Aniversarios

La vigencia de Lenin

Marx entero está contenido en el Manifiesto Comunista, en el prólogo de su Crítica, en El Capital. Aun cuando no hubiese sido el fundador de la Primera Internacional, siempre hubiera sido lo que es. Lenin, en cambio, se dedica desde luego a la acción revolucionaria. Sus obras son simples ejercicios preparatorios de la acción. Aunque no hubiese publicado un solo libro hubiera aparecido en la historia como aparece hoy: como el jefe de la revolución proletaria, el fundador de la Tercera Internacional.” L. Trotsky

Hace 100 años moría Lenin, el principal dirigente del bolchevismo y la revolución rusa de 1917, y de la Internacional Comunista antes de su degeneración.

Vladimir Ilich Ulianov, que se hará famoso con el seudónimo “Lenin”, nació en una familia culta de clase media, en el país más reaccionario y atrasado de Europa. El imperio de los zares estaba sumido en un enorme atraso económico y cultural, y una brutal represión política contra sus opositores y la intelectualidad que buscaba importar las ideas más avanzadas del pensamiento europeo. Rusia no había logrado desembarazarse de los resabios precapitalistas y feudales, en particular del absolutismo, quedando enormemente rezagada respecto a las experiencias revolucionarias burguesas del siglo XVII y XVIII. La intelectualidad rusa ya había recorrido diversas experiencias de lucha contra la autocracia zarista cuando se produce el nacimiento de Lenin, sin embargo no es un dato menor que el futuro líder de la primera revolución proletaria triunfante nace apenas un año antes de la derrota de la Comuna de París, es decir, cuando la clase obrera europea ya había tenido al menos dos grandes experiencias revolucionarias contra la clase capitalista e incluso contra la pequeñaburguesía democrática: 1848 y 1871. Los reformadores y revolucionarios rusos ya habían intentado diversos medios para cambiar la situación de atraso y opresión. En particular la corriente llamada “populista” había buscado sin éxito generar conciencia y un levantamiento de las masas campesinas atrasadas. Ante este fracaso, los jóvenes populistas se convencieron que la única salida estaba en la conspiración y la acción terrorista contra los gobernantes, supliendo con coraje y un enorme sacrificio la ausencia de una base social revolucionaria. En ese proceso cayeron muchos militantes, entre ellos el hermano mayor de Lenin que fue ejecutado por la autocracia luego de un fallido atentado al zar.

El joven Lenin se forma políticamente en ese ambiente revolucionario, en el que al mismo tiempo el incipiente desarrollo capitalista generaba la aparición de una nueva clase social, el proletariado. En esa joven clase obrera encontraría Lenin la fuerza social capaz de llevar adelante la revolución política y social. “Sin rutina ni ejemplo que seguir, libre de falsedad y de compromiso, pero firme en el pensamiento e intrépido para actuar, con una intrepidez que nunca degenera en incomprensión; así es el proletariado ruso y así es Lenin”, escribió León Trotsky, señalando la estrecha relación del líder bolchevique y la clase revolucionaria por excelencia.

El marxismo ruso nace en ese ambiente social y político, en polémica con otras corrientes democráticas e incluso revolucionarias que -visualizando los males que introducía el capitalismo- buscaban una salida no apoyándose en la clase obrera sino idealizando la vieja comuna campesina precapitalista y especulando sobre la posibilidad de una transición social que excluyera el doloroso pasaje por el capitalismo. Los marxistas, entre ellos Lenin, mostraron el inevitable avance del capitalismo en Rusia y su labor de disolución de las viejas relaciones sociales, y se prepararon para una revolución contra la autocracia a partir de esa base material.

La socialdemocracia rusa

Tras un período fermental de grupos de propaganda marxista y de organizaciones obreras que impulsaban la lucha económica del proletariado, en 1898 se realizó un precario congreso que fundó el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, en el cual no participó Lenin (por encontrarse detenido en Siberia) ni tampoco Plejanov y otros fundadores del marxismo ruso. El congreso no cambió la situación de dispersión de los distintos grupos y círculos socialistas, no aprobó un programa ni un estatuto, y se eligió un comité central que quedó rápidamente disuelto por la represión al ser detenidos sus integrantes. Quedó planteada entonces la necesidad de convocar un nuevo congreso sobre una base más sólida, lo que se lograría recién en 1903. Para llevar adelante esa tarea los principales militantes socialistas se organizaron sobre todo en el exilio, fundaron revistas (como la Iskra, “la chispa”) y comenzaron a establecer relaciones con todos los círculos socialistas locales, impulsando un plan para la construcción del partido. En esta tarea llevaron adelante un combate frontal con aquellos sectores llamados economistas que proclamaban que la conciencia de la clase obrera surgía de la lucha sindical por sus reivindicaciones, y por lo tanto no había que proclamar la lucha por la caída de la autocracia y por la revolución, sino impulsar la lucha económica de los trabajadores, a partir de la cual surgiría más o menos naturalmente la lucha política. El planteo conducía a la liquidación de todo partido, especialmente uno revolucionario, por lo que la Iskra (en cuya redacción estaban tanto Plejanov como Lenin, Mártov, Trotsky) desarrolla una lucha a fondo contra esa política anti-revolucionaria. El otro aspecto fundamental de la campaña de la Iskra es plantear la necesidad de un periódico político de toda Rusia, precisamente para organizar y homogeneizar a los distintos círculos socialistas detrás de la orientación de la socialdemocracia. A partir de la revista en los hechos se fue conformando una organización que será el embrión del partido.

El famoso folleto Qué hacer (1902) forma parte de esta campaña de preparación del congreso, y aunque es redactado por Lenin es publicado y apoyado por toda la redacción de Iskra, ya que concentraba y desarrollaba los planteos de la redacción para reorganizar al partido. Más tarde, cuando estallen diferencias políticas que culminaron en la formación de las fracciones bolchevique y menchevique, se atribuirá en la polémica a Lenin una particular concepción “ultra centralista” del partido, lo cual siempre fue rechazado por este. Lenin tomaba como modelo la organización de los partidos socialistas europeos, y especialmente a la socialdemocracia alemana, aunque teniendo en cuenta que no existía en Rusia una democracia burguesa sino un régimen absolutista y represivo que obligaba a métodos rigurosos de clandestinidad y conspiración. Mientras en Alemania podían realizarse asambleas y mantener locales y periódicos legales, en Rusia el partido estaba amenazado constantemente de verse desmantelado por la acción policial. El zarismo mantenía un aparato especial para la identificación, el seguimiento y la infiltración de los revolucionarios rusos de las distintas corrientes, por lo que el rigor en el funcionamiento conspirativo y la disciplina del partido era cuestión de supervivencia.

Más adelante, el estalinismo también falsificará esta discusión, difundiendo a un Lenin y un bolchevismo donde estaban prohibidas las fracciones y el debate político, y donde la dirección actuaba como déspota interno -así Stalin legalizaba su dominio burocrático sobre el partido bajo el nombre del “leninismo”. La realidad es que en el partido socialdemócrata, y en particular en el bolchevismo, las polémicas internas e incluso públicas se producían constantemente, siendo Lenin siempre un protagonista de estas luchas políticas a través de las cuales precisamente el partido se orientaba y adquiría cohesión; la disciplina no se contrapone sino que se genera y se consolida a partir de la elaboración y la lucha política que atraviesa a toda la organización.

