El alto mando alemán (Hindenburg y Ludendorff) venía reclamando desde setiembre una urgente oferta de paz y, a principios de octubre, impuso un cambio de canciller que es un principio de modificación del régimen político. El príncipe Max de Bade, un “progre” de la época, asume y forma un gabinete con los partidos parlamentarios, incluyendo a la socialdemocracia, que de ese modo se incorpora al gobierno. Cuando más amenazado se sentía el régimen más busca el compromiso de la socialdemocracia para salvarlo. El ingreso de Scheidemann al gabinete es un salto en un recorrido que arranca con el voto a los créditos de guerra en agosto de 1914 y su colaboración para contener las huelgas de 1917 y 1918.
Las negociaciones a través del presidente estadounidense Wilson se demoran por las propias vacilaciones del alto mando para aceptar las imposiciones de los aliados y la terquedad de la camarilla del emperador.
La percepción de la debacle del ejército alemán provoca en las masas (incluyendo los propios soldados), una mezcla de estupor y frustración, de darse cuenta que fueron engañadas desde el comienzo de la guerra. La prioridad para el alto mando y las cabezas del régimen así como para los dirigentes socialdemócratas es evitar el bolchevismo, el espectro de la revolución. Scheidemann y Ebert el treinta y uno de octubre insisten ante el canciller que se vaya el Kaiser. Un participante de la reunión explica esta actitud en una carta privada: “Se trata de la lucha contra la revolución bolchevique que asciende, siempre más amenazante, y que significaría el caos. La cuestión imperial está estrechamente ligada a la del peligro bolchevique. Es necesario sacrificar al emperador para salvar al país. Esto no tiene absolutamente nada que ver con ningún dogmatismo republicano” (Broue, p. 95).
Los ministros socialdemócratas ven venir el peligro revolucionario y sus intervenciones en el consejo de ministros apuntan a generar acciones que lo prevengan. Insisten para que sea rápidamente decretada la amnistía para los presos políticos. Proponen liberar a Liebknecht, a quien la detención le procura una aureola de mártir; es una medida peligrosa, afirman, pero necesaria, si se quiere convencer a la opinión pública obrera, proporcionándole una prueba de la voluntad de democratización de los nuevos dirigentes. Scheidemann termina por convencer a sus colegas, a pesar de la resistencia de los jefes del ejército. A partir del 21 de octubre cientos de presos políticos, incluyendo a Liebknecht, son liberados.
El amotinamiento de la flota
La chispa que va a detonar la revolución se produjo en la flota de mar anclada en el puerto de Kiel. A fines de octubre el mando naval intenta sacar los buques a la mar. Corre el rumor de que un oficial lo justificó “mejor una muerte con honra que una paz vergonzosa” (Badia, p. 88). Los marineros se niegan a embarcarse. Hay una represión que expande el movimiento a los obreros de los astilleros y de toda la zona. Artelt, un sobreviviente del movimiento de mediados de 1917 (ver nota 3 de esta serie), se pone a la cabeza y el 4 de noviembre se forma el primer Consejo de marineros que rápidamente es complementado con un Consejo obrero. El gobierno, advertido del peligro que esta revuelta significa envía a Kiel al secretario de estado Haussmann a quien acompaña el diputado socialdemócrata Noske. Éste se hace elegir presidente del Consejo obrero, “liderando” a los insurrectos y a la vez gobernador de la ciudad (representante del orden) para mejor poder desviar el movimiento (Badia, p.90). Pero la situación lo desborda. Las huelgas y manifestaciones masivas y la falta de tropas dispuestas a reprimir definen la partida. La mecha ya está encendida.
