Desde que Javier Milei ganó el ballotage en Argentina y después de casi tres meses de gobierno, no sólo el país hermano se ha visto convulsionado por el ataque a la clase obrera que ha representado el DNU y la ley ómnibus finalmente naufragada en el Congreso, sino que las repercusiones del nuevo gobierno de la Libertad Avanza junto con sus socios, los halcones del Pro se han hecho sentir en el continente y en todo el mundo.
El experimento “libertario” por ejemplo ha suscitado todo tipo de análisis y especulaciones desde este lado del Río de la Plata, y algunos hasta han querido pescar a río revuelto, al fundar el Partido Libertario a fines del año pasado.
Ahora bien, en este artículo quisiéramos abordar por qué en nuestra opinión Uruguay no sería tierra fértil para el desarrollo de una expresión política de la misma magnitud y con la misma orientación que la expresada en Argentina.
De las cenizas del 2001 hasta el Mileazo
En primer lugar, estamos hablando de dos regímenes políticos muy diferentes, por no hablar de las diferencias aún más pronunciadas en el devenir de la trayectoria de la dominación burguesa en cada país, o sea la historia más larga de ambos Estados.
Está claro que Argentina por un lado tardó bastante tiempo, hasta muy entrado el siglo XX, en consolidar sus mediaciones políticas más estables y duraderas que administrarían el Estado capitalista en el curso de todo el siglo; aunque la Unión Cívica Radical tiene sus orígenes a fines del siglo XIX, fundado en 1891, y el Partido Socialista de Juan B. Justo en 1896, habría que esperar casi sesenta años para la aparición de su verdadera némesis, el Partido Justicialista, fundado en 1946 por Juan Domingo Perón.
De todos modos, el sistema democrático-burgués latinoamericano que arriba más tarde a la conformación de sus partidos políticos, también es el que experimenta la crisis terminal del 2001, donde lo que quedaba del Radicalismo con la aventura de la Alianza y lo que restaba de Justicialismo vuela por los aires, en la jornadas de impugnación popular al régimen y al Estado burgués más importantes desde el Cordobazo.
Luego del tsunami del 2001, el sistema de partidos argentino nunca volvió a ser el mismo, un fracción del Radicalismo tendió a posiciones más cercanas al sector de Elisa Carrió u otras opciones de centroizquierda, para luego terminar confluyendo en la Convención de Gualeguaychú con el emergente del macrismo en Cambiemos; mientras otra fracción de los escombros del partido de Alem y de Irigoyen confluyó con la expresión justicialista que protagonizaría los próximos doce años de reconstrucción de legitimidad del Estado burgués: el Kirchnerismo.
Y ahora nuevamente, con la victoria de Milei, se confirma el cadáver político del radicalismo por un lado, y los últimos estertores de un aparato justicialista que demostró su impotencia histórica más clara al perder las elecciones con un candidato sin aparato y que significa una aventura burguesa en muchos sentidos, ya que viene a romper definitivamente con los consensos “alfonsinistas” del régimen político de los últimos cuarenta años de la democracia capitalista argentina; aunque el teorema de Baglini demostrará con el tiempo cuánto es ofensiva programática y cuánto bravuconería discursiva.
No obstante, la crisis de representatividad y de legitimidad de los partidos burgueses en Argentina sigue todavía en entredicho, y los primeros pasos de Milei profundizan esta tendencia antes que cerrar la “grieta” interburguesa, algo que quedó en evidencia con el naufragio de la Ley Ómnibus en el Congreso, que cayó más por las disputas de diferentes fracciones del poder capitalista al seno del propio gobierno y sus aliados parlamentarios, que por la acción de la movilización y la protesta popular.
En síntesis, hipotetizar escenarios en el panorama de la realidad social y política argentina se ha vuelto bastante impredecible tanto por la inestabilidad y la falta de orientación coherente de las direcciones burguesas, como por los límites del propio gobierno ante la movilización y la protesta, y por el creciente descontento popular con las medidas de mega ajuste del gobierno; por consiguiente sería igual de temerario plantear tanto que Milei no llega a 2027, como que se consolida un gobierno que completa su mandato.
Uruguay, la penillanura de siempre
En Uruguay en cambio las clases dominantes poseen un capital político de otra índole, entre los méritos de la burguesía se encuentra el de conservar los dos partidos patronales más viejos de América Latina, hasta rivalizando en vejez con los protagonistas del bipartidismo norteamericano, e incluso en el caso del Partido Nacional, debatiendo el decanato con los tories ingleses.
