Intervención de Jorge Altamira en la conferencia realizada en Estambul
A continuación, compartimos la intervención de Jorge Altamira, dirigente nacional del Partido Obrero, en la conferencia sobre el centenario de la III Internacional organizada por el Partido Revolucionario de los Trabajadores de Turquía (DIP), el portal RedMed (Red Mediterránea) y el Centro Socialista Balcánico Christian Rakovsky, que contó con la participación de organizaciones revolucionarias de Macedonia, Bulgaria, Azerbaiyán, Francia, Serbia, Finlandia, Irán, Rusia, Grecia y la Argentina.
La Tercera Internacional ha sido, incuestionablemente, la expresión histórica más elevada de la organización de la clase obrera y del socialismo a nivel mundial -destacadamente en el período de sus primeros cuatro congresos. Fue la tentativa más profunda del proletariado en el desarrollo de una condición verdaderamente universal; un esfuerzo de superación de sus divisiones nacionales. La universalidad del proletariado es la premisa de su emancipación y de la emancipación de la sociedad en su conjunto.
La Tercera Internacional abrazó en una sola red al proletariado de todos los continentes, lo cual significa esencialmente la unidad de la clase obrera de los estados opresores, por un lado, y las colonias sometidas a una esclavización imperial, por el otro. Alemania, por una parte, y China y la India, por la otra, se vieron entrelazadas en una misma estrategia de revolución mundial. El proletariado de las naciones desarrolladas sufrió una transformación histórica al convertirse en un punto de apoyo de los trabajadores de las naciones sometidas por su propia burguesía en una lucha para poner fin a la opresión tanto nacional como social. La Tercera Internacional se convirtió, por eso mismo, en una escuela de educación acelerada del joven proletariado de las colonias, semi-colonias y países dependientes. Un esfuerzo por convertirlo en dirección política de las masas que, en muchos casos, representaban residuos de relaciones pre-capitalistas sin la necesidad de atravesar por todas las fases lineales de un desarrollo capitalista, que habría sido tanto doloroso como incierto o hipotético. Fue, de este modo, una escuela del desarrollo histórico combinado en el plano de la política.
Por otro lado, por primera vez en la historia, con la Tercera Internacional, surgió una organización de combate del proletariado mundial. Representó una ruptura con el parlamentarismo y con el sindicalismo que caracterizó al periodo reformista que siguió a la derrota de la Comuna de París. El “cambio de época” transformó a la cuestión del poder en el eje estratégico del nuevo período histórico, en el eje de la lucha del proletariado mundial de la nueva etapa. Por eso la Tercera Internacional somete a una crítica demoledora al internacionalismo federalista y se convierte en “estado mayor de la revolución proletaria mundial”. Por eso su línea fundamental de demarcación política fue la dictadura del proletariado. El trabajo parlamentario como el sindical dejó de ser un fin en sí mismo y el canal oportunista de una capa minoritaria de dirigentes oriundos, en un caso de la pequeña burguesía intelectual, en otro de la burocracia del movimiento obrero. Convirtió al espacio parlamentario de los comunistas en una tribuna de propaganda y agitación revolucionaria, y enfrentó los métodos de aparato de los sindicatos burocratizados con los métodos de la acción directa. La Tercera Internacional reivindicó los métodos de acción revolucionaria de la clase obrera del pasado, en especial la huelga política de masas, incluso como una transición a la insurrección obrera. Destacó la universalidad de los órganos de poder obrero, que no limitó a los soviets de 1917 de Rusia. La Tercera Internacional representó una ruptura con la Segunda Internacional reformista, que organizó en partidos propios a los obreros de los países avanzados, y fue más allá de la Primera Internacional, que había sentado las premisas políticas de la acción independiente de los trabajadores. Pero no lo hizo en forma doctrinaria, sino como expresión consciente de un nuevo período histórico. Fue un verdadero salto dialéctico – una continuidad histórica por medio de una ruptura también histórica – una ruptura violenta en lo teórico y organizativo.
