Fulgor y muerte del movimiento feminista

Olga Cristóbal 
Revista En defensa del marxismo Nº 34 – Diciembre de 2006 
Si el fracaso de un movimiento político que se postuló como liberador de las mujeres pudiera sintetizarse en una imagen, la imagen del fracaso del feminismo sería la de las jóvenes militares estadounidenses que torturaron y violaron a los prisioneros iraquíes en Abu Ghraib. Lynndie England y sus colegas mostraron que los postulados del feminismo de la igualdad –un programa político cuya máxima utopía es que las mujeres compartan en igualdad con los hombres el infierno capitalista– podían llevar hasta el lugar de quien ejecuta la tortura. Pero England también fue un mentís descarnado a cuatro décadas de esforzada construcción teórica del feminismo de la diferencia: ésa que supone que la mujer –no por razones biológicas sino por cómo se construyó su subjetividad bajo un sistema sexista– es radicalmente diferente del hombre –depredador, guerrero, violento, dominante– y representa el respeto a la vida, a la paz, a la preservación del planeta, la “ética del cuidado y de la compasión”1. Una descripción esencialista que roza peligrosamente alguno de los atributos que se usaron para explicar su lugar subordinado a lo largo de la historia. No muchas acusaron recibo del golpe. Julieta Paredes2 sostiene: “Con las luchas de las feministas en diferentes partes del planeta se han ido abriendo espacios donde las mujeres participan activamente en el manejo de sus vidas y la vida de sus pueblos. Toda lucha implica enfrentar los intentos de manipulación y cooptación por parte del sistema que se impugna (…) y una de estas armas ha sido la inclusión de la llamada ‘perspectiva de género’ que se aplica en todos los programas e instituciones de los gobiernos y Estados. Quiero aclarar que feminismo y enfoque de género son planteamientos políticos antagónicos. (…) Hoy se muestra la cara de esa igualdad, igualdad en los crímenes y las injusticias. Las torturas causadas a los iraquíes por parte de gringas y gringos, nos muestran claramente la llamada perspectiva de género a nivel mundial. ¡Jamás la perspectiva de género apuntó a denunciar y anular los privilegios!”. Desde el sector de la igualdad, Barbara Ehrenreich3 analiza el suceso en un texto que es casi una asunción de responsabilidades: “Aunque me opuse a la guerra del Golfo Pérsico de 1991,me sentía orgullosa de nuestras militares y encantada de que su presencia disgustara a los anfitriones árabes. Secretamente esperaba que la presencia de mujeres cambiaría, con el tiempo, el ejército, haciéndolo más respetuoso con otras gentes y culturas, que lo haría más capaz de mantener la paz de forma genuina. Eso es lo que pensaba. Pero ya no lo pienso. Un cierto tipo de feminismo, o quizá debería decir un cierto tipo de feminismo ingenuo murió en Abu Ghraib. Era un feminismo que veía a los hombres como los eternos autores de los delitos, a las mujeres como las eternas víctimas y la violencia sexual de los hombres contra las mujeres, como la raíz de toda injusticia. La violación ha sido utilizada repetidamente como un instrumento de guerra y para algunas feministas, empezaba a parecer como si la guerra fuese una extensión de la violación. Parecía haber al menos cierta evidencia de que el sadismo sexual masculino, estaba conectado con la trágica propensión de nuestra especie a la violencia. Esto era antes de que viéramos el sadismo sexual femenino en acción”. No era la primera vez que las feministas de la igualdad se regocijaban de ver chicas en uniforme: “Me da mucha alegría saber que ahora en West Point se fabrican uniformes para embarazadas”, dijo alguna vez Betty Friedan, máxima líder de la “segunda ola”. ¿Cuál es el camino que llevó a pensar que la liberación femenina podía venir envasada en el uniforme de un ejército imperialista? El enfoque de género, que critica Paredes, asumido como propio hoy por la ONU, el Banco Mundial, el Parlamento Europeo, el Ministerio de Salud argentino: ¿es una traición, es el hijo idiota del feminismo o es una deriva inevitable, si se analizan las posiciones que sostuvieron desde su origen aún las más radicales?
Un poco de historia
El movimiento feminista renació en los países imperialistas a fines de los ’60 –la llamada “segunda ola”– y convocó a miles de mujeres, que pelearon y obtuvieron en la calle –y no en el lobby parlamentario, aunque sus conquistas tuvieran obviamente una expresión legal– importantes derechos democráticos en el plano familiar, laboral y –lo más novedoso– sexual: disociación de sexo y procreación, derecho a la anticoncepción, más tarde el derecho al aborto, impugnación de la norma heterosexual y un largo etcétera. Su fe de bautismo fue el libro de Betty Friedan, La mística de la feminidad (1963), que denunciaba que “algo” estaba pasando entre las mujeres norteamericanas –”el problema que no tiene nombre”– quienes, a pesar de estar felizmente casadas, rodeadas de electrodomésticos, sin problemas económicos y con hijos sanos, experimentaban una asfixia interior intolerable. Friedan la achacó a no saberse definida sino a partir de las funciones que se ejercen: esposa, madre, ama de casa…Va de suyo que no se ocupó de las mujeres de Harlem, pero el malestar descripto tenía un sustrato objetivo: las mujeres que habían ingresado al mercado de trabajo durante la Segunda Guerra –bajo el slogan “We can do”–, habían sido regresadas al encierro doméstico cuando volvieron sus maridos del frente y reocuparon sus puestos de trabajo.4
Las feministas politizaron –”lo personal es político”– la sexualidad, la estructura familiar y la vida cotidiana, desmintiendo que “la biología es un destino” y cuestionando la maternidad como función social primordial de las mujeres. Denunciaron fenómenos hasta entonces naturalizados y silenciados como la violencia sexual y la violencia doméstica. Sólo en la década de los ’70, el Congreso de los Estados Unidos aprobó 71 disposiciones relativas al “problema de la mujer”. Muchos de estos temas habían sido trabajados desde Engels, pasando por Zetkin y Kollontai, entre otras, pero las feministas de la segunda ola lo ignoraban porque el Termidor stalinista había borrado de la memoria de la clase obrera y de sus organizaciones las posiciones bolcheviques en torno a la opresión de la mujer.
