El 15, 16 y 17 de julio sesionó en Montevideo la Conferencia Latinoamericana de la izquierda y el movimiento obrero, convocada por el Partido de los Trabajadores (PT) de Uruguay y el Partido Obrero (PO) de Argentina. Más de 300 compañeros participaron en las tres jornadas. Hubo delegaciones del POR de Chile, Tribuna Clasista de Brasil, Opción Obrera de Venezuela, compañeros del Paraguay, del Partido Obrero de Argentina y, por supuesto, militantes y simpatizantes uruguayos.
El viernes 15 se realizó el acto de apertura en la Asociación de Periodistas del Uruguay, donde hicieron uso de la palabra las delegaciones internacionales presentes. Cerraron el acto Néstor Pitrola (web del Partido Obrero) y Rafael Fernández.
Rafael Fernández, candidato a presidente del PT en las últimas elecciones uruguayas, denunció el ajuste que el Frente Amplio descarga sobre el pueblo trabajador. El día previo al inicio de la conferencia, Uruguay vivió una huelga general de acatamiento casi total. La burocracia sindical que se encuentra integrada al gobierno tuvo que llamar al paro a su pesar.
El sábado 16 se realizaron tres mesas redondas públicas en la Facultad de Humanidades.
El domingo 17 culminó en un plenario -en la sede del sindicato de trabajadores estatales- con todas las representaciones latinoamericanas e invitados especiales. Se aprobó un documento programático sobre la base central de las Tesis enviadas a la Conferencia por Jorge Altamira, así como un plan de acción y difusión.
El informe de apertura a cargo de Pablo Heller (PO) fue correspondido con más de treinta intervenciones que incorporaron aportes y agregados. El documento final fue votado por unanimidad.
Las deliberaciones se desarrollaron cuando asistimos al derrumbe de los gobiernos nacionalistas y de centroizquierda. Dicho derrumbe está íntimamente vinculado con la crisis mundial capitalista. La conferencia destacó, precisamente, la centralidad de la bancarrota capitalista mundial, que ha entrado en su noveno año con sus premisas económicas agravadas.
En América Latina, ésta se manifiesta en especial en Brasil y Venezuela, pero su onda expansiva se extiende a todo el continente y arrastra a sus regímenes políticos.
Lejos de haber esquivado la crisis capitalista mundial, la gestión política nacionalista y la llamada “progresista” operó para convertir a las naciones de Latinoamérica en un vaciadero del capital financiero internacional -que encontró en estas gestiones el mercado para su producción excedente, la rentabilidad para sus inversiones financieras y la recuperación de sus créditos incobrables.
La bancarrota capitalista opera también como una condicionante para las tentativas derechistas en curso. Seis meses de gobierno macrista y dos meses del gobierno de Michel Temer han puesto de relieve que la derecha no ha logrado reunir los recursos económicos y políticos para pilotear la crisis.
Nacionalismo burgués
Asistimos, en estas dos últimas décadas, a un planteo de desarrollo capitalista fuertemente parasitario. Las grandes subas de los precios de las materias primas fueron aplicadas al pago de la deuda heredada del pasado y a generar un nuevo ciclo de endeudamiento.
La abundancia de liquidez se orientó a una expansión sin precedentes del crédito al consumo, a tasas de interés excepcionales o subsidiadas por el Estado. Los llamados “planes sociales”, en muchos casos financiados por el Banco Mundial, embellecidos por el “relato” del fomento del consumo, encubrieron la falta de creación de empleo y la casi nula industrialización. Y ahora se encuentran amenazados por déficits fiscales descomunales (que obedecen, por supuesto, a otras razones: en primer lugar, el pago de intereses usurarios de la deuda pública y el financiamiento público subsidiado para los capitalistas).
El balance de la experiencia chavista mereció una atención especial. La tentativa por impulsar la unidad continental en comunión con la burguesía latinoamericana y sus Estados fracasó completamente, empezando por las frustradas iniciativas del gasoducto y del Banco del Sur.
El “socialismo del siglo XXI” constituye una involución histórica en relación con el socialismo del siglo XX. El socialismo del siglo XXI postula un cambio social en los marcos capitalistas, sin revolución; o sea, sin la destrucción del aparato de Estado existente y sin gobierno de trabajadores (dictadura del proletariado). El ropaje militar y el apoyo popular no convierten al chavismo en socialismo de ningún tipo, sino en una réplica de la demagogia socialista que ha caracterizado a todos los movimientos nacionalistas en el mundo.
Brasil
El caso brasileño es emblemático, pues es el país con mayor peso económico en la región y uno de los que fue más lejos en una tentativa de “capitalismo nacional”.
El gobierno PT-PMDB intentó convertir a Petrobras, compañía mixta de mayoría estatal, en esa palanca industrial, mediante la inversión de la mayor parte de las utilidades, el monopolio operativo de las asociaciones con capital extranjero, una importante labor de tecnología y el desarrollo de un entorno de servicios tecnológicos, contratistas y constructoras nacionales. Sin proceder a nacionalizaciones desarrolló, hasta cierto punto, un nacionalismo burgués y gran burgués. Utilizó los aportes obreros para los fondos de pensiones e impulsó el aporte fiscal al Banco de Desarrollo, con esa misma finalidad. El derrumbe fenomenal de este intento ofrece una conclusión lapidaria, porque ha terminado en la quiebra de todos los sectores involucrados y alimentó el proceso culminado con el golpe de Estado.
Uruguay y Chile
El balance de la experiencia de Uruguay y Chile estuvo presente en la conferencia y fue enriquecido con el aporte de las intervenciones de los asistentes de ambos países.