Lenin ofreció tempranamente una comprensión de conjunto de esta ruptura histórica, mucho antes de la fundación de la Tercera Internacional. Fue cuando advirtió que la primera guerra mundial representaba una ruptura histórica en el desarrollo de la sociedad capitalista, a la que caracterizó como el inicio de “un cambio de época”. La mundialización del desarrollo del capitalismo, a partir del inicio de la gran depresión de los años 70 del siglo XIX, había alcanzado un límite histórico. El imperialismo como una ‘fase superior’ del capitalismo había completado su obra ‘civilizadora’, que no podía proseguir sin inaugurar una época de “guerras y revoluciones”. Esa guerra mundial puso en la agenda de la humanidad entera la cuestión de la decadencia o declinación del capitalismo, como un sistema social históricamente determinado y la apertura de una transición histórica del capitalismo al socialismo. Rosa Luxemburgo la sintetizó con otra expresión: “socialismo o barbarie”. La especie de que el imperialismo y las guerras imperialistas son una condición ‘natural’ o ‘intrínseca’ de ‘todo’ capitalismo o desarrollo capitalista, es un concepto a-histórico, incapaz de dar cuenta por lo tanto del desarrollo de un sistema social desde su nacimiento y apogeo hasta su extinción y disolución. Es incapaz de distinguir las guerras nacionales que alumbraron la formación de los estados modernos y la economía y política mundiales, de las guerras que representan precisamente lo contrario: el choque de las fuerzas productivas con esas fronteras y estados nacionales.
Es un mérito teórico indudable de Lenin la comprensión de cómo este cambio de época afectaba a la clase obrera y a sus organizaciones, no simplemente a las formas exteriores de la dominación de la burguesía mundial. Por eso no dudó siquiera un instante en plantear la necesidad de una nueva Internacional, cuando quedó comprobado que los partidos de la vieja Internacional se habían pasado, en la guerra, al campo de la burguesía de cada uno de sus países. Inició una campaña por una nueva Internacional en función de una comprensión de conjunto, o sea, con total independencia del número de fuerzas dispuestas, al momento, a encarar ese camino – que eran poco menos que raquíticas. El período de ascenso capitalista y de reforma social había integrado a la cúpula de las organizaciones socialistas y obreras a la sociedad burguesa y al Estado, que ahora rompían los lazos internacionales de la clase obrera, para pasarse al campo de los explotadores y al campo del nacionalismo y el chovinismo. El internacionalismo proletario se había convertido en una carga insoportable para las organizaciones que habían asimilado la política de la reforma social y a la política del progreso lineal como estrategia política.
Aunque para muchos revolucionarios e internacionalistas, el pasaje del socialismo al campo de la burguesía, en especial en Alemania, se hubiera presentado como una sorpresa, esta transición reaccionaria fue largamente elaborada dentro del cuadro de la Segunda Internacional, como se manifestó en las guerras coloniales que caracterizaron a todo el período de desarrollo del imperialismo. Fue el período en que se desarrolló el reparto del mundo, claro que en forma ‘desigual’. Esta etapa ‘preparatoria’ de la escisión futura de las organizaciones obreras, se caracterizó por la tendencia, en la Segunda Internacional, a promover el “colonialismo socialista”, donde las naciones desarrolladas no solamente le “mostraran el camino” a las de la periferia atrasada, sino a recorrerlo de la mano de la explotación de la burguesía de las primeras. En definitiva, el “cambio de época” marcó una ruptura histórica en la continuidad del sistema capitalista y en la clase obrera y sus organizaciones. Nada mide con mayor claridad el impasse histórico en que había entrado el proletariado mundial que el hecho de que la propuesta de Lenin de formar una nueva Internacional, fuera rechazada sucesivamente en las conferencias internacionales de los opositores a la guerra, en 1915 y 1916, y que volviera a ser derrotada en la Conferencia de Abril, de 1917, del partido bolchevique, que había decidido, sin embargo, aunque con enormes resistencias, plantear la consigna de Todo el Poder a los Soviets y la ruptura definitiva con las corrientes chovinistas del escenario político de Rusia. Y que fuera rechazada, incluso, por algunas delegaciones, en el mismo Congreso de fundación.
La historia de la fundación de la Tercera Internacional constituye una soberana lección para las generaciones actuales, en el sentido de que el progreso del proletariado en el camino de la revolución fue marcado históricamente por rupturas y por retrocesos y progresos, íntimamente conectados a la etapa histórica circundante. El “cambio de época” significó el pasaje de un período de progreso ‘pacífico’ a una época de “guerras y revoluciones”. Pacífico entre comillas, porque fue un período de esclavización nacional de la inmensa mayoría de la humanidad y de guerras de conquistas coloniales que se fueron generalizando. Debutó en un período de “guerras y revoluciones” también intercalados por intervalos breves, aparentemente pacíficos. En esos intervalos renace por un tiempo la ilusión en el camino de la reforma y el progreso, incluso si responden al intento de la burguesía de apaciguar olas poderosas de luchas que no puede contener por otros medios.