Bolcheviques y mencheviques

En el II Congreso de 1903 se produjo una lucha política fundamental de los iskristas contra dos sectores que de distinta forma combatían la construcción de un partido obrero. Por un lado contra el llamado Bund judío, una organización que había sido una de las impulsoras del primer congreso, y que había logrado una mejor organización si se lo compara con la dispersión de los círculos socialistas, pero que se reivindicaba como un partido socialista de los judíos que debía representarlos en forma exclusiva dentro del POSDR, cosa que fue rechazada por el II Congreso y llevó a la escisión del Bund. El otro sector que era adversario de los planteamientos revolucionarios eran justamente los economistas contra los cuales apuntaba el Qué hacer, que también quedaron en minoría frente a los iskristas.

El núcleo de la Iskra logra triunfar contra las tendencias que pretendian bloquear la constitución de un partido unido, logra imponer el programa propuesto por la redacción (redactado por Plejanov y Lenin), y sorpresivamente se fractura en torno a la cuestión de los estatutos partidarios. Los llamados iskristas “duros” (Lenin) plantean un criterio de pertenencia al partido y un funcionamiento consecuente con un partido de combate, revolucionario, en las condiciones de lucha contra un régimen dictatorial. Sus opositores, encabezados por Mártov, defenderán un criterio más laxo, donde podía ser considerado miembro alguien que colaboraba con la socialdemocracia pero no integraba sus organismos. A partir de esta discrepancia, se producirá la fractura del partido, lo cual fue inesperado para todos, incluso para Lenin. El que la crisis de los iskristas se produjera a propósito de la cuestión organizativa puede parecer confuso y despolitizado, de hecho todos salieron del congreso con cierta confusión y desmoralización por la ruptura, sin embargo se trataba de una discusión sustancial, política y no “administrativa”. El debate en definitiva ponía de relieve el carácter del partido que se pretendía construir. Lenin logra la mayoría en el congreso para su posición y también en la composición de los organismos de dirección, sin embargo tras el congreso la “minoría” (los mencheviques) desconocerán estas resoluciones. Plejanov, que luego será el principal exponente del menchevismo, había quedado alineado con Lenin, sin embargo realiza tras el congreso una maniobra conciliatoria con la minoría, alterando en los hechos la composición de la dirección y las resoluciones del congreso. A partir de esta situación se produce la escisión, donde la “mayoría” (los bolcheviques) de Lenin enfrenta estas maniobras y defiende las resoluciones del congreso, mientras que los mencheviques lo atacan agriamente.

El desenvolvimiento posterior de cada fracción mostrará que esta discrepancia aparentemente organizativa persistirá, porque en definitiva las posiciones reflejaban distintas visiones sobre la revolución en Rusia, que se irán desenvolviendo en forma polémica a lo largo de los años. Ambas fracciones tendrán no sólo intensos debates entre sí, sino también al interior de cada una de ellas, lo que siempre será una constante es que los bolcheviques serán los más consecuentes (“duros”) en defender un partido de combate, revolucionario, mientras que los mencheviques tenderán al amontonamiento más confuso y heterogéneo, e irán derivando cada vez más a posiciones oportunistas.

Pese a varios intentos de reunificación del partido socialdemócrata, del cual los “bolcheviques” se consideraban una “fracción”, la lucha política fue consolidando estos agrupamientos y a partir de 1912 ya funcionaban plenamente como “partidos” separados y enfrentados.

La lucha contra el oportunismo

En la II Internacional había emergido una tendencia de derecha, a la cual se llamó oportunismo, que tendrá manifestaciones en la acción política y sindical, y que será sustentada teóricamente por los ideólogos del “reformismo”, particularmente el alemán Bernstein. El planteo “revisionista” buscaba cambiar la orientación y el carácter de los partidos socialistas, que pugnaban por una revolución proletaria que expropie al capital y reorganice la sociedad sobre nuevas bases, para convertirlos en aparatos que pugnan por reformas sociales en el marco de la democracia capitalista, bajo el criterio de que paulatinamente esos cambios alterarían todo el sistema económico y permitirán alcanzar el socialismo sin una revolución. A partir de esta concepción, la obtención de cada reforma y cada posición del partido (la organización sindical, la bancada parlamentaria, el aparato del partido) era elevada a un logro en sí mismo y con independencia de la lucha por acabar con el régimen de explotación, lo cual Bernstein resumió en su conocida fórmula: “el movimiento es todo, el objetivo final, nada”. El propio Bernstein aclaró que “La palabra revisionismo, que en el fondo sólo tiene sentido para cuestiones teóricas, traducida a lo político significa reformismo, política del trabajo sistemático de reforma en contraposición con la política que tiene presente una catástrofe revolucionaria como estadio del movimiento deseado o reconocido como inevitable.” Esta elaboración venía a poner por escrito y con claridad lo que en muchos casos ya se tendía a hacer en la práctica, sin tanta claridad. Sin tanta teorización, una parte creciente de los líderes y funcionarios sindicales en los distintos partidos actuaban según los criterios reformistas. Lo mismo se expresaba en muchos representantes socialistas en el parlamento, en los funcionarios rentados del partido (que en el caso del alemán, eran muy numerosos). Una expresión más extrema de este oportunismo fue la participación de figuras “socialistas” como ministros de un gobierno capitalista (como el caso de Millerand, en Francia). En definitiva lo que sucedía era que los propios éxitos y desarrollo de la socialdemocracia, y el haber logrado vencer las persecuciones y la represión política, había ido favoreciendo el surgimiento de una burocracia de los partidos y los sindicatos, y la deriva progresiva hacia la integración al Estado burgués. Para muchos de estos dirigentes y funcionarios la revolución era una expresión de “anarquismo”, que desorganizaba al movimiento, ya que en aras de una “utopía” -deseable pero impracticable- apartaba a la socialdemocracia de las tareas “realizables”.

En toda la II Internacional se libró ya a fines del siglo XIX un combate teórico y político contra el reformismo y las distintas expresiones de “oportunismo”. La concepción reformista fue atacada no solamente por los exponentes del ala revolucionaria de la Internacional, sino también por lo que luego se conocerá como el “centro” (incluyendo no solamente a Kautsky sino también a Plejanov). Pese a que la posición de Bernstein quedó en minoría frente a los ataques de los “ortodoxos” marxistas, en la práctica el oportunismo fue creciendo progresivamente hasta volverse dominante en la mayoría de los partidos socialistas -lo que tendrá su expresión pública y visible en agosto de 1914, cuando la socialdemocracia alemana vote a favor del presupuesto de guerra del imperialismo alemán.

Lenin fue uno de los principales exponentes del ala izquierda, revolucionaria, de la socialdemocracia internacional, librando no sólo en las revistas sino también en los congresos, una lucha implacable contra las tendencias oportunistas.

