El 8M y la movilización política que ha suscitado han puesto nuevamente sobre la mesa el problema de la opresión de la mujer y del camino de su emancipación. Estos debates se han expresado en las numerosas asambleas, reuniones sindicales, intergremiales que han tenido como protagonistas a cientos de activistas y luchadoras. El movimiento de mujeres que tiene un carácter muy heterogéneo se encuentra dominado por discursos feministas donde el énfasis sobre los problemas de la mujer se encuentra dado por la cuestión del género. Emerge así una consideración de que la batalla por emancipar a la mujer es una lucha de sexo contra sexo, que nos aúna como mujeres en una práctica de sororidad.
Pero considerar que la violencia que el régimen social capitalista descarga brutalmente sobre la mujer es producto fundamentalmente y por sobre todo de una cultura machista y misógina es una banalización y una absoluta parcelación del problema de la opresión de la mujer. Pero es además un retroceso del método científico para el abordaje de los fenómenos históricos – que como la realidad son contradictorios. Se trata de un retorno al idealismo, que es la explicación de la realidad exclusivamente por las ideas, por construcciones subjetivas.
Sin embargo, la opresión de la mujer no puede analizarse fuera del cuadro social concreto, es decir de las relaciones sociales de explotación y diferenciado por las peculiaridades históricas propias de cada nación, que pueden llegar a ser enormes.
Enajenación
En este sentido, no se puede entender la actual situación que vivimos las mujeres sin comprender la etapa histórica que atravesamos, de un capitalismo en descomposición que en su dinámica interna ha profundizado enormemente las formas de trabajo alienado. De un lado, el aumento de la precarización y flexibilización laboral – con su inestabilidad constante-, de la intensidad del trabajo y de extensas jornadas, del trabajo en negro y de los bajos salarios, y del otro, el aumento exponencial de la producción de mercancías para el consumo, que aumentan enormemente la alienación del conjunto de la clase obrera. Se ha transformado el trabajo en una penuria descomunal, que se asocia más a la concepción del hombre y la mujer como burros que como auténticos seres humanos.
Los trabajadores y las trabajadoras se encuentran cada vez más ajenos en términos de acceso a la inmensidad de productos que aumenta sistemáticamente, a pesar de que hombres y mujeres agotan cada vez su más su físico y mente en las agobiantes jornadas de trabajo. Aumentan así las frustraciones, el cansancio, la violencia, producto de que al mismo tiempo que se ha desarrollado la capacidad productiva como nunca antes en la historia de la humanidad, cada vez es más difícil poder acceder a un nivel de vida mínimamente aceptable. Se trata de un proceso en el cual los trabajadores como clase se ven abstraídos de su propia vida. “El hombre (como especie) se aliena de los otros hombres y termina siendo un animal y no un sujeto colectivo que crea el mundo material de su propia vida.” La enajenación del trabajo consiste en que el trabajador y la trabajadora no se realizan en su trabajo sino que se niegan, experimentan una sensación de malestar más que de bienestar, no desarrollan libremente sus energías mentales y físicas sino que se encuentran físicamente exhaustos y mentalmente abatidos, de modo que “el resultado es que la persona se siente libremente activa cuando no trabaja, sólo en sus funciones animales, comer, beber y procrear, o cuando más en su vivienda y en el adorno personal. En sus funciones humanas se ve reducida a la condición animal. Lo animal se vuelve humano y lo humano se vuelve animal. Se despoja al trabajo de su especificidad, la potencia del ser consciente que distingue al hombre como especie.”
Esta enajenación de los hombres y mujeres de la clase obrera se acrecienta a medida que el capitalismo se desenvuelve históricamente. Marx, señalaba que cuanto más riqueza produce el capitalismo, en potencia y volumen, más se empobrece material y espiritualmente la clase obrera. “La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas”, señalaba en los manuscritos económico-filosóficos. El aumento de la alienación – que atraviesa a toda la sociedad- en las relaciones humanas (de pareja, familiares) aumenta los niveles de violencia, ansiedad, frustración que en el marco de las relaciones familiares es descargada sobre las mujeres (que constituimos el sector más explotado, acumulando sobre nuestras espaldas la mayor cantidad de horas de trabajo, realizando lo que se denomina doble jornada (trabajo en el hogar), así como también sobre los niños que desarrollan su proceso de socialización y aprendizaje en ambientes cargados de carencias de todo tipo (materiales y afectivas) y tienden a reproducir esos comportamientos alienados o a desarrollar incluso estructuras mentales enfermizas propias de un régimen social en descomposición.