Con el recuerdo de la represión de 1917, los marineros difunden su revuelta por todo el norte del país, que se va sumando. Ya están jugados y su salvación solo puede provenir de una extensión del movimiento. En pocos días, como mancha de aceite se extienden las huelgas y las movilizaciones por los cuatro puntos cardinales. Sólo falta la capital. Para la noche del 8 al 9 de noviembre, en las vísperas del estallido en Berlín, las noticias que llegan de todas las regiones de Alemania confirman que el impulso revolucionario es imparable: aquí los marinos, allí los soldados, lanzan manifestaciones, mientras que los obreros se ponen en huelga. Se designan consejos de obreros y soldados. Las cárceles son tomadas por asalto. La bandera roja, emblema de la revolución mundial, flota sobre los edificios públicos.
Berlín, 9 de noviembre
Después de muchas vacilaciones, el ocho a la noche finalmente el bloque de los socialistas independientes y los delegados revolucionario se decide a lanzar la insurrección en Berlín. Sin embargo, los dirigentes independientes, privados de Haase, que ha marchado como conciliador a Kiel, polemizan aún. Barth, – en ausencia de Liebknecht – obtiene la decisión: redactan un volante llamando a la insurrección para el derrocamiento del régimen imperial y el establecimiento de la República de los consejos. Llevará diez firmas, Liebknecht y Pieck (espartaquistas), Haase, Ledebour y Brühl (socialistas independientes), y los delegados revolucionarios Barth, Franke, Eckert, Wegmann y Neuendorf. La revolución está ya lanzada. Los que la querían y buscaban prepararla, los que la deseaban pero no creían en ella y aspiraban a que fuese provocada, los que no la querían y la habían combatido hasta el último momento, van a tomar el tren en marcha, y todos juntos.
En la capital del imperio la revolución está en marcha. El paso de los batallones de obreros hace resonar las calles: vienen de Spandau, de los barrios proletarios, del norte y del este, y avanzan hacia el centro. Primero las tropas de asalto de Barth, revólver y granadas en mano, precedidas por mujeres y niños. Después llegan las masas, decenas de miles: radicales, independientes, socialistas de la mayoría, todos mezclados.
La socialdemocracia mayoritaria se pone a la cabeza
Los dirigentes socialdemócratas no enfrentan la revolución inevitable sino que se pondrán a su frente para mejor contenerla. Es lo que habían hecho en las huelgas de abril de 1917 y de enero de 1918. La edición matutina del Vorwärts del 9 pone en guardia contra “los actos desconsiderados”, pero evitan ponerse contra un movimiento que saben irresistible. Sus hombres de confianza reunidos de madrugada, en torno a Ebert, han sido categóricos: las masas siguen a los independientes, escapan totalmente a los mayoritarios. Lo que hay que evitar a cualquier precio es la resistencia de los cuarteles y que haya combates en las calles; si así ocurriera, lo peor sería posible, es decir una revolución sangrienta, y el poder en manos de los extremistas. Ahora bien, en los cuarteles donde los hombres han sido concentrados, estallan incidentes. Un oficial del regimiento de cazadores de Naumburg se presenta en el Vorwärts y afirma que sus hombres están dispuestos a disparar sobre las masas. Es lo que los mayoritarios quieren evitar. Un oficial de Estado Mayor, el teniente Colins Ross, hace saber a Ebert que el comandante en jefe ha dado la orden de no disparar. El Vorwärts lanza un volante especial: “No se disparará”.
Superados en las fábricas rehacen en los cuarteles el terreno perdido: cuando una columna de obreros que dirigen antiguos redactores intentan tomar el Vorwärts – el recuerdo de su confiscación está vivo – choca con las ametralladoras de los cazadores de Naumburg unidos dos horas antes a la revolución, que disparan sobre ellos. La reunión de hombres de confianza socialdemócratas ha confirmado una propuesta de Ebert, que era necesario proponer a los independientes el reparto de las responsabilidades gubernamentales.
En el Vorwärts se constituye a toda prisa un comité de acción rebautizado en seguida ”consejo de obreros y soldados” – de doce obreros de fábrica, todos miembros del partido, a los que se han unido Ebert, Otto Braun, Wels y Eugen Ernest. Este “consejo” lanza una convocatoria, en la edición del mediodía del Vorwärts, a la huelga general y a la insurrección para el establecimiento de una República social.
