Putin pertenece a los aparatos de seguridad del Estado que aseguraron el “éxito” de esa catástrofe histórica. Sobre la complicidad del aparato político actual con la destrucción de la URSS, no dijo una palabra.

OTAN: “la guerra contra Rusia”

En el terreno de la guerra, las cosas se han agravado considerablemente. La provisión de armamento sofisticado, por parte de la OTAN, a las fuerzas armadas de Ucrania y a las “unidades territoriales”, como se llama oficialmente a las milicias fascistas ucranianas que colaboran con ellas, ha crecido considerablemente en cantidad y calidad. Ha convertido a la OTAN en parte beligerante para el derecho internacional, y potencial objetivo militar, por lo tanto, para Rusia. El Congreso norteamericano ha votado una partida de 33 mil millones de dólares para asistir a Ucrania con armamento moderno, la mitad de la totalidad del presupuesto militar ruso. Gabriel Tokatlian, especialista internacional de la Universidad Di Tella, sostiene que “la guerra por encargo (que libra EEUU en Ucrania) es una guerra contra Rusia” (Clarín, 4/5). Para una infinidad de izquierdistas, sin embargo, esta guerra internacional contra Rusia constituye, exclusiva o esencialmente, una guerra de liberación nacional contra una potencia opresora.

El reemplazo, por parte de Ucrania, del armamento heredado de la Unión Soviética por este nuevo armamento, significa, a todos los fines prácticos y jurídicos, una integración militar de facto de Ucrania a la OTAN. El frenesí de esta provisión de armamento llega al punto de que el uso del misil personal Javelin supera la tasa de reemplazo en los arsenales norteamericanos. Las fuerzas armadas ucranianas se han reestructurado en función del estándar tecnológico y operacional de la OTAN, y el consiguiente reentrenamiento del personal militar. Estados Unidos, Alemania y Polonia han desarrollado, dentro y fuera de Ucrania, incluso en Alemania, campos de entrenamiento para los soldados y milicianos ucranianos que abarca todo este espectro estratégico. La OTAN, por lo tanto, ha alcanzado, en esta guerra, su principal objetivo estratégico. Las promesas de Zelensky, el presidente de Ucrania, o del francés Macron y el alemán Scholz, de que Ucrania no adheriría a la OTAN, al menos por algunas décadas, ya han superado el etiquetado de vencimiento. La asistencia para Ucrania votada por el Congreso norteamericano ha sido comparada con el sistema de Préstamo y Arriendo que financió a Gran Bretaña durante los primeros años de la Segunda Guerra, que ya tenía un carácter mundial. La adhesión inminente de Suecia y Finlandia a la OTAN, en las fronteras de Rusia, desenmascara, sin atenuantes, las intenciones del imperialismo acerca del futuro histórico de Ucrania.

Una “guerra nuclear”

Este despliegue fenomenal apunta, como lo señalan documentos públicos del Pentágono, a un objetivo secuencial. Primero, recuperar todo el territorio ocupado por Rusia, segundo, “neutralizar”, o sea liquidar por un largo período, la capacidad militar del estado ruso. El objetivo estratégico de la guerra es, entonces, producir un “cambio de régimen” en Rusia. Como lo admiten numerosos observadores, esta estrategia implica una perspectiva de guerra nuclear –una guerra a todo o nada entre potencias nucleares. Un ex subsecretario del ministerio de Marina de EEUU, Seth Cropsey, ha planteado en The Wall Street Journal (27/4), repetidamente citado con posterioridad, que lleva por título “Estados Unidos debe mostrar que puede ganar una guerra nuclear”. Allí plantea que “La realidad es que a menos que EEUU se prepare para ganar una guerra nuclear, corre el riesgo de perderla”. Para eso propone incorporar de inmediato armamento nuclear a los barcos de guerra de superficie, con el propósito aniquilar en forma preventiva a aquellos submarinos nucleares de Rusia que están encargados de responder a un golpe nuclear.

Putin, por su lado, ha reiterado que tiene en la agenda la posibilidad de una guerra nuclear para el caso de que Rusia se vea enfrentada a una “amenaza existencial”, o sea a “una derrota inaceptable”. En un par de operaciones militares, el ejército de Rusia ha atacado con misiles supersónicos de largo alcance, que fue interpretado como una amenaza “nuclear” a los países limítrofes de Ucrania. En los despachos del Pentágono y del Kremlin, el uso de bombas atómicas “tácticas” es admitido abiertamente. “Funcionarios civiles y militares”, informa Financial Times (28/4), “han participado de juegos de guerra donde el uso armas nucleares tácticas de bajo rendimiento, escala en numerosas ocasiones a intercambios nucleares estratégicos”. Rusia, por su lado, ha advertido que la OTAN está a punto de introducir armas nucleares en el este de Europa, en referencia al sistema misil de defensa AEGIS-Ashorw, que serviría para instalar el misil para lanzar Tomahawk, que lleva cabezas nucleares W-80. Como se ve, los dos bloques en guerra contemplan, sin miramientos humanitarios, la eventualidad de una guerra nuclear.

