Antes de la pandemia, más de 820 millones de personas se acostaban regularmente con hambre (1 de cada 9 personas en el mundo), de las cuales alrededor de 135 millones padecían hambre aguda. Este flagelo se encontraba en pleno crecimiento en todo el mundo antes de la pandemia. Ahora podrían sumar 130 millones de personas más para fines de 2020, según el Programa Mundial de Alimentos. Esto significa que 265 millones pasarán hambre aguda y varios millones más sufrirán “inseguridad alimentaria”.
Las mayores concentraciones de desnutrición están en Asia (510 millones de personas), África (230 millones de personas) y América Latina (34 millones de personas), pero los “bancos de comida” y las largas filas para recibir alimentos son cada vez más recurrentes en los países desarrollados.
Más 250 millones de personas están potencialmente al borde de la inanición. Luego de la última gran crisis mundial de 2008, se sumaron 100 millones de hambrientos en el mundo. Sin embargo, ahora hay un 17% más de alimentos disponibles por persona que hace 30 años.
Cómo la crisis capitalista promueve las hambrunas
Muchos analistas temen un colapso del sistema de oferta de alimentos, esto es, a que la crisis económica producida por la crisis sanitaria produzca una brutal crisis de oferta. La escasez de fuerza de trabajo local y extranjera para levantar las cosechas mundiales hizo que muchos cultivos en el mundo se pudrieran. Miles de contenedores de envío comenzaron a atascarse en los puertos chinos y del mundo, desde febrero, como resultado de la disminución de las exportaciones. La escasez de alimentos podría reflejarse en una suba de los precios que, finalmente, va a generar más hambruna.
Algunos analistas también se preocupan por las migraciones humanas generalizadas, ya que el hambre se intensifica en las zonas rurales con escasez de cultivos, lo que lleva a las familias desesperadas a mudarse a ciudades u otras regiones en busca de alimentos e ingresos: “Si las cadenas de suministro de alimentos se rompen y los medios de subsistencia son insostenibles, es más probable que las poblaciones vulnerables se muevan en busca de asistencia”, dijo la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
“Aunque las condiciones actuales aún no han alcanzado este grado de estrés, parece que está comenzando un colapso. ‘El impulso autodestructivo de los países para imponer controles de exportación de equipo médico a raíz de la pandemia de Covid-19 se ha extendido como una infección a los alimentos’, señaló Cullen Hendrix, del Instituto Peterson de Economía Internacional, el 6 de abril. Hasta ahora, Rusia, Kazajstán, Tailandia y Camboya han prohibido la exportación de granos procesados, y Vietnam ha suspendido los nuevos contratos de exportación de arroz. Tales medidas, advirtió Hendrix, ‘auguran mal para el hambre global y la estabilidad política’. (The Nation, 1/5).
La consecuencia directa de esto son rebeliones del hambre: “Hubo, por ejemplo, ese brote del 9 de abril en Nairobi y esas protestas en Dhaka. También se han reportado protestas por alimentos en Honduras y Sudáfrica. En Italia, se enviaron tropas adicionales al sur y a Sicilia en medio de temores de asaltos a supermercados provocados por residentes empobrecidos. Incluso en los Estados Unidos, los voluntarios del banco de alimentos nerviosos pidieron protección a la Guardia Nacional en varios estados cuando el número de personas que buscaban provisiones excedía con creces las cantidades disponibles y la atmósfera se volvió tensa” (The Nation).
La secuencia: recorte de la demanda, escasez de trabajadores, caída de la producción, suba de precios, hambruna, es un horizonte cercano. Sólo el socialismo es capaz de aniquilar la anarquía capitalista de la producción y poner en manos de los productores directos el control político de la economía y sociedad.