Pero es justo reconocer que nadie como el feminismo –y particularmente el feminismo de la diferencia– desmenuzó hasta en sus ínfimos detalles las múltiples expresiones de la doble opresión y cuestionó todas las áreas del conocimiento humano, develando que la ciencia había considerado las características masculinas como universales.
Y sólo el feminismo vio en la imposición de la norma heterosexual un elemento clave de la opresión femenina. El feminismo igualitarista francés –heredero de El Segundo Sexo de Simone de Beauvoir– y el feminismo liberal estadounidense (Friedan) entendieron que la cuestión clave de la subordinación femenina era la desigualdad en la familia, en el acceso a la educación y el trabajo, en la representación política, en síntesis, la exclusión de las mujeres de la esfera pública, y propugnaron reformas legales que paulatinamente la revirtieran. Su meta fue y es la construcción de una “ciudadanía de las mujeres”, lo que se obtendría mejorando progresivamente la democracia burguesa. Un intento de resucitar a Olimpe de Gouge5 y su reivindicación de los derechos de la mujer, pero no en el fervor jacobino sino en la época de descomposición del capitalismo. La radicalización de las masas en plena guerra de Vietnam, el Mayo Francés, impulsaron una nueva tendencia, mujeres más jóvenes “que aspiraban a cambiar el sistema”, tomando algunos elementos del marxismo. Este sector transpoló algunas categorías del marxismo al análisis de la opresión femenina. Las mujeres fueron consideradas el sexo oprimido y se señaló como culpable final de la opresión de la mujer no a los varones sino al capitalismo. “La liberación de la mujer no podía darse sin la liberación general de otros trabajadores oprimidos y explotados bajo el capitalismo. El capitalismo era concebido como responsable de la organización injusta del trabajo que oprime al obrero y oprime a la mujer con la doble jornada”.6 Esta corriente, en la que por primera vez tomaban la palabra mujeres negras y lesbianas, acusó al feminismo liberal de ser una corriente política de blancas, heterosexuales, profesionales, con autonomía económica, de pocos hijos, que no representaban sino sus intereses y más bien pretendían silenciar bajo el amplio manto del sisterhood –de la hermandad entre todas las mujeres– las diferencias de clase, etnia, opción sexual.
Estos grupos,”identificados con la Nueva Izquierda se unieron a todas las causas que promovía:movimiento de protesta juvenil,defensa de los Derechos Civiles,pacifismo.Sin embargo,rápidamente consideraron que allí se reproducía bajo otros ropajes la opresión de la mujer,relegada eternamente de los lugares decisivos. Por otra parte, sus reivindicaciones siempre se veían supeditadas a los objetivos más importantes de la lucha global.En consecuencia,decidieron separarse y de esta decisión nació el Movimiento de Liberación de la Mujer”.7 Otro sector convergió en el feminismo de la diferencia,que considera que la opresión de las mujeres es transhistórica, anterior al capitalismo y que no terminaría con él,como parecían demostrarlo palpablemente los estados burocratizados. En 1971, Kate Millet, en Política sexual, define el patriarcado como “una institución en virtud de la cual una mitad de la población (es decir, las mujeres) se encuentra bajo el control de la otra mitad (los hombres)”.Shulamit Firestone,autora de La dialéctica del sexo, sostiene que “el materialismo histórico es aquella concepción del curso histórico que busca la causa última y la gran fuerza motriz de los acontecimientos en la dialéctica del sexo: en la división de la sociedad en dos clases biológicas diferenciadas con fines reproductivos y en los conflictos de dichas clases entre sí; en las variaciones habidas en los sistemas de matrimonio,reproducción y educación de los hijos creadas por dichos conflictos; en el desarrollo combinado de otras clases físicamente diferenciadas (castas);y en la prístina división del trabajo basado en el sexo y que evolucionó hacia un sistema (económico-cultural) de clases”. El feminismo radical puso en práctica los grupos de autoconciencia, donde cada participante exponía su experiencia personal de opresión de modo de sintetizarla colectivamente y analizarlas en clave política. Cada mujer hablaba por sí misma y nadie podía representarla:he aquí la semilla del horizontalismo. En Italia, Carla Lonzi8 y La Librería de Mujeres y en Francia Luce Irigarai fueron, entre otras, sus teóricas más destacadas. Si bien al interior del ala radical hay infinidad de matices, y como se dijo, algunas se esforzaron por dar una base materialista a la opresión de la mujer, el “feminismo radical o de la diferencia” opina que “el patriarcado, un sistema de dominación sexual, se concibe, además, como el sistema básico de dominación sobre el que se levanta el resto de las dominaciones, como la de clase y raza. El género expresa la construcción social de la feminidad y la casta sexual alude a la común experiencia de opresión vivida por todas las mujeres”9.
Esta opresión común –”sobre la que se levanta el resto de las dominaciones”– unirá a las mujeres por encima de los antagonismos de clase y sellará la división entre el movimiento feminista y la clase obrera. La revolución tendría un carácter cultural y devendría de un “cambio de los imaginarios”, un cambio civilizatorio. “Tenemos que replantearnos lo que es hacer política desde y para las mujeres. Una verdadera otra política que nos dé valor y autoridad, en el sentido de autoría. No podemos ya seguir jugando al poder neutro, al Estado neutro, a la política neutra, porque sólo estaremos jugando al poder masculino, al Estado masculino, a la política masculina”10. La hostilidad a los partidos de izquierda –”Trabajadores del mundo ¿quién lava vuestros calcetines?”, se preguntaba un graffiti parisino de la época; “No hay nada más parecido a un machista de derecha que un machista de izquierda”, pintan hoy las bolivianas– fue un rasgo que se profundizó con el tiempo.
Esto determinaría fatalmente la trayectoria, la cooptación y el ocaso de las dos corrientes hegemónicas del movimiento feminista y el quiebre político o personal de muchas de sus dirigentes.
Las hijas de las madres fundadoras
