Más de diez años después de su estallido en 2007-2008, se puede reafirmar el diagnóstico de que vivimos la más grave crisis del capitalismo desde la Gran Depresión iniciada en 1929. Desde entonces, el capital y sus representantes sólo respondieron con medidas que ampliaron la destrucción del medio ambiente, colocaron la desigualdad social en niveles históricos récord y que sólo resultaron en una coyuntura social y económica profundamente inestable. El mercado global de derivados tiene un valor nominal de 1,2 billones de dólares, evidenciando una magnífica magnitud de la base de la crisis económica. Las respuestas de la burguesía a nivel mundial sólo empeoraron la situación. Las políticas de austeridad aplicadas para salvar banqueros por la liquidación de derechos sociales o por la intensificación de la explotación de la clase trabajadora resultó en una situación catastrófica. La creciente concentración de riqueza alcanzó niveles alarmantes. Sólo entre 2017 y 2018 la riqueza de los multimillonarios creció 2.500 millones de dólares al día, mientras que los 3.800 millones más pobres del mundo empobrecieron un 11%, esto significa que la mitad de la población mundial vive con menos de 5,50 dólares al día. Así, la crisis internacional del capital generó nuevas expresiones del pauperismo de la clase obrera. Se expresa, por ejemplo, en la situación de millones de refugiados e inmigrantes en el mundo, alcanzando Europa, Estados Unidos e incluso Brasil.
No hay ningún escenario que indique una salida estructural de la crisis económica. Aunque ha habido recuperación en algunas partes de la economía mundial (que se expresó, por ejemplo, en el tan propalado crecimiento del PIB de EEUU en 2018), hay señales claras de que esto no es duradero. El propio Fondo Monetario Internacional afirmó que el 70% de la economía mundial experimentará recesión este año. China ya redujo su previsión de crecimiento al 3%, el Banco Central Europeo anunció que puede reiniciar hasta finales de 2019 su política de quantitave easing (“relajamiento monetario”) para evitar una nueva recesión económica y la previsión de crecimiento para la economía estadounidense en 2019 se redujo, según la Reserva Federal, al 2,1%. Por eso, a pesar de toda la retórica de que la “economía nunca estuvo tan bien”, Trump elevó la tasa de interés, presentó medidas de exoneración del capital que se acompañan de la liquidación de derechos sociales y reinició una guerra comercial contra China, mientras que realiza guerras “por procuración” o directas con Rusia.
La intensificación de los conflictos mundiales va más allá de Europa y de los conflictos entre EEUU y China. Las tensiones indo-paquistaníes también están creciendo, así como las tensiones entre Rusia, EEUU y la UE. Los conflictos militares en Oriente Medio y el norte de África -como los conflictos en Siria, Irán, Yemen, Libia y otros países- son expresiones de la cara brutal de la intensidad y la explosividad de los conflictos internacionales en curso. En algunos países, en una coyuntura de empeoramiento de las condiciones de vida, de pérdida de credibilidad de las instituciones tradicionales de la democracia burguesa y de incapacidad de la clase trabajadora de presentar a través de sus organizaciones una salida a la crisis, se han configurado salidas de extrema derecha como alternativas en diversas partes del globo. En la ausencia de alternativas revolucionarias en una situación de polarización social, de desgaste de las instituciones jurídico-políticas de la democracia burguesa, gobiernos de extrema derecha, con rasgos bonapartistas, han ocupado espacio político significativo en diferentes países, incluyendo Brasil, Turquía, Filipinas, Rusia , Hungría y Polonia. En otros países, hubo avances significativos de partidos que presentan un perfil claramente de extrema derecha: España, Italia, Alemania, Austria, Grecia. La elección de Donald Trump y la consolidación de su control sobre el Partido Republicano por medio de una política xenófoba y autoritaria muestran que existe para ello una base de masas.
