El domingo pasado tuvo lugar en Francia la segunda vuelta de las elecciones municipales que quedaron interrumpidas por el Covid-19, luego del primer turno, en marzo pasado. Los tres aspectos que destaca la prensa internacional acerca de los resultados son: un nivel histórico de abstención, la derrota sin atenuantes del gobierno y la primacía del partido Ecologista-Verde.
Mirado desde el escenario de la rebelión de los chalecos-amarillos, por un lado, y de la huelga general ferroviaria, que acompañaron numerosos sectores obreros, por el otro, estos resultados reflejan que esas grandes luchas no han encontrado una traducción política. Los partidos de izquierda con representación parlamentaria, o sea el partido comunista y Francia Insumisa hicieron un papel pobre, no fueron admitidos como portavoces electorales de las masas, que se han refugiado en la elevada abstención. No hay que ver tampoco en este boicot electoral un contenido político concreto; se trata, además, de una reacción que se ha producido repetidas veces en los últimos veinte años. Es cierto, sin embargo, que es un reflejo del descontento que se extiende en las capas medias, en los pequeños pueblos y en los sectores rurales.
Con excepción de la victoria que obtuvo el primer ministro en su distrito, el partido de Macron salió fulminado. Es un partido artificial, reclutado hace más de tres años por las redes sociales, que se desgasta en forma regular a través de una atomización creciente. De modo que el gobierno, además de haber perdido representatividad electoral a partir de los municipios, le ocurre lo mismo en la Asamblea Nacional, cuando le quedan todavía dos años de mandato. Es un período que estará surcado por los efectos de la bancarrota sanitaria y la bancarrota económica.
No se advirtió en las municipales ningún avance de la derecha, sea fascista, proto fascista o algo fascista. El Frente Nacional tiene más de medio siglo de vida y nunca pudo desarrollar un movimiento de las masas arruinadas de la pequeña burguesía para destruir los derechos del movimiento obrero en el régimen democrático. Como le ha ocurrido a la mayor parte de la izquierda, sino a toda, ha sido cooptada por el Estados constitucional.
Los comicios auparon al centro del escenario político al partido Verde-Ecologista, de larga y errática historia en Francia. Algunos medios ya lo han anotado como el rival central del gobierno en las elecciones parlamentarias y presidenciales. Dado la enorme convulsión que atraviesa el mundo, se trata de una observación superficial. Supone el inicio de una etapa centrada en el medio ambiente y el cambio climático, y su asociación con la pandemia. O sea que el capitalismo va a plantear una agenda sanitaria e incluso habitacional, y que el coronavirus devolverá el llamado estado de bienestar. El planteo ecológico, propuesto por Macron, provocó, lo recordamos, la rebelión de los chalecos-amarillos, porque pretendía suplantar los productos contaminantes, como la nafta, con impuestos a su consumo. Con el rabo entre las piernas, los ‘ecolo’ francesas ponen el acento ahora en la financiación de la energía ‘verde’ por medio de un masivo endeudamiento del estado con los fondos internacionales. El contenido de clase del planteo es manifiesto, como también que el endeudamiento viene acompañado de políticas de ajuste. La deuda pública de los países de la Unión Europea supera por lejos el tope del 60% del PBI establecido en sus tratados, y el 3% del déficit fiscal.
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