Al final, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, venció a Marine Le Pen en la segunda vuelta electoral por una ‘cómoda’ diferencia, de 58% a 42%, aunque lejos de los resultados de hace cinco años, cuando ganó la misma disputa por 66 a 33. En algunas regiones del país, como en el Norte, la diferencia se achica al mínimo. Se trata de una tendencia que ya se puso en evidencia en otros casos, como con el Brexit, que expone un abismo social entre los centros metropolitanos, regados por el capital financiero, y el interior del país, donde se manifiesta una desindustrialización creciente, acompañada de un fuerte desempleo. Este fenómeno se manifesto con el levantamiento de los “chalecos amarillos”, con los que infructuosamente coqueteó Marine Le Pen. Los observadores esperan un derrumbe del gobierno en las elecciones parlamentarias que tendrán lugar en julio próximo, y anticipan un gobierno de características presidencialistas, en virtud de la anemia de la base social de Macrón y el rol disminuido del parlamento en el régimen político francés. Hasta último momento los medios temieron un ‘sorpasso’ – un voto oculto para los encuestadores que le diera el triunfo a la jefa de la ultraderecha francesa. Un dato clave de la elección fue la gran abstención, síntoma del descontento popular con el gobierno.
Las capitales occidentales recibieron el resultado “con alivio”, de acuerdo a la prensa, porque una victoria de Le Pen habría significado un golpe a la OTAN en la guerra contra Rusia. La derecha francesa, como la menos extremista de Alemania, había trazado una línea de integración económica de Rusia a los intereses de la UE, mediante el intercambio de minerales y combustibles, por un lado, y ciertas categorías tecnológicas, con productos e inversiones industriales de Europa. El fracaso de este planteo ha puesto en un banquillo incómodo a Ángela Merkel, quien ocupó el gobierno de su país durante 16 años. Le Pen tuvo que retroceder de su alianza con Putin como consecuencia de la guerra, pero no dejó de plantear la “federalización” de la Unión Europea y la supremacía de los parlamentos nacionales. En oposición a Macron, defiende la protección del mercado interno por medio de barreras proteccionistas. En el plano mismo de la guerra, promueve un acuerdo con Rusia, lo que supone la partición de Ucrania, en oposición a Biden y el Pentágono, dispuestos a llevar la guerra a Moscú. El 42% del electorado avaló la disidencia con Estados Unidos en el tema más sensible del momento presente. Este choque político se encuentra más agravado en Alemania, con una fuerte presión de la Unión Industrial germana por mantener los acuerdos de gas con Rusia, incluso por tiempo indeterminado, aun cuando significan alimentar el tesoro de guerra de Putin.
La aplicación del sistema de doble vuelta electoral en las parlamentarias ha afectado siempre a la derecha, porque la oposición se une para neutralizar las ventajas que obtiene en el primer turno en varios departamentos. Dentro de dos meses, el escenario será bien distinto, dando la oportunidad al tercero en la elección presidencial, el candidato de Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, un ex trotskista devenido en defensor de la “soberanía nacional” francesa, como lo hacía su ex mentor político, el fallecido Pierre Lambert. También van a levantar cabeza los muy decaídos partidos socialista y gaullista, que no tienen política y han perdido los votos pero sí aparatos, y que tendrán que devolver los subsidios del estado porque no han alcanzado, este domingo, el mínimo de votos. En la campaña electoral que acaba de concluir, Le Pen se manifestó dispuesta a formar un gobierno de “unidad nacional”, que se entendió dirigido a Mélenchon. Como el conjunto del izquierdismo internacional, Mélenchon alardea una defensa de Ucrania, de un lado para mirar la guerra desde la altura de un muro -ni OTAN ni Rusia-, y para combatir cualquier posición a favor de la unidad de los trabajadores de los países de la OTAN, de Ucrania y de Rusia, para luchar como clase contra la guerra imperialista.
Las parlamentarias van a ser el escenario de una reconfiguración de alianzas para la primera vuelta y enseguida para la segunda. La “extrema izquierda”, como se la conoce en Francia, buscará poner candidatos en un frente oportunista con Mélenchon, el soberanista, o se el defensor del imperialismo francés en esta guerra imperialista, que no cesa de extenderse – territorial, económica y políticamente. Conclusión: la enorme progresión electoral de Le Pen muestra que la guerra y todas las consecuencias de ellas, ensanchan las ‘grietas’ de la OTAN, mientras ponen al régimen de Putin ante el escenario de un derrumbe político.
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