Texto inédito de Pablo Rieznik
Hace un año, un 17 de septiembre, moría Pablo Rieznik. Entre sus textos inéditos, al menos en Prensa Obrera, figura esta guía para una lectura “apasionada” de la historia de la Revolución Rusa. Refiere al libro La Revolución Rusa en el siglo XXI (Ediciones Rumbos, 2007), escrito a noventa años de la acción histórica más acabada que haya realizado el proletariado hasta la fecha y su tema omnipresente (el de Pablo y el de los que lo lloramos) es el del partido. En su enumeración de las ocho premisas históricas que condujeron a la Revolución, León Trotsky, reservaba un lugar particular, por un lado, a la crisis mundial del capitalismo y el inicio de la transición histórica entre el capitalismo y el socialismo; por el otro, al partido. En un terreno de comparaciones dirá que la burguesía liberal pudo tomar el poder como resultado de luchas en las cuales, en muchos casos, no había participado. En cambio, las masas trabajadoras han sido acostumbradas a dar el fruto de su explotación y no a tomarlo. “Trabajan pacientemente, esperan, pierden la paciencia, se sublevan, combaten, mueren, dan la victoria a otros, son traicionadas, caen en el desaliento, se someten, vuelven a trabajar”.Por esta historia y por su presente, el proletariado tiene necesidad de un Partido (así, con mayúscula) superior a todos los demás en claridad de pensamiento y firmeza revolucionaria. Aquel partido bolchevique que llevó a la victoria a la Revolución era la condensación de todo lo vivo y dinámico de la historia de Rusia.Contra toda la mediocridad a la que se le escapa el derrumbe capitalista que estamos viviendo, sostenemos la vigencia de la época de revoluciones que inaugura el Octubre ruso, porque están vigentes las condiciones históricas que lo hicieron posible.
Como lo querría Pablo, como parte de una acción militante, mirando hacia adelante.
Christian Rath
Guía para una lectura ‘apasionada’ de la historia de la revolución rusa
No existe una sola manera de abordar la historia. Tampoco, entonces, una única manera de volver sobre lo que E. H. Carr llamó “el mayor acontecimiento del siglo XX”: la revolución socialista de 1917. La afirmación puede sorprender pero no debe extrañar, porque es siempre desde un “hoy”, concreto y original, que abordamos el tiempo que lo precedió: “la historia cosecha los acontecimientos del pasado, amplificándolos o no en función de las necesidades presentes. Es en función de la vida que se interroga la muerte”. Hermosa definición de otro gran historiador, llamado Lucien Fevbre y que tomamos como frase de cabecera en la materia que organizamos junto a un grupo de compañeros en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, precisamente en la carrera de Historia.
Así importa leer también “nuestra” historia del octubre de noventa años atrás en las páginas de Prensa Obrera. Por eso mismo comenzó con una significativa nota relativa a la “actualidad” de la Revolución como un fenómeno vivo de nuestro tiempo. Late, entonces, en el espíritu de la serie de notas y artículos del noventa aniversario la tensión de una era histórica inacabada, de una época marcada por un capitalismo que sobrevive entre convulsiones sociales, terremotos económicos, guerras y revoluciones, en resumen, del agotamiento de una sociedad y a la escala precisamente de lo que es propio de los ciclos históricos. En las caracterizaciones de los revolucionarios de las primeras décadas del siglo sobre el imperialismo y la guerra, tenemos entonces, la génesis, de un proceso que se ha extendido penosamente en el tiempo. Que es nuestro tiempo, el tiempo del p(P)artido o(O)brero.
El partido, como organización insustituible de la vanguardia se destaca particularmente desde el inicio de las entregas de esta serie, cuando se cuestiona uno de los mitos más difundidos en torno a la revolución del 17: el que la define como un resultado de la primera guerra. En las primeras notas de “nuestra” historia, sin embargo, ponemos de relieve lo contrario, que la carnicería imperialista no sólo era un producto de las contradicciones mortales del imperialismo sino que era también una política contra la revolución, para exacerbar el espíritu patriotero, para desviar y aplastar la insurgencia social, para llevar la presión sobre las burocracias de los partidos socialistas al extremo de asociarlas a la más pérfida traición. La guerra fue un obstáculo y no un catalizador para el proceso revolucionario. Si la barbarie capitalista incubó la revolución fue sólo por la mediación de una organización, de una acción, de una teoría y una práctica que encarnó en el agrupamiento colectivo y consciente de la vanguardia obrera: el partido, el partido obrero, el partido revolucionario. Desde que la historia de la revolución rusa comienza es la historia del partido que hizo Historia.