Sobre esas bases teóricas y políticas se desenvolvió el movimiento feminista en estas cuatro décadas. En los países centrales, las alas más radicales terminaron dispersas, estranguladas por el triunfo de Reagan y el retroceso político de los años ’80.El feminismo de la igualdad, por el contrario, transmutó de movimiento social a ONG y fue ganando lugares en los ministerios y dentro de todo en el aparato estatal, así como en la ONU, el FMI, el Banco Mundial y todos los organismos multilaterales –son las asesoras de la “perspectiva de género” de la que habla Paredes–, a costa no sólo de olvidar cualquier pretensión de jacobinismo sino de negociar hasta las más elementales banderas democráticas. Otro sector, el feminismo académico, se concentró en los llamados estudios de género que, si bien hizo y hace aportes vertebrales al análisis de la singularidad de la mujer como sujeto social, obvia –salvo contadas excepciones– una sola de sus identidades: la de clase. Nadie considera, empezando por ellas mismas, al feminismo académico como una corriente política o parte de un movimiento social, así que esta nota puede prescindir de él.
Durante la década del ’70 surgieron en América Latina pequeñísimos grupos feministas, reflejo de lo que ocurría en Europa y Estados Unidos (excepto quizás en México y Brasil).La mayoría se identificó con el Feminismo de la Diferencia y, hostiles a la izquierda, los partidos y la clase obrera “patriarcales”, vegetaron marginados del alza de masas que signó la época. En algunos casos, su separatismo llegó a extremos profundamente reaccionarios.11 El feminismo chileno –liderado por Julieta Kirkwood y Margarita Pisano–, en cambio participó en las calles de la lucha antidictatorial, si bien desde una perspectiva absolutamente democratizante, bajo la consigna “democracia en el país y en la casa”.
Las “casas Sofía”, situadas en las poblaciones, fueron auténticos centros de organización de la mujer explotada. Para la “apertura democrática”, los grupos feministas están integrados por pequeño burguesas independientes próximas al movimiento de derechos humanos, mujeres organizadas en ONG o militantes de los partidos patronales.12 A pesar del protagonismo de las mujeres en las luchas de la época, “la agenda feminista” no incidió sobre ellas. Nunca logró la masividad que había tenido en los países centrales ni siquiera en México, Chile y Brasil. Los encuentros feministas de América Latina y el Caribe –convocados desde 1981 y financiados por la “cooperación internacional”– se convirtieron en la vidriera donde las financiadoras comenzarán su trabajo de cooptación, detectando las individuas y grupos más permeables a su influencia. En la Argentina, los grupos feministas apelaron en los inicios del alfonsinismo a la movilización callejera, los 8 de Marzo, en apoyo a la ley del divorcio, la patria potestad compartida. La Comisión por la Legalización del Aborto fue uno de los sectores más independientes y también hubo una importante denuncia de la violencia contra las mujeres, con la constitución del Tribunal Mabel Montoya, en homenaje a una joven que sufrió un intento de violación en una entrevista laboral y murió al arrojarse por la ventana (1983). La creación de la Subsecretaría de la Mujer, ocupada por la feminista radical (UCR) Zita Montes de Oca, fue entendida como un logro y aplaudida sin distingos por todos los sectores13.Desde 1985,siguiendo lo convenido en el encuentro feminista de Bertioaga, se impulsan los encuentros de mujeres, que se hicieron en varios países pero sólo sobreviven en la Argentina. Los pequeños grupos que se distancian del gobierno son ásperamente criticados por aquellos totalmente adaptados. En 1997, Magui Bellotti y Martha Fontenla, de Atem (tal vez el único grupo consecuentemente autónomo de la Argentina), decían: “Todo análisis cuestionador de las democracias realmente existentes pretendía ser clausurado con la apelación a dos opciones aparentemente excluyentes: democracia o dictadura, recurso antidemocrático que suele ser usado por los gobiernos para paralizar y desacreditar toda crítica o movilización social por ‘desestabilizadoras y conducentes al pasado de golpes militares y genocidios’. Pareciera que estas democracias constituyen un punto de llegada y que, a lo sumo, hay que perfeccionarlas un poco e incorporar a ellas en la ‘perspectiva de género’, es decir, incluir a algunas mujeres en el excluyente modelo patriarcal capitalista y neoliberal”. El cuestionamiento del ala izquierda no superó empero el marco del centroizquierda: la denuncia a los planes de ajuste y el “neoliberalismo”. En un contexto de pauperización, desempleo masivo producto de las privatizaciones, de resistencia a los planes de ajuste del FMI y hambruna, se orientaron jugosos recursos de la cooperación internacional como estrategia de desmovilización y control de acuerdo con la estrategia del Consenso de Washington de cooptación de los movimientos sociales. La cooptación del feminismo incluyó desde la imposición de la “agenda de trabajo” –por ese camino la legalidad del aborto transmutó en derechos reproductivos– hasta la forma de organización interna de las ONG14. Un hito decisivo en la política de cooptación fue la IV Conferencia Mundial de la Mujer (Beijing 1995), donde 35.000 mujeres de todo el mundo se reunieron bajo el paraguas de Naciones Unidas para discutir una plataforma común de “progreso, desarrollo e igualdad de oportunidades para las mujeres”. En un principio la convocatoria fue aceptada masivamente, pero la designación por parte de las agencias imperialistas de “grupos focales” que digitaron la participación distanció a los sectores autónomos. “Para la IV Conferencia, los financiadores gubernamentales más importantes y más influyentes se dividieron de manera colonial al mundo: Usaid, la agencia de cooperación del gobierno norteamericano financió la participación de las mujeres de países latinoamericanos, mientras la agencia de cooperación francesa se hizo cargo de sus ex colonias en África, por citar dos ejemplos. (…) La Cepal dispuso cuáles categorías debían ser analizadas, tanto ONGs como gobiernos se aseguraron de que se tratara de mujeres dispuestas a escribir lo que mandaba Usaid”, escribe Julieta Paredes.15 En Beijing, la lucha contra la doble opresión se convirtió en “planes para el desarrollo con perspectiva de género” y por una década, en sintonía con los acuerdo con el Vaticano; la palabra “aborto” desapareció de la agenda del feminismo institucional para ser sustituida por “derechos reproductivos” o “procreación responsable”; la “feminización