El carácter de la revolución rusa

Si bien en el II Congreso socialdemócrata ambas fracciones habían votado el mismo programa para el partido, se fue desarrollando una diferencia de carácter estratégico en torno al carácter y las fuerzas motrices de la revolución en Rusia. Todos los marxistas rusos consideraban que las tareas que debía emprender esa revolución eran en principio las que habían realizado las revoluciones burguesas en Europa (Inglaterra, Francia) en los siglos anteriores, es decir, derrocar a la monarquía y establecer la república democrática, la revolución agraria que liquide la gran propiedad feudal, y establecer el marco político para luchar por reivindicaciones obreras como la jornada de 8 horas y distintas leyes sociales. Por ello, en la literatura marxista se consideraba que la que se preparaba era una revolución democrático-burguesa. Las discrepancias surgían cuando se analizaba cuáles eran las fuerzas motrices de esa revolución. Plejanov y la mayor parte de los mencheviques sostenían que la burguesía debía liderar esa revolución, y que la clase obrera debía constituir una alianza con esa burguesía democrática contra el zarismo. Para Lenin y los bolcheviques, la burguesía rusa no era una clase revolucionaria, sino que tenía más terror a la revolución que al propio zarismo, por lo que convocar a la clase obrera a ir detrás de la burguesía era condenar al fracaso a la revolución. La burguesía no quería liquidar revolucionariamente al absolutismo, sino ir arrancándole concesiones, un poco al estilo de la burguesía frente a la monarquía prusiana en la Alemania del siglo XIX. De allí surgían dos tácticas opuestas en la socialdemocracia rusa; los bolcheviques apostaban a la unidad de la clase obrera con el campesinado para desenvolver la “revolución democrática”, lo cual podría conducir a un gobierno “obrero-campesino” que no planteara tareas de la revolución socialista sino las demo-burguesas más radicales. Frente a ambas tendencias, el joven Trotsky (que al principio quedó vinculado a la fracción menchevique) desarrolló una elaboración diferente, que a la postre fue “profética” al decir de Isaac Deutscher, que llamó la “revolución en permanencia” (o “permanente”), que consideraba que la dinámica de la revolución conduciría a una dictadura proletaria “apoyada en el campesinado”, y que si bien emprendería de inmediato las tareas democrático-burguesas no podría detenerse en esa “etapa” sino que progresivamente se vería obligado a tomar medidas de ataque a la propiedad privada capitalista, es decir, de carácter socialista. La elaboración de Trotsky era brillante, pero su práctica política era vacilante porque buscaba la reunificación de las fracciones en un mismo partido (como sucedía en toda la II Internacional), bajo la idea de debatir en el seno de ese partido unificado cuál era la táctica correcta. Esto llevó a que quedara en los hechos al margen de ambas fracciones, constituyendo un grupo propio que reivindicaba la unidad del partido. Más adelante, Trotsky superará esta concepción y reconocerá el papel de Lenin en la constitución de un partido revolucionario cohesionado, lo que llevará a que en 1917 se integre con su grupo al partido bolchevique, sobre la base de un acuerdo sobre la estrategia revolucionaria.

1905

Cuando en 1905 estalla la primera revolución en Rusia, los obreros se organizan en “soviets” (consejos) a partir de los delegados o representantes de las fábricas. Los mencheviques, que venían defendiendo las organizaciones obreras “laxas” se suman de inmediato, mientras que al principio los bolcheviques tienen ciertas reservas precisamente por la aparente “laxitud”, hasta que se reorientan a partir de comprender que se trataba más que una organización sindical. Lenin impulsará la participación en los soviets como organismos revolucionarios y embriones de un nuevo poder.

El proceso huelguístico y la existencia de soviets obreros era una prueba palmaria de que esta “revolución democrática” en Rusia no tenía punto de comparación con las revolución burguesas europeas, en las cuales el proletariado aún no estaba desarrollado. El lugar que ocupaba esa clase obrera en la revolución era inocultable, era la fuerza social dominante en las ciudades, mientras que el campesinado estaba disperso y la burguesía buscaba un compromiso con la monarquía (que constituyera un parlamento a través del cual intentar arrancarle concesiones al zar). Cuando el zar promete una constitución y una Duma (parlamento) totalmente decorativa, el soviet lo rechaza y proclama la necesidad de acabar con el absolutismo, una asamblea constituyente debía ser convocada por la revolución no por la monarquía que busca perpetuarse. Le corresponde al joven León Trotsky, como presidente del soviet de Petrogrado, romper ante una masiva concentración el decreto del zar y denunciarlo como una maniobra. En diciembre, se desarrolla la insurrección de Moscú de la que Lenin extrajo enseñanzas fundamentales, además de ser su principal defensor frente a los socialdemócratas que la cuestionaban por “prematura” (Plejanov). El aplastamiento de la insurrección y los dirigentes del soviet (con Trotsky a la cabeza) son encarcelados y sometidos a un célebre proceso, y enviados a la cárcel.

Con la represión abierta tras la derrota de la insurrección, el zarismo vuelve a convocar a elecciones para la Duma. Los bolcheviques, que todavía creen en la posibilidad de un nuevo flujo revolucionario e insurreccional, convocan al boicot. Esta vez la Duma se constituye y la burguesía liberal ocupa un rol fundamental, de carácter conciliador con la monarquía. Los mencheviques tienden a una alianza con los liberales, lo cual ocupará buena parte del debate en los años (y elecciones) posteriores, donde el bolchevismo atacará esta táctica de seguidismo a la burguesía. En el partido bolchevique se produjo una intensa lucha política tras la derrota de la revolución. El partido había realizado acciones de expropiación y organización de destacamentos armados, previendo la inminencia de un nuevo momento revolucionario. Sin embargo, la situación política tendía al fortalecimiento de la reacción política, y esa orientación ya no resultaba adecuada. Por otra parte, si el boicot a la Duma había sido un acierto ante la primera convocatoria, se había convertido en un error una vez que el régimen había logrado consolidarse y la Duma efectivamente se había reunido. Dentro del bolchevismo se desarrolló un fuerte debate contra una fracción “boicoteadora” que se negaba a intervenir en las elecciones y esa organización representativa súper regimentada y condicionada. Frente a la tergiversación histórica que muestra a un partido constituido y dado de allí para siempre, la historia del bolchevismo es exactamente lo opuesto: ante cada viraje de la lucha de clases y de la revolución, el partido afrontó grandes discusiones en torno a las cuales se organizaron tendencias e incluso fracciones, y donde el debate no se limitaba a boletines internos sino que alcanzaba las publicaciones partidarias. Fue a través de esta intensa vida interior, a través de polémicas y crisis, que se cohesionó el partido bolchevique, y no fue excepcional que Lenin quedara en minoría en diversas ocasiones frente a otra parte de la dirección. Lo que caracteriza a Lenin es la consecuencia con la que desenvolvía esa lucha política y la confianza en que la vanguardia obrera iba a orientarse correctamente si se le planteaba con claridad la discusión política.

