Nadie planeó que el 8 de marzo fuera el primer día de la revolución. La “borrachera patriótica” de inicios de la guerra se había diluido ante el desastre militar, las bajas, la inflación, el desabastecimiento, la hambruna. Petrogrado se sumía en la debacle: el 16 de febrero se racionó el pan y se acabó el carbón; el 18, la huelga de la fábrica Putilov fue respondida con un lock-out y despidos. La situación era explosiva pero, dice Trotsky, “Ninguna organización llamó a la huelga ese día. La organización bolchevique más combativa, el comité de la barriada obrera de Vyborg, aconsejó no ir a la huelga. Las masas —como atestigua el bolchevique Kajurov— estaban excitadísimas; cada huelga amenazaba convertirse en choque abierto”. El Comité entendía “que no había llegado el momento de la acción, porque el Partido no era aún bastante fuerte” ni era seguro que los soldados apoyaran un levantamiento; entonces “decidió no aconsejar la huelga, sino prepararse para la acción revolucionaria en un vago futuro”.
En febrero de 1917, el 47% de los obreros de San Petersburgo eran mujeres. Los hombres estaban en el frente. Las obreras eran mayoría en la industria textil, del cuero o del caucho, y numerosas en oficios que antes les habían sido vedados: los tranvías, las imprentas o la industria metalúrgica, donde había unas 20.000. Las obreras eran mujeres: debían garantizar el pan de sus hijos. Y, antes de ir a la fábrica, hacían interminables colas (unas 40 horas semanales) para conseguir algo de comida, acampando durante la noche, en pleno invierno ruso. Allí aprendieron “a insultar a Dios y al zar, pero más al zar”, como dice un informe policial: “son material inflamable que necesita sólo una chispa para estallar”. La falta de pan las llevó a cuestionar, sin mediaciones, el poder político. La doble explotación borró la leve división entre “demandas económicas y políticas”.
Muchos revolucionarios pensaban que las obreras no tenían capacidad para organizarse o activar en las fábricas, que eran “emocionales e impulsivas”, que sus protestas eran despolitizadas: por el pan, por ejemplo. Pero sabían que sin las trabajadoras no habría revolución, y ya en vísperas de la guerra se dirigían a ellas con publicaciones especiales. “Las mujeres deben jugar un rol significativo en la campaña por los alimentos. La lucha por aumentar los salarios y acortar la jornada es posible sólo con la total participación de las obreras. La tarea es elevar su conciencia de clase”, escribía en 1915 la bolchevique Inessa Armand en la revista Rabotnitsa (La Mujer Trabajadora). También exhortaba a los trabajadores: “Ustedes, camaradas, no olviden que la causa de las obreras es también su causa, que hasta que las masas de mujeres se unan a sus organizaciones, hasta que sean atraídas a su movimiento, serán un inmenso obstáculo en su camino. Ayúdenlas, organícenlas, junten fondos para sostener la nueva revista”.
Hacia 1916, las mujeres de soldados y las obreras habían protagonizado revueltas por el pan y la falta de carbón, y huelgas por el salario, la reducción de la jornada laboral y contra el acoso de patrones y capataces. Entre ellas, actuaban las mujeres bolcheviques y del Comité Interdistrital, reclutándolas en las barriadas. En la víspera del 8 de marzo (23/2) se convocó a las textiles del distrito de Vyborg a un acto contra la guerra y el desabastecimiento. Habló el metalúrgico Kajurov, uno de los bolcheviques que seguía viéndolas como “emocionales e indisciplinadas”. Kajurov reconoció el valor de las trabajadoras, se extendió sobre sus reclamos “específicos” y la guerra. Y les pidió que trabajaran con el Partido y disciplinaran sus movilizaciones. Aparentemente, nadie lo refutó.
Sin embargo, horas después, esas mismas costureras desataban la huelga general en Petrogrado que terminaría con el zarismo. Abandonaron las herramientas y se dividieron en grandes grupos para levantar otras fábricas, especialmente las metalúrgicas, consideradas la vanguardia de la clase obrera. No aceptaron negativas: allí donde no les hicieron caso, arrojaron piedras, bolas de nieve y palos encendidos contra los portones y las ventanas, y ocuparon las plantas. ¡Basta es basta! Cuando convencieron a los obreros de Putilov, la huelga general estaba garantizada.
A medida que avanzaban hacia los límites del distrito llegaron la policía y las tropas. Una primera refriega dejó muertas y heridas, pero armaron barricadas volcando tranvías, mientras exhortaban a los soldados a no disparar. Muchos las conocían: las mujeres bolcheviques y del Comité Interdistrital, las mujeres de soldados en el frente y las textiles, habían ido muchas veces a la guarnición. Los soldados eran campesinos de uniforme: lo lograron. Zhenia Egorova, secretaria del Partido Bolchevique de Vyborg, intentó conmover a los cosacos. Cuando le gritaron que los hombres no debían obedecer a las mujeres, respondió que sus hermanos estaban en el frente. Súbitamente, los cosacos bajaron los rifles y se apartaron: las mujeres habían abierto una grieta en la fuerza más leal al zar.
“La mujer obrera representa un gran papel en el acercamiento entre los obreros y los soldados. Más audazmente que el hombre, penetra en las filas de los soldados, coge con sus manos los fusiles, implora, casi ordena: ‘Desviad las bayonetas y venid con nosotros’. Los soldados se conmueven, se avergüenzan, se miran inquietos, vacilan; uno de ellos se decide: las bayonetas desaparecen, las filas se abren, estremece el aire un hurra entusiasta y agradecido; los soldados se ven rodeados de gente que discute, increpa e incita: la revolución dio otro paso hacia adelante”, dice Trotsky.
La multitud avanzó hacia las terminales de los tranvías. La noche del 23, los soldados que las custodiaban se habían unido a los trabajadores y la joven conductora Rodionova, reciente bolchevique, y sus compañeras, controlaban el sistema de transporte en la ciudad. La movilización ganó otros barrios mientras se sumaban millares de obreros: del papel, del cuero, del gas. Las costureras seguían siendo la vanguardia: el 23 de febrero, el 20 por ciento de Petrogrado y el 30% de las textiles estaban en huelga. El 25 de febrero, eran el 52% de los obreros y el 71% de las textiles.
Las consignas fueron ganando en voltaje político: “¡Pan para los trabajadores! ¡Abajo el hambre! ¡Que vuelvan los hombres del frente! ¡Abajo la guerra!”. Por primera vez desde 1905 retumbó en Petrogrado: “Abajo la autocracia”.
Las mujeres habían parado la ciudad y sembrado la confusión en la guarnición militar. En tres días de huelga general, el ejército se había amotinado y pasado a la revolución, y el zarismo se había derrumbado. ¿Puede entenderse la revolución de febrero como un acto “espontáneo”? No fue convocada por el Partido Bolchevique ni por ningún otro. Pero miles de obreras no abandonan el trabajo, levantan otros gremios, controlan el transporte y fracturan el ejército “espontáneamente”. Fueron el detonante de la furia popular por la debacle de la guerra, los muertos y el hambre. Pudieron serlo por el intenso trabajo de politización y organización que, desde el inicio de la guerra, encararon las mujeres bolcheviques y del Comité Interdistrital sobre la parte más plebeya y “atrasada” (¡?) de la clase obrera. Y por la capacidad de las trabajadoras de procesar vertiginosamente esa experiencia.
Extraído de “La Revolución Rusa en el siglo XXI” (Jorge Altamira – Pablo Rieznik – Luis Oviedo Lucas Poy – Daniel Duarte – Pablo Rabey) Editorial RUMBOS
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