de la pobreza” se debía combatir en microcréditos; la violencia contra la mujer devino “violencia intrafamiliar”, etc. “Lograr la igualdad social entre los sexos constituye uno de los objetivos del desarrollo y de la cooperación al desarrollo”, explicaba la economista Teresa Rendón.16 Marcela Lagarde, feminista mexicana y diputada del PRI, afirma: “Para la violencia contra las mujeres es un remedio prioritario la democracia, el desarrollo y el progreso, es decir, los principios de la modernidad”17. Si hasta entonces había algunas feministas “políticas” en los gobiernos, a partir de Beijing el grueso del movimiento feminista latinoamericano adquiere las mismas características que ya tenía en de los países imperialistas y, convertido en una constelación de ONG, tendrá a sus dirigentes en los organismos internacionales, con la función de incluir la “perspectiva de género” en los planes de ajuste. La coordinadora para América Latina, la peruana Gina Vargas18, se convirtió en asesora del Banco Mundial. Podemos decir sin vacilar que a partir de Beijing la corriente hegemónica del movimiento feminista se convierte en uno de las vías de imposición de la política imperialista y en la correa de transmisión de sus intereses dentro del movimiento de mujeres. Gina Vargas expresa con elocuencia ese programa: “Los procesos de globalización en lo económico, pero también en lo político y sociocultural, abrieron nuevos campos de actuación para los movimientos sociales y para los feminismos y nuevos terrenos para la lucha por derechos ciudadanos. Los dramáticos procesos de creciente exclusión –comunes a toda la región– enfrentaron a los feminismos a la posibilidad y la urgencia de ampliar sus luchas desde lo nacional-regional hacia –y desde– lo global (…) Un sector significativo de estas instituciones feministas estuvieron presentes “disputando” contenidos y perspectivas para las Cumbres y Conferencias mundiales. Estas feministas comenzaron así a ser actoras fundamentales en la construcción de espacios democráticos de las sociedades civiles regionales y globales. A lo largo de los ’90 se fueron abriendo nuevos espacios, hubo una generalización del discurso de derechos y un énfasis en la construcción ciudadana tanto de las sociedades civiles y sus movimientos como desde los Estados”.
Un cuestionamiento sin perspectiva
“Lo que quedó de Beijing –opina Ximena Bedregal19– fue la consolidación de un feminismo institucionalizado que terminó por poner su mirada y sus esfuerzos en los espacios y estructuras del poder patriarcal y que terminó por suavizar y adecuar su discurso, para hacerlo accesible a éstas. Que terminó por renunciar a su crítica radical de las lógicas y éticas de esta cultura y limitarse al concepto de género. Fue un proceso que terminó por romper nuestras viejas búsquedas de democracia interna para constituirse como otro movimiento cupular donde algunas mujeres, que han adquirido mucho poder, terminaron por representar a todas sin más consultas que algunos elegantes foros.
Un feminismo que terminó por someterse a los mandatos de las agencias de cooperación internacional y a sus visiones primermundistas sobre lo que es bueno para nosotras y lo que deben ser nuestras democracias (destacado nuestro). Un movimiento que ya casi no existe como tal, sino como un conjunto de ONG (algunas verdaderos monopolios) sin contacto con las mujeres (…) Sin estructuras de base y sin trabajo sobre la subjetividad y sobre el preguntarse ¿qué es ser mujer? En vez de las mujeres, los interlocutores privilegiados y únicos son el poder, sus instituciones y sus representantes. Un feminismo al que le importan más las cuotas en partidos o instituciones, que ya no tienen ninguna capacidad de darle nuevos sentidos a la gente, que uno con capacidad de buscar nuevos sentidos de vida, nuevas formas de sociedad y de cultura (subrayado nuestro) donde las mujeres quepamos en todos los sentidos de la existencia y encontremos nuevas formas de leernos a nosotras mismas. Un feminismo con líderes a las que ya no les da vergüenza decir que renunciaron al deseo de cambiar el mundo y que prefieren, ahora, ser “reformistas, socialdemócratas y bien adecuadas”. La indignación del feminismo autónomo refleja de un modo distorsionado la generalización del proceso de decepción en los regímenes democráticos y en sus instituciones pero es una decepción en el marco de la democracia burguesa y profundamente idealista. Hay que “cambiar el mundo” para encontrar el modo en que las “nuevas formas de sociedad y de cultura” entren en “nuestras democracias”. En el VII Encuentro Feminista de Cartagena, Chile (1996) estalló la confrontación entre “institucionales” y “autónomas”.
El Encuentro, organizado por una comisión con mayoría autónoma, fue saboteado por parte del feminismo institucional –que intentó cambiar la sede– y las agencias financiadoras: recibió el 10% de los 460.000 dólares de aportes que había recibido el de El Salvador, dos años antes. En Cartagena, Pisano acusó: “se autoproclaman representantes de las mujeres y del movimiento feminista y se constituyen en las expertas de las políticas sobre las mujeres. Sostenemos que esas instituciones no son neutras, que pertenecen a un sistema y lo sostienen, y que el dinero pasa a ser entonces un instrumento político”. Gina Vargas fue la vocera de las institucionales, en su descargo no desmiente sino que confirma las acusaciones: “Uno de los cambios significativos ha sido la modificación de una postura antiestatista hacia una postura ética negociadora en relación al Estado y a los espacios formales internacionales (…) la existencia en los ’80 de un movimiento potente, visible, movilizado, ha dado paso a un movimiento más reflexivo, anclado en una utopía realista”. Respecto del camino a Beijing, Vargas aclaró: “Sin detenernos acá en la discusión sobre el carácter imperialista de la Usaid, finalmente todas lo son en cierta forma, pero además consideramos que son adjetivos que nos dicen poco sobre el funcionamiento actual de un mundo globalizado”. El escándalo fue tan grande que Vargas se comprometió a renunciar a la asesoría del Banco Mundial.
