Contra la cultura de la cancelación

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Desde ya hace algunos años la clase obrera en general y el proletariado en Occidente en particular sufre uno de los flagelos más desafiantes del nuevo siglo, lo que se ha dado en llamar “cultura de la cancelación”, y que no es otra cosa que un nuevo macartismo, ésta vez, disparado desde el “fuego amigo” del progresismo.
Esta ofensiva moralizante, se ha cobrado la vida de varias expresiones culturales, obras y autores por el camino de su brutal praxis de barbarie y atraso civilizatorio, desde la “cancelación” y el ostracismo de J.K Rowling, la autora de Harry Potter, por sus opiniones sobre la cuestión trans, hasta la censura de la canción “Azuquita pal café” del grupo El gran Combo de Puerto Rico, considerada como machista, pasando por el cercenamiento de las novelas gráficas Las aventuras de Tintín del escritor belga Hergé, por su componente racista: la carnicería ha sido continua y sistemática.
Alguien podría decir que nuestro tono es exagerado, pero recordamos a nuestro amable lector que por la experiencia pasada se sabe como empieza una oleada macartista e inquisitorial pero no como termina, primero censuran lo más tibio de las producciones culturales por no ser lo suficientemente diversas, por la ausencia de paridad de género y visibilidad queer y trans, después siguen las obras un poco más críticas, luego censuran diarios y publicaciones marxistas.
¿Disparatado?, veamos el panorama actual, y comprobemos sólo en el caso de Rogers Waters, sino hay una persecución bestial contra el músico británico por su posicionamiento en defensa del pueblo palestino y contra el Estado genocida de Israel, el artista ha tenido que sufrir un asedio constante en sus giras mundiales, desde el bombardeo mediático desde las usinas del sionismo hasta el abierto boicot a sus conciertos,  presionando a las cadenas hoteleras para cerrarles sus puertas, como en el reciente caso uruguayo, que no fue la excepción.
¿Ahora bien de dónde proviene y por quiénes es motorizada esta nueva oleada reaccionaria de macartismo?. Principalmente emana del consenso progre en el seno del imperialismo norteamericano por un lado, y del mismo modo en el seno de la Europa socialdemócrata, es el régimen de “extremo-centro” como hace un tiempo planteaba Tariq Ali; pero concebir que el motor principal está ubicado en las superestructuras políticas de los países imperialistas sería caer en un reduccionismo politicista, en todo caso los Estados son los gendarmes que respaldan las tendencias que emergen de la política de una fracción de la industria cultural y cuyo centro de gravedad se puede encontrar con mayor nitidez en Hollywood.
Y ahí estriba la mayor hipocresía de una parte importante de la clase dominante norteamericana ligada a uno de sus partidos orgánicos: el Demócrata, son estos supuestos guardianes de la moral y de lo “políticamente correcto” quienes por otra parte han sido los protagonistas del nido más asqueroso de casos de abusos sexuales y la red de extorsiones de todo tipo que saltó a la palestra pública con la caída en desgracia del productor Harvey Weinstein, hasta hace poco uno de los popes de Hollywood, y ahora en prisión por sus delitos de explotación sexual. Esta etapa negra de la meca del cine hasta llegó a ser satirizada audazmente por el comediante Ricky Gervais, hace algunos años, en la gala de los Globos de Oro, donde incomodó a más de uno de sus actores (en el doble sentido de la palabra).
A este panorama se le suma el reciente escándalo que vio la luz pública con los nombres de los visitantes a la mansión de Jeffrey Epstein, el serial abusador y explotador sexual, “suicidado en prisión”, estos nombres no sólo salpican a Hollywood, sino también a Washington y al Partido Demócrata particularmente, desde Bernie Sanders hasta Bill Clinton (el más comprometido), que visitó la mansión de Epstein en más de cuarenta ocasiones.
Ahora bien aunque el escándalo de la explotación sexual y el abuso de poder en Hollywood y en Washington, es la contracara aberrante de sus monjes moralizadores, y ejemplo de su inveterado cinismo e hipocresía, el problema para el legado de la cultura occidental es mucho más grave, puesto que la censura y la cancelación no sólo aplican a obras y autores contemporáneos, sino que toda la herencia cultural de la humanidad está en juego.
¿Que podemos esperar de la imbecilidad que en estos momentos dirige por ejemplo gran parte de la industria editorial?, cuáles serán sus siguientes pasos en su campaña de destrucción anticultural: ¿la censura de la Lolita de Nabokov?, ¿de las partituras de Beethoven por golpear a su sobrino?, por ser sus autores nazis ¿tendrían que ser igualmente quemados en la hoguera de esta nueva inquisición El viaje hacia el fin de la noche de Céline o El tambor de hojalata de Günter Grass?¿deberíamos arrasar sin dejar rastros el poema de Shakespeare La violación de Lucrecia?.
 
