Adónde va Venezuela

La intentona golpista de Guaidó, en Caracas, el pasado 30 de abril expuso un cuadro de fragmentación política excepcional en todos los campos en disputa. En lo que hace al campo imperialista se vio enseguida que el operativo sólo contaba con el apoyo del clan de Trump, la gusanería del estado de Florida y Bolsonaro y Macri – afuera había quedado el conjunto del ‘establishment’ norteamericano, los gobiernos de la Unión Europea y los militares brasileños. El ex comandante del ejército de ocupación en Haití (Minutash), Augusto Heleno, que ocupa ahora el puesto de ministro de Seguridad Institucional del gobierno de Brasil, uno de los primeros en dar el reconocimiento diplomático al “encargado” Guaidó, despreció la asonada “por no contar con los apoyos necesarios en la cúpula de las Fuerzas Armadas” El vicepresidente, Hamilton Mourao, denunció “precipitación” (Clarín, 2.5), aunque advirtiendo que “no hay marcha atrás”. De la caracterización de Heleno se desprende que ve disponibilidad golpista de parte de lo que que llama “la cúpula” militar de Venezuela, en tanto Mourao aboga por una preparación más adecuada. De acuerdo al Washington Post (1.5), los planes golpistas se precipitaron ante la evidencia de que estaban en conocimiento del gobierno. En declaraciones a la Folha de Sao Paulo (1.5), Heleno precisó que la participación de militares (del Servicio de Inteligencia) junto a Guaidó, “elevó el nivel de la crisis”. La prensa brasileña contrasta la posición crítica hacia el golpe improvisado de parte del gabinete militar de Bolsonaro con el apoyo incondicional que dio la Cancillería, en la misma longitud de onda de Trump. La participación de Patricio Figueras, de la Guardia Nacional de Venezuela, jefe del Sebin, en la primera línea del golpe y en la liberación del líder golpista Leopoldo López, es tomada como una señal de fractura potencial en el Ejército.

La salida golpista no es aceptada por la Unión Europea, que también reconoce a Guaidó, sin reparos. La UE se ha tomado en serio la advertencia de Trump de que Venezuela es la primera escala de un trayecto para acabar con Cuba. Como quiera que el gobierno castrista se ha trazado una ruta de restauración capitalista, por la vía de inversiones extranjeras y privatizaciones estratégicas, los gobiernos de la UE ven en el ataque a Cuba un perjuicio extraordinario para sus intereses (grandes inversiones en Cuba) – en el marco de una guerra económica de mayor alcance, incluida América Latina. El capital europeo pretende poner fin a la experiencia chavista sin por ello entregar a Venezuela y América Latina al capital norteamericano. La oposición al golpismo de Trump encuentra en España a su vocero más estridente, el principal inversor en Cuba y de mucha importancia en AL – que se refuerza ahora por la victoria electoral del PSOE y la derrota sin atenuantes del Partido Popular. En un plano más general, Trump enfrenta incluso una oposición al interior de Estados Unidos, al punto que el diputado gusanero Bob Menéndez se ha manifestado contra toda salida que pueda implicar una acción militar de parte de Estados Unidos. Esta línea de fractura es lo que explica la división política en el gobierno de Brasil, donde la posición pro-yanqui incondicional de Bolsonaro es contrastada por la camarilla militar, más en onda con los ‘intereses nacionales’ de Brasil. Macri se ha subido, peligrosamente sin embargo, al carro del golpe, con la expectativa de mejorar su derrumbe electoral, azuzando el desplome social y económico de Venezuela. Nadie le avisó, por lo que parece, que un ataque norteamericano a Venezuela suscitaría, como advierten incluso muchos derechistas, una ola antiimperialista en toda América Latina.

Impasse e inmovilismo

La fragmentación del régimen político venezolano no le va a la zaga de sus enemigos – apenas disimulada por un inmovilismo catastrófico. Con una inflación del 90 mil por ciento anual; una caída del 60% del PBI en seis años; y un derrumbe del salario real del 95%; la ausencia de una vía de salida coloca al régimen bajo un volcán. En este cuadro, Maduro y compañía sigue pagando una parte importante de la deuda externa (a China y Rusia desde las sanciones de Trump), y desarrolla una política de subsidios al petróleo y la electricidad por decenas de miles de millones de dólares (Manuel Sutherland, en Nueva Sociedad). Los signos de alguna estabilización económica son, paradójicamente, preocupantes, porque implican una progresiva dolarización monetaria – al punto que el dólar se cotiza en el mercado negro por debajo del oficial. Una reconversión monetaria en el nivel actual del salario real desataría una enorme reacción popular, o sea que es políticamente inviable para el madurismo. El impasse frente a este derrumbe social representa una bomba de fragmentación para todo el régimen político, que de ningún modo puede ser rescatado por un sistema de corrupción institucional en la cabeza del Estado.