Pero la denuncia furibunda de las autónomas –abucheadas por dos tercios del encuentro, las institucionales y un sector que centrea, “ni las unas ni las otras”– no identifica las causas objetivas ni de la situación política ni del proceso de cooptación: “Vemos a muchas feministas instalándose desde la perspectiva de género en un sistema que hoy sostienen 57 guerras en el planeta, reconociéndole la capacidad de resolver los problemas que él mismo provoca y necesita para sostenerse (…) El pacto entre los varones se asienta en la relación que ellos establecen con la mujer, construye la misoginia para explotar a las mujeres, para tener mano de obra gratuita, para que procreen a sus hijos, para que cuiden y mantengan su cultura. Mientras no hagamos política entre nosotras las mujeres (…) no seremos capaces de hacer política alternativa.”20 Las autónomas no dan un paso en dirección a la lucha antiimperialista y se mantienen en el exclusivo terreno del enfrentamiento sexo contra sexo. El idealismo del análisis esplende. ¿Qué es la “política alternativa”? El capitalismo patriarcal, ¿es una construcción del sistema de sexo-género o un modo de producción? Imperialismo, burguesía, proletariado son términos ausentes en los dos sectores.
No sólo Vargas opina que el imperialismo “nos dice poco”. Esta categoría también es ajena a las autónomas que, cuanto más, hablan de “neoliberalismo”. La institución del patriarcado desplaza, en el plano teórico, el carácter central de la explotación en las relaciones sociales capitalistas hacia una de sus formas de opresión. No son pactos entre hombres, ni entre hombres y algunas mujeres los que determinan sus conductas, es el lugar que éstos ocupan en las relaciones de propiedad y de producción, su pertenencia de clase, su programa político. Cartagena fue la última irrupción colectiva del feminismo autónomo, hoy totalmente disgregado y reducido a algunas teóricas, con excepción de las Mujeres Creando bolivianas. La crisis del modelo “neoliberal” y el paso a los regímenes de centroizquierda en América latina, aggiornó las posturas de las institucionales, que llevaron la “perspectiva de género” al Foro Social Mundial y al Foro de San Pablo. Alda Facio, primera directora del Caucus de Mujeres por una Justicia de Género en la Corte Penal Internacional, advierte: “La incorporación del discurso de género en las instituciones de la oligarquía internacional como el BM, el BID y el FMI, ha permitido que puedan seguir con sus planes de ajuste estructural sin oposición del movimiento feminista porque lo están haciendo con perspectiva de género. Cinco años después de Beijing, las mujeres del mundo estamos más pobres, más violentadas y más marginadas de los espacios de poder real, y sin embargo decimos que hemos avanzado porque ahora estamos presentes en el discurso de los poderosos y la perspectiva de género en todas o casi todas sus políticas y proyectos”.
La lavada de cara no alcanza a disimular nada. Gina Vargas abunda en el mismo sentido: “Lo que no es bueno para las mujeres, no es bueno para la democracia, esta aseveración está sustentada en muchas y dolorosas experiencias de exclusión no sólo desde las políticas estatales sino desde las mismas sociedad civiles y sus diferentes actores, incluso los que levantaban propuestas alternativas frente a las democracias realmente existentes”. Más próximas de lo que ellas mismas creen, las institucionales no están solas en su hostilidad a las “propuestas alternativas”. Las autónomas tampoco ahorran, en nombre de los derechos de las mujeres, un macartismo militante. Todo su discurso se orienta hacia alejar a las mujeres de una perspectiva revolucionaria: “El patriarcado no ha podido crear una propuesta válida y llevadera. Todas sus utopías han fracasado, todas han pasado del breve momento revolucionario al largo momento de la injusticia, la jerarquía y el poder sobre otros (…) ni sus izquierdas tienen más propuesta que administrar el sistema neoliberal, haciendo –en el mejor de los casos– que el llamado derrame llegue un poquito más a los más desfavorecidos y siempre como dádiva, como caridad, como un regalo.21
Ni en el Argentinazo, ni en la revolución boliviana
La percepción de la propia debacle es aguda: “Cuando en el reciente caos económico y político acaecido en Argentina las gentes se echaron a la calle con sus cacerolas y su ira justificada, también las feministas salieron, pero no tuvieron nada que decir. Ellas andaban ensimismadas con su propuesta de la ‘paridad’ en los diversos órganos de representación política, creyendo fervientemente en la audacia de su propuesta, pero se encontraron con que esas gentes gritaban furibundas:‘¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!’. De pronto se habían quedado sin discurso. Eso me hizo pensar que, en la nueva era de la globalización neoliberal, el feminismo ha llegado a un umbral que no puede traspasar manteniendo sus anquilosadas posiciones, lo que supone una necesidad de nuevas formulaciones en su teoría y ‘praxis'”.22 La Sendón de León se equivoca: las feministas no dejaron sus despachos en los gabinetes ministeriales ni sus asesorías –María José Lubertino, presidenta de la Comisión de igualdad de género del Ministerio de Trabajo; Mabel Bianco, directora Unidad Coordinadora Ejecutora de VIH/Sida y ETS y muchas otras– para “bajar” ni a la calle ni a las asambleas populares. Las pocas que lo hicieron o permanecieron en silencio como muestra de su horizontalismo cerril, que habla de su propia percepción como una élite, o reservaron su palabra para denunciar, en nombre del autonomismo y, otra vez, de la horizontalidad, el papel de los partidos y las organizaciones de izquierda. La hostilidad del ala izquierda del feminismo –si acaso esto existe– hacia el movimiento piquetero no cooptado, hacia las Asambleas Piqueteras Nacionales, hacia la intervención masiva de las piqueteras en los encuentros de mujeres –”traen el programa de sus partidos y no su propia voz”, dicen– son expresión de una hostilidad de clase disfrazada tanto de igualitarismo como del programa de construcción de “otros imaginarios”.