En Uruguay, la tesis del ala izquierda del FA, y en especial del Partido Comunista, de que los gobiernos frenteamplistas no son gobiernos del capital sino “gobiernos en disputa” es una justificación para continuar su labor de furgón de cola del imperialismo y neutralizar las protestas populares hacia una puja interna dentro del Frente Amplio y del propio gobierno. En dicho país se desenvuelve una crisis similar a la que puso fin al gobierno patronal encabezado por el PT, en Brasil, incluida la pretensión de Tabaré Vázquez de desarrollar, como lo intentó Dilma Rousseff, un ajuste económico y social.
Chile, a su turno, asiste, luego de la vuelta de Michelle Bachelet al gobierno, a una profunda crisis política a sólo dos años de que una agotada Concertación intentara revivir una “Unidad Popular” integrando al Partido Comunista al gobierno. La crisis de la Nueva Mayoría hunde sus raíces en su incapacidad de contener a los diferentes movimientos de luchadores que recorren el país, junto a la tenaz movilización del movimiento estudiantil por una educación gratuita. Nueva Mayoría sufrió, desde el inicio, un revés político, llegando al gobierno con un 60% de abstención. El gobierno intenta reconquistar terreno e impulsa un plan de “reformas” -una echada de lastre-, pero sin alterar las bases sociales ni las instituciones creadas bajo la dictadura. Esta situación se agravará producto de los golpes de la bancarrota capitalista, donde la caída de los precios del cobre está mermando la recaudación fiscal, empujando a una política de ajuste.
En este cuadro de situación se coloca la tarea central, la batalla por la delimitación política del Frente Popular, basada en la iniciativa por recuperar a las organizaciones obreras y estudiantiles sobre la base de una alternativa de independencia política.
La izquierda en la nueva etapa
La izquierda latinoamericana aborda la nueva etapa, de bancarrotas capitalistas y de regímenes políticos en la región, delimitada en tres bloques. Por un lado, un ala derecha que reivindica el frentismo “plural” y democratizante, y que se esfuerza en borrar toda distinción entre la clase obrera y los explotados, de un lado, y la burguesía del otro, y que se manifiesta en el apoyo y en la promoción de candidatos patronales. Por otro lado, una izquierda centrista, que oscila entre el frentismo democratizante y la adaptación al nacionalismo o democratismo burgués (como ocurre en Bolivia, Brasil y Argentina). Finalmente, un polo revolucionario que defiende el principio de los acuerdos prácticos con todas las corrientes políticas cuando se trata de impulsar una lucha de masas, pero trabaja por la independencia del proletariado como labor preparatoria para un gobierno de la clase obrera. La estrategia de esta última corriente está resumida en la consigna de los Estados Unidos Socialistas de América Latina, incluido Puerto Rico.
Un ejemplo claro de esta divisoria lo tenemos en Brasil. Cuando aún no se ha cerrado la etapa del golpe de Estado que destituyó a Dilma Rousseff (lejos de eso, el gobierno golpista reúne una base parlamentaria precaria), la agenda dominante en la izquierda brasileña son las elecciones municipales de octubre próximo y la posibilidad de consagrar como intendenta de San Pablo a una candidata patronal, Luiza Erundina, que ya gestionó esa ciudad en términos puramente capitalistas. Erundina es una ex petista, oriunda del ala clerical, ministra del gobierno de Itamar Franco y hasta hace muy poco tiempo miembro del partido de derecha PSB. La candidatura ha sido lanzada por el Psol. El Psol llamó a votar por Dilma en la segunda vuelta, en contraste con el Frente de Izquierda de Argentina, que llamó al voto en blanco contra Scioli y Macri.
Esta divisoria salta a la vista, también, cuando se examina la conducta frente a la amenaza derechista y el golpismo. Una franja mayoritaria de la izquierda ha terminado como furgón de cola del nacionalismo, considerando que su expulsión del gobierno y su pasaje a la oposición, la coloca en un campo común de lucha contra la reacción -el “frente antimacrista” en la Argentina. Otra parte de la izquierda termina absteniéndose o declarándose neutral, en nombre del carácter patronal de ambos bandos. Lo que está en juego en esta escalada es una tentativa reaccionaria de modificar las relaciones preexistentes entre las distintas clases. Para la izquierda revolucionaria, la lucha contra el golpe significa defender las posiciones conquistadas por la clase obrera frente a la ofensiva capitalista -de ningún modo apoyar al gobierno capitalista destituido. No defendemos “el mal menor”. En la lucha contra el golpe, continúa bajo otra forma la batalla que se venía librando contra el gobierno establecido.
En Argentina, el Frente de Izquierda se ha convertido en un canal político de una alternativa, política independiente de los trabajadores y se ha seguido desarrollando en el movimiento obrero, en especial entre delegados y comisiones internas. En contraste con esta perspectiva, en el Frente de Izquierda se ha desarrollado una tendencia hacia el kirchnerismo, por parte del PTS. Es una repetición histórica degradada de la disolución de la misma corriente en el peronismo. La ruptura del PTS con el FIT, en ocasión del 1 de Mayo, se explica en esa línea. El pretexto pueril, a saber, que IS no caracterizaba como golpe la movida contra Rousseff, obedeció a la orientación de dar una señal de acercamiento al kirchnerismo.
En oposición a esta adaptación a las tendencias democratizantes en presencia, la conferencia caracterizó que la etapa política presente ofrece una posibilidad considerablemente mayor para que la izquierda revolucionaria se postule como una alternativa política al derrumbe capitalista y al agotamiento del nacionalismo. La lucha por la independencia de clase del proletariado es el peldaño político para establecer gobiernos de trabajadores, en la perspectiva de los Estados Unidos Socialistas de América Latina.
Economista, docente en las carreras de Historia y Sociología de la Universidad de Buenos Aires y dirigente del Partido Obrero (Argentina).