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La lucha contra la opresión de la mujer

El llamado machismo comporta una discriminación y una descalificación de la mujer por parte del hombre, que está inscripta de un modo diferente en la estructura de la sociedad de que se trate. En el caso histórico actual, el capitalismo, aunque diferenciado por las peculiaridades históricas propias de cada nación, que pueden llegar a ser enormes. Esa discriminación tiene lugar en el trabajo, en la vida doméstica y, más precisamente, en la familia, ella misma un producto social que ha variado enormemente en el tiempo y entre sociedades dentro de un mismo tiempo histórico. Es una forma de opresión que la corriente histórica del marxismo ha establecido desde su comienzo -o sea, mucho antes de que apareciera la literatura sobre la cuestión de género. La posición subalterna de la mujer respecto al hombre cumple siempre una función social, de la cual el discurso cultural no es más que su manifestación ideológica. Por eso, la cuestión de la opresión de la mujer es de naturaleza clasista: sirve a la reproducción del sistema dominante. La mujer no sufre esa opresión de un modo homogéneo, ni siquiera lo percibe de la misma manera: no es lo mismo la ladera de Donald Trump, que una trabajadora de Egipto o Arabia Saudita, o una trabajadora negra en Estados Unidos y en otros países. Trabajadora, mujer y negra, puede resumir una triple opresión social de la condición femenina.

Los únicos que hemos escrito y agitado acerca de la discriminación de la obrera, no solamente por parte de la patronal sino por los obreros, sea en el lugar de trabajo, pero por sobre todo en la familia, hemos sido los del Partido Obrero. La clase obrera no solamente reproduce la ideología de la clase dominante, sino la práctica social, incluso en forma más grosera o brutal, por las limitaciones de la condición de la opresión proletaria y la miseria social correspondiente. Allí donde la mayor parte de la izquierda levanta un programa penal para la violencia contra la mujer y el femicidio, nuestro partido defiende la sanción de medidas de protección de la mujer por parte del Estado, acompañadas por el control de su ejecución por las propias mujeres, por la organización independiente de la mujer y, por sobre todo, por la lucha teórica y práctica contra la violencia contra la mujer en el seno de la clase obrera. Es decir, por romper la barrera que bloquea la unidad política efectiva de las mujeres, jóvenes y hombres de la clase proletaria. La lucha contra la opresión contra la mujer es una lucha de clases; si la clase obrera quiere emanciparse del capital, debe dar una lucha interna en su clase para emanciparse del machismo o, mucho mejor, de la opresión de sus compañeras de clase dentro de la propia clase de proletarios. Este es el punto de divergencia entre el marxismo, por un lado, y las corrientes democratizantes, por el otro. Como diría Elsa Bornemann, una divergencia grande como un elefante.

Para los marxistas, el programa del socialismo y el programa de la mujer trabajadora es un programa de emancipación general, un programa de emancipación humana, esto porque el proletariado no podría lograr su emancipación fuera de una emancipación universal. Para el democratizante, meter la lucha de clases en la cuestión de la mujer es estrecharla; el democratizante propugna una suma programática algebraica de las reivindicaciones que se expresan en las otras clases sociales, que estarían oprimidas por un rasero común. Una mujer de la burguesía, ¿votaría a favor de un impuesto al capital para que todas las empresas tengan guarderías para las trabajadoras? Mientras que la mujer obrera no podría emanciparse sin un cambio de la condición asalariada de los trabajadores, en las otras clases sociales la emancipación es concebida y planteada, si esto fuera posible, en el marco de una sociedad explotadora.

La trata de personas con fines de explotación social representa un cambio en calidad en lo que se refiere a la posición subalterna de la mujer. Supera el cafishiaje, como la gran producción supera a la pequeña. Es un comercio en gran escala con métodos de lesa humanidad. Del mismo modo que Marx distinguió al trabajo asalariado de otras formas de remuneración del trabajo en el pasado, no es lo mismo el machismo que sobrevive en las sucesivas sociedades de clase, que la explotación económica en masa de la mujer, donde el ‘valor de uso’ sería el sexual. La trata se encuentra animada por la protección internacional que goza de los Estados, o sea por una conveniencia oficial, y por una tasa de beneficio superior a la media del capital. Esto no es ya machismo, que, en cuanto tal, y como ha ocurrido con la remuneración del trabajo, ha atravesado formaciones sociales de las más diversas en la historia. Se trata de un bandolerismo capitalista armado contra la mujer y las masas -porque las masas tienen hijas, mujeres, madres, primas y amigas- algo que parece olvidarse. Está asociado a un gran negocio mundial, que es el turismo, cuya cadena económica incluye el transporte, la hotelería, el circuito gastronómico, los prostíbulos, el comercio minorista y hasta la especulación en divisas. ¡Qué tal! Interviene incluso el clero, como se ha denunciado en el interior del país. No podría desarrollarse sin la intervención de numerosas instituciones del Estado, en primer lugar las represivas. La trata es la manifestación del capitalismo en su completa descomposición, como las guerras de exterminio del imperialismo. Es una expresión de la barbarie.

Bastó esta advertencia contra la explotación en escala industrial de la mujer, para que se levantaran enojos en la red de Twitter, por parte de gente molesta por meter al capital en una cuestión que sería un coto cerrado del tema de género, y socialmente transversal. Entre los incomodados figuran notorios izquierdistas, que se caracterizan por su capacidad de adaptación a las presiones e incluso modas del momento. Estos sujetos no tienen el menor inconveniente en usar métodos lúmpenes. El punto es que, en lugar de recoger la advertencia sobre la dimensión de barbarie de la explotación sexual capitalista de la mujer, mucha/os han saltado como leche hirviendo cuando leyeron la palabra capitalismo. La trata involucra a la totalidad del sistema existente, en sus más variadas relaciones, incluido el poder del Estado. En la lucha para que no muera ninguna mujer más, debe figurar en forma destacada la lucha contra el capitalismo, que nutre la explotación capitalista sexual de la mujer, y su Estado.

Aquí también, por sobre todo, que la crisis la paguen los capitalistas

Jorge Altamira

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Jorge Altamira

Dirigente histórico del Partido Obrero (Argentina)

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