Luego de la autoproclamación de Guadió en Venezuela orquestado por Trump y el “Grupo de Lima” -Macri, Bolsonaro, Piñeira y Duque-, EEUU y la Unión Europea bloquearon el comercio exterior y las reservas del país en los bancos extranjeros, un mecanismo para ahogar financieramente al régimen de Maduro. La escalada del imperialismo yanqui continuó con la captura de la empresa venezolana que opera en EEUU (Citgo), que controla tres refinerías en ese país. En los últimos días el títere de Trump, Guadió, vociferó que está dispuesto a solicitar la intervención militar de EEUU para que la “ayuda humanitaria” entre a Venezuela. El bloqueo económico y la guerra de rapiña serían el método para abrir un proceso de “elecciones libres y democráticas”. El golpe en curso prepara una violenta privatización de las empresas públicas y un ajuste brutal contra las masas, desmantelando la asistencia social y su traspaso a la iniciativa privada, con la injerencia de los monopolios yanquis.
Bastaría recordar lo ocurrido en Irak, Libia o Siria para dar cuenta del alcance de las destrucciones inimaginables que puede provocar el imperialismo, cuyas consecuencias se extenderían por toda América Latina, en primer lugar hacia Cuba. John Bolton, Consejero de Seguridad Nacional del gobierno de Trump, señaló que existe una ‘troika de la tiranía’ que une a Venezuela, Cuba y Nicaragua, “Estados Unidos desea ver cómo cada punta de ese triángulo cae, en La Habana, en Caracas, en Managua” (El País de Madrid, 10-02). Bolton, asegura que Cuba se ha convertido en una “fuerza de ocupación” en Venezuela.
Sin embargo, las contradicciones de una guerra imperialista sobre Venezuela con el apoyo militar de Colombia y Brasil son enormes. El propio comando del gobierno de Trump está afectado por divergencias, luego de los desastres en Medio Oriente desde las guerras que Bush (hijo) encaró a principios de siglo; el congreso norteamericano se encuentra en debate sobre el retiro de las tropas de Siria y Afganistán. La debilidad del gobierno también se expresa en la pérdida de la mayoría en la Cámara de Diputados: los demócratas (y algunos republicanos) agitan el impeachment contra Trump y aseguran que cualquier intervención militar debe ser aprobada por el Congreso.
A su turno, en el núcleo militar gobernante en Brasil también afloran disidencias donde un ala del ejército se encuentra frontalmente en contra del envío de tropas (Folha do Sao Paulo, 24-01), en el marco de un gobierno fracturado en tres (Mourâo, Bolsonaro y Guedes) que tiene que encarar un ataque de fondo a los trabajadores con la aprobación de la Reforma Previsional. El gobierno de Duque en Colombia, ha vuelto a abrir el frente militar contra las Farc terminando con los ‘acuerdos de paz’. De este modo, las contradicciones que podrían desatar una invasión militar yanqui son imprevisibles, una (o varias) guerras civiles y estallidos populares en toda Latinoamérica.
‘Mecanismo Montevideo’
Temiendo este escenario, en el otro bloque golpista contra Venezuela las principales potencias de la Unión Europea han jugado sus cartas en el reciente cónclave en Montevideo denominado “Grupo Internacional de Contacto”, cuya declaración final (firmada por el gobierno uruguayo) llama a “elecciones libres” buscando una transición ‘ordenada’. La ‘libertad’ de un proceso eleccionario bajo un condicionamiento sin precedentes en la historia moderna de América Latina -reconocimiento de un golpista como presidente, bloqueo y confiscación de los recursos venezolanos- es una total impostura. El planteo esconde su arbitrariedad y sus intenciones reales, porque bajo las condiciones de un bloqueo, el ‘gobierno de transición’ sería, en realidad, un gobierno vasallo.
