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Merkel, contra las cuerdas

La canciller alemana, Angela Merkel, junto con el líder socialdemócrata Martin Schulz, lograron -tras una maratónica negociación de 24 horas- alumbrar un principio de acuerdo para formar gobierno, después de 111 días sin poder concretarlo luego de los comicios. Este acuerdo agónico provocó una sensación de alivio en los principales círculos de poder mundial. Pero el tema no está cerrado. Apenas dos días después de sellado el compromiso, han empezado a asomar las primeras grietas. “Las poderosas juventudes del SPD han puesto en marcha una campaña para derribar el embrión de alianza, mientras otros dirigentes han pedido mejoras en el pacto y las direcciones del partido de dos estados federados han votado en contra” (El País, 16/1). Las fisuras, en caso de que se extiendan podrían desembocar en un naufragio si el congreso extraordinario convocado por el SPD para abordar el punto rechaza la propuesta.

Crisis política de fondo

Aunque se superara esta instancia y se formalizara el acuerdo, es indisimulable la severa crisis política que atraviesa la nación germana. Alemania no ha podido escapar a las tendencias disolventes de la Unión Europea en el marco de la actual crisis mundial en desarrollo. Más aún, en su carácter de potencia líder, este proceso ha terminado por estallar dentro de sus propias fronteras. Bajo el mandato de Merkel, el país absorbió un millón de refugiados desde 2015, lo cual se ha terminado convirtiendo en una bola de nieve explosiva. Europa, en esta etapa reciente, ha sido sacudida por el Brexit y el auge del separatismo en los diferentes países que integran la Unión Europea y al interior de los mismos, como ocurre con el emblemático caso catalán.

Este escenario ha sido el caldo de cultivo para el florecimiento de las tendencias xenófobas y nacionalistas en el país germano. Este hecho se ha expresado en las elecciones con el ascenso electoral de la ultraderecha, casi el 13% de los votos y ha ingresado, por primera vez, en el Parlamento después de la segunda guerra mientras declinan los partidos tradicionales. La ultraderecha plantea prohibir el ingreso de los inmigrantes e, inclusive, su expulsión; y en el plano económico llama a priorizar los intereses de Alemania. El país, según su punto de vista, debería dejar de distraer recursos en la Unión Europea y concentrar su atención en las necesidades locales. Una suerte de “Alemania primero”, en una especie de réplica de la consigna que viene enarbolando Trump en Estados Unidos.

Reacción nacionalista

Esta reacción nacionalista se extiende a la propia coalición que venía gobernando el país. Dos de los partidos aliados -liberales y verdes- no han sido inmunes a este escenario, al punto de resolver no renovar su alianza con la Unión Cristiana Democrática (UDC), el partido liderado por la jefa de gobierno. Esta presión también está presente en sus propias filas partidarias. Las tendencias nacionalistas han comenzado a abrirse paso y ganar terreno en las filas de la burguesía en forma proporcional al fracaso de la globalización. Esto se ha intensificado con la asunción de Trump en la Casa Blanca, quien ha salido con los tapones de punta contra Alemania, agravando las tensiones y choques comerciales con la Unión Europea. Esto ha llevado a decir a The Spiegel Online (semanario más reconocido del país) que Alemania atraviesa su propio “momento brexit”, refiriéndose al voto por la salida británica de la Unión Europea y su propio “momento Trump”.

El acuerdo alcanzado entre conservadores y socialdemócratas traduce estas presiones. Plantea un endurecimiento de la política inmigratoria -admitiendo el ingreso de un máximo de entre 180.000 y 200.000 refugiados al año. Las nuevas reglas limitarán, asimismo, a 1.000 al mes los familiares de refugiados ya radicados en el país que pueden entrar en Alemania.

Sobre la integración europea, el pacto plantea abogar por el resurgimiento de la Unión Europea. Las dos agrupaciones convergen en que Alemania debe trabajar codo a codo con el presidente de Francia, Emmanuel Macron, para reformar la Unión Europea. Pero mientras el SPD quiere un presupuesto en la zona euro para inversiones comunes, los conservadores se muestran reacios a darle luz verde por temor a mutualizar la deuda de los distintos países. Es decir, cuando se escarba más allá de las fórmulas generales, saltan las divergencias.