En América Latina los avances de la derecha ganaron contornos dramáticos por la incapacidad de sus regímenes políticos, principalmente los “progresistas”, de romper con el círculo de hierro de la reprimarización (desindustrialización) de la economía, el extractivismo y la dependencia financiera. Entre 2014 y 2017 los precios mundiales de la soja cayeron un 37%, mientras que los precios del petróleo y derivados cayeron un 60%. La era de las superexportaciones y de los superávits fiscales acabó. Para el gran capital internacional, la crisis económica abrió una grieta para alterar las relaciones de fuerza y reconquistar la hegemonía, en Brasil y en América Latina. La “burguesía nacional” que creció a la sombra de propinas y licitaciones fraudulentas fue metódicamente demolida por el “petrolâo” y por arrestos mediante denuncias premiadas. La iniciativa golpista de Trump y su política de bloqueo contra Venezuela y el anuncio de un bloqueo reforzado contra Cuba no son acontecimientos aislados, sino que operan en el contexto de una confrontación internacional, minando, en última instancia todo el sistema capitalista. La crisis en Venezuela es un aspecto de la crisis del capital internacional.
Incluso los avances de la extrema derecha se dan en situaciones extremadamente contradictorias y volátiles. En este sentido, el proceso electoral español es ilustrativo. Mientras que una derecha conservadora, representada por el VOX, que reivindica ideas tradicionalistas como familia, patria, orden y cristianismo ha logrado avances significativos, la derecha tradicional, representada por el PP, fue derrotada, mientras que el PSOE creció, junto con fuerzas de centroizquierda. Este proceso muestra que la coyuntura actual está marcada por una profunda polarización social, inestabilidad y volatilidad. Siendo así, las luchas de la clase trabajadora se expresan de forma concomitante en todo el globo. Desde las enormes e importantísimas huelgas de profesores en Estados Unidos hasta las luchas de las masas en Sudán y Argelia contra regímenes dictatoriales, pasando por la intensa lucha de los chalecos amarillos en Francia, muestran cuán rápidos acontecimientos explosivos pueden ocurrir en varios países, aunque las luchas sociales se marquen por una profunda confusión en la conciencia de las masas.
Los movimientos en torno a la explotación y opresión de las mujeres y de los grupos LGBT han sido un eje fundamental de las luchas en el mundo. De las luchas por la legalización del aborto en Argentina e Irlanda que ocurrieron en 2018 hasta las masivas movilizaciones organizadas el pasado 8 de marzo, quedó claro que hay un movimiento global de mujeres que, cada vez más, ha sido sensible a las banderas de la clase obrera y, comprendido que es imposible destruir el patriarcado sin derribar el capitalismo. Esto se da de tal manera que el movimiento de mujeres fue el motor fundamental de luchas como la huelga internacional de trabajadoras de Google o la huelga de McDonald’s en Estados Unidos contra el acoso sexual. De la misma forma, los movimientos de las juventudes en Europa contra el cambio climático también han ganado un carácter cada vez más clasista al expresar una conciencia cada vez mayor de la necesidad de pensar una alternativa global a la producción destructiva impuesta por el capitalismo.
En Brasil, la elección del gobierno Bolsonaro fue precedida por el impeachment de Dilma. Su caída fue marcada por los límites de la política de conciliación de clases en un escenario de crisis económica, como por la instrumentalización del poder judicial y sus dispositivos (como la Operación Lava-Jato) por la burguesía y sus representantes con la finalidad de poner a Temer y, acelerar la agenda de políticas de austeridad que operan para hacer la clase trabajadora pagar por la crisis creada por empresarios y patrones. La velocidad y la gravedad de los ataques implementados por el gobierno Michel Temer fue pavimentada por las contradicciones de los gobiernos de conciliación de clase. Hay varios ataques implementados por Michel Temer que fueron anticipados o defendidos por los gobiernos de Lula y Dilma. La contrarreforma laboral aprobada por Temer ya había sido prometida desde el gobierno de Lula. De la misma forma, Dilma también pretendía implementar una contrarreforma de la previsión e implementó draconianos cortes sociales en la educación, la salud y la seguridad social. El papel de Michel Temer fue el de acelerar e intensificar ataques a la velocidad deseada por empresarios y patrones. Entre ellos, se destacan la contrarreforma laboral y la Enmienda Constitucional 95/2016.
