Putin autoriza la conmemoración de los 100 años, en sus términos.
Vladimir Putin ha autorizado la conmemoración del centenario de la Revolución Bolchevique de 1917 a través de un decreto que encarga la tarea al Ministerio de Cultura.
Lo había anticipado en su discurso sobre el estado de la nación, el 1° de diciembre pasado, incluyendo el contenido de la conmemoración: “No podemos arrastrar hasta nuestros días las divisiones, los odios, las afrentas y la crueldad del pasado. Recordemos que somos un pueblo unido. Un solo pueblo”.
El propósito es la “reconciliación nacional -siguió Putin- independientemente del lado de la barricada en que hayan estado nuestros antepasados”.
Así como los proceratos nacen de decisiones de Estado en función de las necesidades de la burguesía, las conmemoraciones de los hechos históricos no son neutras. Putin, más que otros, ha hecho un uso abusivo y manipulador de la historia, tendiente a la exacerbación del nacionalismo, una política nacida de su propia debilidad -finalmente, la restauración capitalista convirtió a Rusia en un Estado periférico que no tiene posibilidad de oficiar de alternativa a los Estados capitalistas dominantes. La manipulación de la historia en nombre de la Gran Rusia es, al mismo tiempo, la defensa del propio régimen bonapartista del KGB y del sometimiento de la periferia económica y estratégica en un país desgarrado, que no es aún un Estado nacional. En función de estos propósitos, Putin colocó en un lugar de culto nacional tanto el papel del ejército y la nación soviéticas en la Segunda Guerra Mundial -la “guerra patriótica de Stalin”- como en la industrialización forzada en función de sus necesidades políticas de hoy: enaltecer al Estado fuerte, al líder supremo y las Fuerzas Armadas.
El aniversario coincidirá, además, con los preparativos de las elecciones presidenciales de marzo de 2018, en que Putin irá por la reelección.
¿Qué hacer con la Revolución Rusa?
Varias publicaciones señalan que, una vez lanzada la iniciativa, Putin no sabe qué hacer con el centenario, siendo que ya estamos en febrero, el inicio de la Revolución Rusa. Aunque en la Rusia actual no existe posibilidad de hacer una conmemoración oficial que parta de los hechos ocurridos y su significación histórica, la decisión de Putin obliga al gobierno a decir, por lo menos, qué conmemorar y en qué momento (Gorbachov, en 1985, interrumpió la celebración de la Revolución de Octubre).
¿Por qué Putin aceptó meterse en este brete? Quizá porque es consciente de que el Estado no puede quedar al margen de un episodio histórico que sigue presente y despierta sentimientos encontrados desde hace décadas a la sociedad rusa, más hoy, en presencia de una bancarrota capitalista a escala mundial.
“Mientras las manifestaciones se orienten hacia la museificación, no hay problema. Lo que Putin quiere evitar es un movimiento popular”, sostiene un experto en Rusia (Le Nouvel Observateur, 13/1).
En función de un “relato” histórico a la medida del régimen, Putin ha comisionado a la Sociedad Rusa de Historia la organización del centenario. No es una jugada inocente. En un comité aparentemente variopinto (figura allí el cineasta Nikita Mijailkov), su director y responsable es Serguei Narishkin, jefe del servicio de Espionaje Exterior. El gobierno ha planteado, además, que la conmemoración debe estar centrada en el proceso que va de Febrero a Octubre del 17 y no poner el foco del fasto en esta última fecha, que para la comunicación oficial es, hoy día, “el golpe de Estado de Octubre”.
En lo que pretende ser el manual único de historia escolar, pedido por Putin en 2014 a expertos de la Academia de Ciencias y del Ministerio de Educación, la Revolución de Octubre ya no debía ser identificada como Velikaa (Grande) y, por otra parte, debía ser considerada el fruto de un golpe de Estado, no de una revolución que estableció un doble poder, tuvo el apoyo macizo de la masa obrera y campesina, y condujo a un gobierno de trabajadores que fue refrendado por los Consejos Obreros.
Vladimir Medinsky, ministro de Cultura -la otra cabeza de la conmemoración- ha fijado los términos del “relato”: “Es necesario condenar el terror (y) mostrar respeto a los héroes de todos los bandos: los rojos, los blancos y quizá los verdes (las milicias campesinas que, en la interpretación oficial, lucharon por igual contra el Ejército Rojo y el Ejército Blanco durante la guerra civil)” (www.Eldiario.es, 7/1). Es decir, el gobierno se presenta asociado a la Revolución de Octubre para expropiarla políticamente en nombre de una unidad nacional que requiere, como condición, un Estado fuerte.
El regreso de Stalin
A fines de 2016, Putin consideró absurda la decisión de Lenin de entregar Donbass a Ucrania (así como la de Kruschev de entregar Crimea) y enjuició duramente la política de autodeterminación, incluyendo el derecho a la separación de los pueblos de la URSS. “Muchas de estas ideas -dijo Putin- como la de dotar a las regiones de autonomía, colocaron una bomba atómica bajo el edificio del Estado llamado Rusia, que más tarde explotó” (AFP, 26/10/16). El gobierno de la KGB no puede sino delimitarse del gobierno soviético que en 1917 proclamó la igualdad y soberanía para los pueblos de Rusia, incluyendo el derecho a la secesión y a la formación de Estados separados -además de la abolición de todos los privilegios nacionales.
A este posicionamiento se suma el dejar correr el culto a Stalin. Al tiempo que anuncia la construcción de un monumento a todas las víctimas de la represión política en Rusia, no hace nada para detener las distintas iniciativas que han habido en todo el territorio para conmemorar a Stalin. “Se trata más de una idea sutil que de una práctica oficial”, plantea un investigador ruso, para quien esta política comenzó hace tiempo, “conectada con la figura de Putin, su imagen de líder fuerte y su pasado en el KGB” (BBC Mundo, 29/2/16).
¿Qué historia?
En Rusia no ha habido juicio y castigo por los crímenes cometidos por la burocracia estalinista, desde el momento que levantaría una losa sobre el papel del Kremlin que amenazaría su subsistencia y dejaría expuestos los acuerdos con el imperialismo. ¿Cómo soportar un juicio público sobre los Procesos de Moscú, la liquidación de la vieja guardia bolchevique, de los generales rojos, sobre la alianza con Hitler, sobre el aplastamiento de las revoluciones políticas? Tanto un decreto sobre el restablecimiento de los derechos de todas las víctimas de la represión política de los años 20 a los 50, firmado por Gorbachov (13/8/90), como otra ley similar votada por la Federación Rusa (1991), fueron papeles en el agua. Putin no introdujo cambio alguno a esta política.
Existe un vacío histórico que pretende ser reemplazado por un pastiche que simbolice y que ignore la lucha de clases. El ministro de Cultura ha propuesto construir un monumento en Sebastopol que represente al barón Wrangel, comandante del Ejército Blanco; al anarquista Néstor Majnó, comandante del Ejército Negro -ambos antibolcheviques-, y a Mijail Frunze, comandante del Ejército Rojo que, a las órdenes de Trotsky y junto a una fracción nacionalista, expulsó a los dos anteriores de Ucrania.
Los obreros revolucionarios de todo el mundo pondrán, a su tiempo, las cosas en su lugar.