Recyp Erdogan se consagró presidente de Turquía, hace dos meses, con el añadido de poderes extraordinarios, sin necesidad de ir a una segunda vuelta. Como Putin, en Rusia, y Macri, en Argentina, en distinto grado, se enfrenta ahora a una ‘tormenta perfecta’ – una posible cesación de pagos, crisis bancarias incluidas, una crisis política internacional con Donald Trump y la posibilidad de acabar en un abrupto corte del mandato. La lira turca se ha desvalorizado un 50% en seis meses, con tendencia creciente, arrastrando a otras divisas, como el peso argentino, el rublo ruso, el rand sudafricano y el real brasileño, y hasta una liquidación de la deuda pública italiana por parte de inversores internacionales. Los préstamos incobrables de la banca instalada en Turquía, que habían alcanzado un peligroso 10% del total de la cartera durante la crisis de 2010 y caído al 4% dos años más tarde, llega ahora a un porcentaje superior al 7% con tendencia alcista. Una señal roja de quiebras.
Las causas inmediatas de este derrumbe son comunes a la mayor parte de países ‘emergentes’. El rescate internacional, por parte del estado y los bancos centrales, al capital golpeado por la crisis mundial, produjo un reciclamiento del dinero del centro a la periferia capitalista y provocó un endeudamiento extraordinario de esta última, que se ramificó en cada país por la expansión del crédito interno, especialmente orientado al consumo personal. El efecto multiplicador del endeudamiento externo es enorme. La guerra económica internacional y la política de suba de las tasas de intereses de esos mismos bancos centrales, ha revertido la tendencia.
En estas condiciones nuevas, lo que distingue a Turquía es que la deuda en divisas de las compañías capitalistas supera largamente a la deuda pública – es, ella sola, de u$s300 mil millones, un 62% del producto bruto interno de Turquía. De acuerdo a la prensa financiera, los bancos turcos deben refinanciar, con sus acreedores extranjeros, u$s55 mil millones en el plazo de un año y las compañías no financieras arriba de u$s20 mil millones, sin considerar su endeudamiento con el sistema bancario local. La devaluación de la lira ha elevado en forma astronómica esa deuda en moneda local. Según el Financial Times, es una deuda “unhedged”, o sea no está asegurada contra una devaluación de la moneda. El BBVA ha anunciado ya una pérdida de mil millones de dólares. La banca europea es dominante en Turquía, donde se destacan, además, el italiano Unicredit y el francés Paribas. El principal banco de Turquía, el estatal Halkbank, uno de los más golpeados por la devaluación, acaba de ser condenado a pagar una multa gigantesca, por parte de un tribunal de Nueva York, acusado de violar las sanciones de Estados Unidos contra Irán. La información del Banco de Basilea muestra que los prestatarios turcos deben a los bancos españoles 65 mil millones de libras esterlinas, a los franceses 30 mil millones y a los italianos 13 mil millones. Esto debe generar una crisis financiera generalizada y una devaluación en cascada de monedas, incluido el euro y la libra inglesa.
Crisis político-financiera
En oposición a la feligresía financiera local e internacional, Erdogan se negado a elevar las tasas de interés, buscar un acuerdo con el FMI y crear un banco especial que compre la deuda incobrable de los bancos privados y estatales. Teme como a la peste provocar una recesión económica con estas medidas y la consiguiente reacción popular; las elecciones municipales que enfrenta dentro de tres meses podrían desbaratar la victoria reciente en las presidenciales. Por otro lado, los observadores estiman que Erdogan no recurrirá a controles de cambios u otras medidas intervencionistas, dada su orientación fuertemente privatista. Es decir que se encuentra en un gigantesco impasse, aunque ataque en forma reiterada al “club de la tasa de interés”, en referencia a los bancos. Debe optar entre la crisis industrial y la hiperinflación – dos formas complementarias de la cesación de pagos y la bancarrota.