En la última parte del siglo XX y el comienzo del siglo XXI se puede ver un entrelazamiento entre etapas históricas definitivamente agotadas que parecen resucitar superficialmente, con un fondo de conjunto de guerras y revoluciones. Por un corto tiempo parecen recobrar vigencia los planteos democratizantes y reformistas y, naturalmente, los parlamentaristas y electoreros. A la restauración capitalista en la URSS y China se le atribuyó no solamente una victoria definitiva del capital y un “cambio de época” a reversa, sino la abolición también definitiva de las guerras y las revoluciones. Fueron necesarios menos de diez años, sin embargo, desde la disolución de la Unión Soviética para que la aviación norteamericana hiciera 35 mil incursiones sobre Serbia, bombardeándola sin piedad, en la ensangrentada ex Federación Yugoslava.
La crisis de dirección
El paso de la II Internacional al campo del imperialismo, comportó la mayor crisis de dirección del proletariado mundial hasta el momento. No fue la primera, porque las crisis de la Liga de los Comunistas y luego la Asociación Internacional de Trabajadores fueron “crisis de crecimiento”. Mientras, en sus primeras tentativas, la clase obrera no podía progresar, o sea aprender, sino “por medio de una serie de derrotas”, el de la Internacional Socialista fue mucho más que un agotamiento por inmadurez – fue la cooptación de una “aristocracia obrera” al orden imperialista y a la asociación chovinista con el estado imperialista. Fueron “crisis de dirección” de épocas históricas distintas, tanto del capital, de un lado, como del trabajo, del otro. La Tercera Internacional representa, por lo tanto, ella misma, una nueva transición, porque enfrenta el desafío de recuperar el internacionalismo proletario, en nuevas condiciones – de un lado, la madurez del capitalismo y, del otro, la actualidad de la revolución proletaria. Debe hacerlo, además, con un personal político incierto, que atravesó la guerra imperialista con una oposición tardía y también inconsecuente a ella.
Hace cien años, la organización alemana Espartaco, con Rosa Luxemburgo, consideró prematura la fundación de la IC. Antes, en la conferencia de Zimmerwald, Espartaco había rechazado el planteo de romper organizativamente con la Socialdemocracia de su país, Alemania, y fundar un partido revolucionario independiente. Menos que nadie, los dirigentes de Espartaco podían tener ilusiones en la reforma de ese partido, porque ellos fueron los primeros, bastante antes de la guerra, en advertir acerca de la degeneración política de su dirección y su aparato. Consideraban prematura una ruptura por las mismas razones que esgrimirían dos años después para oponerse a la nueva Internacional– asegurar la posibilidad de retener la audiencia del proletariado que aún no había roto con la socialdemocracia ni ganado para la revolución. Se resistía a esa ruptura también por una reserva adicional, a saber, una desconfianza hacia el carácter ultraizquierdista o sectario de diversos agrupamientos de oposición a la burocracia social-demócrata. Es así que, al momento de fundación de la Tercera, cuando había pasado un año de la revolución alemana de 1918, estaba presente un partido revolucionario sólido y preparado en virtualmente ningún país del mundo, con la excepción del bolchevismo ruso. Cuando Lenin emplazó a la izquierda internacionalista alemana a separarse de la socialdemocracia y a construir un partido revolucionario independiente en un plazo acelerado, el partido bolchevique llevaba ya una existencia independiente de hecho y luego formal de una década y media. A pesar de ese largo trabajo preparatorio, el partido bolchevique atravesó por una crisis gigantesca en todo el período revolucionario de Febrero a Octubre. De acuerdo a Trotsky, esa crisis no se convirtió en una escisión debido al empuje revolucionario inmenso del proletariado del imperio zarista. La necesidad absoluta de construir un partido revolucionario con antelación al ingreso a un período revolucionario y a una situación revolucionaria, no debe entenderse metafísicamente como un esquema, sino de un modo dialéctico, que pone a prueba toda la preparación previa en el curso de la misma experiencia de la revolución proletaria.