Hasta el grupo más radical que conocemos –las Mujeres Creando–, que tienen cierta inserción entre las cocaleras, las deudoras de los microcréditos y de El Alto, han tenido una intervención antiobrera y centroizquierdista en la revolución boliviana. Son el motor de la Asamblea Feminista del El Alto y no dejan de alertar sobre el “uso” que hacen los compañeros de las luchadoras. “Compañera, hermana, estás marchando junto a los compañeros, junto a tus hermanos como una forma de visibilizar tu presencia, tu lucha consecuente con la causa y por la justicia. Pero los dirigentes, los caudillos no toman en cuenta nuestra participación. Para ellos no tenemos la voz propia, nos invisibilizan, solamente somos un tumulto de defensa para facilitar el paro o bloqueo”.23 La Asamblea Feminista del El Alto, si bien declara “no descansaremos hasta que la nacionalización de los hidrocarburos sea un hecho”, también denuncia que “los líderes de los movimientos sociales están entretenidos en la búsqueda de protagonismos personales o grupales, típica manera patriarcal de ahogar las luchas sociales, no generan propuestas concretas y corremos el peligro de quedarnos en consignas, mientras el futuro se diluye entre nuestras manos”. ¿Y cuál es la propuesta concreta de la Asamblea Feminista? “Acompañar al señor Rodríguez, presidente de la Corte Suprema, con un gabinete ministerial nombrado por el pueblo, de manera que se garantice la nacionalización de los hidrocarburos y la Asamblea Constituyente, cuya elección de constituyentes no debe estar manipulada por la ley de partidos políticos y agrupaciones ciudadanas, para así garantizar entre otras reivindicaciones la participación de un 50% de mujeres asamblearias”24. El “señor” Rodríguez merece no sólo un trato más considerado, recibe además una confianza política que jamás se deposita en las organizaciones revolucionarias. La crónica de Ximena Bedregal en La Jornada de México es directamente derechista: “De verdad que Bolivia está al borde de un gran baño de sangre. Lo digo con el corazón partido, con el alma apretada. No entiendo cómo los viejos izquierdosos pueden estar felices con lo que pasa allá. ¡Tantas revoluciones vio el siglo XIX y el XX. ¿Cambió algo para mejor, alguna revolución significó una re-evolución del conjunto social? Ni hablemos de las mujeres, uso y usufructo de patriarcas ricos y pobres ¿podrá haber una revolución bolchevique en pleno fundamentalismo patriarcal, neoliberal y militarista?25
Pacifismo proimperialista
Las feministas institucionales llevaron su adaptación hasta todos los extremos, avalaron la invasión a los Balcanes en nombre de la democracia y avalaron la invasión a Afganistán en nombre de la defensa de las mujeres “bajo el yugo del Islam”, defensa que ha sido más que contestada por las mujeres “bajo el yugo del Islam”, que las han enviado a cajas destempladas a vincularse con las mujeres oprimidas de otras clases en sus propios países.26 La tradición pacifista del feminismo se ha extinguido en nombre de la extensión del régimen democrático, aunque venga en bombardeos de la Otan porque, como dice Amelia Valcárcel: “el feminismo, que es en origen un democratismo, depende para alcanzar sus objetivos del afianzamiento de las democracias. Aunque en situaciones extremas la participación activa de algunas mujeres en los conflictos civiles parezca hacer adelantar posiciones, lo cierto es que éstas sólo se consolidan en situaciones libres y estables. Bastantes mujeres han descubierto en su propia carne que el hecho de arriesgar su seguridad o sus vidas para derrocar una tiranía no las pone a salvo de padecer las consecuencias de su victoria si el régimen que tras ella se instala es otra tiranía (…) Sólo la democracia, y más cuanto más profunda y participativa sea, asegura el ejercicio de las libertades y el disfrute de los derechos adquiridos. Por imperfecta que pueda ser, siempre es mejor que una dictadura de cualquier tipo, social, religiosa, carismática. (…) Feminismo, democracia y desarrollo económico industrial funcionan en sinergia. El feminismo está comprometido con el fortalecimiento de las democracias y a su vez contribuye a fortalecerlas”27.A confesión de partes…
Muchas feministas de las más diversas orientaciones consideran ejemplar la lucha de las “Mujeres de negro “yugoslavas, israelíes 28, colombianas 29–, una organización de mujeres que “están en contra de todo el continuo de violencia, desde la violencia masculina contra las mujeres, hasta el militarismo y la guerra. Abogan por la paz, la justicia y la democracia multiétnica, así como por la implementación de medios no violentos, negociados, para resolver las diferencias”30. Si bien es imposible no simpatizar con las Mujeres de Negro por su valentía callejera para denunciar la masacre palestina, los paramilitares colombianos, la limpieza étnica de Milosevic o la barbarie de la Otan, su alternativa negociadora sólo representa una de las estrategias del bloque imperialista en estos conflictos. Porque la salida a la guerra de los Balcanes, a la causa palestina, a la invasión de Afganistán, a la guerra de Irak desde el feminismo siempre incluirá un llamado “al diálogo” entre las partes, la denuncia de “ambos sectores” por su actitud “patriarcal y militarista” y finalizará en el mismo punto: en el reconocimiento de Naciones Unidas como un organismo esta vez sí neutral y en el reclamo de que intervenga. A las más refinadas analistas de la opresión sexual femenina, todas las otras opresiones les pasan por un costado. En relación con la invasión de Bush a Irak, se pregunta Bedregal:”¿Cuántas intelectuales feministas siguen vendiendo la idea de que estamos a las puertas de verdaderas democracias de género sólo porque ya aceptan la perspectiva de género hasta el mismo puñado de belicistas halcones que se arrogan el poder total (y por supuesto, sus obedientes empleadillos nacionales) mientras llevan al planeta a un Estado policíaco, fascistamente bélico, lleno de guerras “preventivas” y a sus pocas y débiles instancias multilaterales a la bancarrota ética y política? Un fantasma recorre el mundo, el fantasma de la guerra global. La pregunta que queda es ¿podrá el pensamiento y la acción crítica abrir caminos para que ésta se vaya al abismo de lo que quiso y no pudo?” La respuesta a la desolada pregunta es: Para un programa político que ignora la opresión nacional y la opresión de clase, y que ataca las luchas de liberación nacional y social como contrarias a los intereses de las mujeres; para un programa político que promueve el fortalecimiento de “las pocas y débiles instancias multilaterales” del capital y se empantana en un idealismo antisocialista, el único camino es la cooptación o el abismo.
NOTAS:
1. Carol Gilligan, La moral y la teoría. Psicología del desarrollo femenino, Fondo de Cultura Económica, México, 1985 
 
