La cuestión de la guerra en 2020

Hace varios meses, Nouriel Roubini se había hecho notar por una evaluación de los factores que podrían desatar un estallido financiero internacional. La notoriedad que alcanzó por su previsión minuciosa de la crisis que estalló a partir de junio/julio de 2007 y culminó en la virtual parálisis del mercado financiero internacional, en septiembre de 2008, cuando fue a la quiebra Lehman Brothers y se produjo el rescate de último momento de la mayor aseguradora del mundo, AIG. Esa notoriedad generó una cierta expectativa con relación a sus nuevas previsiones. El nuevo escenario que dibujaba Roubini enumeraba un agravamiento de la guerra económica entre Estados Unidos y China, una quiebra de las relaciones entre Gran Bretaña y la Unión Europea con motivo del Brexit, el bombardeo de Irán por parte de Trump y, por último, para sorpresa de muchos, una ruptura de Argentina con el FMI. En ese momento no podía imaginar una pandemia de coronavirus.

Ahora, en un artículo que reproduce Clarín, bajo un titular convencional (“Los riesgos y desafíos globales del 2020”), la preocupación de Roubini por descifrar el detonante de un estallido financiero, se convierte en la descripción de una (tercera) guerra mundial. Gran parte del análisis elabora por su cuenta lo que son las hipótesis de guerra de los estados más importantes y de varios de la periferia. A Roubini ya no le preocupan la bulla inmobiliaria en varios países, el default de la deuda estudiantil norteamericana (dos billones de dólares), ni el cúmulo de deuda que supera el flujo de fondos que recibe el 35% de las compañías internacionales de distinto porte. Tampoco el corte de financiamiento que ha sufrido en varias ocasiones el mercado interbancario, especialmente el neoyorquino. Ahora le entra en forma directa al “desafío global de EEUU”, por parte de China, Rusia, Irán y Corea del Norte, y al “esfuerzo” de Trump por gatillar el cambio de régimen en esos cuatro países.

“Cambio de régimen”

Desde la guerra del Golfo, en 1990, y el asalto a Yugoslavia un poco después, el eufemismo “cambio de régimen” desató varias guerras – Afganistán, Irak, Libia, Yemen, Siria, y algunos golpes internacionales, como el que alistó a Ucrania con la OTAN y la contrarréplica de la ocupación de Crimea por parte Putin. Guerras para producir cambios de régimen y nuevas guerras, y cambios de régimen para crear las condiciones favorables para emprender una guerra. Las sanciones económicas, los embargos y los bloqueos se han convertido en las armas predilectas para la preparación política e internacional de la guerra. El propósito de “gatillar cambios de régimen” en Rusia y China constituye de por sí una declaración de guerra. No es un secreto que el Pentágono ha declarado a esos dos países “rivales estratégicos”.

La impresión de que Roubini no habla solamente por cuenta propia, sino que se hace cargo de una operación del ‘establishment’ consagrado a la guerra, se ve en que no descuida la crisis política que atraviesa Estados Unidos, que él atribuye a operaciones de sus rivales internacionales – del mismo modo que Piñera adjudicó la responsabilidad del levantamiento popular en Chile a “agentes de Maduro”. Es claro que una acentuación de la lucha de clases en Estados Unidos y un reforzamiento de las luchas por derechos civiles y políticos, debilitan la capacidad del capital financiero y la derecha para llevar a los norteamericanos a la guerra. Trump ha alentado a los grupos fascistas en EEUU a actuar en forma más abierta y agresiva, mientras sus emisarios procuran anudar un frente internacional con la derecha europea y latinoamericana.

El bloqueo casi completo contra Venezuela forma parte de una estrategia internacional. Lo mismo ocurre con la presión política sobre los países que tienen un comercio activo con China y son receptores de inversiones chinas. Roubini pone la mirada en las elecciones generales en EEUU de este año, y advierte contra “una ruptura del sistema político”. Por eso no se cuida en anunciar “que 2020 podría ser un año crítico (…) debido a la elección presidencial. En este punto Roubini se supera a sí mismo, porque atribuye a China y a Rusia la intención y la capacidad de producir un “cambio de régimen” en su propio país de adopción –EEUU. Despojados de sus ambiciones ‘comunistas’, rusos y chinos podrían, por fin, subvertir a los Estados Unidos mediante una suerte de quintacolumna. Si el estado más poderoso del planeta no es capaz de cuidar su sistema informático, qué esperanzas tiene el resto del mundo de proteger el suyo de la infiltración norteamericana. La mentalidad macartista ha sobrevivido a la ‘guerra fría’, por la sencilla razón de que no tiene su origen en ella, sino en la guerra de clase del capital contra la clase obrera.