La guerra imperialista

En diversos congresos internacionales, la II Internacional venía debatiendo la cuestión del militarismo y la tendencia a la guerra, que era inocultable. El capitalismo había ingresado a un impasse histórico, al extenderse a todo el planeta y desarrollar las fuerzas productivas en forma extraordinaria, el capital se encontró con sus propios límites. De la libre concurrencia entre capitales se habían desenvuelto los monopolios y los cárteles, la conformación del capital financiero como unidad del capital bancario y el capital industrial, la tendencia a la intervención del Estado para favorecer a “sus” capitalistas frente a los otros Estados. Este nuevo estadio del capitalismo se dio en llamar “imperialismo” en la literatura marxista, especialmente popularizado por un escrito de Lenin en 1916. La puja entre las potencias tendía a la guerra. Frente a esta perspectiva, la socialdemocracia internacional votaba resoluciones contra el militarismo y la guerra, rechazando que los obreros de un país fueran llevados a matar a los obreros del país vecino, para beneficiar a un puñado de grandes capitalistas, levantando la unidad de los trabajadores de todos los países. Para buena parte de los dirigentes socialistas, esas proclamas apuntaban a “mantener la paz” para poder seguir desenvolviendo la acción reformista de los partidos obreros, es decir, no percibían realmente que estaban ante un cambio de época. El ala izquierda de la socialdemocracia internacional planteaba una posición consecuente, que se fue desenvolviendo en los distintos congresos, y que tendría a Lenin, Rosa Luxemburgo, Trotsky y otros como exponentes principales. La formulación de Lenin frente a la guerra imperialista era nítida: no había que dar ningún apoyo a los gobiernos capitalistas sino desenvolver la lucha contra esos gobiernos, incluso si eso conducía a la derrota del propio país. En otras palabras: convertir la guerra imperialista en guerra civil contra la burguesía. En todo este proceso, el ala derecha de la socialdemocracia había quedado en minoría, en tanto la inmensa mayoría (constituida por la “izquierda” y el “centro”) votaba resoluciones contra la guerra, sin embargo, los principales dirigentes socialistas mantenían un actitud reticente ante las formulaciones nítidas del ala izquierda.

El 4 de agosto de 1914 se produce la bancarrota de la II Internacional: ese día los dirigentes de la socialdemocracia alemana votan favorablemente el presupuesto de guerra del Káiser. El hecho era tan inaudito que Lenin se negó a creerlo, y cuando recibió el periódico Vorwärts (“Adelante”) de la socialdemocracia llegó a pensar que era una falsificación del alto mando alemán. Después de años de organización y preparación política de los partidos socialistas, y de campañas contra la guerra, la mayoría de la Internacional se volcaba a la “defensa de la patria” y a la unidad con su propia burguesía, para sostener la carnicería de los obreros de todos los países. El partido alemán, que era el ejemplo para los trabajadores de todo el mundo, con un millón de miembros, 40 diarios y un centenar de publicaciones, sindicatos de masas, cuatro millones de votos (34%) y una bancada parlamentaria de 110 diputados, se sometía a la presión del Estado y de la campaña “patriótica” de la burguesía. En casi todos los países se reproducía esta bancarrota. En Rusia, Plejanov se convirtió al patriotismo, del mismo modo que el anarquista Kropotkin.

Los principales dirigentes revolucionarios (Lenin, Rosa Luxemburgo, León Trotsky) publican sendos folletos sobre la guerra y la bancarrota de la internacional obrera. El llamado “socialpatriotismo” era un salto en calidad en el proceso de descomposición e integración al Estado capitalista, marcaba un punto de no retorno. El ala marxista revolucionaria librará una lucha implacable y empezará a levantar la idea de una Tercera Internacional, rompiendo absolutamente con los dirigentes oportunistas y socialpatriotas. En este sentido, el bolchevismo estaba mejor preparado que las otras tendencias. Como hemos dicho, Trotsky había colocado durante años la necesidad de la reunificación de los socialistas rusos, considerando que la existencia de dos partidos era una anomalía frente a la experiencia del socialismo internacional. Ahora toda la Internacional vivía una crisis impensable, que antes se creía una peculiaridad de los rusos. Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron duramente reprimidos con el aval de la socialdemocracia, pasando a la cárcel por su oposición a la guerra. Si bien venían librando una lucha política contra el oportunismo no sólo del ala derecha sino también del centro “kautskiano” (y en eso se adelantaron al propio Lenin), no se plantearon a partir de la guerra la ruptura inmediata con la socialdemocracia y la organización de un partido revolucionario, cosa que no es sorprendente ante una situación enteramente nueva e impensada para todos. Lenin y el partido bolchevique estaban cohesionados en la oposición a la guerra imperialista y la preparación de una guerra civil contra la propia burguesía, mientras que otras tendencias estaban divididas (por ejemplo, había mencheviques “internacionalistas” y mencheviques “socialpatriotas”, que sin embargo se consideraban parte del mismo partido).

El imperialismo y la escisión de la Internacional

La guerra surge por la explosión de todas las contradicciones capitalistas, es el choque violento de las fuerzas productivas que no se pueden reproducir en los estrechos límites nacionales y bajo las relaciones de producción capitalistas. En otras palabras, la guerra imperialista era la prueba irrefutable del agotamiento y la decadencia del régimen social. El desarrollo capitalista había llevado a un impasse histórico, a la necesidad de destruir masivamente fuerzas productivas (entre ellos millones de obreros) para que siguiera existiendo el capital. La guerra arrastra a los obreros y sus partidos mayoritariamente a la unidad nacional en defensa de la patria, es decir, se plantea la brutal contradicción de un cuadro internacional que plantea la necesidad de una revolución que supere al capitalismo, y la bancarrota de los partidos “socialistas” que se venían preparando para esa tarea.

En diversos artículos y sobre todo en el folleto “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, Lenin analizará esta etapa del capitalismo que identifica como la de su declinación histórica. La palabra “superior” en el título puede resultar confusa, no indica “superioridad” en el sentido de excelencia, sino que subraya que es el propio desenvolvimiento del capital lo que conduce a la tendencia al monopolio, a la creciente especulación financiera, a la limitación de la libre competencia, a la pugna entre potencias y a la guerra. En otro texto, Lenin resume: “El imperialismo es una fase histórica especial del capitalismo. Su carácter específico tiene tres peculiaridades: el imperialismo es 1) capitalismo monopolista; 2) capitalismo parasitario o en descomposición; 3) capitalismo agonizante”. En definitiva, para Lenin el imperialismo es una fase de transición hacia el socialismo, plantea la revolución socialista. Paralelamente, Lenin analiza la vinculación entre el imperialismo y la degeneración de los partidos obreros, señalando como base material de este proceso la constitución de una “aristocracia obrera” que recibe las migajas de las ganancias extraordinarias de los monopolios. “La burguesía de una ‘gran’ potencia imperialista puede económicamente sobornar a las capas superiores de ‘sus’ obreros, dedicando a ello alguno que otro centenar de millones de francos al año, ya que sus superganancias se elevan probablemente a cerca de mil millones. Y la cuestión de cómo se reparte esa pequeña migaja entre los ministros obreros, los ‘diputados obreros’ (recordad el espléndido análisis que de este concepto hace Engels), los obreros que forman parte de los comités de la industria armamentista, los funcionarios obreros, los obreros organizados en sindicatos de carácter estrechamente gremial, los empleados, etc., etc., es ya una cuestión secundaria”. Lenin plantea que la situación es totalmente diferente respecto a las amplias masas proletarias, que en muchos casos no están aún sindicalizadas, y que sufren una brutal explotación. La escisión del socialismo para Lenin nace de esta dinámica donde la burocracia de los sindicatos y partidos “socialistas” se ha integrado al régimen burgués. “La única línea marxista en el movimiento obrero mundial consiste en explicar a las masas que la escisión con el oportunismo es inevitable e imprescindible, en educarlas para la revolución en una lucha despiadada contra él, en aprovechar la experiencia de la guerra para desenmascarar todas las infamias de la política obrera liberal-nacionalista, y no para encubrirlas”.