2. “Torturas con enfoque de género”, Paredes es del Grupo Mujeres Creando, corriente autónoma de Bolivia. 
 
3. “Un útero no sustituye una conciencia”. Ehrenreich es una feminista de la igualdad” estadounidense.
 
4. La filósofa feminista española Amalia Valcárcel explica: “Ahora, las ‘mujeres modernas’, que eran ciudadanas y tenían formación, eran libres y competentes. Libres de elegir permanecer en su hogar y no salir a competir en un mercado laboral adusto. Competentes para llevar adelante la unidad doméstica mediante una planificación cuasiempresarial. El nuevo hogar tecnificado en el que los electrodomésticos libraban de algunas de las tareas más trabajosas y humillantes, necesitaba a una ingeniera doméstica al frente. Una mujer que sabía que el éxito provenía de una correcta dirección de la empresa familiar. Cada ama de casa era una directora gerente de la que dependía el éxito completo de la familia nuclear. No tenía sentido salir a competir en el mercado por un puesto de cualificación media o baja cuando se podía ser su propia jefe”.
 
5. La Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, aprobada en 16 de agosto 1789, en plena efervescencia revolucionaria en Francia, llevó a la francesa Olympe de Gouges a redactar la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, al considerar que la primera excluía a las mujeres. “La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos”. Este enunciado, que encabeza el texto redactado por de Gouges en 1791, resume en gran medida las nacientes ideas y luchas de las mujeres durante la Revolución de 1789. Es una réplica al primer enunciado de la Carta de 1789, que consagra los principios de igualdad de todos los varones y sus derechos políticos. De Gouges, una destacada activista de la revolución, terminó en la guillotina. 
 
6. Sheila Rowbotham, autora de Mujer, Resistencia y Revolución (1972) y La conciencia de la mujer en el mundo de los hombres (1973), toma como antecedente a Flora Tristán.
 
7. “Una mirada sobre los sucesivos feminismos”, María Salas. 
 
8. Autora de Escupamos sobre Hegel, una denuncia del sexismo en Hegel, Freud y Marx y el conjunto de la filosofía occidental. 
 
9. Ana de Miguel, Neofeminismo: los años ’60 y ’70. 
 
10. Ximena Bedregal, feminista autónoma, dirigente del feminismo mexicano en los ’80. Democracia masculinista, democracia heterosexual compulsiva, México.
 
11. La psicoanalista Nancy Caro Hollander cuenta una reunión de la UFA(Unión Feminista Argentina), el 22 de agosto de 1972, día de la masacre de Trelew: “En el encuentro que tuvo lugar esa noche surgió un debate acerca de lo que debíamos hacer los grupos feministas, si alinearnos o no con las numerosas organizaciones que denunciaban públicamente las acciones represivas del Estado. Muchas de nosotras deseábamos hacer una declaración pública, denunciando los actos del gobierno militar, pero algunas de las mujeres argumentaron que eso no tenía nada que ver con nosotras como feministas, porque en los movimientos revolucionarios el rol subordinado, adjudicado a las mujeres, reflejaba la opresión patriarcal tradicional de las mismas. De modo que: ¿por qué protestar por la suerte de esos hombres que sólo reproducían actitudes y conductas patriarcales?”. 
 