Trump ha elegido la oportunidad de esta crisis para apretar a Erdogan, que se ha alineado con Rusia en el tema de la salida a la guerra en Siria. Además, Turquía ha ocupado el noroeste de Siria, desafiando el apoyo del Pentágono a las milicias kurdas que desalojaron al Estado Islámico de esa región. Se apresta ahora a ocupar la ciudad de Iblid, con una población de 2.5 millones de personas, a lo cual se oponen tanto EEUU como Rusia y Siria. Una información a cuentagotas ha dejado trascender que en la controvertida reunión reciente entre Trump y Putin, éste propuso la retirada del ejército ruso de Siria y una alianza ruso-norteamericana para “reconstruir” Siria con capitales norteamericanos y un acuerdo internacional con Israel. Una salida muy conveniente para Erdogan, que ha venido tejiendo con Putin esta propuesta desde hace dos años. Ese principio de acuerdo, sin embargo, ha sido rechazado por el Congreso de EEUU, que en su lugar decidió reforzar las sanciones contra Rusia, en vigencia desde la ocupación de Crimea por parte de Putin. El acuerdo Trump-Putin se convirtió en un bumerán. En consecuencia, lejos de ofrecer un ‘socorro’ financiero a Turquía, Trump le ha impuesto un arancel del 25% a las importaciones de acero turco, que representan el 15% de las exportaciones de Turquía, agravando la tendencia a la bancarrota. El pretexto usado para las sanciones es que la devaluación abarata las exportaciones de Turquía en detrimento de la producción norteamericana. Es un caso de falacia típicamente trumpiana, esto porque las sanciones acentuarán más la devaluación de la lira.
Fracaso del acuerdo Trump-Putin
El otro pretexto para las saciones es la negativa de Erdogan de liberar a un pastor evangélico norteamericano, acusado por las autoridades turcas de espía. Es un diferendo que tiene más de dos años, pero que estalla muy oportunamente en esta ocasión de crisis financiera. El pastor acaba de recibir arresto domiciliario. Las razones reales para sancionar a Turquía en medio de esta crisis en descontrol, tiene que ver con el giro internacional de Erdogan hacia Rusia, China e Irán, desde hace más de dos años, con referencia a la guerra en Siria y el conjunto de conflictos en Medio Oriente (crisis política en Irak, guerra en Yemen, sanciones contra Irán, el apartheid establecido por parte de Israel contra las poblaciones no judías). Erdogan pretende canjear la libertad del evangélico por la extradición de un pastor musulmán, que reside en Estados Unidos, al cual acusa de haber fomentado el golpe militar de 2016, que fue derrotado por Erdogan. Trump se niega al canje, simplemente porque ese golpe fue promovido efectivamente por EEUU y la Unión Europea para frenar la deriva de Turquía hacia Rusia. Un intento de canje por una ciudadana turca encarcelada en Israel por colaboración con Hamas, no ha prosperado -Erdogan reclama la cabeza del jefe golpista que reside en Chicago.
El sabotaje del Congreso norteamericano al acuerdo Trump-Putin agrava la situación; también rechazó la realización un referendo en la zona de Ucrania ocupada por milicias pro-rusas, que permitiera luego levantar las sanciones económicas contra Rusia. Esas sanciones han sido reforzadas, cuando se esperaba una atenuación; Putin ha reducido la tenencia de deuda norteamericana en forma sustancial. Trump ha convertido a la crisis financiera de Turquía en un rehén, a ser canjeado por un cambio de alianzas de Erdogan o directamente su caída. No es muy diferente a lo que ocurre en Argentina, donde la intervención del FMI es usada como elemento de presión para reducir la presencia económica e internacional de China, de la cual dependen, sin embargo, no solamente las exportaciones rioplatenses sino la propia obra pública. El derrumbe financiero y la guerra económica se entrelazan abiertamente y abren paso a los golpes de estado y a la ampliación de las guerras.
Erdogan ha hecho pública la amenaza de recurrir a Rusia, China y Qatar para hacer frente a la crisis financiera. Los límites de acción de los gobiernos de estos tres países son, sin embargo, harto limitados, porque atraviesan, a su turno, crisis financieras. El rublo y el yuan han sido alcanzados por la cadena de devaluaciones; Qatar enfrenta el boicot internacional de Arabia Saudita y los emiratos del Golfo. Qatar, por otro lado, se encuentra asociada con Irán en la explotación de la mayor reserva mundial de gas, precisamente cuando Trump ha anunciado sanciones descomunales contra Irán, que atraviesa un desplome de su economía. Esta constelación de enfrentamientos ha dado paso a la sospecha, varias veces mencionada, de que China, atacada por Estados Unidos, abandone al dólar como moneda de referencia del comercio de productos básicos, en primer lugar el petróleo. El derrumbe de Turquía no está confinado a sus fronteras – es un verdadero conflicto mundial. Lo mismo ocurre con el derrumbe de la moneda, la deuda pública y la Bolsa de Argentina. El imperialismo representa una tendencia permanente a la guerra, pero se cocina en el fuego de la bancarrota capitalista que se acentúa en el derrumbe asiático de 1997 y cobra alcance histórico en 2007/8.
Las crisis nacionales han perdido hace mucho su carácter local, pero ahora forman parte de una guerra internacional.
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