En setiembre de 1915 se desarrolla la Conferencia de Zimmerwald, contra la guerra, en la cual participan 38 delegados socialistas de 11 países, entre ellos Lenin y Zinóviev por los bolcheviques, Axelrod por los mencheviques internacionalistas, los socialrevolucionarios Chernov y Natansón, Christian Rakovsky, Herman Gorter de Holanda, y representantes de la socialdemocracia alemana. Rosa Luxemburgo no estaba presente: estaba en prisión por su campaña contra la guerra. También estuvo presente León Trotsky que impulsaba el periódico Nache Slovo, y que redactó la declaración de la conferencia. En esta reunión un sector planteaba la reconstrucción de la II Internacional, mientras que su ala izquierda planteaba la ruptura con los defensores de la guerra y la construcción de una nueva internacional.

1917

Si al comienzo la guerra y la campaña de patriotismo aplacó la lucha de clases, los padecimientos de los explotados durante la carnicería mundial fue socavando a los Estados y generando cada vez mayor malestar en la clase obrera. Rusia era una de las potencias más débiles en esta conflagración por lo que el enorme esfuerzo de mantener la guerra pronto la llevó a una crisis imparable. En este contexto, la guerra engendra la revolución -un fenómeno que no solamente afectó a la atrasada Rusia, sino luego a Alemania, Italia, Hungría, etc.. “La guerra imperialista tenía que -era objetivamente inevitable- acelerar extraordinariamente y recrudecer en grado nunca visto la lucha de clases del proletariado contra la burguesía; tenía que trasformarse en una guerra civil entre las clases enemigas” (Lenin).

El año 1917 muestra a Lenin en toda su madurez y genialidad, pero no a la manera infalible en que lo presentaban los estalinistas. La revolución de Febrero (que de acuerdo a nuestro calendario comienza el 8 de marzo), nace a partir de una huelga de las obreras en el día de la mujer, que rápidamente se convierte en una huelga general indefinida, con un ímpetu imparable, y donde las masas y su vanguardia muestran una iniciativa superior a la de los partidos obreros, incluido el más revolucionario de ellos, el bolchevismo. La descomposición del ejército, donde los soldados estaban exhaustos y el campesinado que nutría sus filas pasaba un hambre colosal, se puso de relieve ante la huelga y las manifestaciones obreras. La suerte del gobierno estuvo echada cuando los soldados se negaron a disparar contra los manifestantes (que ya habían superado a la represión policial), y el zar debió abdicar. La miseria, la aspiración de paz, las reivindicaciones del campesinado sometido a una penuria extraordinaria, la situación insoportable de las obreras que no consiguen alimentos, todo esto mostraba cómo efectivamente la guerra imperialista se iba convirtiendo en guerra civil contra los gobiernos que la impulsaban.

De inmediato, la memoria histórica de los obreros y militantes de izquierda produjo en renacimiento de los soviets, que en realidad son los dueños de la situación. Los soldados también organizan sus soviets, cuestionando la disciplina vertical del aparato militar. La conducción del soviet está conformada por elementos conciliadores, que impulsan la constitución de un gobierno provisional burgués y la continuidad de la guerra. El partido bolchevique, con sus principales líderes en el exilio o en prisión, está desorientado. Cuando vuelven algunos dirigentes desde las cárceles (Kamenev, Stalin) la cosa no mejora: orientan al partido a una política de “apoyo crítico” a la mayoría del Soviet y al propio gobierno provisional “en tanto que” cumpla con las demandas del pueblo, impulse las negociaciones de paz, etc. En contradicción con toda la experiencia anterior a la guerra y a la crisis en la Internacional, se comienza a desarrollar una tendencia favorable a la reunificación de los socialistas en un mismo partido. La mayoría de la dirección se estaba preparando para ser una oposición socialista a un gobierno burgués, para exigirle que cumpla un programa democrático (asamblea constituyente, tierra a los campesinos) y no tenía en sus planes la posibilidad de una dictadura proletaria en Rusia. De hecho, esa idea estaba descartada; aferrándose a las viejas elaboraciones del bolchevismo, decían que la tarea era lograr una república democrática, una “dictadura democrática de obreros y campesinos” como decía la vieja formulación bolchevique. En este contexto, y aún desde el exilio, Lenin comienza a orientar al partido en un sentido completamente opuesto. Si algo caracterizó a Lenin es el anti-dogmatismo, era necesario analizar la realidad tal cual era, no pretender ceñirla forzadamente en viejos análisis y viejas consignas, y si la realidad había mostrado que aquellas elaboraciones eran incorrectas o habían sido superadas por la experiencia misma de la revolucíon, había que desecharlas rápidamente y plantear un viraje estratégico. En las Cartas desde lejos y más aún en las famosas Tesis de Abril, Lenin desenvolverá no sólo un análisis sino sobre todo una lucha política para alinear al partido a la nueva estrategia que estaba planteada. Su análisis no arranca a partir de consideraciones sobre el carácter de la revolución rusa, o sus fuerzas motrices en general y en abstracto, sino de la experiencia histórica concreta que estaban protagonizando las masas. Destaca que las masas han derrocado a la monarquía y organizado los soviets, pero estos han entregado el poder a la burguesía, aunque el único poder real que cuenta con el respaldo de las masas insurrectas es precisamente el Soviet. El gobierno provisional burgués continúa la guerra y posterga las demás reivindicaciones democráticas, agrarias, de los explotados. Para llevar adelante ese programa, es necesario derrocar a la burguesía pero ello es inviable mientras cuente con la confianza de las masas, a través del Soviet, por lo que se debe abordar un trabajo sistemático de preparación política de esa segunda revolución, que debe dar el poder a los soviets. “Explicar a las masas que los Soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario y que, por ello, mientras este gobierno se someta a la influencia de la burguesía, nuestra misión sólo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas de las masas.”

Un viraje estratégico

La orientación que defiende Lenin en sus discursos (recién arribado a Petrogrado) y sus escritos (que son publicados en la prensa partidaria pese a no representar la posición “oficial” de la dirección) generan una gran tormenta en el partido. La mayoría de la dirección está alineada con los que Lenin llama “viejos bolcheviques”, es decir, los que se aferraban a las viejas fórmulas que habían sido superadas por la dinámica de la revolución. Hay que recordar que las Tesis de abril fueron publicadas a título personal en el Pravda bolchevique, y que Kamenev incluyó una nota aclarando que ni la Redacción ni el Buró del Comité Central estaban de acuerdo con su “esquema general”, “nos parece inaceptable, por cuanto su punto de partida es considerar consumada la revolución democrático-burguesa y prevé la inmediata transformación de esta revolución en revolución socialista”.

