En la madrugada del jueves 24, las fuerzas armadas de Rusia iniciaron una invasión en gran escala de Ucrania, desde la frontera con Bielorrusia, a través de la región oriental y desde el mar Negro. La fuerza aérea atacó diversos aeródromos de Ucrania, incluido el aeropuerto de Kiev, y numerosas infraestructuras de importancia. De este modo ha rodeado al este de Ucrania, en una línea divisoria desde Crimea al noroeste, donde se encuentran ciudades de la importancia de Odessa, Kharkov y Mauripol. A 80 kilómetros de la capital, los observadores esperan la ocupación de Kiev y el cese del gobierno oficial. Los gobiernos de la Otan pusieron en práctica una primera tanda de sanciones económicas – la más relevante es la suspensión, por parte del gobierno alemán, de la certificación del gasoducto NordStream2, que debía completar el abastecimiento del fluido a Alemania.
La responsabilidad por esta invasión militar recae enteramente en la Otan, que se ha extendido desde el Atlántico Norte a Asia central y militarizado todos los estados que rodean a Rusia. Los dos meses de discusiones que han transcurrido desde el inicio de las movilizaciones de tropas al interior de Rusia, luego a Bielorrusia y a los mares Báltico, del Norte y Negro, terminaron hace un par de días, antes de la invasión, en un completo impasse. Estados Unidos y la Unión Europea rechazaron firmar un compromiso de no incorporar a Ucrania a la Otan, desmilitarizar a los estados que tienen frontera con Rusia y reactivar el tratado que contemplaba la reunificación de Ucrania, bajo la forma de una república federal. Ha estallado una guerra de carácter imperialista, como consecuencia, en primer lugar, de una política de extensión de la Otan (un bloque político-militar) al mundo entero. El mismo procedimiento tiene lugar en el Lejano Oriente, donde EEUU, Australia, Nueva Zelanda y Japón han establecido un acuerdo político-militar en las puertas de China. La Otan ha ocupado durante 14 años Afganistán, que es el corredor entre el Medio y Lejano Oriente. Ha participado además del bombardeo y despedazamiento de Libia, y armado a las formaciones ‘islámicas’ para derrocar al gobierno de Siria.
La llamada ‘disfuncionalidadad’ de la Otan fue quedando en evidencia a medida que sus operaciones militares culminaban en repetidos fracasos – como en Afganistán e Irak (en este caso con la oposición de Francia), o en el cerco no menos letal contra Irán. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, le dictó “muerte cerebral”. Este estado comatoso obedecía a una contradicción histórica más aguda. En tanto la disolución de la Unión Soviética y la apertura de China al mercado mundial parecía augurar una expansión excepcional del capitalismo, las crisis mundiales sucesivas que se precipitaron enseguida después de esos acontecimientos extraordinarios, mostraron sus limitaciones insalvables. Una de las más significativas fue la contradicción entre el monopolio financiero y militar de EEUU, por un lado, y su retroceso sistemático en el mercado mundial. En la Otan, el imperialismo norteamericano se desempeñaba cada vez más como el llanero solitario, con choques más frecuentes con sus aliados. En la crisis ucraniana, Rusia negoció con cuatro o cinco gobiernos con planteos separados: EEUU, Alemania, Francia, e incluso Turquía y la propia Ucrania. La guerra que se acaba de desencadenar, acentuará, por debajo de la superficie, esa desintegración. Por delante se proyectan crisis políticas internas en sus socios mayores.
Quienes negaron o minimizaron la posibilidad de una guerra, invocaron el estrechamiento de las relaciones económicas internacionales, sin advertir, por supuesto, que con ese estrechamiento se potencian las contradicciones de la acumulación capitalista y la rivalidad entre los capitales y entre los estados que representan. Ahora que se presenta el plan de sanciones económicas de la Otan contra Rusia, el entrelazamiento económico internacional muestra su reverso. Rusia ha comenzado a reconvertir sus tenencias en dólares, y lo mismo hacen otros países que temen quedar envueltos en una guerra comercial de envergadura. La guerra desata la amenaza con una mayor dislocación del comercio y las finanzas internacionales – ya intensamente afectadas por el golpe que han recibido las cadenas de producción internacionales en el marco de la pandemia.