Irán

Roubini vuelve a anunciar una escalada bélica contra Irán, hasta “una guerra en escala completa”, para “los próximos meses” – “este año”. La vía libre dada por Trump a Netanyahu para anexar los territorios ocupados constituye un preparativo político para esa guerra –como antes el asesinato del líder militar iraní, Husseín Soleimani. El régimen de los ayatollas se encuentra debilitado por las sanciones económicas y por la política de ajuste contra el pueblo, que antecede a esas sanciones. En las elecciones parlamentarias recientes votó menos del 40% del padrón. La firma de un tratado con los talibanes en Afganistán, vecino de Irán, constituye sin duda un nuevo revés histórico del imperialismo yanqui, derrotado con las armas por la milicia de un pueblo atrasado, pero constituye al mismo un reaseguro para un ataque militar contra Irán – que, en 2001, colaboró con la ocupación norteamericana de Afganistán y, en 2003, con la de Irak. De todos modos, la guerra en Afganistán continúa, en la medida en que el gobierno títere instalado por los yanquis sigue en su lugar. Un ataque a Irán pondría en llamas al Medio Oriente, pero de acuerdo a los politólogos, le daría la victoria electoral en noviembre a Trump. Mientras esto puede ser utilizado para imprimir un giro a la derecha en la situación política norteamericana, el balance de fuerzas en el país también podría precipitar a EEUU a una situación pre-revolucionaria, que Roubini tiene inscripta en su radar cuando dice: “Con el electorado ya polarizado, no es difícil imaginar partidarios armados tomando las calles para desafiar los resultados, lo que llevaría violencia grave y caos”. Hay “sospechas sobre el escrutinio”, escribe.

China

Con relación a China, el hombre que previó la última crisis financiera hace la siguiente previsión. “Para el próximo año, el conflicto EEUU-China podría haber escalado desde una guerra fría a una casi caliente”. Contra toda evidencia, Roubini atribuye la iniciativa de una escalada a China, apremiada por conflictos internos, que ahora se agudizan con las cuarentenas de centenares de miles de habitantes debido al coronavirus. China no inició siquiera la guerra de Corea de 1950, como le atribuye la literatura anti-comunista; recuperó Hong Kong y Macao sin disparar un tiro, aunque con un cohete más eficaz – la promesa de restaurar el capitalismo en China. Roubini sí señala las conspiraciones anti-chinas en Hong Kong, Vietnam y en Taiwán y el patrullaje de la flota norteamericana en el mar de China.

Llama la atención que a Roubini se le escapa la ausencia de acuerdo en el capital financiero de Estados Unidos acerca de una guerra con China. Es cierto que la expectativa de una colaboración entre el capital internacional y la nueva burguesía en China ha entrado en crisis – las grandes compañías colaboran con el gobierno en el desarrollo tecnológico que desafía a Estados Unidos. Pero la restauración capitalista en China no puede progresar en términos autárquicos, como tampoco el famoso “socialismo en un solo país”. La competencia entre monopolios capitalistas lleva necesariamente a la guerra, y más aún, a la necesidad de copar mercados ‘emergentes’ – el más importante es China. Pero el alineamiento de fuerzas en una guerra no se encuentra aún determinado. Lo que todo esto demuestra, en todo caso, es que la restauración capitalista no es un proceso ‘pacífico’, sino todo lo contrario.

Turquía-Siria

Donde la guerra puede adquirir enormes proporciones, no en 2020 sino en este mes de marzo, es de nuevo en Siria, donde Turquía, luego de aliarse con Rusia contra la OTAN, ahora reclama el apoyo de la OTAN contra Rusia, para retener su presencia en el norte de Siria, con la mira puesta en extender su dominación en el norte de Irak y participar de la explotación petrolera en el mar Egeo. Las combinaciones diplomáticas de Putin han saltado por los aires, porque ahora es Rusia que se encuentra empantanada en el extranjero desde hace cinco años. El oleoducto construido para transportar petróleo por Turquía y el mar Negro, sufrirá las contingencias de la guerra, como ocurre con el que construye en el Báltico, abandonado por las compañías extranjeras por las presiones de Trump. Putin ha asistido a Bashar al Assad para recuperar territorio sirio ocupado por fuerzas islámicas armadas por yanquis, franceses y turcos, pero ahora se ve ante una crisis de la cual solo puede salir reculando – o atacando a Turquía. Situación ideal para Netanyahu, que ha obtenido de Putin el derecho a bombardear el sur de Siria, contra milicias libanesas e iraníes. Asistimos a una guerra en desarrollo, con una poderosa fuerza expansiva, no solamente a un pronóstico geopolítico. El ataque que Roubini anuncia contra Irán, e incluso un cambio de régimen, se desarrolla en un escenario que va de Asia central a los Balcanes, y que ha vuelto a provocar una oleada de migrantes desesperados, a quienes todos los estados le cierran las fronteras.

Guerra y Revolución

La guerra y la revolución son hijas de un mismo proceso histórico, el agotamiento o decadencia del capitalismo. La guerra es el fascismo, la revolución el gobierno de trabajadores. La clase obrera debe debatir la cuestión de la guerra, que está en estado avanzado de preparación, como lo ilustra el artículo de Roubini. La guerra pone fin a la fantasía progresista, que se predica como posible bajo este capitalismo moribundo, y de la democracia, cuya decadencia Roubini no analiza ni comprende, pero que la describe con hechos puntuales. La capacidad destructiva sin precedentes de las armas modernas no aleja la posibilidad de la guerra, que el capitalismo pretende hacer más brutal aún perfeccionando el arsenal que ya posee.

La guerra es también el fenómeno internacional por excelencia. La clase obrera no puede enfrentarla sin construir su propia organización internacional –obrera y socialista.

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Dirigente histórico del Partido Obrero (Argentina)

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Author: Jorge Altamira

Dirigente histórico del Partido Obrero (Argentina)