La serie “Trotsky”: un ataque a la revolución de octubre

Netflix acaba de incorporar a su grilla la miniserie rusa Trotsky, estrenada en ese país en el centenario de la Revolución de Octubre (noviembre de 2017).

La producción, una remake estalinista de los acontecimientos históricos y de la persona de León Trotsky, busca descalificar desde el comienzo no solo a uno de los protagonistas de la historia sino a todo el proceso revolucionario que culminó en el primer gobierno obrero desde la Comuna de París.

Producida a instancias del gobierno ruso de Vladimir Putin, no es de extrañar que la serie presente a Trotsky como una figura despiadada y manipuladora, ajena a cualquier convicción genuina. Ya en los años ’30, el dirigente revolucionario advirtió que, de imponerse el dominio de la burocracia estalinista, esta llevaría a la Unión Soviética a la restauración del capitalismo y a un retroceso histórico sin precedentes –proceso que hoy representa la camarilla de Putin, reconversión de aquella burocracia.

La dinámica de la serie consiste en una combinación entre entrevistas inexistentes de Trotsky con el periodista Frank Jackson, que derivan en permanentes flashbacks a distintos sucesos que van desde el presidio del joven Lev Davídovich Bronstein (Trotsky) hasta su exilio de la URSS. Jackson es en verdad la identidad falsa de Ramón Mercader, quien asesinó a Trotsky por órdenes de Stalin: en la serie, Mercader es presentado como un militante comunista íntegro que debe enfrentarse a un hombre perturbado y malicioso.

Trotsky y Stalin

El personaje ficcionado de Trotsky, bien atendido, parece ser en verdad una proyección del Stalin histórico, que el propio Trotsky ya había caracterizado como una figura mediocre políticamente, pero cuya astucia, voluntad y perfidia entroncaba con los intereses contrarrevolucionarios, haciéndolo ideal para “seleccionar a hombres para puestos privilegiados, unirlos en el espíritu de casta, debilitar y disciplinar a las masas” y convirtiéndolo “por derecho propio en caudillo de la reacción burocrática”.

Así, Trotsky aparece como un ser ambicioso cuya carrera política es impulsada al servicio del gobierno alemán por Alexander Parvus –más parecido al promotor de una estrella de rock que al teórico marxista que contribuyó a la elaboración de la Teoría de la Revolución Permanente. Un arribista que puja por el poder y aspira a convertirse en líder incuestionable de la revolución, debiendo superar el escollo que representa su condición de judío. Se lo retrata con una personalidad fría capaz de cometer atrocidades e infligiendo el miedo contra la población, justificando sus actos en un ideal revolucionario; un megalómano que por momentos se iguala a una deidad y que hasta se identifica con el propio Stalin.

Escenas como el inverosímil encuentro con Sigmund Freud no tienen desperdicio. El régimen de Putin ha tenido que valerse de la autoridad de una eminencia de la psicología para diagnosticar a Trotsky como un sociópata o un fanático religioso. Más tarde se vale del mismo método para sentenciar la muerte en vida del protagonista, un ser que culminaría sus días como un despojo humano cargado de resentimientos y autoconsuelo.

El recurso de achacarle a Trotsky el asesinato del Zar y su familia y la instauración de la pena de muerte para depurar elementos del partido se presenta como una clara manipulación para ocultar los juicios de Moscú y las conocidas purgas estalinistas. La insinuación de que Trotsky habría inducido la muerte de su allegado, el marinero Nikolai Markin, por considerar que este exponía sus debilidades, además de ser una fábula total remite inmediatamente al Stalin que ejecutó a toda la plana de la dirección bolchevique que condujo a los obreros al poder, permitiéndole asentar su poder y reescribir la historia.

A pesar de que lidera el Ejército Rojo recorriendo los frentes en el tren blindado, Trotsky es retratado como un dirigente de escritorio con ciertos dotes de charlatanería, contrastando con la figura de Stalin como un hombre de acción y de pocas (y certeras) palabras, un personaje solapado y algo sombrío. En los momentos decisivos se ubica a Stalin junto a Lenin, buscando presentarlo como su sucesor natural -concepto muy frecuente de la historiografía estalinista-; si bien al final Lenin optaría por aliarse a Trotsky, aunque no sobre bases políticas sino en un giro brusco e injustificado, de los muchos que tiene la serie.

Destruyendo la revolución

La serie toma con un total desprecio la Revolución de Octubre. La clase obrera y los explotados no son los protagonistas de los sucesos que sacudieron a Rusia y al mundo entero. No tienen ningún papel en la historia.

Lo mismo vale para los debates políticos que marcaron la época y que surcaron las diferencias entre los principales protagonistas y que más tarde dieron lugar a la dirección que orientó a los trabajadores al poder. Todo se reduce a una banal competencia por el poder, maniobras, personalismos, egos y peleas triviales. La serie nos deja otras escenas disparatadas como un Lenin bravucón intimando a la fuerza a Trotsky a someterse a su liderazgo.

Tal cual se relatan los hechos no habría cosa que se asemeje a la teoría revolucionaria, ni al legado de octubre. Trotsky sería un ferviente antileninista empujado al bolchevismo por mero oportunismo, mientras Lenin se asemeja más a un confabulador con dotes para mover los hilos del bolchevismo.

Sucesos como los de Brest Litovsk (negociación de paz en la Primera Guerra Mundial) y Krostandt (un alzamiento de marinos que fuera reprimido por el gobierno soviético) son falseados y utilizados para cuestionar la orientación de Trotsky e incluso del propio Lenin.

El ascenso de Stalin se reseña recién al final de la serie y vendría a representar otro giro natural en la dirección de los acontecimientos, signados por el traspaso del poder de las manos de unos a otros. En ese marco, Stalin sería la versión menos cuestionada y más consecuente con el propósito de sacar a Rusia de su empantanamiento.

La revolución sería entonces un hecho maldito, que consume las fuerzas de una sociedad y deja un tendal de muertes, propagando la miseria, a los solos fines de satisfacer los apetitos de poder de un grupo de advenedizos. Con esta producción el gobierno ruso busca desalentar la organización obrera en tiempos de crisis, guerras y revoluciones. No es un dato menor que para hacerlo tuvieran que atacar con fuerza a los principales líderes que engendraron el octubre del 17´ y que señalaron con su acción las tareas históricas de los explotados para sacudirse los vestigios de un régimen social caduco.

 

Marcelo Mache

Corresponsal

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