La resistencia a la Otan proyecta una luz poderosa acerca de la desintegración de Rusia. Pone de manifiesto, por lo pronto, que la disolución de la URSS, impulsada por la burocracia de los Putin, ha representado un suicidio nacional. El peso económico de Rusia es hoy inferior al de Brasil. La integración al mercado mundial ha dado como resultado un retroceso de sus fuerzas productivas. Putin encara esta guerra desde los intereses de la oligarquía capitalista de Rusia, frente al capital mundial. El régimen político de Rusia es una expresión de esta tendencia disolvente, porque ha instaurado un bonapartismo que busca meter las contradicciones sociales insuperables que atraviesa en el chaleco de fuerza de la represión política y la militarización. Las fuerzas armadas de Rusia podrían ocupar Ucrania, pero el sistema en su conjunto no reúne las condiciones para resistir la presión del imperialismo mundial. La fractura inevitable del bonapartismo putiniano replantea la alternativa de la disolución nacional. Rusia es una aglomeración de naciones que ha cobrado una forma estatal bajo la presión del mundo exterior o adyacente. La URSS de Lenin y Trotsky superó esa condición, en forma provisoria, en el marco de una revolución internacional. La anexión de Ucrania, directa o disimulada, para integrar el espacio de la Comunidad de Naciones Independientes que comanda Rusia, es una operación imperialista del territorio próximo inmediato, que multiplica las contradicciones de los anexionistas.
Las guerras de alcance mundial, y también muchas guerras ‘locales’, son la expresión de contradicciones que han arribado a un punto de explosión. El empeño de la prensa occidental por identificar la guerra con el autoritarismo, en este caso de Putin, falsea la realidad y es un signo inconfundible de incompetencia. De repente, los comentaristas han olvidado el panegírico que han venido haciendo de la ‘globalización’ y del “mundo plano”, como bautizaron en forma grotesca una supuesta nivelación nacional del desarrollo capitalista. El mayor número de guerras, no obstante el nazismo y el fascismo, han sido impulsados por las democracias. Putin ha desencadenado las operaciones militares bajo la presión de un impasse estratégico, del mismo modo que la Otan buscó este desenlace y se empeñó en provocarlo, como vía de salida del suyo.
La humanidad viene asistiendo, desde el bombardeo y fragmentación de Yugoslavia, a la cadena de violencias de una guerra mundial. En esta guerra, la Otan representa al imperialismo mundial; la Rusia de Putin a un imperialismo de periferia. La piedra de la discordia no es la independencia de Ucrania – sólo es el falso pretexto, Es una guerra por la re-configuración política internacional de un mundo capitalista en completa decadencia histórica. Tampoco la primera guerra mundial se debió a la independencia de Serbia, aunque le sirviera como coartada el asesinato del archiduque de Austria, enemiga de Serbia.
No se trata de decir: “no estoy con ninguno”, sino de plantear un combate contra una guerra imperialista internacional. Un sector del ‘trotskismo’, representado por los restos del ex Secretariado de la IV Internacional, más varios otros, ha tomado, como es habitual, una posición ‘democrática’, es decir, que apoya, sin declararlo, claro, a la Otan, contra la dictadura de Putin. Es lo que ha hecho en la guerra yugoslava y las libradas en el Medio Oriente. Defiende la independencia de Ucrania, como si ella fuera posible sin una derrota del imperialismo en guerra, con los métodos de la revolución social.
En una posición, que llamaremos “contraria” por comodidad, están quienes defienden el derecho de Rusia a resistir por medio de la guerra a la Otan. Caracterizan a la Rusia pos-soviética como un estadio intermedio entre el ‘socialismo’ preexistente y el capitalismo; representa una diferencia de calidad con el capitalismo ‘tradicional’. Si bien Rusia es, en efecto, una sociedad en transición, ello no obedece a que conserve -cómo expresarlo- restos de socialismo. Es una sociedad en transición porque su capitalismo y su burguesía no hunden sus raíces en un desarrollo histórico, ni tienen la autoridad social que confiere la historia. Se encuentra bajo el dominio de una oligarquía y una burocracia sin más títulos que el arrebato reciente del poder y de la propiedad, como un salteador de caminos. Es un capitalismo en comodato, que el capital internacional quiere desplazar en forma absoluta o relativa en beneficio propio. Las relaciones de mercado son precarias, relativamente al capitalismo desarrollado. El disciplinamiento del proletariado, en términos capitalistas, es igualmente reciente; la Revolución de Octubre se encuentra presente en la controversia acerca de la historia del país, como ocurre, aun para una época diferente, con la revolución francesa o, más antigua, la revolución inglesa – que cuentan en su haber con el decapitamiento de sus monarquías.
La guerra es el punto de definición irreversible para cualquier corriente obrera. Es el momento de la hostilidad suprema entre el capital y el trabajo, como polos opuestos de la sociedad, con independencia de los países. En la situación presente es necesario subrayar, de nuevo, o más que nunca, que la lucha contra la guerra imperialista es una lucha internacional por el derrocamiento de los gobiernos imperialistas.
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