El pacto de la socialdemocracia con el Alto Mando y la burguesía industrial
A diferencia de la burguesía rusa, socialmente débil y con escasa experiencia política como clase dirigente, la burguesía alemana, poderosa económicamente contaba también con una vasta experiencia política que le había permitido disponer de dos recursos muy valorables ante la amenaza revolucionaria. Un cuerpo de oficiales flexible y fiel a sus intereses estratégicos y un partido obrero domesticado en la defensa del régimen social, la socialdemocracia “mayoritaria” (como se la conoció en esas jornadas). Y además ambos trabajaron estrechamente asociados desde el propio 9 de noviembre y durante las críticas jornadas de los meses siguientes.
El general Greoner, en representación del alto mando, se comunicaba todas las noches telefónicamente con Ebert (nombrado canciller ese mismo día) y consensuaban todas las acciones de común acuerdo. Años después y frente a una comisión investigadora Greoner declaró: “Nos aliamos contra el bolcheviquismo. Yo le propuse a Hindenburg que el alto Comando se aliara a los socialistas mayoritarios porque no había en ese entonces otro partido con suficiente influencia sobre las masas para restablecer un poder gubernamental con ayuda del ejército”. También Ebert confirmó que mantuvo ese contacto “para, con su ayuda, formar un gobierno capaz de restablecer el orden” (Badia, p.102).
La burocracia sindical socialdemócrata jugó también un rol de freno a la lucha económica. Acostumbrada a los arreglos con las patronales, había acordado con los capitanes de la industria una serie de concesiones preventivas para evitar una oleada reivindicativa en las fábricas. El texto ya estaba acordado desde el 4 de noviembre pero ante los acontecimientos revolucionarios del 9 prefirieron darlo a conocer recién el 15 para aparecer que se “aggiornaban” a las nuevas circunstancias. Su objetivo, aquietar la caldera social.
El nuevo Gobierno paritario
Los socialdemócratas mayoritarios intentaron inicialmente hacer participar del gobierno a partidos burgueses pero los independientes se opusieron. Entonces propusieron un Consejo de Comisarios del Pueblo paritario, con tres miembros por partido para hacerse cargo del ejecutivo con Ebert como presidente.
Los independientes discutieron largamente la posición a tomar. Inicialmente Ledebour, ligado a los delegados berlineses se oponía al acuerdo con los mayoritarios. Pero pronto aparecieron las primeras delegaciones de soldados, algunas espontáneas, otras más numerosas, organizadas por los mayoritarios. Todos reclamaban insistentemente la unidad socialista, su alianza en el gobierno para la defensa de la revolución, la paz, la fraternidad. Cuando llega Liebknecht, al final de la tarde, afirma que es imposible rehusar categóricamente toda colaboración con los mayoritarios, como propone Ledebour, sin correr el riesgo de no ser comprendido y aparecer ante las masas como enemigo de la unidad a la que éstas aspiran. Apoyado por Richard Müller y Däumig, de los delegados revolucionarios, pone seis condiciones: proclamación de la República socialista alemana, entrega del poder legislativo, ejecutivo y judicial a los representantes elegidos por los obreros y soldados, no a los ministros burgueses, participación de los independientes limitada al tiempo necesario para la conclusión del armisticio, ministerios técnicos sometidos a un gabinete puramente político, paridad en la representación de los partidos socialistas en el seno del gabinete. Sólo Ledebour se declara opuesto a la participación, incluso con estas condiciones.
Los dirigentes del partido de Ebert sólo suscriben las dos últimas condiciones y rechazan las cuatro primeras. Para ellos sólo una Asamblea Constituyente elegida por sufragio universal puede decidir la naturaleza del régimen alemán, y el gobierno provisional debe permanecer en su puesto hasta su convocación y elección. Sobre todo afirman su hostilidad hacia toda “dictadura de clase”. Como explicaba uno de sus dirigentes en el Vorwärts del 13 de noviembre: “Hemos triunfado; pero no hemos triunfado para nosotros sino para el pueblo todo! Por esa razón nuestra consigna no es ´Todo el poder a los soviets´ sino ´todo el poder al pueblo entero´ “.
