Donald Trump –candidato a la presidencia del conservador Partido Republicano- es un festín para los grandes medios. Ha sido noticia por varios desatinos y exabruptos –por ejemplo la finalización de la construcción del muro fronterizo con México que le haría pagar al propio Estado mexicano, o la pretensión de expulsar a los musulmanes de los EEUU para minimizar el riesgo de ataques terroristas-. Posiblemente este empresario multimillonario devenido en político hace unos años sólo sería posible en una serie televisiva al estilo de “Better call Saul”, el excéntrico abogado de la predecesora “Breaking Bad”. Pero no es un personaje de una serie televisiva, está peleando con Hillary Clinton la presidencia de la mayor potencia capitalista del mundo.
La crisis mundial ha impactado en los EEUU –donde se inició en 2007-2008- de una manera espectacular; ha sumido al Estado en una deuda billonaria en dólares, quebrado empresas y deteriorado fuertemente los ingresos de los trabajadores, a la vez que precarizado enormemente sus condiciones laborales y de vida. Asimismo, los estudiantes universitarios –en donde la educación “pública” no es gratuita- están endeudados fuertemente de por vida. Es decir que la viabilidad del sistema político –sostén de las grandes corporaciones- se encuentra en entredicho. En este panorama de crisis política, económica y social emerge la figura de un “outsider” como Trump.
Con un discurso nacionalista, proteccionista y xenófobo, el multimillonario ha logrado cierto predicamento entre los hombres blancos “americanos” sin una gran instrucción –es decir trabajadores no calificados golpeados por la crisis-. Una situación similar se dio en Gran Bretaña, ese sector social fue el que apoyó fuertemente con su voto el “Brexit”. El discurso de “volver a las fronteras nacionales” a la gran industria estadounidense trasladada a China y México, para dar empleo de nuevo a los “americanos” y dinamizar la economía, tiene su correlato en la manifiesta xenofobia de Trump. El inmigrante ilegal se transforma así en el “culpable” de quitar el empleo a los “americanos”. Esto exime de responsabilidad en la crisis a sí mismo; como gran empresario inmobiliario y del juego es un actor principal en el mercado financiero responsable de la misma.
Esta retórica nacionalista, proteccionista y dinamizadora del mercado interno, choca con la realidad económica del capitalismo en su etapa de declinación. Si las grandes industrias de los EEUU –por ejemplo las automotrices de Detroit- se trasladaron a países dependientes, no fue por apátridas o “antiamericanas”, sino por la necesidad de conservar su tasa de ganancia a costa de la superexplotación de los obreros del sudeste asiático. El traslado de las plantas industriales a los países dependientes responde a la necesidad objetiva de la reproducción ampliada del capital. El pretendido retorno de las mismas y la aplicación de fuertes impuestos al ingreso de mercancías chinas es a todas luces inviable; la producción estadounidense sólo sería competitiva en el mercado mundial en base a una fuerte reducción de los salarios de los “americanos” –a los que se pretende beneficiar con esta medida”-. De este modo Trump tendría en sus empresas mano de obra barata, “pero americana y blanca”.
Trump, el “Brexit”, el fenómeno de la ultraderecha francesa de Le Pen y otros, son consecuencia de la bancarrota capitalista mundial iniciada hace casi una década. Son la emergencia política y la fascistización de amplios sectores de la gran burguesía mundial que buscan mantener su supremacía en base al hundimiento en la miseria de miles de millones de seres humanos. Lo del título: la crisis parió un Trump. Nuestra tarea es que dé a luz también a una fuerte izquierda socialista y revolucionaria que remueva para siempre a los Trump –y también a los “policías buenos” como los Clinton.
Docente de educación secundaria, militante de ADES Montevideo y del Partido de los Trabajadores.