En las últimas semanas se ha reeditado el drama de las inundaciones y evacuaciones en el litoral del río Uruguay. Lo que en décadas pasadas era una excepción, se ha transformado en una regla que se repite año a año.
Las inundaciones son un fenómeno natural, sin embargo su recurrencia y frecuencia responden a factores humanos y a la ‘organización’ social dominante: el capitalismo.
Un graffiti en los muros de una facultad montevideana reza: “desmonte+soja=inundaciones”. Esta fórmula resume en gran medida parte del problema. La tala indiscriminada del monte nativo abastece la industria maderera, a la vez que despeja tierras para los megacultivos, en gran medida de soja.
La deforestación es causa directa de las inundaciones, tomando en cuenta que los bosques tienen un rol fundamental en la regulación climática y la conservación de los suelos. Un monte nativo absorbe unos 300 milímetros de agua por hora, un campo con soja sólo la décima parte, 30 milímetros.
La soja ha provocado un ascenso de las napas subterráneas por la escasa absorción de agua que posee. El suelo se satura de agua, dando ‘riendas sueltas’ a la inundación.
Los megacultivos de soja responden a la voracidad del capital. No significan una inversión para satisfacer necesidades sociales, sino las del capital y su principal objetivo: su reproducción ampliada. La soja ha desplazado montes y praderas en toda la región, al influjo de los altos precios de exportación reinantes hasta hace un tiempo atrás. Los vaivenes y caída de los precios en el mercado mundial pueden, eventualmente, reducir la superficie cultivada de soja. Sin embargo, las consecuencias de su cultivo prolongado provocan un daño al equilibrio ambiental muy difícil de revertir.
El director de la OPP, Álvaro García, al recorrer el departamento de Salto asolado por las inundaciones, lamentó la ‘fatalidad’ que suponen. García pareciera atribuirlas a una especie de ‘designio divino’ o ‘ira de los dioses’, planteando su inevitabilidad. En cierta manera es así, pero en el marco del ‘orden’ social y económico que él defiende: el capitalismo.
Inundaciones y evacuaciones van de la mano. El saldo de evacuados ha ascendido a más de 6500 en las últimas semanas. El frío y las enfermedades respiratorias son un espectro cotidiano. Los evacuados padecen un drama común: vivir precariamente en zonas fácilmente inundables. Los realojamientos no están entre las prioridades del gobierno, pese a que la situación se repite año tras año.
Nuevamente se presenta el problema del capital y sus necesidades -completamente alejadas de las miles de familias pobres que sufren el drama de la evacuación-. El capital construye viviendas si -y solo si- le significan una rentabilidad que justifique la inversión. Los trabajadores que necesitan ser realojados no tienen cómo adquirir su vivienda. El Estado -al servicio, entre otros, de las grandes constructoras y especuladores inmobiliarios- no construye para los trabajadores. El acceso a la vivienda propia es una quimera para quien vive de su salario.
La solución para los evacuados pasa por un plan de vivienda estatal y bajo control de los trabajadores, financiado con impuestos progresivos a las grandes fortunas.
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