Liebknecht hace saber que no participará en el gobierno si el partido independiente renuncia a sus condiciones. Las conversaciones prosiguen sin él, y finalmente, los representantes de los dos partidos socialdemócratas se ponen de acuerdo sobre el texto: “El gabinete estará formado exclusivamente por socialdemócratas, que son comisarios del pueblo con derechos iguales. Cada ministerio está controlado por dos miembros de los partidos social demócratas. Estos controladores tienen poderes iguales. El poder político está en manos de los consejos de obreros y soldados, que serán pronto convocados a una reunión representando al conjunto del Reich. La cuestión de la Asamblea Constituyente no será planteada antes de la consolidación del orden actualmente establecido por la revolución, y será objeto de discusiones ulteriores”.
Esta componenda entre independientes y mayoritarios es uno de los mayores fraudes de la revolución alemana. Se pretende presentar como un gabinete sin ministros capitalistas, “solo” socialistas, casi emulando la consigna bolchevique de abril-mayo de 1917 “Abajo los ministros capitalistas”. Pero como señalamos más arriba el partido socialdemócrata mayoritario de socialista tiene solo el nombre. Ha probado su fidelidad al orden burgués por lo menos desde el 4 de agosto de 1914 y nuevamente con su reciente incorporación al gabinete de Max de Bade. Y aunque no era público entonces, luego se conoció su acuerdo con el Estado mayor.
Y el otro fraude era la Asamblea Constituyente, utilizada claramente como alternativa política frente al poder de los Consejos, es decir usar las instancias democrático burguesas para enfrentar la revolución proletaria. No casualmente fue uno de los ejes de la polémica de Kautsky contra los bolcheviques que Lenin rebatió en su “La revolución proletaria y el renegado Kautsky” (ver nota cuatro de esta serie). Este debate va a recorrer las próximas semanas.
Un Congreso de los Consejos de obreros y soldados de Berlín manijeado y patoteado por los mayoritarios
Paralelamente, la noche del 9, los delegados revolucionarios, a los que se han unido varios centenares de representantes obreros insurrectos, se reunieron bajo la presidencia de Barth en la gran sala de sesiones del Reichstag. La asamblea, que se considera como el consejo provisional de obreros y soldados de la capital, decidió convocar reuniones en las fábricas y cuarteles al día siguiente, diez de noviembre, a las diez de la mañana; se elegirían delegados – uno por mil obreros y uno por batallón – para la asamblea general prevista para las diecisiete horas en el circo Busch, a fin de designar el nuevo Gobierno revolucionario Los socialdemócratas mayoritarios, a los que amenazaba esta decisión (aún no habían acordado el gobierno paritario), no emitieron de momento ninguna protesta; pero van a consagrar toda la noche a preparar la batalla decisiva.
En la noche del nueve al diez, Wels redacta y hace imprimir cuarenta mil ejemplares de un volante que dirige a “los hombres de tropa que sostienen la política de Vorwärts”. Es nombrado por Ebert comandante militar de la capital, y el coronel Reinhard da a todos los comandantes de unidad órdenes para que los hombres con sus credenciales tengan libre acceso a los cuarteles. El lema de la acción de los hombres de Wels es presentado en grandes caracteres por el Vorwärts “No a la lucha fratricida”. La colaboración con el alto comando para favorecer delegados de los soldados fieles a los mayoritarios está en marcha.
A las catorce horas del día 10, en los locales del Vorwärts, Wels reúne a los hombres de confianza de su partido en las empresas y a los delegados de los soldados para preparar la reunión del circo Busch, pues es esencial que ésta apoye el acuerdo concluido. Explica a los soldados que, contra los partidarios del poder de los obreros, se deben defender los derechos del “pueblo entero” y reclamar la elección de una asamblea nacional constituyente.
