Hace ya más de un mes se publicó el quinto tomo de la novela gráfica de Alice Oseman: Heartstopper y estamos a menos de un año del estreno de la tercera temporada en Netflix de la serie homónima.
A todos los homosexuales de más de treinta años, nos interpeló profundamente esta historia de amor adolescente, muchos de nosotros nacidos a fines de los ochenta o principios de los noventa
(los millenials), vivimos y atravesamos nuestra adolescencia en una época en que las personas gay habían salido de lo peor del infierno del VIH y el SIDA, pero que todavía no se había operado el avance material y simbólico que significó entre otras conquistas, por ejemplo la del matrimonio igualitario.
En esa época gris, muchos crecimos con la amenaza cada vez más distante de la vivencia mortal de nuestra sexualidad, pero por otra parte sufriendo las opresiones y represiones en la casa, en el liceo, en ámbitos generales de socialización.
La simple noción de un novio, un noviazgo, una relación erótica-afectiva con otro muchacho era inconcebible para muchos, muy atrás quedaba el ejercicio de una libertad sexual que en los sesenta y los setenta en muchas partes del mundo implicaba una cultura marica de amor libre, creatividad en las relaciones afectivas; el tiempo de los saunas y los parques. El SIDA vino a dispersar, y regimentar esa vivencia de la sexualidad.
Luego pasó el tiempo y la situación sanitaria y hasta social vinculada a la enfermedad se normalizó, pero la antigua experimentación de libertad sexual se había terminado, en esta etapa comenzó la paulatina integración de la comunidad homosexual al régimen democrático-burgués, en un proceso contradictorio, por un lado con leyes cada vez más progresivas y políticas públicas de avanzada, pero por otro lado con una fuerte reconfiguración de la experiencia de la sexualidad y del amor.
En otro lugar quizás no detendremos en este punto de la integración de movimientos que en un momento confrontaban con el Estado, a ser asimilados en el régimen capitalista, pero lo que ahora queremos explicar son los cambios bruscos en la subjetividad de las personas homosexuales, en algo que podríamos dar en llamar regimentación monogámica y normalización individualista.
Fue en este período, o sea el de los últimos veinte años, en que se desarrolló en el terreno de la cultura y las expresiones artísticas una apertura por primera vez en la historia a narrativas y estéticas homosexuales, el cine jugó quizás mucho más que otros registros artísticos un papel importante en la construcción del imaginario social con respecto al sexo disidente.
Sin embargo, la tendencia que más se fue consolidando fue la de la representación de una forma de vivir la homosexualidad como exacerbación narcisista del cuerpo y la hipersexualización en la construcción de los personajes y sus relaciones, incluso desde películas como Brokeback Mountain (Secreto en la montaña), hasta Call me by your name (Llámame por tu nombre), por nombrar films de muy buena calidad, de igual modo el sexo y el cuerpo hegemonizan gran parte de la construcción inmediata de la historia y del relacionamiento de sus personajes.
Esta vertiente se ha exacerbado al colmo de ser parodiado en la serie de películas Eating out (Comer fuera), pero el modelo parodiado existe realmente, son las narrativas homosexuales en el cine que representan casi siempre a hombres jóvenes de entre veinte a treinta años, principalmente poseedores de cuerpos atléticos y caras lindas; por supuesto que quedando excluidos los feos, los gordos y los viejos.
Son contadas con los dedos de una mano las producciones que representen de forma seria y digna la homosexualidad en la vejez por ejemplo, quizás Love is strange (El amor es extraño) protagonizada por John Lithgow y Fred Molina es el único ejemplo con alguna repercusión por la talla de sus actores; después películas que se centren en la vejez marica o son de nicho y por lo tanto de muy difícil acceso a su distribución y recepción por parte de la audiencia, o directamente no existen.
Heartstopper, aunque es también una serie LGBT adolescente, es harina de otro costal, a diferencia de series como Elite, también de Netflix, donde abundan los cuerpos masculinos esculturales, el sexo es el único lenguaje que puede articular un guion mediocre, y los personajes más que personajes modelos de pasarela; Heartstopper en cambio apuesta a otra representación de la homosexualidad en la adolescencia, alejada de la hipersexualización dominante en las producciones de hoy en día.
En la serie existen diversos personajes del sexo disidente, y aunque Nick Nelson, uno de los protagonistas muy bien podría caber en los parámetros de la belleza hegemónica de las películas que antes mencionábamos, lo cierto es que la existencia de un personaje como Charlie es una bocanada de aire fresco, es representativo de toda una generación, que mal llamada de “cristal”, sufre las consecuencias de una sociedad que te arrastra al quebrantamiento de la salud mental, fruto del menosprecio, de la homofobia, que genera el autodesprecio y hasta la negación de la personalidad.
Para muchos de nosotros, esta pequeña historia, nos ha dejado melancolizados, porque asumimos que ya pasó el tren del amor adolescente, pero por otra parte nos reconforta que las nuevas generaciones, tienen condiciones culturales un poco más favorables para recrear sus vidas afectivas en un horizonte mejor después de haber atravesado tanta podredumbre.
Ya lo decía el poeta, la poeta Pedro Lemebel en su manifiesto Hablo por mi diferencia:
¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?
y no hablo de meterlo y sacarlo
y sacarlo y meterlo solamente
Hablo de ternura compañero
Si algo nos enseña, aunque sea por contraste, la obra gráfica de Alice Oseman y la serie basada en ella, es que la ternura no es un valor presente en el ethos capitalista de nuestro tiempo, que privilegia más la sublimación del cuerpo que la valorización del intelecto y la sensibilidad, todos los hombres homosexuales de cierta edad somos en mayor o menor medida valor de uso o de cambio en el “mercado” de cuerpos que se exhibe mayoritariamente en Grindr por ejemplo, porque las leyes del capitalismo también rigen nuestros deseos y generan incesantes pulsiones que el mercado o satisface o frustra.
Tratar de salir de la lógica de mercantilización de las relaciones eróticas, es todo un desafío para muchas generaciones que no tuvimos los saunas y los parques, pero que tampoco disfrutamos de la naturalización del novio en el liceo; escuchemos a la Lemebel y busquemos la brújula de la ternura que en algún momento hemos perdido.