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Hace 80 años moría Antonio Gramsci – Primera parte

El 27 de abril de 1937, después de once años de prisión, víctima de una apoplejía moría Antonio Gramsci en una clínica de Roma a la que el gobierno fascista se había visto obligado a transferirlo hacía dos años, para evitar que el fundador y dirigente del Partido Comunista Italiano terminara muriendo en el fondo de su celda. A esa altura era un proscripto en la URSS, en la Internacional Comunista y dentro de su propio partido, a partir de su oposición al giro ultraizquierdista de la burocracia de Stalin en 1929 y al asesinato en masa de lo mejor de la vanguardia revolucionaria. Quedó oculta por años su protesta ante el Ejecutivo de la IC por la decisión de dejar fuera a León Trotsky, quebrando la unidad del grupo dirigente de la Revolución Rusa de 1917. En sus años en prisión – en los que escribió los que luego serían los “Cuadernos de la cárcel”- paso a reivindicar la necesidad de conquistar, como condición para una revolución, una hegemonía en esencia cultural, concretada en un bloque histórico, en oposición a la dictadura del proletariado, además de rechazar la teoría de la Revolución Permanente, a la que catalogó como una “guerra de movimientos”. Esto ha hecho que, en particular el Gramsci del último período, haya sido tomado por sectores de la izquierda, aun violentando en algunos casos la posición del líder italiano, como referencia para la construcción de posiciones antimarxistas y antirevolucionarias.
Gramsci nació en la isla de Cerdeña, una de las regiones más pobres y atrasadas de la península y su infancia transcurrió en la miseria. Hijo de un funcionario condenado a prisión por no poder pagar sus deudas, debió trabajar desde los 11 años para contribuir al sostenimiento de una familia numerosa.
A fin del siglo pasado la vida de un trabajador sardo era una pesadilla. La región formaba parte del atrasado sur de Italia, sobre el que se desplegaban todas las consecuencias del desarrollo del capitalismo tardío y de la ausencia de una revolución democrática y agraria. Italia se había unificado como nación en 1852 a través de un proceso impuesto desde arriba por la monarquía piamontesa del norte con el apoyo de las potencias europeas. No fueron tocadas la propiedad latifundista ni la feudalidad Vaticana. Se constituyó una burguesía industrial en el norte que compartía con los latifundistas la explotación de los campesinos. Los agricultores eran expropiados en masa y, ante una hambruna sistemática, emigraban al exterior o eran mano de obra barata para las fábricas del norte.
Gramsci logró completar su educación secundaria, comenzó a trabajar como periodista e inició su vida política sumándose al nacionalismo sardo, que atribuía la opresión de Cerdeña al resto de los italianos sin ninguna distinción de clases. “Echar a los continentales al mar” era su consigna. En 1913 fue conquistado en todo el país el sufragio universal y el temor a una radicalización política de los oprimidos sardos llevó a los grandes propietarios de la isla a abandonar la demagogia nacionalista y reprimir a mansalva las movilizaciones populares. Gramsci abandonó entonces el nacionalismo e ingresó en el Partido Socialista (PS).

-El PSI y la Guerra-

El PSI atravesaba un período de importante crecimiento – veinte diputados, centenares de miles de afiliados y el control de la central sindical. La masa obrera protagonizaba grandes luchas pero la enriquecida burguesía industrial había logrado integrar a su régimen de dominación a una corrompida aristocracia obrera. Contra ella inició su lucha Gramsci, preconizando una alianza obrero campesina contra el bloque de explotadores que debía ir de la mano del aplastamiento político de la burocracia sindical.
La actuación de Gramsci coincidió con un giro a la izquierda de la masa obrera y el desplazamiento dentro del PSI de los sectores más derechistas. Al inicio de la Primera Guerra, el partido no apoyó la contienda inter imperialista, a diferencia de las restantes secciones de la II Internacional. Las dos alas de la organización – una partidaria de la intervención en el Parlamento y la conciliación con el reformismo (Serrati) y la otra, indiscriminadamente abstencionista en las elecciones (Bordiga)- se pronunciaron contra el social patriotismo y se solidarizaron con la campaña liderada por Lenin a favor de una internacional proletaria sin traidores.

-“Una revolución contra el capital”-

La formación de Gramsci, muy distinta de la que caracterizó a la socialdemocracia rusa o alemana, tuvo una asimilación lenta del marxismo. Identificó a éste con las interpretaciones vulgares y evolucionistas del ala reformista del PS, una corriente que esperaba la llegada del socialismo como una culminación lineal del desarrollo económico. Contra este planteo Gramsci reivindicó la “voluntad” del proletariado para transformar la sociedad.
Contrapuso el “ideal” socialista a la pasividad de los reformistas y pregonó una gran acción de formación cultural de los trabajadores para liberarlos de la expectativa en el desarrollo natural de la sociedad. Apeló al “espíritu revolucionario” contra el reformismo y sus escritos a favor de la revolución social están impregnados de fundamentaciones no materialistas y propósitos revolucionarios, lo que se expresó en la primera revista que dirigió (“La Ciudad Futura”).