Fetichismo de la mercancía y machismo
En la etapa histórica que nos ha tocado vivir, las relaciones humanas se encuentran en el cuadro social mediadas por las mercancías, esto por el lugar que ocupa el dinero en nuestra sociedad como representante universal de la mercancía. En este sentido, el fetichismo de la mercancía ha dado lugar a la cosificación de las relaciones humanas, incluida las relaciones sexuales. Bajo el capitalismo el sexo pasa a ser una mercancía más que se busca consumir, la satisfacción de necesidades individuales (en este caso , la búsqueda de placer), dejando a un lado que se trata de una relación humana íntima entre dos personas. Finalmente el amor mismo se vuelve impotente y una desgracia si amamos sin evocar al amor como respuesta, es decir, si no somos capaces, mediante la manifestación de nosotros mismos como amantes de convertirnos en personas amadas. El amor como acto social también se ve impregnado – y cada vez más – de la alienación.
La mujer como el eslabón más débil de esta cadena de explotación y enajenación, es también convertida en mercancía, como lo evidencia el enorme negociado que constituyen las redes de trata a partir de la esclavitud sexual, o la prostitución. Así, la expansión de la mercantilización en el conjunto de las relaciones sociales transforma a las mujeres en uno de los blancos predilectos de la violencia. Como vemos no enfrentamos simplemente una ideología patriarcal impregnada en la sociedad desde los tiempos inmemorables, sino que estamos frente a un nuevo fenómeno producto de este modo de producción – y de su descomposición-, que combina antiguos resabios de subordinación y opresión de la mujer con nuevas (en términos de historia de la humanidad) formas de explotación capitalista. Es por esto que el machismo no es más que una expresión de este proceso social de conjunto, mediado por la cosificación de las relaciones humanas. De este modo, el llamado machismo que comporta una discriminación y descalificación de la mujer por parte del hombre, está inscripta de modo diferente dependiendo de la estructura de la sociedad que se trate, en el caso histórico actual es el capitalismo. La discriminación que tiene lugar en el trabajo y la familia es un producto social que ha variado con el tiempo y entre sociedades en un mismo tiempo histórico. En el presente, la posición subalterna de la mujer respecto del hombre cumple siempre una función social, de la cual el discurso cultural no es más que una manifestación ideológica alienante. Repetimos: la cuestión de la opresión de la mujer es de naturaleza clasista, pues sirve a la reproducción del sistema dominante. La opresión que sufre la mujer no es de naturaleza homogénea, no es lo mismo la opresión de Melania Trump que de una trabajadora negra en EEUU.
La alienación se encuentra en el centro del problema de la opresión sobre la mujer expresada en la reproducción, por parte de la clase obrera, de la ideología y práctica social de la clase dominante, incluso en su forma más brutal por las limitaciones de las condición de la opresión proletaria y la miseria social actual. Mientras buena parte de la izquierda levanta un programa penal para la violencia contra la mujer y el femicidio, nuestro partido defiende la sanción de medidas de protección de la mujer por parte del Estado, acompañadas por el control de su ejecución por las propias mujeres, por la organización independiente de la mujer y, por sobre todo, por una lucha teórica y práctica contra la violencia hacia la mujer en el seno de la clase obrera. Es decir, batallamos por romper la barrera que bloquea la unidad política efectiva de las mujeres, jóvenes y hombres de la clase proletaria. Pues la lucha contra la opresión de la mujer es una lucha de clases: si la clase obrera quiere emanciparse del capital y el trabajo alienado, debe dar una lucha interna en su propia clase para emanciparse del machismo, dicho de otro de modo, de la opresión de sus compañeras de clase dentro de la propia clase de proletarios.
En este terreno, para el marxismo el programa del socialismo y el programa de la mujer trabajadora es un programa de emancipación humana. Esto porque la mujer obrera no podría emanciparse sin un cambio de las condición asalariada de la clase obrera en su conjunto, pues la subordinación de la mujer es resultado de la emergencia de la propiedad privada y sólo con la abolición de esta, puede emanciparse de aquella.
Los problemas de la mujer y crisis de dirección
Para gran parte de la izquierda la caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS fue una derrota de las perspectivas de superación del régimen social y la culminación de un proceso de adaptación al capitalismo. El proceso de restauración del capitalismo en los ex estados obreros amplió las contradicciones del sistema, pues hizo global la dominación capitalista. Surgieron así, todas las premisas que decretaban el fin de la historia y el triunfo del capitalismo sobre las perspectivas socialistas. Fue el período en que la mayoría de la izquierda bajo la presión de estas derrotas eliminó de su acción política y estratégica el planteo de Marx de expropiar a los expropiadores y se convirtió en un instrumento para administrar un ‘capitalismo más humano’, ‘más distributivo’, ‘más equitativo’; fue la etapa donde se desterró definitivamente el programa y la concepción de clase sobre el problema de la mujer, transmutando hacia un planteo de conciliación de clases y de integración profunda al Estado burgués. El retroceso político y moral de estas direcciones es tal, que del discurso y la acción reformista han pasado a la directa administración del Estado y de los negocios capitalistas. De otro lado, los poderosos movimientos sociales que han surgido en este período como respuesta al avance capitalista sobre las condiciones de vida de los trabajadores, han encontrado su límite en la falta de una perspectiva estratégica de superación del régimen social, tal es así que la mayoría de los grandes movimientos indigenistas, autonomistas, y de trabajadores han culminado en una adaptación a los gobiernos nacionalistas y centroizquierdistas.