La fundación del partido comunista de Alemania puso rápidamente de manifiesto la inmadurez de la vanguardia obrera para abordar un período revolucionario, con sus giros bruscos y sus altos y bajos. Quedó en evidencia enseguida una tendencia al extremismo de izquierda, que ignoraba las experiencias y conclusiones que las masas mismas sacan en el curso de la lucha. Lo mismo había ocurrido en Italia, donde el infantilismo de izquierda era acompañado por la pasividad ante acciones revolucionarias gigantescas de los trabajadores. Esta combinación de voluntarismo y pasividad se habría de manifestar fuertemente en el plano intelectual, a través de las polémicas acerca del factor subjetivo en la historia, en oposición al “objetivismo” que se atribuía a la Segunda Internacional, o sea que no era una fenómeno superficial sino un verdadero ajuste de cuentas teórico incumplido en Alemania (y también en Austria). No debe entenderse por ultraizquierdismo solamente la acción aventurera y el putchismo, sino sobre todo la pasividad ante los giros políticos decisivos y ante las grandes irrupciones de masas; el llamado infantilismo de izquierda tiende a seguir un esquema pre-elaborado o doctrinario, que redunda en un abordaje sectario de la lucha de clases. Aunque entendible luego de años de pasividad burocrática del reformismo, el ultrismo y la pasividad mostraron una inmadurez política que retrasó el proceso revolucionario.
Las crisis políticas del comunismo alemán provocaron sucesivas crisis en la Tercera Internacional. Esas crisis determinaron el fracaso de la revolución de Octubre de 1923, y tendría su última manifestación en la capitulación ante el nazismo, ahora bajo la responsabilidad directa del stalinismo. Pero Alemania era, precisamente, el lugar donde se debía dirimir la victoria o no de la revolución mundial y la ruptura del aislamiento de la Revolución de Octubre; la crisis de dirección de la Internacional Comunista en Alemania tendría alcances estratégicos. Fueron precisamente los resultados negativos de la experiencia ultra-izquierdista del PC alemán, los que aportaron decisivamente al desarrollo de la política de Frente Único de la Internacional Comunista en el Segundo Congreso mundial. La elaboración de la política de frente único y de un programa de reivindicaciones transitorias fue un aporte del partido comunista de Alemania a la Internacional Comunista, que pasaría a ser cuestionado enseguida en sus propia filas. A esto es necesario agregar las divisiones acerca de la orientación política a seguir frente a la ocupación militar francesa de la región minera del Ruhr, donde por primera vez se plantearía la cuestión de la autodeterminación nacional en un país imperialista, en este caso Alemania. Lo dicho para Alemania e Italia vale para China, a la que podríamos denominar la Alemania de la Tercera Internacional en el mundo colonial. La derrota de la segunda revolución China, en 1927, es un episodio gigantesco de la crisis de dirección – en la primera fase de la usurpación staliniana.
Lejos de una organización infalible, la IC enfrentó una crisis de dirección, si no permanente, sistemática. La Internacional Comunista verá desarrollarse en su seno la cuestión decisiva de la época de decadencia capitalista y de guerras y revoluciones – la crisis de dirección del proletariado mundial. La expresión ideológica de esta crisis de dirección es, incuestionablemente, la tesis del “socialismo en un solo país”, que rompe las amarras con el internacionalismo de la clase obrera. Stalin disolverá por decreto la IC, en 1943, en función de una colaboración estratégica con el imperialismo en la segunda guerra mundial.
La IV Internacional
La fundación de la IV Internacional parte de la crisis de dirección que implicó la entrega sin lucha de la Tercera Internacional ante el nazismo. Trotsky evoca a esta capitulación sin debate ni resistencia como el “4 agosto” de la IC. Este proceso de creación de la IV parte de antes, e incluye los intentos por recuperar a la Tercera. La IV fue largamente preparada durante todo un período de errores de dirección de la III Internacional, desde su V Congreso, y particularmente en el VI, en el que Trotski lanza su advertencia profética: “La Internacional Comunista no soportará cinco años más de errores parecidos (…) Es cierto que, incluso en ese caso, la revolución proletaria terminará por abrirse nuevas vías hacia la victoria: pero ¿cuándo?, ¿y al precio de qué sacrificios, de cuántas innumerables víctimas? La nueva generación de revolucionarios internacionales deberá recoger el hilo roto de la herencia y conquistar de nuevo la confianza de las masas en el más grande acontecimiento de la Historia. La Segunda Internacional rompe con la clase obrera mundial para defender los intereses nacionales de su burguesía, la Tercera Internacional hará lo mismo en función de los intereses nacionales de la burocracia rusa y del aparato internacional formado bajo su supervisión. Trotsky hace la aseveración extraordinaria, citada en la biografía escrita por Pierre Broué, de que la “disolución de la Internacional plantea la inevitabilidad de la restauración capitalista”. No solamente no puede construirse el socialismo en un solo país, sino que el baluarte defensivo de la revolución de Octubre no puede ser sino el proletariado políticamente unido tras un programa de Revolución Mundial. La Revolución de Octubre no puede, en efecto, hacer frente al capital mundial detrás de las barreras de “un solo país”, porque ella fue y ha sido el producto de un antagonismo de alcance mundial – el de la oposición irreductible entre el carácter internacional del desarrollo de las fuerzas productivas, por un lado, y la envoltura nacional que tiene bajo el capitalismo, por el otro. Y de la universalidad del proletariado con conciencia de clase, por el otro.
