Con un 74% de los votos, el candidato ‘independiente’, Vladimir Putin, consiguió otra reelección que le ofrece la oportunidad de gobernar hasta 2024. Lo viene haciendo desde el 2000 aunque, al principio, rotando entre la posición de primer ministro, con los presidentes Yeltsin y Medvedev, y luego sin máscaras interpuestas.
En esta ocasión dejó de lado la lista tradicional, Rusia Unida, probablemente, dicen algunos, por la reputación en caída del lema. Algunos cables de noticias informan que la participación electoral superó la de los últimos comicios, con un 65% del padrón, otros dicen lo contrario, que se redujo al 60 por ciento. La tasa de participación importa, porque revela el grado de abstención del electorado, tanto antes como ahora.
Putin podría haber cosechado, al fin de cuentas, el voto del 44% del padrón. Si se descuentan los numerosos casos de fraude que fueron expuestos, el bonaparte ruso tendría un apoyo electoral bien por debajo de la mitad de los ciudadanos.
El diseño electoral tuvo un tufillo chavista. Putin era el exponente del nacionalismo frente a una oposición que denunció “liberal”, A la hora del cierre de listas expuso su naturaleza madurista, porque excluyó de las elecciones a los candidatos “liberales” con mayor ascendiente. Alexei Navalny, el hombre con mayor reconocimiento de esta ala, llamó a boicotear los comicios.
Digamos que Putin reivindica su condición de alternativa a cualquier ‘restauración conservadora’. Como defensor del ‘autoritarismo’ frente a la ‘república’, extorsiona al electorado desde el ‘campo nacional y popular’.
La semejanza no es, sin embargo, igualdad: Putin ha hecho carrera política reprimiendo en forma feroz a las nacionalidades que quedaron en las fronteras rusas luego del desmantelamiento de la URSS, e incluso que se encuentran afuera. No hace falta añadir que el choque con el Reino Unido, en los últimos días, acerca del asesinato de un agente doble de los servicios de ambos países, arrimó un aurea mayor de nacionalismo para quien fuera agente de la KGB en los años de la “guerra fría”.
El lugar especial de Putin en las últimas décadas de Rusia es el de haber liderado la operación política de los Servicios de Seguridad para evitar la desintegración nacional del país, como se perfilaba en los primeros años de la restauración capitalista.
Algunos trotskistas esperaban que esa función hubiera sido ejercida por esos Servicios para evitar la desintegración de la URSS. Fue una de las tantas ilusiones que se manifestaron durante el período de la degeneración burocrática de Rusia.
Lo que ocurrió, en definitiva, fue un operativo despótico de contenido restauracionista, que puso a los Servicios como árbitros disciplinarios de las luchas sangrientas entre mafias y oligarquías por el acaparamiento de las propiedad estatal de la época soviética. No fue un operativo ‘constitucional’ o ‘pacífico’, sino, hasta cierto punto, una guerra civil en la cúspide, ni parcial ni relativamente ‘progresivo’, porque se limitó a sustituir el latrocinio anárquico por un latrocinio ordenado.
El régimen putinista representa, en forma más o menos directa, a la oligarquía confiscadora de Rusia. El asunto del asesinato del doble espía, en días recientes, puso de manifiesto, una vez más, las fortunas enormes que la oligarquía rusa ha lavado en la city de Londres -que, por eso, ha sido re-etiquetada como ‘Londongrado’.
En estos mismos días, la empresa de energía, EN+, ha realizado una oferta inicial de acciones en la Bolsa británica. Ni las medidas administrativas ni el aumento abusivo de las tasas de interés han podido detener la fuga de capitales de la oligarquía rusa.
En el plano internacional, la función del nuevo régimen se manifestó en Ucrania, cuando la Otan impuso allí un régimen proimperialista, a pesar de las reiteradas promesas efectuadas, desde la presidencia de Bush padre, acerca de que Ucrania pertenecía a la ‘zona de influencia’ de Rusia.
Putin respondió con la ocupación relámpago de la península de Crimea y con el sostenimiento condicional de la resistencia del este ucraniano. Esta operación elevó en forma considerable el bonapartismo nacionalista de Putin.
En septiembre de 2015 se produjo una réplica en Siria, cuando Rusia envió parte de su flota y la aviación para controlar el espacio aéreo de Siria y reforzar el apoyo de Irán y Hezbollá al régimen de Bashar al-Assad. La presión política de estos acontecimientos sobre la población rusa ha sido enorme – para algunos, incluso, una reedición de la “guerra patria” que enfrentó al nazismo.
Una oposición política socialista y revolucionaria a un régimen de estas características necesita plantar raíces muy sólidas – en primer lugar con una claridad de teoría, estrategia y programa.
Más allá de la extensión de su territorio y de la importancia de su arsenal militar, Rusia es una potencia muy menor en la economía mundial. Es, por sobre todo, exportadora de gas y de petróleo, e incapaz de financiar los gasoductos que proyectan esas exportaciones a Alemania, por el oeste, y China, por el sureste.
Las elecciones del domingo pasado transcurrieron cuando los precios de esas materias primas estaban 25% por encima del pozo en que habían caído en 2014. En 2015 sufrió una recesión enorme, de la que empezó a emergen en 2017.
La cotización del rublo y el nivel de vida de las masas cayó en forma brutal; el salario medio oscila en los 300/400 dólares. La presión que ejerce la salida de dinero y de capital ha dado lugar a una política de tasas de interés elevadas y a un freno en el gasto social.
Rusia atraviesa una crisis brutal de inversión, que aumentó un 130% desde las ruinas del desplome de 1998, mientras el producto bruto lo hizo en alrededor del 330 por ciento. La especulación financiera y aún más la inmobiliaria se han llevado el escaso ahorro nacional.
Rusia crece al 1.5/2.0% anual, cuando debería hacerlo al 6% para empezar a salir del atraso. Por este motivo, la consigna de la oligarquía es: “capitulemos ante la Otan para que nos levanten las sanciones económicas; reducción del gasto militar y de las operaciones militares en el exterior; política liberal y seguridad jurídica para atraer capital extranjero; ajuste fiscal y mayor flexibilización laboral”.
Putin, ‘inspirado’ por su colega Trump, ha anunciado que “estudia” una fuerte rebaja impositiva en Ganancias, con el propósito de incentivar la repatriación de capital ruso de los paraísos fiscales. El Sberbank, el mayor banco de Rusia, acaba de informar que la salida de capitales representa la amenaza más importante para la continuidad del sistema bancario de Moscú.
La guerra criminal que Rusia desarrolla en Siria no tiene futuro – Putin busca una salida. Lo demuestran las reuniones que hospedó en las ciudades de Sochi y Astrana para organizar el reparto de Siria entre las potencias contendientes.
El resultado es que ha cedido parte del norte de Siria a Turquía, a cambio de la reconquista de la ciudad de Guta, en las vecindades de Damasco y otra parte de la misma frontera a Estados Unidos. Israel se ha adueñado de partes del sur, por medio de milicias sirias pro-sionistas. La intervención de Putin representa un costo insoportable para Rusia; los precios del gas y del petróleo vuelven a retroceder.
Después del pasado domingo, las agencias de noticias se verán frente a la tarea de hablar mucho más sobre lo que pasa adentro de Rusia.
Dirigente histórico del Partido Obrero (Argentina)