Aniversarios

La izquierda alemana y los bolcheviques en las vísperas de la revolución #4

Centenario de la Revolución Alemana parte #4

(Epígrafe: Cartel espartaquista de 1918)


Como hemos señalado en la nota anterior, la revolución rusa impactó fuertemente sobre el movimiento obrero alemán que comenzó a tomar en sus sectores más radicales la consigna de los consejos obreros. El triunfo bolchevique en noviembre de 1917 y la campaña para acabar con la guerra que llevó adelante la delegación bolchevique encabezada por Trotsky durante las conversaciones de paz en Brest Litovsk fueron muy bien recibidas por los sectores más activos del movimiento obrero alemán.

Pero los socialdemócratas independientes estaban profundamente divididos sobre la actitud a adoptar frente a la revolución y al nuevo poder soviético. El viejo “centro pacifista”, ala derecha del Partido Socialista Independiente (PSI) encabezado por Kautsky era fuertemente crítico de los bolcheviques, denunciaba la “dictadura proletaria”, daba lugar en su prensa a la oposición menchevique, en síntesis, se oponía a llevar adelante una acción revolucionaria y anticipaba el seguro fracaso de la “aventura bolchevique”. Por el contrario, los espartaquistas y los sectores de izquierda que permanecieron fuera del PSI se mostraban partidarios de una revolución de consejos de obreros y soldados, como en Rusia.

Para los bolcheviques, la cuestión de la revolución alemana fue desde un primer momento una prioridad. Más aún, para los bolcheviques la revolución rusa era la iniciadora de la revolución europea, mientras que la alemana que debía seguirla era considerada como el puente que empalmaría con la Revolución mundial.

No estaban errados en esta perspectiva, habida cuenta que la revolución alemana va a desencadenarse más temprano incluso que lo que muchos imaginaban. Los debates en el partido bolchevique alrededor de las negociaciones de Brest Litovsk, ¿hasta dónde estirarlas?, ¿en qué momento aceptar las duras condiciones impuestas por el imperio germánico? giraban en torno a cómo influirían esas decisiones en el despertar de la revolución alemana.

Los bolcheviques intentaron influir sobre los alemanes por lo menos desde abril de 1917 y más aún después de la toma del poder. Llevaron adelante una masiva propaganda y agitación entre los prisioneros de guerra (más de 150 mil soldados alemanes), entre los cuales había numerosos socialdemócratas que fueron influidos por el bolchevismo. Editaron un periódico y lanzaron cientos de miles de volantes. Y crearon el “grupo alemán del partido comunista ruso (bolchevique)” bajo el liderazgo de Radek. Después de la paz tuvieron que liberarlos, pero el alto mando alemán era consciente que llevaban inoculado el virus de la revolución y que era peligroso llevarlas al frente francés.

Después de la paz se abrió otro frente de propaganda y organización a través de la embajada soviética en Berlín. A cargo de Joffe, desarrolló una amplia actividad de sostén material y político al ala izquierda del PSI.

La izquierda alemana frente a la Revolución Rusa

Tanto los espartaquistas como los radicales de izquierda de Bremen apoyaron la toma del poder por los bolcheviques sin reservas. Los redactores de Arbeiterpolitik (“Política Obrera”, órgano de los radicales de izquierda) saludaron, desde el 17 de noviembre, con entusiasmo a los consejeros de obreros y soldados en el poder; el 15 de diciembre, Johann Knief explicaba por qué la revolución rusa ha podido progresar tan rápidamente y vencer: “Única y exclusivamente porque existía en Rusia un partido autónomo de extrema izquierda que, desde el principio, ha desplegado la bandera del socialismo y luchado bajo el signo de la revolución social”. Franz Mehring, el “decano” de la izquierda espartaquista, dirigió el 3 de junio de 1918 una “carta abierta” a los bolcheviques, en la que se declaraba solidario de su política. Criticaba ferozmente la perspectiva – del PSI – de reconstruir la socialdemocracia de antes de la guerra y emplear la “vieja y probada táctica”, y la calificaba de “utopía reaccionaria”. Se pronunciaba por una nueva construcción de la Internacional y formulaba una autocrítica: “Nos hemos equivocado sobre un solo punto: precisamente cuando después de la fundación del partido independiente (…), nos hemos unido a él a nivel organizativo, con la esperanza de impulsarlo adelante”. Esta esperanza hemos tenido que abandonarla. En el periódico de Leipzig, Mehring desarrollaba más ampliamente estos conceptos y asociaba el régimen de los soviets a las enseñanzas de la Comuna de París.

En el suplemento femenino del mismo periódico, Clara Zetkin desarrollaba los temas del poder de los consejos, la forma “soviética” que debe revestir en Alemania la revolución proletaria. Pero esta importante evolución de algunos de los elementos más responsables del grupo espartaquista no se tradujo en decisiones de amplitud parecida en materia de organización.

