A 78 años del asesinato de León Trotsky, reproducimos el presente artículo de Jorge Altamira, publicado en Prensa Obrera número 1142, de agosto de 2010
Cuando la pica de un asesino sin paralelo ponía fin, hace setenta años, a la vida de León Trotsky, se producía el crimen de lesa humanidad por antonomasia. El ingreso de la humanidad a la mayor barbarie de su historia exigía el aniquilamiento de todos aquellos verdaderamente capaces de ponerle un fin por medio del arma ya probada de la revolución proletaria.
El asesinato de Trotsky tiene lugar en un definido cuadro contrarrevolucionario mundial: las victorias del fascismo, el franquismo, el nazismo y el stalinismo. Estamos en las postrimerías del pacto Hitler-Stalin y en las vísperas de la invasión hitleriana a la Unión Soviética – el escenario de la primera gran revolución obrera de la historia. La escuela del asesino de Trotsky son los crímenes contra los revolucionarios anarquistas y socialistas cometidos por el stalinismo (en primer lugar, Victorio Codovilla, jefe del partido comunista de Argentina), para evitar un segundo Octubre en la España revolucionaria. Antes la victoria del franquismo que una segunda revolución proletaria – que efectivamente hubiera bloqueado la segunda guerra mundial y cambiado el rumbo de los acontecimientos. Destrozar los cerebros de la revolución curtidos por cuatro décadas de lucha revolucionaria se había transformado en la tarea urgente de la contrarrevolución internacional. Para allanar el camino a la guerra, había que destruir antes a quienes podían transformarla en una guerra civil internacional. Ninguna ‘comunidad internacional’ se alzó entonces para declarar la imprescriptibilidad de esos crímenes, los más imprescriptibles de todos porque no serán zanjados en los tribunales de justicia sino en los campos de batalla de la historia. En los años 36-38, Stalin acababa con todo el comité central viviente que había dirigido la revolución de Octubre. La mueca de la historia, implacable ella, había puesto al frente de los tribunales al mismo Vischinsky, un ex menchevique, que en marzo de 1917 había pedido la captura de Lenin (para su eventual fusilamiento) bajo la acusación, en plena guerra, de agente alemán. Este verdugo de todas las estaciones alcanzó su obsesión dos décadas más tarde bajo la batuta de Stalin. El asesinato de Trotsky no ocurrió fuera del tiempo y el espacio sino en condiciones políticas precisas, cuando, solo, se erguía como el último baluarte de la revolución contra la barbarie en marcha de la ilustrada burguesía internacional. El asesinato de Trotsky – el único que previó el holocausto judío apenas Hitler venció, sin resistencia, al proletariado alemán por culpa de sus organizaciones- es una pieza política fundamental en el engranaje de la guerra mundial. Esta es la caracterización siempre ausente en el elogio que le prodigan sus epígonos y en los insultos de quienes temen más que nunca su legado. En la pelea contra su asesino hasta capturarlo, Trotsky emerge, hasta su último suspiro, como el gigante del proletariado revolucionario.
Un siglo
Con León Trotsky desaparece la última figura de intelectuales y organizadores revolucionarios socialistas, que debuta con Carlos Marx y las revoluciones europeas de 1848. Durante cien años, la historia del proletariado tuvo su epicentro en Europa y la guía del marxismo. Fue un siglo de discontinuidades, de choques ideológicos y de escisiones históricas – pero cada fase de ellas, así como sus protagonistas, tenía por referencia al marxismo. Con la ventaja de la perspectiva que da el tiempo, sabemos que en los 70 años posteriores no surgió ningún intelectual-organizador de la talla de Trotsky, Lenin, Rosa Luxemburgo o incluso Gramsci (que se esfuerza por pensar como marxista en la celda del fascismo, hostilizado por el stalinismo). Se produce, desde los ’40, una laguna histórica en la proyección del marxismo. Este pasa al campo académico, donde siempre había sido rechazado, y abandona la lucha de partido, con lo cual pierde su condición revolucionaria – la academia interpreta la historia pero no pretende transformarla (y la mayor parte de las veces no pasa de una interpretación de textos, algo así como el onanismo intelectual, por lo que ha hecho un culto del repudio a la construcción de partidos revolucionarios). Sin temor al ridículo, el intelectual de centroizquierda se presenta como una ‘variante del marxismo’ y hasta como ‘posmarxista’. Las discusiones entre grupos o partidos, por su lado, se fueron convirtiendo en bizantinas, por eso degeneran rápido en escisiones estériles. El proletariado de los países industriales pierde el protagonismo mundial que lo caracterizó en los cien años previos. Se producen interregnos (el mayo francés, el otoño italiano), pero tampoco bajo la influencia del marxismo. Los levantamientos coloniales proyectan un nuevo tipo de dirección política, cuyo lado más débil, el ideológico o programático, conquista a la intelectualidad pequeño burguesa. Es lo que aún ocurre, por ejemplo, con los movimientos que plantean limitar la globalización o con el chavismo. Las esfuerzos gigantescos que ha realizado el proletariado desde su ingreso en la historia para emanciparse como clase y las enormes derrotas que siguieron a sus tentativas más osadas han dejado huellas profundas en su conciencia – que los académicos atribuyen a lo que llaman “los treinta años gloriosos” de recuperación del capitalismo en la posguerra, como si a partir de los aún “más gloriosos”, desde 1850 a 1914, o aun de 1890 hasta la primera guerra, la clase obrera no se hubiera afirmado como una clase con conciencia histórica propia y forjado enormes organizaciones socialistas.