La historia de la revolución es, entonces, la del partido obrero, también la de nuestro Partido Obrero. Porque, como indicamos en un principio es desde nuestra actividad vital que interrogamos y asimilamos las experiencias de ayer y la lucha del bolchevismo. Es así como valoramos la delimitación política implacable del “centroizquierda” (mencheviques y social revolucionarios) como un recurso ineludible en defensa de la propia revolución. O como apreciamos la tarea de marchar a la conquista revolucionaria de las masas, la cuidadosa labor de preparación que toda labor revolucionaria exige, los debates en la vanguardia, la importancia de distinguir una táctica revolucionaria de la aventura apresurada… Así recorrimos hasta ahora los debates sobre el carácter de la situación planteada con el “doble poder”, la obsesión de Lenin por las peculiaridades y el ritmo de desarrollo del proceso revolucionario, la cuestión de los vínculos entre el proletariado, los campesinos, la pequeño burguesía, los intelectuales, las consignas del poder y la marcha de los soviets al poder, la renovación programática y práctica del propio partido. ¿Puede un luchador consciente no percibir en todo esto y como dice el dictado latino que “de te fabula narratur” (de ti habla la historia), que en todo esto vibra la etapa tan intensa de luchas que aquí en nuestro presente, sigue marcada por el “argentinazo”? No sólo hablamos de la revolución rusa, hablamos de “nosotros” y desde “nosotros”. El partido obrero, desde siempre, no sólo participa del proceso vivo y cambiante de su circunstancia y de su revolución, sino que, el mismo, es -y no podría dejar de ser- una organización viva, cambiante que no sólo se nutre de la realidad sino que la intenta crear, encauzar, revolucionar.
Por eso mismo cuando Lenin termina de escribir las “tesis de abril”, conocidas como el documento que trazó el camino del partido hacia la segunda revolución, hacia la revolución de octubre, percibe que ninguna tesis, ningún programa, se hace efectivo en el papel, que es apenas un punto de partida, que hay que reorganizar al partido para que actúe como bloque. Para que discuta cómo dirigirse a las más grandes masas, puesto que todo proceso revolucionario implica la violenta irrupción de millones de explotados en un terreno del cual normalmente están sustraídos por la dominación rutinaria y embrutecedora de los explotadores. Entonces, el lector puede observar en las entregas de la serie del “noventa aniversario” la convocatoria a la tarea colectiva del partido para traducir sus principios y programa en nuevos conceptos, más sencillos, adaptados a las necesidades de un pueblo gigantesco que se puso en marcha, renovando su lenguaje, sus órganos de prensa, su agitación y propaganda. Y acaso, hoy como ayer, ¿no reconocemos en este desafío una tarea de todos los días? ¿No lo reconocemos también en la apelación del partido bolchevique a transformar al socialismo no en la conclusión de un análisis teórico sino en las respuestas concretas a los problemas de los trabajadores y explotados frente al completo desastre de la existencia humana que depara el capitalismo?
Todos los temas aquí señalados, y no son todos los temas, estuvieron presentes en las entregas de la historia de la revolución rusa que publicamos. En ellas se reconoce la vida y el presente porque están escritas con el valor agregado de una pasión militante, con la ansiedad legítima de una construcción de hoy y de siempre, mientras la necesidad de la revolución sea una necesidad humana. No decimos pasión porque sí: “la pasión es la fuerza del hombre que se esfuerza por alcanzar su objeto”. La sentencia es de Marx y de 1844. Que sirva de estímulo, entonces, para una relectura de la historia de la revolución rusa, una lectura…apasionada, es decir, comprometida y actual.
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