(Artículo publicado en revista Voces).
El retiro de la empresa Colgate Palmolive del mercado uruguayo para alojar su producción en México, dejó en evidencia la acción de las multinacionales en nuestro país, quienes al igual que otros sectores capitalistas comienzan a presionar por una reforma laboral que termine con las conquistas de los trabajadores. No había pasado ni una semana del anuncio, cuando la multinacional Fleischmann cerró su fábrica dejando a 29 obreros y obreras sin trabajo. La realidad es que en los últimos años son cientos de empresas que se han presentado a concurso, una ley hecha a medida, que les permite a los empresarios cerrar sus emprendimientos de forma co-gestionada con el Estado, a través de un síndico que establece la justicia. Se trata de un mecanismo, por el cual las patronales rearman sus negocios a partir de descartar a sus trabajadores. Un ejemplo muy claro de esto, fue el caso de la Spezia, proceso en el cual un testaferro de los empresarios compró la firma, posibilitando así la continuidad de la empresa luego de deshacerse del personal – la mayoría mujeres- que no sólo se quedaron sin su fuente de trabajo, sino que también debieron custodiar bienes durante varios meses para cobrar lo que la empresa les adeudaba por concepto de salario atrasado, licencia, aguinaldo y por despido.
La lista de las empresas que han cerrado en los últimos años es larga, recordemos por mencionar algunas de gran magnitud; los casos de Fanapel y de Fripur, que destruyeron más de 2000 puestos de trabajo. De conjunto, en la actualidad hay más de 153 mil trabajadores desocupados, una cifra alarmante que constituye el fracaso económico de la política llevada adelante por el FA, algo que Vázquez quiso esconder con mucho cinismo en el último consejo de ministros.
La respuesta de los trabajadores, y del movimiento sindical a este proceso de cierres de empresas ha sido sacrificada pero modesta. En la mayoría de los casos, los trabajadores han ocupado las instalaciones como mecanismo de custodiar los bienes, para evitar el vaciamiento, pero de conjunto se ha impuesto una política de resignación y aceptación de la destrucción de las fuentes de trabajo, una orientación que ha sido fomentada férreamente por la dirección oficialista vinculada fundamentalmente al PCU. Recordemos lo que el ex director del Ministerio de Trabajo, y ex dirigente del PIT-CNT Juan Castillo dijo en referencia al cierre de Fanapel; los empresarios “si quieren pueden hacer un parrillero con la fábrica de papel”. Para Castillo y su corriente, el respeto a la propiedad privada está por encima del derecho al trabajo, que puede ser negociado.
En el caso de Colgate Palmolive, frente al anuncio del cierre se impulsó la medida del boicot que es el método por el cual se realiza una campaña para no que la población no compre los productos de la empresa. Algo similar a lo que se ha impulsado en condena al régimen de Israel por su política de exterminio al Pueblo Palestino. Se trata de un método válido, que puede aportar en la concientización sobre el problema, siempre y cuando acompañe la acción colectiva de los trabajadores, y no la sustituya, porque en definitiva el método del boicot es una medida medianamente pasiva, individual, que ataca un aspecto de la circulación de mercancías, del consumo.
El método activo, colectivo e histórico de la clase obrera, que es la expresión más cabal de la lucha de clases en este régimen social en donde unos pocos concentran la riqueza y la gran mayoría es condenada a la miseria y la peuperización, es la ocupación de la fábrica, su control y puesta en marcha por parte de sus trabajadores. Se trata del método más eficaz contra los despidos, y contra los cierres y vaciamientos, en primer lugar, porque esta práctica ataca directamente a la producción, pone en cuestión la propiedad privada, el poder empresarial y el régimen que lo sustenta, es efectiva contra los lock-out y evita la contratación y el uso de rompehuelgas; en segundo lugar, porque cohesiona y organiza a los trabajadores en defensa de su fuentes de trabajo, aportando en la conciencia de que los trabajadores no necesitan de ningún patrón para producir. La ocupación y control obrero de las empresas como mecanismo para enfrentar los despidos, es un elemento casi de supervivencia para los trabajadores actuales y futuros, porque la destrucción de puestos de trabajo engrosa el ejército de desocupados y los cordones de miseria, que son utilizados como presión para rebajar las condiciones de trabajo y el salario, así se extiende la flexibilización, la precarización laboral, y los salarios de miseria. En suma, la batalla por defender el derecho al trabajo, es una lucha que une a trabajadores y desocupados y que no puede excluir los métodos históricos de la clase obrera, la huelga, el piquete y la ocupación, que deben ser acompañados con la exigencia del reparto de las horas de trabajo sin rebaja salarial, para que trabajemos todos y trabajemos menos. Sólo de esta forma, podremos superar la política actual de adaptación y abrir un verdadero curso de acción para la defender nuestras condiciones de vida: una salida donde los trabajadores seamos sujetos de una reorganización económica sobre nuevas bases sociales.