Una vez más el debate sobre la necesidad de la formación de un partido revolucionario independiente y autónomo va a recorrer todo el año 1918. La postura principal de crítica a la idea de un partido independiente la desarrollaba Rosa Luxemburgo, la principal líder de la Liga Espartaco. Ella se oponía a formar un partido independiente porque sería una secta, y confiaba que la evolución de las masas permitiría superar las limitaciones del PSI. Pero esto colocaba a los espartaquistas como rehenes de la dirección derechista del PSI y privaba al numeroso activismo de la izquierda socialdemócrata de una dirección independiente y de un cuadro orgánico que le permitiera intervenir colectivamente en la lucha de clases. Recordemos que ni siquiera formaron una fracción dentro del PSI. Rosa Luxemburgo tenía además reservas frente a la política de los bolcheviques, lo que se entremezclaba con sus diferencias respecto a la necesidad de un partido independiente: criticaba la política de terror y la persecución de las otras tendencias socialistas, criticaba la política agraria, que creaba, según ella, un peligro capitalista, y criticaba, sobre todo, la política exterior de la Rusia soviética, su aceptación de la paz de Brest-Litovsk, que retrasaba el final de la guerra y la explosión de la revolución alemana.

Rosa Luxemburgo había redactado en agosto o septiembre de 1918 una dura crítica a la política de los bolcheviques en Brest-Litovsk, que sería una “carta de Spartakus”. De común acuerdo, Levi, Léviné y Ernst Meyer (los tres principales líderes espartaquistas que estaba en libertad) rehusaron publicarla (como explicaron varios años después en Die Rote Fahne, 15 enero 1922). Paul Levi visitó a Rosa Luxemburgo en la prisión de Breslau y llegó a convencerla para que renunciase a su publicación. En el momento que se retiraba Rosa Luxemburgo le entregó el manuscrito sobre la Revolución Rusa diciéndole: “He escrito este folleto para vosotros; si sólo pudiese convenceros, mi trabajo no habría sido inútil”.

La carta de Spartakus, “La tragedia rusa”, expresaba un sentimiento difundido en la vanguardia alemana, la idea que la revolución rusa, aislada y en cierta forma prematura, estaba condenada al desastre en un plazo breve. Pero la nota de presentación precisaba el sentido de esta preocupación: “Estos temores resultan de la situación objetiva de los bolcheviques y no de su comportamiento subjetivo. Nosotros reproducimos este artículo sólo en función de su conclusión: sin revolución alemana, no hay salud para la revolución rusa, no hay esperanza para el socialismo en esta guerra mundial. Sólo existe una sola solución: la sublevación masiva del proletariado alemán”.

La revolución proletaria y el renegado Kautsky

Uno de los ejes de la polémica de Lenin con los revolucionarios alemanes era la demora en constituir un partido revolucionario independiente, polémica que recorrió las conferencias de Zimmerwald y Khiental y que se agudizó después de la Revolución de Octubre ante la perspectiva más cercana de la revolución alemana. Los militantes de la Internacional de la juventud, en Suiza, aseguraronn la difusión clandestina en Alemania de la carta de Lenin sobre “El programa militar del proletariado revolucionario”. Por Estocolmo y por Suiza, a la vez, penetraron en Alemania miles de ejemplares de El Estado y la Revolución.

Para Lenin, la principal batalla política debía ser dirigida contra los centristas y particularmente contra Kautsky, a quien juzgaba como el adversario más peligroso, ya que había roto oficialmente con los “social-chauvinistas”, mientras que defendía, de hecho, su política; todos los esfuerzos de Kautsky se dirigían a impedir al proletariado alemán el acceso a la vía del bolchevismo. Con el propósito de convencer a los militantes revolucionarios alemanes, Lenin redactó en 1918 su folleto “La Revolución proletaria y el renegado Kautsky”, en el que proponía la revolución bolchevique como modelo: “La táctica de los bolcheviques era correcta; era la única táctica internacionalista (…) ya que hacía lo máximo, de lo que era realizable, en un sólo país para el desarrollo, el sostén, el despertar de la revolución en todos los países. Esta táctica se ha afirmado con un inmenso éxito, porque el bolchevismo (…) se ha transformado en el bolchevismo mundial; ha dado una idea, una teoría, un programa, una táctica, que se distinguen concretamente, en la práctica del social-chauvinismo y del social-pacifismo. (…) Las masas proletarias de todos los países se dan cuenta, cada día más claramente, que el bolchevismo ha indicado la vía a seguir para escapar de los horrores de la guerra y del imperialismo, y que el bolchevismo sirve de modelo de táctica para todos”.

A mediados de octubre de 1918, ante la preocupación de que la situación alemana madurara más rápido que la impresión de su folleto, redactó un resumen de unas diez páginas para difundirlo lo más rápidamente posible en Alemania. El texto finalizaba con este subrayado que muestra el eje de las preocupaciones de Lenin en ese momento: “El mayor mal para Europa, el mayor peligro para ella, es que no existe partido revolucionario. Hay partidos de traidores como los Scheidemann (…) o de almas serviles como los Kautsky. No hay partido revolucionario. Ciertamente, un potente movimiento revolucionario de masas puede corregir este defecto, pero este hecho sigue siendo un gran mal y un gran peligro. Por esto debemos, por todos los medios, desenmascarar a los renegados como Kautsky y sostener así a los grupos revolucionarios de los proletarios verdaderamente internacionalistas, como los que hay en todos los países. El proletariado dejará rápidamente a los traidores y renegados para seguir a estos grupos en cuyo seno formará a sus jefes”.

La revolución marchaba más rápido que los revolucionarios. Se producirá antes que los revolucionarios hayan podido romper con su rutina, soltar la tenaza de la represión y sacar, en la práctica, las conclusiones que les dictaban tres años de lucha en Rusia y en el resto del mundo. Y va a llegar esencialmente por la derrota militar.

 

Andres Roldán

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