Rivalidad ‘inter-imperialista’

La Unión Europea desempeña un papel creciente en esta guerra. Luego de un pseudo intento de evitar la guerra, se ha lanzado a ella con vigor, sin por eso dejar de lado las divergencias con Estados Unidos. Alemania ha desplegado más tropas en el este después de EEUU, desde hace décadas. Ha triplicado, en un par de horas, su presupuesto militar, mientras envía armamento a Ucrania desde los países del Báltico y Eslovaquia, principalmente; hay 30 países que están entregando armas a Ucrania (Asia Times, 8/5). Ahora Alemania lo hace desde su propio territorio, aportando el Guepard, el tanque más sofisticado que hay en el stock de las principales potencias. Ha enviado asimismo la artillería autopropulsada, que siembra devastación en un radio de diez kilómetros y no compromete la vida de quienes la disparan. El mundo asiste, nada menos, que al “rearme alemán”. El imperialismo europeo cree ver en la guerra actual la oportunidad de desarrollar una fuerza militar independiente de Estados Unidos, en este caso para “competir” estratégicamente por los beneficios de una derrota de Rusia a manos de la OTAN. El planteo abre una crisis profunda en el bloque imperialista, porque EEUU pretende aprovechar la guerra para monopolizar la dependencia estructural del gas y del petróleo que tiene Europa. El “teórico” de la fuerza militar independiente que debería estrenar la guerra actual, es el francés Macron, quien por estas horas ha ventilado otra “idea” de su cosecha: la formación de una Comunidad Política de Estados Europeos, distinta de la Unión Europea, que reintegraría a Gran Bretaña y sus aliados pero por sobre todo a Ucrania, sin necesidad de recurrir a una adhesión a la OTAN. El bocado de cardenal de esta Comunidad sería la absorción de Rusia en ella, una vez conseguido “el cambio de régimen” que aboga Biden. Es una carnada que el imperialismo europeo ofrece al militarismo y los servicios de seguridad de Rusia – les promete “un lugar” en Europa, en contraste con el ostracismo al que los condenaría Putin.

Un sector decisivo de la burguesía de Alemania que no se deja seducir por estas veleidades geopolíticas, reclama, de su lado, un acuerdo de cese del fuego y una negociación política entre Rusia y Ucrania. Lo acaba de plantear en forma pública y apremiante el directorio de la automotriz VW. Denuncia que, de lo contrario, el desarrollo de su rama de autos eléctricos será aplastado por Tesla, la empresa de Elon Musk, que la viene superando en el mercado internacional. VW y el capital alemán han tercerizado su actividad en gran escala en Europa del este, y la automotriz depende de Ucrania para el abastecimiento de mazos de cables para sus automotores. Planteos similares han hecho la industria química en su conjunto y la Confederación de la Industria. El embargo a la importación del gas ruso podría llevar a la quiebra a la burguesía germana.

La crisis “inter-imperialista” entre EEUU, de un lado, y las potencias de la UE, del otro, se ha manifestado en forma rotunda en la decisión de las gasíferas Uniper, de Alemania, y OMV, de Austria, de aceptar el pago en rublos de las importaciones de gas desde Rusia, a partir del corte del suministro a Polonia y Bulgaria, que se han negado a hacerlo. Hungría y Eslovaquia ya han acordado esa forma de pago y la italiana ENI lo está evaluando. Se trata de una brecha importante en el mecanismo de guerra de la OTAN, porque habilita a Rusia a desarrollar su comercio exterior sin recurrir al dólar. Es lo que le permite mantener las puertas abiertas con numerosos países, en especial China e India. En el imaginario de Putin, esta brecha le permitiría financiar una guerra de desgaste en el terreno. Pero China no puede acompañar a Rusia mucho tiempo por este camino, debido a su entrelazamiento financiero y comercial con Estados Unidos y Europa, que además afectaría su proyecto de inversiones –la Ruta de la Seda. La posibilidad de un bloque geopolítico del Asia Central, como insinúan las inversiones en infraestructura entre China y Rusia, enfrenta obstáculos insuperables.

La guerra de la OTAN contra Rusia es un aspecto de la guerra en ciernes por el control del ámbito asiático. La guerra actual se conecta a nuevos capítulos cada vez más devastadores, y no puede ser entendida sino en su conjunto.

Un artículo de dos macristas, en Clarín (4/5), ilustra la intención de un sector de la burguesía local de insertar a Argentina en la guerra mediante la provisión de alimentos y, potencialmente, de combustibles (Vaca Muerta) a Europa, para sustituir a Rusia. Es lo que, según el periodista Carlos Pagni, explica el viaje en curso de Alberto Fernández a Francia y Alemania. Simultáneamente, sin embargo, el brasileño Bolsonaro ha propuesto revitalizar el Brics, la alianza de Brasil, India y Sudáfrica con China y con Rusia. Quien asegure que la guerra no ha penetrado en América Latina, obviamente se hace el distraído. En este contexto, un sector del kirchnerismo acaba de lanzar la iniciativa de incorporarse al Brics. Argentina, de todos modos, no puede decidir nada en la cuestión de alimentos, cuya exportación monopolizan media docena de multinacionales, y tampoco sobre combustibles, que son explotados, mayoritariamente por compañías extranjeras.