Este combate de Lenin para reorientar al partido contrasta con el fetiche del partido monolítico y regimentado desde arriba que creó la leyenda estalinista para presentar al régimen burocrático como la continuidad del leninismo. Cuando se inicia esta polémica, Lenin se encuentra en minoría y comienza a trabajar para ganarse al partido a su posición.

Una de las tareas que plantea en sus Tesis, es cambiar el nombre del partido (llamarse “Comunista”, no socialdemócrata) para distinguirse de los líderes que habían “traicionado al socialismo en el mundo entero, pasándose a la burguesía”. En este punto es donde encuentra mayor oposición, queda solo en la Conferencia partidaria, que por el contrario vota constituir una comisión mixta para estudiar la reunificación de bolcheviques y mencheviques, que apenas un mes atrás habían defendido varios dirigentes (entre ellos Stalin). Digamos a la pasada que el estalinismo posteriormente atacó y calumnió a la gran revolucionaria Rosa Luxemburgo, acusándola de haber demorado la ruptura con el partido socialdemócrata, cuando el propio Stalin defendía volver a unirse en el mismo partido no sólo después de la traición frente a la guerra imperialista sino incluso tras el inicio de la revolución cuando los mencheviques apoyaban al gobierno burgués provisional.

En esa misma Conferencia, Lenin logra una mayoría clara en algunas cuestiones: casi unanimidad (salvo 7 abstenciones) en la cuestión de la guerra; respecto a “iniciar un trabajo prolongado” para transferir el poder al Soviet logra 122 votos a favor, 3 en contra y 8 abstenciones; respecto a emprender la vía de la revolución socialista apenas 71 en 118 presentes; finalmente, en la cuestión del cambio de denominación del partido es el único en votar a favor de la moción. ¿Qué tal? En nada se parece este panorama al dirigente infalible, indiscutido, que aplastaba a cualquier oposición interna y prohibía las fracciones, que inventó el estalinismo. La dirección electa por esa Conferencia le dio una débil mayoría a Lenin, ya que tres integrantes (Zinoviev, Svérdlov y Smilgá) lo apoyaron claramente, Stalin se plegó a sus tesis a última hora, y otros cuatro eran la oposición de los “viejos bolcheviques” (Kamenev, Noguín, Miliutin, Fedorov).

En oposición a la reunificación con los socialdemócratas oportunistas y los socialchovinistas, Lenin va a impulsar la fusión con el grupo de Trotsky, y a integrar a este al Comité Central bolchevique, para de esa forma fortalecer al partido y a su orientación hacia la revolución socialista. Para Kamenev y otros viejos bolcheviques, Lenin se había pasado a las posiciones trotskistas.

El Estado y la revolución

Como parte de esa batalla por rearmar al partido, Lenin plantea ya en las Tesis la necesidad de modificar el programa del partido en relación al Estado “y nuestra reivindicación de un ‘Estado-Comuna’” (en referencia a un régimen obrero como lo fue la Comuna o lo serían los Soviets, y no ya la reivindicación de una república democrática).

El libro “El Estado y la revolución” sostiene que la mayor parte de los epígonos de Marx habían tergiversado su pensamiento sobre el carácter del Estado, y la reivindicación de la dictadura proletaria. El libro plantea que la tarea de la revolución proletaria respecto al Estado (es decir, su aparato burocrático-militar) es su destrucción y sustitución por un Estado del tipo de la Comuna o los soviets. Los ‘marxistas’ reformistas consideraban que la destrucción del estado burgués era “anarquismo”, y que los obreros debían tomar en sus manos el viejo Estado y utilizarlo en su beneficio (o formulaban frases confusas como “tomar el poder”, como equivalente de gestionar ese mismo Estado separado del pueblo); Lenin plantea que es tarea de la revolución no apropiarse de ese aparato sino destruirlo, y sustituirlo por un nuevo régimen (donde las masas están armadas, donde sus soviets reúnen a la vez funciones legislativas y ejecutivas, donde los representantes son revocables en cualquier momento, y donde perciben el sueldo de un obrero medio).

El desarrollo vertiginoso de la revolución va a impedir a Lenin culminar con su libro, el que sin embargo ha sido una herramienta fundamental de formación de miles de cuadros políticos en todo el mundo.

Todo el poder a los soviets

Aunque Lenin se apoyaba en el ala izquierda del partido y buscaba fortalecerla, eso no significaba que se dejara llevar por su impaciencia o buscara todo el tiempo radicalizar las posiciones. Su planteamiento era un diálogo con las masas a través de la agitación, evitando saltar por encima de su nivel actual de conciencia bajo el riesgo de producir un retroceso. Ya al inicio de la revolución, enfrentando la orientación del propio partido en ese momento, el comité bolchevique del barrio de Viborg había planteado en mitines masivos la resolución de que era necesario que el soviet tomara el poder. La consigna “Todo el poder a los soviets” no era una elucubración extraña al proceso de la revolución y de la evolución de la conciencia de los explotados, sino que partía de la realidad concreta, la existencia de una “dualidad de poderes” en que el gobierno burgués sostenido por la política del Soviet, que era el poder real que organizaba no solamente a los obreros sino cada vez más a los soldados y campesinos. Sin embargo, Lenin rechaza en abril la consigna “abajo el gobierno provisional” con la que coqueteó el Comité de Petrogrado, por considerarla prematura e incluso aventurera; la tarea era ganar la mayoría del soviet a través de la propaganda y la agitación.

La consigna “Todo el poder a los soviets”, como otras formulaciones del tipo “Abajo los diez ministros capitalistas”, que en definitiva eran equivalentes a reclamar a los mencheviques y socialrevolucionarios que tomaran el poder (en tanto eran la mayoría del Soviet), muestra un nivel de flexibilidad y audacia extraordinarios. De aceptar los conciliadores hacerse del poder, los bolcheviques realizarían un trabajo de persuasión en los soviets, no buscarían derrocarlos sino ganar a la mayoría de los obreros y explotados a su posición. Esto hubiera podido abrir el excepcional camino de una transición “pacífica” desde un gobierno de fuerzas pequeño-burguesas hacia una dictadura revolucionaria del proletariado, que es el objetivo que los bolcheviques no disimulan. En caso de que los mencheviques y eseristas rechazaran (como hicieron) llevar a cabo esa consigna, quedaban expuestos frente a la clase obrera como una dirección cobarde, sometida a la burguesía, a la cual entrega el poder pudiendo haberlo tomado y ejecutado su programa.

El desenvolvimiento de la revolución llevó a que los propios bolcheviques se hicieran de la mayoría de los soviets en pocos meses, tras pasar por intentonas golpistas de derecha y una reacción de masas extraordinaria que la echó por tierra, en un proceso político vertiginoso, acelerado sin duda por la guerra, por lo que la consigna “Todo el poder a los soviets” terminó culminando en la dictadura proletaria por primera vez en la historia.