Por supuesto que no negamos que Rowling tiene planteos polémicos sobre la cuestión trans, y mucho más claro está el componente misógino de gran parte de las canciones de la música tropical, así como también las historietas de Hergé, principalmente Tintín, tienen un fuerte componente de justificación colonial y racista, ahora no por eso merecen arder en la hoguera.
Está claro que el libro, la película, o la canción en el capitalismo son una mercancía más, querer negar o romantizar este hecho sería absurdo, si la subjetividad y la estructura de sensibilidad de las masas cambia, también cambia en su recepción de los productos culturales, en este sentido estamos lejos de subestimar la capacidad crítica del receptor de la obra artística, y que en todo caso sea ante una elección consciente y no por la prohibición de la censura que se produzca el cambio subjetivo; a partir de esas transformaciones las viejas y rancias tradiciones perecerán ante la falta de audiencia o lectores, o sus artistas se verán obligados a reconvertirse, ellos y su elaboración artística.
En todo caso, para no caer en el otro extremo, o sea el de romantizar a las masas, siempre existe el ejercicio de la pedagogía que eduque en el gusto, el aprecio y la valoración de las distintas expresiones culturales, diferenciando y jerarquizando las obras artísticas. Ahora bien, toda pedagogía que proponga la educación del arte, siempre se opondrá por el vértice al autoritarismo de la censura.
 
Decía Shakespeare en El mercader de Venecia: “Que desatino el de estos tiempos, en que los locos guían a los ciegos”; los libros tiemblan en estos momentos en los anaqueles de las librerías, desde la Divina Comedia de Dante hasta los cuentos de Raza ciega de Espínola, se preguntan si no serán demasiados incorrectos políticamente para estos tiempos de tan exigente pureza ideológica, como exigen los monjes del progresismo.
En su último especial para Netflix: Armagedoon, el antes mencionado Ricky Gervais dice al final de su monólogo: Si woke (progre) todavía significa lo que solía significar, que eres consciente de tu privilegio, maximizas la equidad y minimizas la opresión, eres antiracista, antisexista, antihomófobo, entonces sí soy woke. Si ahora significa ser un matón autoritario y puritano, que hace despedir gente por dar opiniones o incluso hechos; entonces no, no soy woke. A la mierda eso.
Es evidente que estamos ante un gran problema de libertades democráticas, lamentablemente muchas corrientes políticas de izquierda en su seguidismo al reformismo y al progresismo han callado o minimizado estos verdaderos atropellos, pero así como en un momento el marxismo combatió la censura por “derecha” de Baudelaire, Joyce o hasta el Partido Socialdemócrata alemán fue el único en solidarizarse ante el encarcelamiento de Oscar Wilde, del mismo modo los marxistas de nuestros días no podemos permanecer callados si la censura procede del campo “progre” contra objetivos “conservadores”.
Atinadamente decía Zizek, hace unos años, en su debate con Jordan Peterson que “veía en la hipermoralización del progresismo la expresión de su impotencia política”, a pesar de las diferencias con el filósofo esloveno, coincidimos en que el neoreformismo en todas sus variantes ha demostrado una gran capacidad para la restitución simbólica (pueblos originarios, sexo disidente, incluso reivindicaciones de la mujer trabajadora), mientras que no tiene nada que ofrecer en concesiones en el terreno de la economía, o incluso en integrar a gran parte de la clase obrera en un nuevo régimen, como supo hacer el viejo reformismo.
Entre las tareas inaplazables para la reconstrucción de la intervención del marxismo en la discusión cultural, está la de combatir sin complejos toda forma de censura en el capitalismo, no sólo la que impone la lógica de la mercantilización de la cultura, sino la que es ejercida desde el poder del Estado burgués, de un régimen específico, o desde los estudios de cine o hasta de las jefaturas capitalistas de las redacciones de un diario o de una editorial.
La última palabra por supuesto la tienen los trabajadores de la cultura, que mediante su organización democrática, en algún momento tendrán que deliberar si vale la pena ir de furgón de cola de la decadencia histórica de la burguesía, o enfrentarla en cada embate que esta intenta dar a la libertad de los artistas.
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Author: Matias Matonte

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