La guerra prolongada

Dadas las posiciones en litigio, ningún observador vislumbra un acuerdo de cese del fuego. Las sugerencias de Zelensky en este sentido fueron vetadas por Biden; la independencia de Ucrania no se manifiesta en los hechos. El desgaste militar y político de la invasión rusa es incuestionable. Incluso la ocupación de toda la franja costera del Mar Negro hasta Moldavia avanza con lentitud y con retrocesos, y con un número enorme de víctimas civiles y destrucciones materiales. El potencial ofensivo de Rusia está exhausto; la prolongación de la guerra acentuará este agotamiento. El propósito del ejército ruso no es conquistar políticamente a la población sino aterrorizarla, como ya lo hiciera en las guerras en el Cáucaso norte; en esto sigue la escuela del stalinismo y, antes, del zarismo. La Duma de Rusia ha votado la anexión de la región del Donbas, a la cual le atribuye un derecho a la autodeterminación en ese sentido. La izquierda rusófila ha dado su apoyo a este atropello, que, por sobre todas las cosas, divide a la clase obrera de los dos países y acentúa los enconos nacionales. Esta aparente renuncia a anexar la totalidad de Ucrania, no le evitará a Putin la prosecución de la guerra de la OTAN. Biden juega, como alternativa a una derrota militar de Rusia, a un “replay” del acoso de Reagan contra la burocracia de Gorbachov, en la década del 80 del siglo pasado, a la que obligó a capitular mediante una acentuación de la carrera armamentista. La guerra, entendida como una unidad de operaciones militares, guerra económica y ofensivas políticas, se habrá de acentuar, así como la posibilidad de escaladas en todos los frentes, incluido el nuclear.

Vigencia del internacionalismo socialista

Un sector del “troskismo” democratizante acaba de escribir que propicia o desea “la derrota militar” de Rusia. Es decir que aboga por la victoria de la OTAN. El texto no aclara si incluye en esa “derrota” a una confrontación nuclear. Una mayoría de observadores coincide, sin embargo, junto con Putin, en que si el ejército ruso fuera derrotado en territorio ucraniano, existe el peligro de una represalia nuclear. Los “juegos de guerra” de la OTAN no excluyen el uso de bombas atómicas “tácticas”. El mencionado planteo “derrotista” no tiene nada que ver con el “derrotismo revolucionario”, a favor de la derrota de todas las potencias capitalistas envueltas en una guerra mundial, en este caso la OTAN.

Si la izquierda democratizante tuviera posiciones parlamentarias en los países de la OTAN, votarían los aumentos de presupuestos (“créditos de guerra”) de los gobiernos burgueses de todos los países, tanto de la OTAN como Rusia.

El planteo “derrotista” contra las guerras imperialistas significa promover la confraternización entre las tropas de los estados rivales, en este caso, primordialmente, la de las rusas con las ucranianas, contra sus respectivos gobiernos imperialistas o pro-imperialistas o agentes del imperialismo, o sea, por su derrocamiento. Para eso debe existir un partido en acción, que desarrolle una agitación subversiva contra la guerra imperialista. Las guerras imperialistas no tienen, para los trabajadores, salidas militares sino políticas y revolucionarias. Una victoria de la OTAN sobre Rusia ampliaría el campo de la guerra al Asia Central en general y a China en particular. Una victoria de Rusia no sería más que un intermedio hacia otra guerra aún más letal, incluido un compromiso insostenible con la OTAN. La “lucha” de Putin contra la OTAN se realiza en función de los intereses de una oligarquía “sui generis” de carácter capitalista y parasitaria, así como de la opresión nacional y del sojuzgamiento de la clase obrera.

Putin no defiende el “ex espacio soviético” (Ucrania, Bielorrusia, Asia Central) contra el imperialismo y el capital financiero, entendido como un residuo intransferible de pasado “socialista”. Tanto los servicios de seguridad como la oligarquía rusas han convertido a esos “espacios” en capitalistas, sin ninguna connotación soviética. No es lo mismo haber defendido, en el pasado, a los estados obreros en forma incondicional contra el imperialismo, que hacer lo mismo con quienes se han convertido, por arte de la manipulación, en “ex estados obreros”, cuando se trata de estados capitalistas.

El lugar histórico de la guerra presente es que pone en evidencia la irremisible decadencia del capitalismo y su tendencia a guerras de destrucción incalculables, incluso por referencia a un pasado de holocausto. La catástrofe de la sociedad humana solo puede ser evitada mediante la destrucción de la dominación del capital a escala internacional. En todos los países del mundo, sin excepción, pone en la agenda política la agitación socialista y revolucionaria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Author: Jorge Altamira

Dirigente histórico del Partido Obrero (Argentina)