Este proceso de derrotas de la clase obrera, donde la izquierda revolucionaria quedó por mucho tiempo reducida a la marginalidad es también un elemento clave para entender porque las frustraciones, el agobio y la negación del ser humano que produce el trabajo cada vez más alienado se han transformado en sentimientos de impotencia, de humillación y de violencia, que al no encontrar un canal de liberación, de rebelión, de transformación mediante una acción consciente y decidida contra los expropiadores (patronales y Estado) y el régimen social que sustentan, la descarga en sí mismo (estrés, ansiedad, adicción, depresión, y suicidio) y en sus vínculos y relaciones más cercanos. La familia con su estructura burguesa se transforma así en el depositario de todas las vejaciones que tienen su origen en la forma alienada de trabajo, en el fetichismo de la mercancía y en la propiedad privada de los medios de producción.
Entender porqué se producen los fenómenos es el primer paso para batallar por dar resolución a los problemas. Se trata en este punto, de arribar a una concepción de totalidad y no parcial y subjetiva. Pues para el marxismo, el pensamiento no sólo penetra la realidad, sino que si lo hace de un modo adecuado -es decir, reproduce, representa y comprende en términos profundos el mundo que enfrenta, el pensamiento mismo se puede hacer realidad mediante la acción consciente. En este aspecto, defendemos la combinación superadora del materialismo y del idealismo, donde vuelve a aparecer el vínculo indisoluble entre objeto y sujeto, entre hombre (en términos de especie) y naturaleza.
Todo esto que hemos desarrollado hasta aquí no significa en modo alguno una justificación a las aberraciones que venimos sufriendo las mujeres. Pues debe quedar claro que no sólo las circunstancias hacen a los hombres y a las mujeres sino que estos conociendo el movimiento de las circunstancias pueden construirlas humanamente. He aquí donde entra la necesidad imperiosa de avanzar en la conciencia socialista, en la organización independiente, en la deliberación colectiva para la transformación social.
Perspectiva estratégica
El paso necesario para continuar la batalla contra la opresión de la mujer trabajadora es la organización independiente del Estado y sus partidos, para imponer en TODAS las organizaciones de la clase obrera la lucha general por nuestras reivindicaciones. Las explotadas debemos tomar en NUESTRAS MANOS la lucha contra toda forma de violencia y abuso exigiendo al Estado que otorgue los recursos para un sistema de protección (casas refugios gestionadas por las propias mujeres, oficinas de atención y contención abiertas las 24 horas, remuneración por violencia doméstica que permita a las mujeres independizarse de sus golpeadores). La socialización de las tareas del hogar exigiéndole al Estado y las patronales, comedores públicos, guarderías, instituciones de cuidados, elementos sustanciales para emancipar a la mujer del trabajo doméstico. También debemos luchar contra el ajuste y los despidos que golpean a las trabajadoras –muchas jefas de hogar-, a igual tarea igual salario para terminar con las inequidades salariales, y el combate a la precarización laboral. Debemos continuar con la rebelión que constituye salir de nuestros hogares y lugares de trabajo para tomar las calles, y poner en cuestión TODAS LAS FACETAS de nuestra opresión.
Pero por sobre todo, como perspectiva estratégica, las explotadas tenemos que tener en cuenta que la lucha contra la violencia, la discriminación, la subordinación que sufrimos, que la lucha contra nuestra opresión, es una lucha contra las relaciones sociales capitalistas, para superar el trabajo alienado y la propiedad privada, contra los expropiadores (las patronales y el Estado) que nos condenan a la pauperización, la muerte y la barbarie, y es en este punto que nuestra lucha empalma con nuestros compañeros de clase. Porque es objetivamente por el lugar que ocupa en la producción capitalista las mujeres y hombres de la clase obrera la única capaz de emancipar ya no sólo a las explotadas y los explotados del mundo, sino a toda la humanidad.
¡Adelante compañeras, desbordemos las calles que las explotadas podemos cambiar el mundo!.
Lucía Siola