Por supuesto que semejante mérito de la burguesía uruguaya, se da en el contexto de un país históricamente deprimido demográficamente y sin mayores conflictos territoriales a nivel subnacional, lo que dio como resultado la constitución histórica de un Estado capitalista sin mayores tensiones interburguesas a su interior; y de regímenes políticos que luego de superada la guerra civil de 1904 entre la fracción burguesa mercantil-industrial y la fracción del bloque agrario, y al triunfar la primer variante, quedó claro entre 1938 y 1973 la reafirmación de un bipartidismo que recién eclosionaría con la aparición del Frente Amplio en 1971.
Pero con la incorporación del Frente Amplio al sistema de partidos, no tanto en 1971, como en el proceso de la salida de la dictadura 1980-1985, el FA sería clave para la inauguración de lo que hemos dado en denominar el “régimen del club naval”, la reapertura de la legalidad burguesa; y por cuarenta años se consolidaría un nuevo esquema de tres jugadores en la disputa por el poder del gobierno, algo que hasta porcentualmente quedó plasmado en los resultados de las elecciones generales de 1994, bajo el viejo sistema de la “ley de lemas”, donde cada partido sacó entre el 32 y el 34 % de los votos, en un cuasi empate técnico entre las tres fuerzas políticas.
Aunque en la década del noventa apareció otra variante de centroizquierda como el Nuevo Espacio, o en las últimas elecciones del 2019 el partido de derecha conservadora Cabildo Abierto irrumpió con un 12%, lo cierto es que el paisaje de partidos en Uruguay no se ha visto alterado en lo sustancial.
Lo único cierto ha sido la continúa y sostenida debacle del Partido Colorado, pero siempre manteniéndose por un lado entre un piso de un 10% en las elecciones del 2004 fruto del descontento por el desastre de la crisis del 2002 y por el otro con un infranqueable techo de un 17% al que lo llevó la campaña punitivista de Pedro Bordaberry en 2009.
Ahora bien, más allá que en la actualidad el gran tablero de la superestructura política del Uruguay se componga de cuatro actores en vez de tres, y aunque la tendencia a la atomización y fragmentación de los partidos es una realidad de la síntesis política no sólo en Uruguay sino en todo el mundo, fruto de la crisis orgánica del capitalismo; debemos igual reconocer que el proceso de descomposición acelerada de las viejas mediaciones patronales o reformistas es mucho más lenta que en otros países de América Latina, dónde por ejemplo en Chile los partidos de la vieja Concertación que piloteó el régimen pospinochetista volaron por los aires en la última elección que enfrentó a Boric y Kast.
Si nos guiamos por la repercusión mundial de la crisis, hasta las democracias imperialistas más viejas del mundo han visto desaparecer casi por completo sus principales partidos de posguerra, aunque la socialdemocracia europea aún mantiene un capital político considerable en Portugal y principalmente en el Estado español, la verdad es que el derretimiento vertiginoso del Partido socialista francés ha sido paradigmático, pasando de ser el partido de gobierno hace algunos años con Hollande a su completa pasokización y total desmoronamiento en las últimas elecciones polarizadas entre Macron y Le Pen, dónde la candidata de los socialistas Anne Hidalgo no llegó a sacar el 2 % de los votos.
Volviendo a Milei y Uruguay
Es muy probable que en este año de elecciones generales en Uruguay, no haya mayores sorpresas con respecto al cuadro general, gane el FA o la coalición multipatronal, lo seguro es que no nos encaminamos a ninguna bancarrota de las antes mencionadas ni nada por el estilo, con esta hipótesis tampoco queremos conciliar con la perspectiva de la “excepcionalidad” uruguaya o de la “especificidad” oriental, concepción tan afín al pensamiento tanto liberal como reformista que sigue pensando la decadencia nacional en relación a la “Suiza de América” y otros mitos de la burguesía uruguaya.
De todos modos, la tendencia a la atomización de partidos en estas elecciones, aún mayor que la del 2019, convive paradojalmente con una estabilidad del régimen que hasta hace envidiar a los elementos más preclaros de la política argentina, desde Beatriz Sarlo hasta Jorge Asís, pasando por Carlos Pagni, los intelectuales y dirigentes más inteligentes de la burguesía argentina, reconocen los méritos de la clase dominante uruguaya a la hora de no sacrificar la gallina de los huevos de oro, o sea la legitimidad de la democracia burguesa y los consensos primordiales en el seno de la clase capitalista para ejercer y conservar el poder de una clase y de un Estado.
En todo caso, los ataques sobre la clase obrera uruguaya, no serán propinados por ninguna figura mesiánica en esta penillanura burguesa, sino fundamentalmente por sus partidos históricos, y entre ellos el Frente Amplio como ariete imprescindible de las clases dominantes para avanzar sobre el proletariado uruguayo y sus conquistas.
Es más necesario que nunca enfrentar el escenario de crisis y degradación, construyendo los cimientos de un partido obrero y socialista que aglutine a lo mejor de la vanguardia proletaria tras un programa concreto de salida revolucionaria a la bancarrota nacional.
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