Necesitamos nuevos Trotsky. Para ello deberán recoger el desafío de comprender el alcance histórico de la bancarrota capitalista mundial (y dejar de lado a los que esgrimen frustraciones pasadas para deshojar la margarita sobre su perspectiva), así como el de la entrada en escena de los nuevos contingentes gigantescos del proletariado de Asia – y pulir las armas para una lucha revolucionaria que deberá ser decisiva. Como siempre, el proletariado más joven reanimará las fuerzas de los más antiguos. Marx ya había señalado que el proletariado deberá aprender de sus derrotas; que el trabajo de la historia es, muchas veces, extremadamente lento, observaba Trotsky; que a cada derrota hay que oponer un nuevo comienzo. Nos apropiamos efectivamente de la consigna de Rosa Luxemburgo: Socialismo o Barbarie.
De pronósticos y perspectivas
El punto de partida inconmovible de una estrategia revolucionaria es la caracterización de la declinación o decadencia del capitalismo. Esta ha sido la base fundamental de los planteos de Trotsky, como antes fueron los de Lenin y Luxemburgo. El estadio actual de la humanidad confirma esta tesis. Al lado de la bancarrota mundial se desenvuelven guerras cada vez más atroces y se anuncian otras aún peores. La declinación irreversible del capitalismo es la base histórica de la revolución social.
Los últimos treinta años fueron testigos, sin embargo, de un proceso aparentemente inverso: la restauración del capitalismo en aquellas naciones en que el capital fue expropiado por medios revolucionarios. Para un trotskista es un lugar común decir que se trata de la confirmación de uno de los pronósticos condicionados más brillantes de Trotsky. Durante medio siglo, sin embargo, el 90% de los trotskistas ignoró este pronóstico. Ahora lo reivindica como ocurre con un hecho consumado. Pero como ocurre con los pronósticos realmente fundados, éste se ha confirmado a su propia manera. Los epígonos lo repiten sin entenderlo.
Es incuestionable que la restauración capitalista ha abierto un campo enorme a la expansión del capital mundial, pero al mismo tiempo ha acelerado el desenvolvimiento de la crisis mundial del capitalismo. China es un mercado para el capital mundial, pero al mismo tiempo un factor de agudización de la rivalidad capitalista y de potenciación de la sobreproducción. La restauración ha ampliado el campo de operaciones del capital al mismo tiempo que la proyección de su crisis, pero además ha ampliado también el campo de la revolución mundial por medio de la creación veloz de un proletariado enorme y de la confiscación de las masas campesinas. Es cierto, asimismo, que el Estado chino ha pasado a girar en la órbita del capital financiero, pero la restauración no tiene lugar en un marco colonial, como ocurría en el pasado, sino bajo el arbitraje de un Estado surgido de una revolución que conserva la unidad nacional que fuera destruida, en el pasado, durante dos siglos. La restauración capitalista en China ha sido forjada por un compromiso entre la burocracia y el imperialismo – no por una imposición unilateral de éste, como hubiera ocurrido en las condiciones históricas en que Trotsky formuló su pronóstico para la URSS. En el caso de ésta, la restauración ha sido incluso mucho más catastrófica, pues a diferencia de China ha lanzado al país al subdesarrollo. La burocracia ha reemplazado, con la restauración, la pretensión de construir “el socialismo en un solo país” por las ventajas de la integración al mercado mundial; se ha desembarazado de su “utopía reaccionaria”, no como resultado de una revolución, sino de una contrarrevolución. Ha zafado de un nuevo colonialismo para ingresar a una dependencia financiera que la condena a la alternativa entre caer en ese colonialismo o salir por medio de la revolución social. La restauración capitalista ha resultado, en definitiva, en una combinación especial de las tendencias analizadas en el pronóstico de Trotsky. Sin embargo, esta misma combinación particular, que permite presentar a la restauración como un éxito en lugar de una catástrofe, demuestra que su tendencia de conjunto no va en el sentido de darle al capitalismo un segundo empuje histórico sino de agudizar sus contradicciones mortales y reabrir la perspectiva de la revolución social.