La fundación de la IV Internacional fue resistida con los mismos argumentos que se usaron contra la Tercera, la insuficiencia de sus fuerzas, sin la menor consideración hacia la inminencia de una segunda guerra mundial, infinitamente más catastrófica que la precedente, y preñada de revoluciones, que esta vez incluirían a sectores decisivos del mundo colonial. La crisis de dirección que enfrentó la Tercera Internacional se manifestaría en la IV, de un modo más temprano y decisivo, en el curso mismo de la guerra (e incluso antes de ella). Esta segunda guerra incluía, a diferencia de la primera, una cuestión estratégica central, a saber, la defensa incondicional del primer estado obrero de la historia, con independencia de la dirección contra-revolucionaria de ese estado. También planteaba el fenómeno nuevo de ser una guerra con ocupación militar de naciones y sometimientos nacionales ‘sui generis’, que evocaban las guerras del primer Napoleón, pero ahora en función imperialista y de barbarie. En resumidas cuentas, las débiles fuerzas que reivindicaron la IV Internacional no fueron capaces de desarrollarse en el cuadro de esta crisis ni de las subsiguientes – las revoluciones de posguerra, las revoluciones coloniales y la cubana, la crisis mundial del 68, o las revoluciones políticas en los estados obreros y su periferia, y finalmente la restauración capitalista. En la actualidad, esas fuerzas han abandonado as posiciones fundamentales, tanto de la Tercera como de la IV, en todo lo que hace a la estrategia y los principios. En sustancia, estas corrientes revierten el planteo fundamental de Lenin: la época de guerras y revoluciones sería una caracterización inmadura, que desconoce el potente desarrollo de las fuerzas productivas en el último siglo.
La segunda mitad del siglo XX y los comienzos del XXI muestran todo lo contrario: una agudización de todas las tendencias catastróficas resultantes de la declinación histórica del capitalismo. No es cierto que la fundación de la Tercera y Cuarta Internacionales hayan sido “falsos comienzos” – tentativas inmaduras ante una sociedad que tiene un largo recorrido por delante. Los límites de cualquier tentativa revolucionaria solamente pueden ser probados por medio de la lucha, y renovados por ella misma. Desde la crisis asiática de 1997/8 y la que estalló a partir de julio de 2007, se hace evidente una acelerada descomposición política de los principales estados capitalistas y la multiplicación de ‘estados fallidos’ en la periferia, precisamente como resultado de aquella descomposición. A las lecciones históricas dejadas por la degeneración de la Tercera Internacional y el fracaso en llevar adelante las tareas planteadas por la IV, hay que añadir las enseñanzas dejadas por otros tres cuartos de siglo para refundar de un modo efectivo la IV Internacional. En torno a este objetivo es necesario convocar a todas las fuerzas revolucionarias que emerjan en el período en curso. No se encuentran en este campo la mayoría de los grupos que se reclaman trotskistas, que se mueven sectariamente a la sombra de la democracia imperialista, y que substituyen la universalidad del proletariado por una proliferación de políticas identitarias. Las fuerzas stalinistas que han sobrevivido a la restauración capitalista, lejos de intentar un retorno a la Tercera Internacional, como lo dejan ver en sus discusiones, orbitan en torno al bonapartismo restauracionista en una nueva versión de los intereses nacionales.
Como en los primeros momentos de la lucha por la Tercera, o como cuando se fundó la IV, las fuerzas revolucionarias conscientes caben en un espacio reducido, pero la fuerza de la historia es irresistible – la nueva generación colmará los espacios que aún están para ser ocupados. Por medio del programa, del método y de la lucha la vanguardia revolucionaria reconstruirá la IV Internacional.
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