La experiencia de 1917 mostró a un Lenin y un bolchevismo atentos a los giros de la situación política, que debieron sortear la tentación de la impaciencia respecto a la evolución de la conciencia del proletariado y el riesgo de caer en una actitud de expectativa que se traduzca en dejar pasar el momento revolucionario. Como la historia ha demostrado ya muchas veces, cuando los revolucionarios dejan pasar el momento se paga caro, muchas veces con represión, masacres y hasta fascismo (Italia). La insistencia de Lenin para organizar la insurrección cuando las masas ya estaban mayoritariamente con los bolcheviques (incluso sin esperar al Congreso de los soviets), es otra enseñanza respecto a los virajes convulsivos que se producen en una situación revolucionaria, donde si se esa base obrera se desmoraliza ante la pasividad o las vacilaciones de los revolucionarios, puede conducir a un reflujo y un ascenso de la reacción.

El gobierno revolucionario aplicó de inmediato el programa agrario que reclamaban los campesinos, que no era el del partido bolchevique sino el de los socialistas revolucionarios (que sin embargo no lo llevaron a la práctica cuando ocuparon el ministerio). Se trataba de un programa pequeño burgués y no socialista, aunque progresivo frente a la gran propiedad terrateniente que era expropiada. Los bolcheviques lograron así el apoyo masivo del campesinado, a diferencia de otras revoluciones en las que el pequeño campesino propietario era arrastrado por la reacción en contra del proletariado.

La Internacional Comunista

La insurrección de “Octubre” que dirigieron Lenin y Trotsky, constituyendo el primer gobierno revolucionario de la clase obrera y dando inicio a la revolución socialista, confirmó en forma inapelable el inicio de una nueva época. Si Lenin había planteado que el imperialismo era una época de guerras y revoluciones, a partir del impasse histórico y la agonía del capitalismo, la revolución bolchevique lo venía a hacer público y la noticia sacudió al mundo. Los obreros de todos los países se vieron impactados por la noticia, y todas las organizaciones obreras existentes se vieron afectadas por el ejemplo que venía de aquellas tierras lejanas. El impacto no se limitó a los partidos de la II Internacional sino también a las organizaciones anarquistas. Muchos de los nucleos fundadores de los partidos comunistas van a venir de ambas vertientes.

Para Lenin y Trotsky la revolución socialista tiene un carácter internacional, ninguno concebía la posibilidad de un socialismo “nacional” aislado del resto del mundo, esa sería una fantasía reaccionaria que luego impulsaría Stalin. La tarea de construir una nueva Internacional estaba planteada desde antes de la revolución, y ahora adquiría una actualidad y un impulso imparables. Los bolcheviques impulsarán la convocatoria del Congreso fundacional de la Internacional Comunista (o Tercera Internacional) que se concretará en marzo de 1919. Lenin y Trotsky juegan un rol fundamental en este y los siguientes tres congresos de la IC, pugnando en primer lugar por la escisión y separación más rotunda con los socialistas reformistas de la II Internacional. Una vez alcanzado el objetivo de formar partidos comunistas, los siguientes congresos se convirtieron en una escuela de estrategia revolucionaria, donde los bolcheviques buscaban formar políticamente a la joven vanguardia que emergía tras la guerra y pugnaba por desarrollar la revolución socialista, muchas veces con ideas confusas y con impaciencias e improvisación.

El Tercer y Cuarto congresos de la I.C. son el escenario de la polémica de los dirigentes bolcheviques con el ala izquierda de la internacional, en lo que Lenin llama “la enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo”, enfrentando a aquellos comunistas que se negaban a participar en los sindicatos reformistas o a intervenir en las elecciones y en el parlamento en nombre de que eran instituciones burguesas ya superadas (por ellos, no por las masas). Lenin y Trotsky buscan transferir las enseñanzas de la propia experiencia de los revolucionarios rusos y todas las mediaciones y políticas que se dieron para insertarse en las masas obreras y prepararlas para el poder.

La IC sufrió a partir de la burocratización de la URSS el estrangulamiento y la burocratización de esa vanguardia obrera internacional, completamente subordinada a la casta parasitaria que se apoderó del poder, sin embargo los documentos de sus cuatro primeros congresos -muchos escritos por Lenin o Trotsky- son aún hoy un material fundamental para la formación de los obreros revolucionarios.

El aislamiento de la revolución rusa

La experiencia del poder soviético requeriría un desarrollo que excede estas páginas. Lenin fue sin duda alguna el principal dirigente y el más lúcido de ese proceso. En el ejercicio del gobierno obrero el partido estuvo atravesado por las más diversas discusiones, muchas de ellas decisivas para la vida o muerte del nuevo régimen.

La primera gran discusión fue en torno a la cuestión de la paz. El nuevo gobierno había asumido asegurando que terminaría la guerra, y que llamaba a negociar una paz sin anexiones a todos los gobiernos. Las negociaciones de paz con el gobierno alemán fueron convertidas en una tribuna de agitación de la revolución bolchevique sobre los obreros alemanes y europeos. El imperialismo alemán reclamaba concesiones que eran rechazadas por el gobierno soviético, que intentaba demorar la firma de la paz con la expectativa que los soldados alemanes se negaran a combatir o que una revolución obrera tirara al gobierno. Cuando llegó el ultimátum del Káiser, se produjo una intensa discusión en el Soviet y el partido bolchevique; nuevamente le cupo a Lenin la tarea de intentar homogeneizar al partido que estaba públicamente dividido. La posibilidad de una “guerra revolucionaria” estaba totalmente descartada, porque los soldados estaban extenuados y se negaban a pelear, era necesario aceptar las condiciones alemanas para preservar la revolución, siendo que la caída del poder soviético sería una derrota inmensamente mayor para los explotados rusos y para la clase obrera internacional. La firma del tratado de Brest-Litovs produjo la salida del soviet de los únicos aliados que se habían mantenido junto a los bolcheviques, los eseristas de izquierda. La decisión de firmar el tratado se produjo tras largas discusiones en el comité central bolchevique, en el que Lenin no lograba una mayoría.

La prolongada guerra civil que se desarrolló en los siguientes tres años, donde ejércitos contrarrevolucionarios apoyados por las principales potencias desarrollaron una ofensiva contra el régimen soviético, provocando la muerte de millones de personas, destrucción de la economía y hambrunas terribles. La revolución logró imponerse sobre los ejércitos reaccionarios a un alto precio, que afectaría el desenvolvimiento futuro y también provocaría cambios en el seno del partido bolchevique. Gran parte de la vanguardia revolucionaria que había llevado adelante la revolución había sido diezmada en la guerra civil, la clase obrera había refluido, el campesinado estaba cada vez más impaciente.

