Publicado en el semanario Voces el 23 de setiembre
El crecimiento de los depósitos en la banca local y en el exterior es una de las manifestaciones de la creciente polarización social: los ricos se hacen más ricos mientras la miseria arrasa en los barrios populares. No es la única expresión de las ganancias extraordinarias que han realizado sectores capitalistas, especialmente agroexportadores, mientras la crisis económica y sanitaria agrava las condiciones de vida ya pauperizadas de gran parte de la población.
La existencia de esos depósitos (a los cuales hay que sumar también la especulación con títulos y bonos estatales) es también una manifestación de parasitismo. La política gubernamental afirma que dando beneficios a los capitalistas va a crecer la economía: los “malla oro” van a generar empleo. Sin embargo, los subsidios al capital no se traducen en nuevas inversiones, sino en más especulación.
El parasitismo del capital no es naturalmente un fenómeno nacional, sino que se expresa en todo el planeta a través de la expansión de burbujas financieras gigantescas. No alcanza con señalar que crece la polarización entre riqueza y miseria social, aunque ya es una denuncia fenomenal al régimen social en que vivimos. Además, hay que explicar por qué esos capitales no pueden reproducirse productivamente, es decir, invertirse en la producción y ser capaces de generar una ganancia por esa vía. El fenómeno que lo explica es la llamada superproducción de mercancías y capitales, la saturación del mercado mundial, y la creciente guerra comercial entre potencias y corporaciones. En este contexto, es insensato creer que, dando beneficios fiscales y subsidios al capital, se va a producir una expansión de la producción. Todos los salvatajes y planes de ayuda de los distintos gobiernos son desviados mayoritariamente a la especulación por los capitales que reciben la asistencia estatal.
En la crisis de 2007/2008, China jugó un rol de amortiguador del estallido internacional. No sólo porque hasta cierto punto logró “desacoplarse” transitoriamente del derrumbe general y siguió siendo un comprador de materias primas por un período, sino porque además volcó una masa gigantesca de dinero en planes de gasto público (en torno al 25% del PBI) y en créditos masivos. En la actualidad, China está lejos de poder cumplir con ese rol, y se convierte ahora en un factor que exacerba los elementos de crisis que conducen a un nuevo estallido financiero. La caída de la bolsa china en estos días, y el derrumbe del gigante inmobiliario Evergrande podría convertirse en el “Lehman Brothers” de la segunda economía del mundo. Todo indica que el gobierno chino apunta a dejar caer a esta empresa en forma “controlada”, pero es realmente improbable que pueda evitar un derrumbe más general, teniendo en cuenta que la deuda de Evergrande alcanza los 300.000 millones de dólares (seis veces el PBI de Uruguay). “El colapso de Evergrande sería la prueba más grande a la que se ha enfrentado el sistema financiero de China en años”, aseguran los analistas (BBC News, 21/9). La burbuja inmobiliaria china está al borde del estallido.
La burguesía uruguaya tiene una capacidad insuperable para proclamar oportunidades en los momentos más inoportunos. Hace unos años fue “el tren que pasa una sola vez” y que hubiera permitido un TLC con los yanquis, más adelante la “integración latinoamericana” con el Banco y el Gasoducto del Sur, luego fue la fantasía de “subirse al estribo de Brasil” (Mujica) y ahora el sueño es convertirse en una factoría agroexportadora hacia China (y cabecera de playa de la potencia asiática en el subcontinente). Un cuento chino. Parece la maldición de “El baño del Papa”. Una clase social que carece de proyecto alguno y sueña con hacer dinero fácil y rápido a partir de un golpe de suerte. Ahora justo cuando proclaman la posibilidad de un TLC con China, el gigante asiático enfrenta la amenaza de un derrumbe que –claro– arrastraría a la economía mundial a un nuevo estallido.
La polarización social que se profundiza (depósitos bancarios de un lado, ollas populares y rebaja salarial del otro) ocurre en un impasse histórico del régimen social, no en su período de pujante nacimiento y desarrollo. La clase obrera debe luchar por aumentar sus salarios, defender la enseñanza pública, enfrentar la reforma jubilatoria que exige el FMI, sin olvidar que una salida real exige luchar en la perspectiva de un gobierno obrero y socialista que permita superar este régimen caduco y que amenaza constantemente con la destrucción a través de guerras, contaminación y miseria.
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