Ya en la asamblea en el circo Busch, Wels anuncia a los delegados que los dos partidos socialdemócratas se han puesto de acuerdo para constituir juntos un gobierno paritario sin ningún ministro burgués. Haase lo reemplaza hablando en el mismo sentido y confirma el acuerdo. Liebknecht, calmado, pero incisivo, no tiene la tarea fácil: la aplastante mayoría de los soldados está contra él, llenando su discurso de interrupciones, de injurias, amenazándole incluso con las armas gritando: “¡Unidad, Unidad!” a cada uno de sus ataques contra los mayoritarios. Pone en guardia a los delegados contra las ilusiones de la unidad, recuerda la colaboración de los mayoritarios con el Estado Mayor, “estas gentes que hoy van con la revolución y que anteayer aún eran sus enemigos”, denuncia las maniobras para utilizar a los soldados contra los obreros, repite: “¡La contrarrevolución está ya en marcha, está ya en acción entre nosotros!”.
La elección del comité ejecutivo de los consejos de Berlín da lugar a una batalla confusa. Barth propone primero elegir la mesa de la asamblea, de dieciocho miembros, nueve soldados y nueve obreros. Richard Müller presenta una lista preparada por los delegados revolucionarios, que comprende a los miembros del núcleo que ha preparado la insurrección y, a su lado, Barth, Ledebour, Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Pero los soldados vociferan. El delegado socialdemócrata Büchel reclama entonces la representación paritaria de los dos partidos obreros. Ebert lo apoya; Barth y Richard Müller combaten la propuesta. Los soldados agitan sus armas, gritando “¡Paridad!” Ebert aparenta retirar la proposición de Büchel. Pero un obrero afirma que ningún periódico aparecerá mientras no sea establecido un gobierno paritario. Un delegado de los soldados dice que éstos formarán su propio ejecutivo si no hay paridad. La reivindicación de la paridad para la representación obrera es exorbitante, pues los socialdemócratas están lejos de tener en las fábricas una representación comparable a la de los independientes. La mesa unánime, socialdemócratas incluidos, formula una propuesta de compromiso: nueve independientes y tres mayoritarios para representar a los obreros. Pero los soldados encuadrados por hombres de Wels, continúan su obstrucción. Barth termina por ceder y emite una propuesta conforme a las exigencias de los soldados: un ejecutivo formado por doce delegados de los soldados, socialdemócratas mayoritarios o influenciados por ellos y doce delegados de los obreros, seis “mayoritarios” y seis independientes. Liebknecht, cuyo nombre está en la lista, junto a Pieck y Rosa Luxemburgo, de los delegados independientes, rehúsa indignado, protesta contra esta violación grosera de la democracia más elemental donde una minoría ruidosa impide pronunciarse con el voto a la mayoría. Finalmente, seis miembros del núcleo de delegados revolucionarios aceptan ser candidatos como representantes de la fracción “independiente” de los delegados obreros: son Barth, Richard Müller, Ledebour, Eckert, Wegmann y Neuendorf. Después de una breve suspensión de la sesión, Richard MüIler, en nombre de los elegidos, propone a la asamblea la ratificación de la lista de los seis comisarios del pueblo ya designados por sus partidos respectivos y la sesión se levanta.
La segunda jornada de la revolución alemana ha visto a los socialdemócratas, que habían trabajado por impedirla, conseguir una victoria categórica: su jefe, Ebert, canciller del Reich por gracia de Max de Bade, comisario del pueblo por la de los Estados Mayores de los dos partidos socialdemócratas, ve su posición ratificada en la primera asamblea de los consejos de la capital, y se convierte simultáneamente en jefe del gobierno legal y del gobierno revolucionario. Sin embargo no se debe exagerar la importancia de la derrota de los revolucionarios al segundo día de la revolución: ésta sólo ha comenzado.
En la próxima nota, la fundación del Partido Comunista Alemán a fines de 1918.
Bibliografía:
Broué, Pierre, La Revolución alemana
Badia Gilbert, Historia de Alemania Contemporánea, Ed Futuro, Bs As, 1964