Para muchos, Raúl Fernando Sendic -vicepresidente de la República- es un cadáver político. Los gastos exorbitantes y el déficit millonario en dólares durante su gestión al frente de Ancap, el culebrón en cuanto a su inexistente ‘título’ y -por último- los pagos inexplicables realizados con la tarjeta corporativa del ente petrolero -joyas, colchones, ropa deportiva y demás-, han hecho que su ‘popularidad’ política esté en caída libre.
Como en el refrán “no aclares que oscurece”, Sendic intenta dar manotazos de ahogado para salvar su ‘imagen’. Declaró que es una de las víctimas del ‘Plan Atlanta’ -una maniobra de los EEUU, la OEA y la derecha latinoamericana para desplazar a los gobiernos progresistas o de ‘izquierda’ de América Latina, utilizando los medios de comunicación y los poderes judiciales para tal fin-. Sendic se emparenta con figuras de la talla de Lula, Chávez o Evo Morales.
Responde una acusación con otra, sin explicar fehacientemente los hechos. El propio PCU se hace eco de la defensa de Sendic (¿Qué es el “Plan Atlanta”?,10/7 en pcu.org.uy). Lo mismo el presidente del Frente Amplio Javier Miranda: “estamos asistiendo a mecanismos de verdaderos linchamientos que luego se hacen imposible de revertir” (La República 12/6). O el presidente Vázquez exponiéndose al ridículo al decir que Sendic era víctima de ‘bullying’ -evidentemente sin saber que el término se aplica al acoso escolar-. Se barre debajo de la alfombra, poco importa la verdad -para bien o para mal- para el conjunto de la dirigencia del FA.
Las banderas de la verdad, la honestidad, y la ética en la política, han sido históricas en la izquierda. Cualquier situación que pudiera manchar esas banderas debería ser fuertemente investigada y sancionada puertas adentro. El silencio cómplice posibilita más dislates del vicepresidente, como cuando el pasado 11/7 en la sesión de la Cámara de Senadores expresó: “No soy ni un funcionario público, ni soy un legislador. Yo soy un hombre de izquierda y un revolucionario”, agraviando a toda la izquierda y a los revolucionarios de ayer y de hoy -entre ellos a su propio padre-. En la misma sesión parlamentaria, el oficialismo terminó cerrando filas con el Partido Nacional detrás de la “defensa de las instituciones”, un eufemismo para la defensa de los beneficios, dietas y viajes que reciben como personal que administra el Estado capitalista.
La izquierda y los revolucionarios son ajenos al arribismo, al oportunismo, al personalismo, a la ostentación y a la vulgaridad. Pretender ser un revolucionario implica decir la verdad siempre, y hacer una política de la verdad. Implica la autocrítica permanente y el trabajo colectivo, la frugalidad en el consumo y la solidaridad; es decir una ética revolucionaria. Sendic puede ser muchas cosas, pero definitivamente no un hombre de izquierda y un revolucionario.
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