Las tentativas de Vázquez de firmar un acuerdo de libre comercio con China (TLC) pone de manifiesto, en primer lugar, el cuadro de disolución del Mercosur en medio de una disputa de orden más general entre EEUU y China por el control político y económico en América Latina.
China atraviesa una importante crisis de su sector industrial, como producto de una enorme sobreproducción de mercancías y capitales que ha tirado abajo los precios del acero, produciendo cierres de fábricas y despidos de 6 millones de obreros en los principales centros siderúrgicos del país. Los mercados donde la producción de las fábricas chinas era volcada están abarrotados. Este párate chino ha provocado el desplome de las naciones emergentes que colocaban parte importante de su producción de materias primas (petróleo, minerales, forrajes, alimentos, etc.) en la maquinaria productiva de la China.
Para China, un TLC con Uruguay significaría un principio de válvula de escape para sus mercancías industriales, con acceso a los mercados de Brasil y Argentina en un cuadro donde la alianza comercial de Brasil con China que le permitió a Lula-Dilma explotar los yacimientos petrolíferos del pre sal ha pasado a mejor vida. En el último período, las exportaciones chinas golpearon fuertemente a las grandes acerías brasileñas que encabezaron una campaña internacional para penalizar la exportación siderúrgica de China y fueron las principales impulsoras de golpe a Dilma. La oposición de Temer a este acuerdo comercial tiene sus raíces en la defensa de los intereses de la Federación de Industriales de San Pablo. En Argentina, bajo el gobierno de Macri, sucede algo similar en un marco de retroceso industrial y fuga de capitales de más de 2.500 millones de dólares. Por eso es que el gobierno Argentino insiste en que el tratado sea de todo el Mercosur. Las multinacionales exportadoras de materias primas se encuentran entre las principales interesadas en un TLC China-Uruguay.
El reciente TLC firmado con Chile constituyó una apertura a los acuerdos del pacifico y por tanto una puerta hacía el comercio con EE.UU. que sin embargo es parte de un proceso contradictorio, pues la principal potencia mundial está atravesada de fuertes debates al interior de la burguesía -producto de la profundidad que ha adquirido la crisis- donde se manifiestan explícitamente las tendencias proteccionistas expresadas tanto en el candidato republicano Trump como en la demócrata Clinton.
En cualquier caso, un tratado de libre comercio tanto con EE.UU., como con China, significa para Uruguay una especie de retorno al colonialismo, aunque en la versión del siglo XXI sería un colonialismo mandarín. Constituye una nueva entrega nacional, que profundiza la dependencia y el modelo primario de la economía. Los trabajadores en este punto, no podemos ver en los tratados comerciales una asociación de intereses con los empresarios, los exportadores y/o los pool de siembra, sino que es necesario retirar la mirada del lente de la nación, para dar una batalla por un verdadero plan de desarrollo industrial y comercial al servicio de los explotados, que sólo podrá ponerse en práctica bajo un gobierno de trabajadores en unidad socialista de toda América Latina.
Publicado en Semanario “Voces” (27/10/2016)
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