LA INQUISICION EN TIEMPOS DE STALIN
Isaac Babel era un escritor prohibido. Él explicaba:
—Es que he inventado un género nuevo: el silencio.
En 1939, fue preso.
Al año siguiente, fue juzgado.
El juicio duró veinte minutos.
Confesó que había escrito libros en los que su visión pequeñoburguesa distorsionaba la realidad revolucionaria.
Confesó que había cometido crímenes contra el Estado soviético.
Confesó que había hablado con espías extranjeros.
Confesó que en sus viajes al exterior había tenido contactos con trotskistas.
Confesó que estaba enterado de un complot para asesinar al camarada Stalin, y no lo había denunciado.
Confesó que se había sentido atraído por los enemigos de la patria.
Confesó que era falso todo lo que había confesado.
Lo fusilaron en la noche de ese día.
Su mujer se enteró quince años después.
Espejos (2008)
LA BURGUESIA “NACIONAL”
«En el marco de acero de un capitalismo mundial integrado en torno a las grandes corporaciones norteamericanas, la industrialización de América Latina se identifica cada vez menos con el progreso y con la liberación nacional.
(…) El siglo XX no engendró una burguesía industrial fuerte y creadora que fuera capaz de reemprender la tarea y llevarla hasta sus últimas consecuencias. Todas las tentativas se quedaron a mitad del camino. A la burguesía industrial de América Latina le ocurrió lo mismo que a los enanos: llegó a la decrepitud sin haber crecido. Nuestros burgueses son, hoy día, comisionistas o funcionarios de las corporaciones extranjeras todopoderosas. En honor a la verdad, nunca habían hecho méritos para merecer otro destino.»
Las venas abiertas de América Latina
COARTADAS
Se dijo, se dice: las revoluciones sociales, atacadas por los poderosos de adentro y los imperialistas de afuera, no pueden darse el lujo de la libertad.
Sin embargo, fue en los primeros tiempos de la revolución rusa, en pleno acoso enemigo, años de guerra civil y de invasión extranjera, cuando más libremente floreció su energía creadora.
Después, en tiempos mejores, cuando ya los comunistas controlaban el país, la dictadura burocrática impuso su verdad única y condenó la diversidad como herejía imperdonable. Marc Chagall y Wassily Kandinsky, pintores, se marcharon y nunca más volvieron.
Vladimir Maiakovsky, poeta, se disparó un balazo al corazón.
Sergei Esenin, también poeta, se ahorcó.
Isaac Babel, narrador, fue fusilado. Vsevolod Meyerhold, que había hecho la revolución en sus desnudos escenarios del teatro, también fue fusilado.
Y fusilados fueron Nikolai Bujarin, Grigori Zinoviev y Lev Kamenev, jefes revolucionarios de la primera hora, mientras León Trotski, fundador del Ejército Rojo, caía asesinado en el exilio.
De los revolucionarios de la primera hora, nadie quedó. Fueron todos purgados: enterrados, encerrados o desterrados. Y fueron borrados de las fotos heroicas y suprimidos de los libros históricos.
La revolución elevó al trono al más mediocre de sus jefes.
Stalin sacrificó a los que le hacían sombra, a los que decían no, a los que no decían sí, a los peligrosos de hoy y a los peligrosos de mañana, por lo que hiciste o por lo que harás, por castigo o por las dudas.
Espejos (2008)
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