12. “La política feminista en América Latina se comenzó a desplegar tempranamente en las luchas contra las dictaduras o gobiernos autoritarios o gobiernos democráticos que no parecían serlo y ante los cuales se desarrolló una actitud de profunda desconfianza. Quizá por ello, los feminismos en su despliegue orientaban mucho más sus estrategias hacia perfilarse desde la sociedad civil antes que a interactuar y menos negociar con los Estados y gobiernos”, Gina Vargas, Lima, 2003.
 
13. La inclusión de feministas en los gobiernos democratizantes es una constante de la época. “Feministas bolivianas de algunas ONG se sintieron convocadas por el impulso modernizador del presidente Gonzalo Sánchez de Losada (1994-1997) y trabajaron bajo su administración, e incluso una feminista independiente de la coalición de los partidos en gobierno ocupó el primer mandato de la Subsecretaría de Género; al igual que otra profesional de una ONG de mujeres, también independiente del partido Liberal en Colombia, fue la encargada de la Dirección Nacional de Equidad de las Mujeres creada por la administración Samper en 1996. El Conamu (Consejo Nacional de la Mujer) del Ecuador, fundado en 1997, incorporó en su Consejo Directivo a tres “representantes” del movimiento de mujeres elegidas en sus bases, al igual que el Isdemu (Instituto Salvadoreño de Desarrollo de la Mujer), que invitó también a dos representantes de los grupos de mujeres a participar como miembros plenos en su Junta Directiva. En Chile, en función de los acuerdos partidarios de la Concertación, una socialista –generalmente feminista– ocupa la subdirección del Sernam, y en el Perú, el Consejo Consultivo del Ministerio de Promoción de la Mujer y Desarrollo Humano (Promudeh) está integrado por algunas feministas y representantes de agencias internacionales”. Los malestares del feminismo latinoamericano, Maruja Barriga. 
 
14. La exigencia de incorporar profesionales a las ONG cambió totalmente la composición de éstas. La Morada, en Chile, expulsó “democráticamente” a su fundadora, Pisano, por denunciar “el camino a Beijing”.
 
15. Las Mujeres Creando fueron apaleadas en La Paz por la Policía, a pedido de sus adversarias, por denunciar la estafa del “camino a Beijing”. 
 
16. Género, desarrollo y cooperación al desarrollo. 
 
17. El Periódico, México, 4/8/04.
 
18. Miembro del colectivo Flora Tristán, con perdón de la nombrada. 
 
19. Ximena Bedregal, ¿Qué quedó del proceso de Beijing?
 
20. Margarita Pisano.
 
21. Ximena Bedregal, Democracia masculinista, democracia heterosexual compulsiva. 
 
22. Sendón de León, Victoria, filósofa feminista española. Encuentro de Mujeres Filósofas, octubre 2002, Barcelona. 
 
23. Florentina Alegre, dirigente campesina. “Sólo somos un tumulto de defensa para facilita el paro”.
 
24. “La Asamblea feminista con el Pueblo”, La Paz, 9/6/05. 
 
25. Ximena Bedregal, “Bolivia al borde de un baño de sangre”, 8/6/05. 
 
26. “Sobre la autonomía del feminismo árabe”, Fátima Mernissi: “Que algunas feministas occidentales vean a las mujeres árabes como esclavas serviles y obedientes, incapaces de tomar conciencia o de desarrollar ideas revolucionarlas propias que no sigan el dictado de las mujeres más liberadas del mundo (de Nueva York, París y Londres), a primera vista parece más difícil de entender que una postura similar en los patriarcas árabes (…) no me preocupa tanto el futuro de la solidaridad internacional de las mujeres como la capacidad del feminismo occidental de crear movimientos sociales populares para lograr un cambio estructural en las capitales mundiales de su propio imperio industrial. Una mujer que se considera feminista debería preguntarse si es capaz de compartir esto con las mujeres de otras clases sociales de su cultura. La solidaridad de las mujeres será global cuando se eliminen las barreras entre clases y culturas.” 
 
27. Amelia Valcárcel y Rosalía Romero, Los desafíos del feminismo en el siglo XXI.
 
28. “Desde 1988 las Mujeres de Negro de Israel se manifiestan contra la ocupación militar israelí y construyen puentes de paz con las mujeres palestinas para poder finalmente vivir en paz en dos Estados para dos pueblos”. 
 
29. “Colombia: Las mujeres de la Ruta Pacífica no creemos en el poder de las armas, no creemos en los guerreros. Hacemos un llamado para fortalecer la democracia, para no cerrarle el paso a las libertades y derechos civiles, para no permitir que en nombre de la lucha contra el “terrorismo” se persiga, se encarcele y se mate. Nuestra fuerza y rebeldía se ha traducido en voluntad política para desde nuestra autonomía frente a todos los actores armados, desde el dolor que compartimos con las mujeres desplazadas, las que tienen a sus familiares muertas/os, desaparecidas/os, secuestrada/os, asesinadas/os, retenidas/os, encarceladas/os, torturadas/os, exigir la salida política negociada y los acuerdos humanitarios, desde el firme compromiso de contribuir a la desmilitarización de la vida civil y a la construcción de un país y una casa libre de violencias, opresiones y subordinaciones.” 
 
30. Nancy Caro Holander, op. cit.
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Author: Partido de los Trabajadores