En el atardecer del sábado pasado, hacia el final de un desfile militar para celebrar un aniversario de la creación de la Guardia Nacional Bolivariana, varios drones DJIM600, con un costo aproximado de cinco mil dólares cada uno, cargados con explosivos C4, fueron derribados por tiradores de la custodia del presidente Nicolás Maduro, cuando se aproximaban a la tarima desde la cual Maduro pronunciaba el discurso de ocasión. De los siete alcanzados por la explosión, tres permanecen en estado reservado. Al día siguiente, el gobierno anunció haber detenido a seis sospechosos, sometidos a interrogatorios, e incluso de encontrarse en un estado avanzado de investigación.
Una variedad de funcionarios oficiales no demoró en denunciar un intento de magnicidio perpetrado por lo que llamó “la ultraderecha” venezolana, con el probable propósito de desligar del atentado a la derecha que opera en el campo legal. También volvió a apuntar el foco sobre el presidente saliente de Colombia, Juan Manuel Santos, así como a conspiradores que operan desde Miami. Un tweet de los Soldados de Franela (camisa) se auto adjudicó la acción, en nombre de un grupo de “militares y civiles patriotas leales al pueblo”.
Las oposiciones de todos los colores se apresuraron a desligarse del atentado, no sin deslizar la sospecha de que hubiera partido del propio gobierno, para endurecer la política represiva. No faltaron quienes caracterizaran lo ocurrido como un auto atentado, en función de las divisiones que señalan en el seno del chavismo. Hace pocas semanas se realizó un Congreso del partido oficial, PSUV, y también se prorrogó el lapso de funcionamiento de la Asamblea Constituyente, convocada para neutralizar a la Asamblea Nacional, que cuenta con mayoría de la oposición de derecha.
El recurso al golpismo o a la acción terrorista es una expresión del bloqueo que tiene la oposición, por un lado en el plano institucional, donde las posibilidades de cambio formales han quedado alejadas en el tiempo, como por el lado social, ya que no se observa que capitalice el descontento enorme que existe con el gobierno por el agravamiento impresionante de las condiciones de vida. El magnicidio, de todos modos, constituye un intento desesperado del ala más extrema de la derecha, dado que un éxito de su acción solamente abroquelaría aún más al alto mando del ejército y a la burocracia estatal. Más allá del desabastecimiento y de la hiper-inflación, ha hecho aparición la falta de agua para las necesidades más elementales, e incluso enfermedades curables desde hace mucho tiempo. Al bloqueo que sufre Venezuela por parte del capital internacional para financiar importaciones o refinanciar deudas, se agrega el derrumbe del sistema interno de pagos y de la producción petrolera, más una caída del PBI que estaría alcanzando el 35% al cabo de cinco años. Un aliado como China ha dejado también de asistir financieramente a Venezuela, dados los impagos en que ha incurrido el gobierno luego de varias refinanciaciones. Rusia, a diferencia de los ‘gobiernos occidentales’, repudió el atentado en términos vigorosos. Macri, por su lado, dedicó el fin de semana a asegurar la eximición de prisión de su primo Calcaterra.
El del sábado no es tampoco el primer atentado en vista, pues ya hubo un bombardeo solitario al cuartel general del ejército, en Caracas, hace más de un año, y asaltos a cuarteles, por parte de ex militares, que terminaron recientemente con la vida de los agresores. El gobierno ha anunciado, asimismo, numerosas detenciones de militares acusados de conspiración. Es probable que el intento de magnicidio del sábado haya tenido el propósito de mantener en pie a grupos militares que aún no han sido detectados, o a una maniobra para incitarlos a salir al descubierto.
Curiosamente, esta provocación de violencia ocurre cuando el gobierno se encamina con dificultades a una salida que entraña la dolarización de la economía venezolana. No alcanza para esto legalizar las operaciones en el mercado de divisas, como acaba de hacerlo, lo cual entrañaría, digamos de paso, un lucro especulativo extraordinario para los acaparadores de divisas, ni bajar seis ceros al bolívar, otra medida que deberá regir a partir del 20 de agosto próximo, pero da a entender que se inclina a respaldar el bolívar con las reservas petroleras (algo que anunció hace un tiempo), o sea a privatizar o subastar la cuenca petrolera del Orinoco. El paso inmediato ulterior sería el cese de la financiación del Tesoro por parte del Banco Central. Sería el plan que estarían dispuestos a respaldar Putin y Xi Jing-ping, para seguir apoyando al régimen venezolano contra las conspiraciones de Donald Trump.
En los meses recientes, se ha abierto una tendencia, en la clase obrera, a unificar reclamos y luchas, e incluso a avizorar la posibilidad de una huelga general. Acá está la única salida para las masas sufrientes. El nacionalismo militar ha fracasado en Venezuela en forma estrepitosa, como ha ocurrido antes en todas las variantes y circunstancias en América Latina. La política del “gran garrote” que otrora usaba el imperialismo ha dejado de tener vigencia en lo inmediato, debido a la enorme crisis que atraviesa América Latina cualquiera sea la forma o tendencia de sus gobiernos capitalistas. Argentina-Brasil-México más Nicaragua y Venezuela y el conjunto de Centroamérica están sobre un enorme volcán, como lo ha demostrado hace poco el levantamiento popular en Haití, que aconsejan al imperialismo a preferir las maniobras, presiones y componendas, mientras progresa en la instalación de bases militares y en el reforzamiento de las fuerzas armadas del continente. En Brasil, entre una proclama golpista y la siguiente, los militares, en especial retirados, van copando las listas parlamentarias, para imponer un bloque agrario-militar-evangélico luego de las elecciones de octubre, sin que la opinión pública lo advierta.
En los próximos días y semanas será posible hacer una evaluación más nítida del intento de magnicidio en Venezuela el pasado fin de semana.
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