La fragmentación oficialista se manifestó en la demora para reaccionar ante el golpe reciente. Más allá de esto, se manifiesta en la aceptación de un doble gobierno, y un apoyo internacional al golpismo. La figura constitucional de “sedición” ha desaparecido en el sistema estatal. El goteo de deserciones militares pone al alto mando ante el desafío de definir una salida política. A través de fragmentos de la prensa se observa que todo el mundo negocia con todo el mundo. Guaidó representa una minoría en el campo opositor; la Asamblea Nacional, dominada por la derecha, nunca lo votó para una presidencia que Guaidó tuvo que autoproclamar. En este ajetreo participan activamente dos potencias, Rusia y China, que negocian abiertamente con la UE y Trump una salida por encima del gobierno y el pueblo de Venezuela.

Es claro que Venezuela se ha convertido en un escenario destacado de las disputas internacionales. Putin se enfrenta a la necesidad de obtener un juego de toma y daca, o sea concesiones recíprocas, para preservar un poder de veto relativo en Ucrania, los Balcanes y su vecindario musulmán, y obtener el levantamiento de las sanciones económicas internacionales. Es desde esta posición que aborda la crisis en Venezuela. China es diferente, porque su prioridad son las inversiones en rubros estratégicos: ha logrado incorporar a su plan de obras de la llamada Ruta de la Seda a una mayoría de estados latinoamericanos – incluidos los que militan para derrocar a Maduro, a pesar del veto de Trump. Históricamente, estos conflictos de intereses han desembocado en salidas violentas, porque sólo la fuerza es capaz de medir la capacidad de unos y otros para imponer sus posiciones. El régimen madurista ha venido intentando, sin éxito, un entendimiento con la mayor parte de la oposición gorila o escuálida, que está obligado a repetir a pesar de su reiterado fracaso. Esta tentativa de entendimiento sea convertido en tendencia regional, como lo demuestra la crítica atemperada al golpismo, cuando no el silencio, como ocurre con Cristina de Kirchner – y el apoyo abierto del vocero del Peronismo Federal, Miguel Pichetto.

Una salida a estos fracasos de acuerdos podría concluir, en Venezuela, con un gobierno militar bonapartista o semi-bonapartista, dependiendo del apoyo que logre en el plano internacional. Maduro es incapaz de poner fin a la sedición de Guaidó y tolera y encubre su agitación sediciosa, organizada por Trump, incluso después del intento de tomar el cuartel de La Carlota, el martes pasado, porque no tiene ningún plan para salir de la catástrofe de Venezuela y porque no cuenta con el apoyo político del mando militar.

Perspectivas

Este escenario de conjunto tiene consecuencias fundamentales para determinar una política que responda a los intereses históricos de la clase obrera y las masas. La iniciativa golpista de Trump y su política de bloqueo a Venezuela y la que anuncia reforzada contra Cuba, no se desenvuelven en forma aislada sino en el marco de una confrontación de alcance internacional, que mina, en última instancia, al conjunto del sistema capitalista. La lucha contra el golpismo yanqui necesita estar entrelazada con una estrategia; el régimen actual ha sumido a las masas en la desesperación. Es necesario explicar a los trabajadores que su destino social no va a ser resuelto por las llamadas salidas ‘democráticas’ en las que se escuda el imperialismo. Que la crisis en Venezuela es un aspecto de la crisis del capital internacional y que se manifiesta en el conjunto de América Latina. Que con independencia del ritmo en que se desarrolle o las salidas provisorias que encuentre, se está desenvolviendo una crisis histórica que va a tomar la forma, necesariamente, de situaciones pre-revolucionarias y revolucionarias. Que por este motivo ocupa un primer lugar la construcción de partidos obreros dispuestos a desarrollar una conciencia revolucionaria acerca de la catástrofe que se cierne.

2 de Mayo 2019

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Dirigente histórico del Partido Obrero (Argentina)

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Author: Jorge Altamira

Dirigente histórico del Partido Obrero (Argentina)