Un ítem clave para los socialdemócratas, que durante la campaña invocaron e insistieron en la “justicia social”, es aumentar el gasto en servicios como educación, vivienda, infraestructura y salud. Para financiarlo plantean aumentar los impuestos a los más favorecidos y que los sectores medios y bajos sean exentos del llamado “impuesto solidario”, destinado a sostener la ex Alemania Oriental. Los conservadores sugieren, en cambio, aumentar el presupuesto de defensa -que el SPD rechaza-, reducir los impuestos en líneas generales, en especial para los más ricos.

Los socialdemócratas han salido con las manos vacías respecto de sus demandas en materia tributaria. Y se han debido contentar con un magro aumento de las partidas sociales, destinadas, en particular, para educación.

En lo que sí avanza el acuerdo es en la necesidad de aumentar la presión impositiva sobre las corporaciones extranjeras. El texto exige “una fiscalidad justa para las grandes empresas, especialmente, para las empresas de Internet como Google, Apple, Facebook o Amazon”. Esta exigencia se da en momentos en que el Congreso de Estados Unidos acaba de sancionar una reforma impositiva que castiga y discrimina a las empresas extranjeras radicadas en territorio norteamericano e inclusive a las filiales de empresas estadounidenses que operan en Europa. Asistimos, ahora, a una represalia desde el lado europeo. La guerra impositiva se inscribe dentro de la rivalidad y guerra comercial que se viene acentuando.

Otra cuestión no menor son las negociaciones en torno del Brexit. Alemania quiere aprovechar la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea para transformarse en el centro financiero de Europa, que históricamente tenía su asiento en Londres. Este liderazgo le permitiría afianzar su tutela económica en Europa y avanzar en el copamiento de la banca de los países miembros de la Unión Europea que se encuentra en terapia intensiva, aunque, en simultáneo, debe lidiar con la crisis de sus propios bancos. La situación financiera del Deutsche y Commerz Bank está seriamente comprometida hasta el punto que el Estado alemán ha debido salir a socorrerlos para evitar una corrida que podría haber estallado como resultado del derrumbe accionario que afectó ambas instituciones.

Final

Estamos ante una crisis de fondo del régimen político que hunde sus raíces en la bancarrota capitalista, que ha entrado en su undécimo año con sus premisas agravadas, acentuando los desequilibrios y al dislocamiento de la economía europea y mundial. Esto no se va a resolver con un acuerdo improvisado, atado con alambres. Las contradicciones económicas y políticas exceden holgadamente la capacidad de remontarla por parte de los protagonistas de esta nueva coalición, que ya vienen de otras cuatro tentativas similares bastante frustrantes, en los últimos doce años. La crisis de régimen ha horadado los partidos tradicionales. Esto vale para los conservadores, pero en especial para la socialdemocracia, que ha hecho su peor elección de las últimas décadas. Los socialdemócratas han pagado muy caro su maridaje con la derecha y su política antiobrera. No hay que olvidar que el SPD, bajo su mandato, ha sido el artífice de la reforma laboral que está en vigencia, promoviendo y generalizando la precarización laboral en el país.

La crisis política contagia a todas las clases sociales y también se extiende a los trabajadores. Hay un clima creciente de insatisfacción y malestar en la clase obrera que viene siendo afectada por un retroceso de sus salarios y de sus condiciones de vida. En este cuadro, acaba de estallar la huelga de los metalúrgicos que ha paralizado las principales empresa del sector, en primer lugar, las automotrices. Ingresamos en una etapa más convulsiva de la lucha de clases, que plantea con más fuerza la necesidad de resolver la crisis de dirección de la clase obrera y poner en pie un partido revolucionario.

Pablo Heller

Economista, docente en las carreras de Historia y Sociología de la Universidad de Buenos Aires y dirigente del Partido Obrero (Argentina).

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