-estos últimos también piden ‘elecciones libres’. En tanto, el PCU defendió el “mecanismo Montevideo”, pero criticó su declaración; y el promotor de Cosse, Mujica, se declaró a favor de una salida ‘ordenada’ de Maduro del poder. Daniel Martínez también sumó su apoyo a la declaración del Grupo Internacional de Contacto (Radio Montecarlo, 08/02).
Conflicto internacional
Venezuela (y toda América Latina) se ha transformado en un campo de orégano de una disputa internacional. A través de la empresa Rosneft, Rusia ha ocupado un lugar central en la privatización de los yacimientos petrolíferos. Rosneft tiene una participación del 40% en cinco campos de petróleo, retira cerca de 210 mil barriles por día y adquirió el 49,9% de Citgo – lo cual indica que la captura de esa empresa por parte de Trump podría derivar en un conflicto directo con Rusia. Putin también fomentó un enorme negocio con la venta de armas al régimen chavista, e incluso se debatieron los términos para una base rusa en Venezuela (Folha de Sao Paulo, 24/02).
Por su parte, China se ha transformado en el principal financista del gobierno de Maduro, invirtiendo U$S 62 billones entre 2008 y 2018 en proyectos energéticos conjuntos. China es la mayor acreedora de Venezuela, cuya deuda asciende a U$S 23 billones. Mientras que Turquía ha hecho enormes negocios con el oro y la venta de alimentos.
Frente a la arremetida imperialista de EEUU, Rusia, China y Turquía defienden sus posiciones comerciales, financieras y militares conquistadas; como si el conflicto de Medio Oriente se trasladara a América Latina. En estas fuerzas internacionales se apoya Maduro. Por ello, en un intento de mover estas posiciones, Guaidó señaló que respetará las deudas contraídas y los contratos firmados. Algo no muy plausible, dado que lo que está en juego es la apropiación de la principal reserva petrolera del mundo.
Enfrentar el golpismo
Mientras las principales potencias se disputan sus recursos, toda la sociedad venezolana se encuentra desgarrada por un colapso del ingreso. La caída del PBI en el último quinquenio fue del 50%, tiene la envergadura de la regresión ocurrida durante la Gran Depresión en EEUU entre 1929-1932. La estratégica extracción de petróleo se ha reducido a la mitad y el financiamiento monetario del déficit fiscal ha provocado la mayor hiperinflación del siglo XXI. El índice de precios saltó del 300% (2016), al 2.000% (2017) y actualmente saltó a cifras totalmente incalculables; la devaluación fue de un 200% en 2018. La disolución económica es brutal, se recrea el trueque y la escasez de alimentos y medicinas provoca terribles padecimientos cotidianos y la supervivencia depende de redes oficiales de abastecimiento (Claps). La desorganización económica ha sido fogoneada desde el exterior y por la propia ‘boliburguesía’ en la que se apoya el chavismo, que sobrefactura importaciones, transfiere fondos al exterior y se enriquece con la especulación cambiaria y el desabastecimiento. El bloqueo internacional actual agrava este colapso.
La izquierda y los trabajadores de América Latina debemos convertir la crisis venezolana en un foco de movilización internacional para derrotar el golpismo imperialista en su variante militar o negociadora, una lucha que se dirige también contra los gobiernos latinoamericanos cipayos y ajustadores. La lucha contra la intervención imperialista no implica ningún apoyo al régimen de Maduro y a la ‘boliburguesía’, porque debe servir como una vía de salida comandada por los trabajadores.
Frente a la invasión imperialista disfrazada de ayuda humanitaria, le debemos oponer una movilización internacional de las organizaciones populares y derechos humanos para organizar una ayuda humanitaria arrancadas a los Estados y puestas bajo un control independiente.
Fuera yanquis de Venezuela y de América Latina.
Abajo los gobiernos del ajuste y la represión.
Por Congresos de delegados obreros en Venezuela y toda América Latina
Por la unidad socialista de América Latina.