La V Internacional
No ha pasado un año de su anuncio y la V Internacional chavista ya es un embuste. En su pretensión de superar a la IV Internacional, proclamada por Trotsky, fue apoyada por trotskistas de `fuste`, como El Militante de Alan Woods, el NPA de Krivine-Beçansenot y varios morenistas locales. El inspirador de la maniobra, Hugo Chávez, se está abrazando por estos días con un verdugo de los colombianos para establecer ‘una seguridad democrática’ en la frontera común. Esta V nonata viene al caso para entender por qué León Trotsky consideró la fundación de la IV Internacional como una tarea imprescindible e histórica. Se trataba de defender con los últimos recursos la mayor conquista del proletariado mundial, el internacionalismo, ante una perspectiva histórica incierta, entre la barbarie y la posibilidad de una nueva revolución social. La IV Internacional tiene un lugar histórico único – dejar a las generaciones siguientes los instrumentos más desarrollados del proletariado mundial en las vísperas de una tragedia. Ha sobrevivido como programa, o sea como orientación estratégica, a toda clase de alternativas y tentativas. Es obvio que su apuesta histórica sigue abierta; no realizó sus objetivos en 80 años, pero sigue presente en miles de militantes en el mundo entero, muchísimos más de los que la fundaron, y lo que es más importante, como única representación conciente del socialismo revolucionario. Es necesario que se zambulla sin reticencias en la crisis mundial y en las luchas y levantamientos que surgirán de ellos inevitablemente.
El Programa de Transición
El proletariado de todos los países no podrá encarar los desafíos que plantea la bancarrota mundial si no se apropia del programa de transición, el programa de fundación de la IV Internacional. No salió de la nada – fue el resultado de dos décadas de lucha en las condiciones de la bancarrota mundial precedente, la que partió del fin de la primera guerra hasta el comienzo de la segunda. Cada una de sus reivindicaciones tiene un acta de nacimiento en el combate. El núcleo poderoso de este programa es el siguiente: cuando la humanidad parece encontrarse en una situación sin salida; cuando el capital proclama que la única salida deberá ser pavimentada con el sacrificio sin precedentes de millones de trabajadores; en circunstancias semejantes, el programa de transición señala la salida y todos los caminos que conducen a esa salida. El programa de transición señala las reivindicaciones co-ti-dia-nas (esto es lo fundamental) que permite a la clase obrera oponerse a las exigencias de sacrificios del capital y oponer medidas de salida a la crisis a cada una de estas exigencias. Arma al proletariado, en primer lugar, para una lucha diaria, frente a conflictos parciales, para toda ocasión de enfrentamiento. Pero, a diferencia del reformismo vulgar, señala el camino a seguir ante la resistencia inevitable del capital ante cada una de las reivindicaciones obreras; o sea que al método para abordar la crisis desde el punto de vista de las masas, le suma, en íntima relación, el método para quebrar la resistencia del capital a los reclamos y movilizaciones de los explotados en cada circunstancia de la lucha. Es a partir del desarrollo de esta experiencia que hace emerger la necesidad de la lucha por el poder. Con el mismo procedimiento convoca a todas las organizaciones en lucha a pelear por el poder – a constituir un gobierno obrero y campesino, un gobierno de trabajadores, que realice las reivindicaciones que fueron desarrolladas en el curso de la lucha. Frente a estas organizaciones, el programa presenta a los partidos de la IV Internacional como los consecuentes en la comprensión del objetivo general: el establecimiento de la dictadura del proletariado (este es el sentido que para la IV Internacional tiene el gobierno de la clase obrera) para quebrar definitivamente a la dictadura del capital y al capitalismo.
¿Quién puede negar la actualidad de este programa? Los Trotskys del siglo que se ha iniciado se forjarán por el camino que conduce a su victoria.
Dirigente histórico del Partido Obrero (Argentina)
TODOS LOS TRAIDORES DE LA URSS, VENDIDOS AL CAPITALISMO, LEVANTARON LA FIGURA DEL TRAIDOR TROSTKY. LOS GRINGOS IGUAL. QUE FIGURITA BARBARA EH ! QUE REVOLUCIONARIO MARXISTA -LENINISTA ESE TIO.
HUMBERTO