La disputa fraticida entre las diferentes fracciones que apoyaron a Bolsonaro durante el proceso electoral demuestra que, a pesar de la unidad programática en torno a políticas privatizantes, subordinadas al imperialismo y de austeridad, hay contradicciones inherentes al gobierno de Bolsonaro. En segundo lugar, los primeros días del gobierno Bolsonaro quedaron marcados por diversos escándalos y claros indicios en crímenes de corrupción. Los indicios de relaciones entre el clan Bolsonaro con la milicia responsable del asesinato de Marielle Franco y el verdadero naranjal de lavado de dinero en que está sumido el PSL y sus aliados muestran que el actual gobierno representa lo peor de la política brasileña. La continuación de la “vieja política” se refleja en el cambio de la estructura de gestión directa por el MP 870 por el gobierno federal, que designó a los Ministerios representantes de la alianza política que apoya el actual presidente – militar, neo-pentecostal, los representantes de la agroindustria y otras fracciones de la burguesía.
Sérgio Moro, ministro de Justicia, propuso un paquete “anticrime” al Congreso Nacional, compuesto por varios proyectos de ley, que entre otros aspectos, profundiza la criminalización de los movimientos sociales. El paquete también propone la ampliación de la exclusión de la ilegalidad del Código Penal, la concesión de una licencia de bienes para matar a la policía, lo que aumenta el genocidio de los trabajadores negros pobres, ya en marcha en el país, tal como se expresa en los últimos episodios en Río de Janeiro: la ejecución sumaria de un músico con más de 87 tiros por el ejército, la matanza de jóvenes negros promovida por la policía militar en la favela, como dijo a la AFP un portavoz de la policía. Las propuestas de Moro, sumadas al Decreto 9.685, de 15 de enero de 2019, además de agravar ese escenario, impactarán aún en la vida de las mujeres, aumentando los ya alarmantes números de feminicidios en Brasil.
Las políticas ultraliberales del gobierno federal, que atacan los derechos de los trabajadores en general, se articulan con políticas ultraconservadoras. Los gobiernos estatales también incrementaron sus ataques. En diversos estados (GO, RN, MG, etc.) servidores públicos no recibieron sus salarios o están recibiendo en parcelas distribuidas a lo largo del año. En Bahía, Rui Costa (del PT de Lula), implementó una reforma de la previsión tan draconiana como aquella propuesta por Bolsonaro y está respondiendo al movimiento huelguista de las universidades estatales de Bahía con represión.
El PIB brasileño se ha mantenido en números bajos: el 0,98% en 2017, el 1,1% en 2018 y la previsión del 1,6% para 2019. De la misma forma, la balanza comercial todavía presenta valores positivos, pero la tendencia de reducción sigue: entre 2016 y 2017, el saldo de la balanza comercial fue de US $ 67.500 millones; entre 2017 y 2018 fue de 56 mil millones de dólares; y el saldo del primer trimestre de 2019 fue un 11,1% menor que el existente en el mismo período de 2018, quedando en la casa de 10.800 millones de dólares. Los efectos nefastos de la contrarreforma laboral, cuya aprobación fue facilitada por el retroceso de las grandes centrales sindicales ante la posibilidad concreta de realización de la segunda huelga general en 2017, se están mostrando de forma intensa. El ejemplo más ilustrativo es el violento chantaje que General Motors presentó para los trabajadores de Brasil: renunciar a derechos o enfrentar el desempleo. La contrarreforma laboral también fue un componente perverso que amplificó la tragedia de Brumadinho (MG), que mató a más de 300 trabajadores, pues redujo el valor de las indemnizaciones a las familias de las víctimas. La encuesta divulgada por el IBGE muestra que el desempleo, en los primeros tres meses de 2019, aumentó a 12,7%. Son más de 13,4 millones de desempleados, de estos 5,2 millones buscan empleo desde hace más de un año: la contrarreforma laboral ha aumentado el número de trabajadores subcontratados y desalentados.
En apenas cuatro meses, Bolsonaro ya presenta una pérdida del 36,2% de popularidad. La paralización del 15 de mayo mostró la irrupción con fuerza de la juventud estudiantil y de sectores de trabajadores sindicalmente organizados (profesores, funcionarios públicos). Esto madura las condiciones para la reorganización y cambio de la orientación política en la clase obrera y sus organizaciones, cambiando el signo de la situación política de Brasil, lo que tendría un enorme impacto en toda América Latina.