El pasado sábado de madrugada la policía asesinó a Santiago Barreto, de 26 años un muchacho del Cerro. Esa noche el joven venía con su moto por la calle Gibraltar cuando se cruza con una camioneta policial. Los efectivos comienzan una persecución de las tantas que hay en los barrios del Oeste montevideano. Santiago no tiene libreta de conducir, no quiere perder la moto, se asusta e intenta llegar al lugar conocido más cercano: la casa de su abuela. No lo logró. Los efectivos que venían tras él lo habían sentenciado. Santiago ya venía herido de un tiro a pesar que los testigos solo escucharon en total una sola detonación. Alcanzó a tocar el portón de la casa donde intentaba buscar refugio cuando el policía que baja del patrullero hace un segundo disparo que vuelve a hacer blanco; esta vez la bala entra por la espalda y sale por el pecho. Santiago acelera la moto y cae unos metros más adelante sobre la calle donde minutos después deja de respirar.
No le sacaron el casco, demoraron en subirlo a la camioneta, “se fueron a veinte kilómetros por hora y con las sirenas apagadas” relata Luis, su tío, que se vino de Chile inmediatamente ni bien se enteró de lo sucedido.
Santiago estuvo hasta las tres de la mañana en Santa Catalina, un barrio cercano, reunido con amigos. “Se contacto con una chica, se iban a ver en el baile… y… no llego al baile”. Cuenta su tío a las cámaras, visiblemente angustiado.
Los familiares solicitan colaboración, ya que si bien hay varios testigos, están muy intimidados. Los registros fílmicos que existen son sobre la calle Gibraltar. Santiago cae en la esquina con Japón. La clave es lo que ocurre entre esta y Berna, dos cuadras fatídicas donde la policía consumó la cacería que había comenzado unas cuantas calles arriba. Hay testigos e incluso un vecino grabó con su celular desde dentro de su casa, pero tiene temor por represalias. “Es todo muy claro en realidad. Si los testigos hablan se resuelve en seguida, hay imágenes que son bastante claras”.
El vecindario se autoconvocó ante tantos atropellos y se concentró en las cercanías de la escena para exigir justicia. Ya han anunciado que no queda acá, sino que es la primera de varias acciones hasta que los policías implicados sean puesto tras las rejas.
“Claramente en la persecución ya lo habían herido de bala, Santiago llega herido a lo de mi abuela y ahí es donde lo rematan” “La tesis de los policías de que Santiago supuestamente hizo un gesto de sacar un arma se cae, al haber dos disparos en tiempos diferentes”
Esta deducción es innegable. Si había un arma: ¿por qué no la usa cuando le disparan por vez primera, y la intenta desenfundar solo al final de la persecución? Los testigos confirman que Santiago no tenía ningún arma y ésta nunca se encontró. La presencia de numerosos vecinos impidió que los policías le plantaran una, algo común en casos como este, pero esta estratagema funciona en piloto automático, es un uso y costumbre cuando ejecutan a un inocente desarmado. La criminalidad es un ejercicio cotidiano en una policía con amplias potestades y “aire en la camiseta”.
Los familiares denuncian con fundamento, que el procedimiento policial fue irregular. Cuando la policía contacta a la madre de Santiago, le dicen que el cuerpo se encontraba sobre una calle distinta a donde realmente cae de la moto. Cuando llega al dispensario del Cerro los funcionarios de salud le notifican que Santiago ya había llegado sin signos vitales. Las interrogantes de los familiares van al fondo de todo: ¿Lo trasladan sin vida para adulterar la escena?
“Cuando vieron [los uniformados] que ya había testigos, que habían imágenes, una señora vino caminando hasta el dispensario y le dijo a mi hermana “mira que lo mataron ellos, yo los vi” ahí empezaron a cambiar las versiones”
“Se fueron a levantar la moto y la pasearon por el Cerro hasta las cinco y media de la mañana. Ellos estaban intentando desaparecer la moto para decir que era un ajuste de cuentas”.
Esta verdad es tan tenebrosa como evidente. Los vecinos de los barrios saben perfectamente que la inseguridad no se debe a la ausencia de la policía sino a su presencia. Que un pichi, (como se refieren en la jerga lumpen-policial, a la juventud de los barrios) más o menos no significa nada que lamentar. No hay encuesta ni puesta en escena que perfume esta podredumbre.
Enemigos
Es necesario una reflexión más. La policía goza hoy en día de una cobertura especial, relativamente novedosa, nos referimos al sindicato de policías, y aunque hay otros, aquí hacemos referencia al SIFPOM. La naturaleza de este seudo-sindicato debe ser puesta sobre el tapete porque es una entidad que opera bajo el alero, nada menos que, de la central obrera: el PIT-CNT. Su principal dirigente tiene relaciones estrechas con el ministerio, y recientemente apareció vinculada a Astesiano, el jefe de seguridad personal del Presidente sumido en innumerables casos de corrupción, entre ellos, delitos que involucran a los principales jerarcas policiales del país, hoy casi todos removidos y con distintas causas abiertas. Este enlace le permitió a la policia cosechar un aumento salarial diferencial y único respecto al que había acordado COFE, el sindicato de los empleados públicos. Un trato privilegiado que viene a recordar el lugar que ocupa la policía como preservadora y salvaguarda del estado.
Este asesinato se proyecta también sobre la Ley de Urgente Consideración, que contempla y propicia el gatillo fácil por medio de una aberración jurídica y social como es la “presunción de legitima defensa” para funcionarios policiales. El SIFPOM defendió esta prerrogativa con la tenacidad de mejores causas. Aquellos polvos trajeron estos lodos.
Los pronunciamientos del SIFPOM son exclusivamente en defensa de la policía como institución, es decir que es un apéndice del Estado. Con muy buena voluntad podría ser caracterizado como una corporación, en realidad son una banda con intereses ajenos a cualquier trabajador. Una anomalía, un cuerpo extraño.
Deben ser expulsados del PIT-CNT inmediatamente.
De nuevo. Justicia por Santiago, cárcel a los responsables.
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