En el X° Congreso del partido se produce una resolución inédita, ante el riesgo de una división fruto de las pugnas internas. Esta resolución consistió en la prohibición transitoria de las fracciones (que existían hasta ese momento con total libertad), lo que no impedía que se mantuvieran polémicas a través de materiales y boletines. Se trató de una medida absolutamente excepcional, en base a la preocupación que las disputas entre dirigentes y fracciones pudiera conducir a una ruptura del partido y a la caída del régimen soviético. La resolución se complementaba con la creación en el Estatuto de un organismo ante el cual los militantes pudieran recurrir en caso de abuso de algún dirigente (la Comisión de Control). El estalinismo se encargó de convertir esta resolución en norma y no excepción, y llevó a la cárcel, deportó o incluso ejecutó a muchos comunistas que cuestionaban a Stalin y la dirección burocrática.

En 1921 se plantea otra discusión fundamental, que implicaba un retroceso inevitable ante el agravamiento de la situación de la revolución. Del llamado “Comunismo de guerra” se pasó a la “Nueva Política Económica” (NEP); el comunismo de guerra había sido una medida obligada en la medida que los capitalistas abandonaban sus fábricas o no las hacían funcionar, y había que hacer funcionar la economía. No obedecía a un plan premeditado, sino a una medida excepcional en el marco de la lucha por la subsistencia de la revolución en el marco de la guerra civil. Cuando esta guerra estaba culminada (aunque persistían distintos focos aún) la situación era terrible, y los campesinos prácticamente no producían porque el Estado soviético se apropiaba de cualquier excedente para poder alimentar a la población. Era necesario un nuevo viraje, que se llamó NEP y que sustituía las requisas en el campo por impuestos en especie, por lo que a los campesinos les resultaba más aceptable y tenían disposición a aumentar la producción. Esto entrañaba peligros, ya que de la pequeña propiedad campesina comenzaba a desenvolverse un proceso de cierta acumulación capitalista, pero se consideraba un necesario paso atrás en tanto se esperaba el triunfo de la revolución proletaria en alguno de los principales países de Europa.

Los retrocesos o la demora de la revolución, y cierto grado de estabilización del capitalismo, planteaba la necesidad de desarrollar la industria y la producción en general, lo cual llevó a que Lenin impulsara el debate sobre la electrificación, que al principio generaba cierto escepticismo por la gigantesco de la tarea propuesta. “El socialismo son los soviets más la electrificación”, fue un conocido eslogan de Lenin, para resumir la orientación hacia la industrialización.

Por otra parte, el aparato de funcionarios del Estado y del partido había crecido en forma exponencial. La enfermedad de Lenin, que se inicia luego de sufrir un atentado, lo deja durante largos períodos alejado del poder. Una nueva camada de cuadros y dirigentes del aparato tomaba cada vez mayor relevancia.

El último combate de Lenin

Cuando vuelve de una larga convalecencia, Lenin descubre que el aparato burocrático ha crecido en forma desmesurada, y que desde la secretaría general del partido (Stalin) se había acumulado un poder enorme. Lenin escribe una serie de documentos y propone a Trotsky constituir un bloque contra el burocratismo, a lo que este último le responde que está en todo de acuerdo pero el burocratismo no está solamente en el Estado sino en el partido. Lenin planteó entonces claramente una lucha para cambiar el régimen partidario, y apuntó en particular contra Stalin.

Los escritos sobre la cuestión georgiana (y nacional en general) son un mazazo contra Stalin y sus seguidores, pero el texto más célebre es el conocido como “el testamento de Lenin”, que en realidad es una carta al congreso del partido dictada por Lenin a sus secretarias en diciembre de 1922 (con algún agregado en enero de 1923). Este texto no fue publicado y cualquiera que lo distribuyera era catalogado como contrarrevolucionario y enemigo, y condenado a prisión o a peor suerte. Los propios delegados al congreso en mayo de 1924 (tras la muerte del dirigente de la revolución) no llegaron a conocer el texto, que fue leído pero no impreso.

La Carta al Congreso plantea con precaución algo que debió caer como una bomba: “El camarada Stalin, llegado a Secretario General, ha concentrado en sus manos un poder inmenso, y no estoy seguro que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia”. Más adelante: “Stalin es demasiado brusco, y este defecto, plenamente tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, los comunistas, se hace intolerable en el cargo de Secretario General. Por eso propongo a los camaradas que piensen la forma de pasar a Stalin a otro puesto y de nombrar para este cargo a otro hombre que se diferencie del camarada Stalin en todos los demás aspectos sólo por una ventaja, a saber: que sea más tolerante, más leal, más correcto y más atento con los camaradas, menos caprichoso, etc.”

Lenin proponía ampliar el comité central con obreros “hasta 50 o 100 miembros” provenientes de la clase obrera, para cambiar el régimen del partido y combatir el aparato. “Al mismo tiempo que se aumenta el número de los miembros del CC, deberemos, a mi modo de ver, dedicarnos también, y yo diría que principalmente, a la tarea de revisar y mejorar nuestro aparato, que no sirve para nada”. Otro mazazo a Stalin.

La muerte de Lenin llega dos años después de que fuera dictada esa Carta. En esos dos años el burocratismo creció sin parar. Stalin maniobró en forma implacable para concentrar todos los resortes del poder, deshaciéndose de sus adversarios y críticos, lo que implicó que la totalidad del comité central que tomó el poder en 1917 fuera exterminado, luego de ser acusados aquellos dirigentes de “enemigos de la revolución”, agentes nazis o cualquier otra falsificación.

Vigencia de Lenin

La burocratización de la URSS, la entronización de una casta parasitaria que le dio la espalda a la revolución socialista internacional y terminó liquidando la Internacional, para luego de diversas crisis abrir paso a un proceso de restauración capitalista, la disolución de la URSS, todo esto no puede oscurecer la vigencia de la revolución socialista de la cual Lenin fue uno de los principales exponentes.

El pensamiento de Lenin sigue vigente en el proceso de descomposición y agonía del capitalismo, que tiene expresiones no sólo económicas y sociales, sino hasta sanitarias, ambientales y por supuesto nuevamente militares. Incluso la restauración capitalista viene a comprobar la decadencia capitalista, cuando este régimen social agota rápidamente las posibilidades que le daban para “rejuvenecerse” todas las riquezas acumuladas y toda esa clase obrera culta y preparada que ahora podía explotar libremente. El proceso restauracionista en Rusia, China, Europa del Este, llegó a un impasse fruto, como consecuencia de la propia dinámica capitalista; en un cuadro de superproducción y caída de la tasa de ganancia, ofreció una transitoria salida hasta que condujo nuevamente a una saturación agravada del mercado mundial y al crecimiento imparable del capital ficticio o parasitario. El imperialismo pugna por apropiarse y colonizar todo ese territorio y esas riquezas, con lo cual amenaza con cada vez más guerras y barbarie. No es un hecho menor que la amenaza de utilizar armas nucleares se haya escuchado frecuentemente en los últimos años, provenientes de diversas potencias.

La universalidad de Lenin surge del agotamiento histórico de este régimen social, y la inevitabilidad de nuevos levantamientos populares, rebeliones y revoluciones. La universalidad de Lenin está en la lucha por la dictadura proletaria, que es la base para el internacionalismo obrero, y para la lucha por el socialismo mundial.

Rafael Fernández

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