El estallido de la Revolución Rusa produjo un extraordinario impacto en el socialismo italiano. Gramsci no solo se convirtió en su defensor entusiasta sino que, sin conocer los planteos de Lenin y Trotsky, predijo que la caída del zar conduciría a la dictadura del proletariado y no a la república burguesa. Sin embargo, caracterizó esta aguda percepción marxista como una refutación de los pronósticos de Marx. “La Revolución Rusa es una revolución contra el capital”, escribió, atribuyéndole a Marx el evolucionismo de los reformistas del PSI y a los rusos “la voluntad de acción” y la “convicción de ideas” que el rescataba del liberalismo italiano. Esta paradójica defensa de la revolución con argumentos no revolucionarios inauguró una secuencia de confusiones que acompañarían a Gramsci a lo largo de toda su vida.

-Los Consejos y la lucha dentro del PSI-

Concluida la guerra, se produjo en Italia una debacle sin precedentes. Los 680.000 caídos y el millón de heridos fueron una herida imposible de cerrar lo que, unido al derrumbe económico y al impacto de la Revolución Rusa, desataron una marea revolucionaria que iniciaría en 1919 el “bienio rojo” en el país. El PSI conquistó 500 diputados, llegó a 300.000 afiliados y la CGT multiplicó sus afiliados por diez. Una ola de ocupaciones de fábricas conmovió al país y Turín fue el centro de la actividad obrera. La burocracia sindical fue desbordada por completo, las comisiones internas tomaron el control directo de las plantas y nacieron los Consejos Obreros, organismos de poder alternativos al régimen capitalista.

Gramsci dirigió un núcleo del PSI en Turín, al que agrupó en torno a la revista “Orden Nuevo”. Desde allí desarrolló una sistemática campaña a favor de la dictadura del proletariado, consideró que los Consejos Obreros eran el equivalente italiano a los Soviets rusos y que la captura del poder en las fábricas era la tarea del momento. Gramsci no se encerró en una elaboración teórica sino que llevó “Orden Nuevo” a las fábricas y transformó a la revista en el vocero de los problemas tácticos que enfrentaba la ocupación de las plantas. Desenvolviendo esta política chocó con el centrista Serrati, que llamó a “no desbordar la estructura sindical”, “no caer en la provocación” y no salirse de “los marcos del PSI”. También Bordiga criticó a Gramsci por pregonar la captura del poder “desde las fábricas” y no a partir de la constitución de un nuevo Partido Comunista. La acción de los Consejos alcanzó su punto culminante en 1921, cuando la traición de la burocracia sindical desorientó al movimiento de lucha y le impuso un reflujo.

-El PSI y la III Internacional-

Presionado por la radicalización revolucionaria, el PSI adhirió a la III Internacional, aunque incluía en su seno centristas, reformistas, ultraizquierdistas…Gramsci propuso depurar al partido de conciliadores y determinar una estrategia para la toma del poder. Combatió el abstencionismo, el antiparlamentarismo de Bordiga y la contemporización del ala de Serrati con el reformismo.

El breve interregno de un gobierno democrático preparó en Italia el ascenso del fascismo. La burguesía estaba lanzada a imponer una contrarrevolución sangrienta, habida cuenta de la experiencia de los Consejos. El proletariado no había tomado el poder y la pequeño burguesía desesperada por la miseria se convirtió en herramienta del gobierno del capital financiero y la reacción. Con el dinero de los grandes capitalistas surgió el fascismo en las zonas agrarias, donde se formaron escuadrones que asaltaron locales y cooperativas obreras. El PSI no reaccionó, salvo la oposición burocrática de huelgas impotentes ante la acción armada de los “camisas negras”. La clase obrera quedo desorientada y el fascismo se extendió a las ciudades y Mussolini llego al poder en 1922.

-La estrategia de la revolución-

En la URSS las discusiones en el seno del PSI se refractaban en los congresos de la III Internacional. Lenin tomó posición contra la convivencia de Serrati con los reformistas y el infantilismo abstencionista de Bordiga. Al enterarse de la existencia del grupo “Orden Nuevo” se pronunció a favor del núcleo de Turín y convocó a Gramsci a Moscú. En su discurso sobre el problema italiano, dirá que la mayor desgracia del movimiento obrero de Alemania había sido no haber llegado a la ruptura con la socialdemocracia “patriótica” antes de la guerra y que la misma conclusión correspondía al PSI: “el partido italiano no fue nunca auténticamente revolucionario. Su mayor desgracia es que no rompió con los mencheviques y los reformistas antes de la guerra y que éstos últimos continuaron en el seno del partido” (1)

Era el desafío lanzado a Antonio Gramsci.

Notas
(1) Lenin, Obras Completas, T. XXXII, III Congreso de la IC

Christian Rath

Historiador y dirigente Partido Obrero (Argentina).

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Christian Rath

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