Jorge Altamira
Las elecciones del domingo pasado en Grecia han sido un terremoto político. Una fuerza, Syriza, que hace cinco años orillaba el 4% de los votos, obtuvo ahora un resonante 37%, con una ventaja de diez puntos sobre el partido de gobierno -y a dos bancas de la mayoría absoluta de 151 diputados. Los resultados fueron un golpe político manifiesto contra la Troika, el bloque formado por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI, la cual hizo una fuerte campaña de extorsión sobre el electorado y contra Syriza, con la participación de varios gobiernos europeos. La votación constituyó un plebiscito contra la política de ajuste antiobrera con independencia del alcance del programa presentado por la coalición de izquierdas. El impacto de la victoria de Syriza excede los marcos de Grecia, esto porque apunta a un giro en la relación de fuerzas entre las clases en Europa en su conjunto, que hasta ahora se ha caracterizado, por sobre todo en Grecia, por una seguidilla de derrotas de los trabajadores.
La derrota del gobierno de la banca y los armadores navales de Grecia tiene lugar cuando la crisis capitalista ha alcanzado en Europa niveles desesperantes. En vísperas de estas elecciones, precisamente, el BCE ha lanzado un plan de rescate bancario gigantesco, al que la mayoría de los observadores augura un resonante fracaso e incluso la posibilidad de acentuar la guerra comercial, a partir de la devaluación abrupta que está registrando el euro. El rescate, por de pronto, ya ha desatado una crisis entre los bancos centrales de Alemania y Holanda, por un lado, y los restantes y la cúpula del BCE, del otro. En resumen, la crisis política que inauguran las elecciones griegas se da en el marco de un impasse del capitalismo en el conjunto de Europa y de tentativas de replanteo de la política seguida hasta ahora frente a la bancarrota económica. La victoria de Syriza opera como un ariete en esta crisis, lo cual explica la benevolencia disimulada con que ha sido recibida, por ejemplo, por los gobiernos de Italia y Francia, entre los principales del continente. El último examen de las cuentas de los principales bancos de Europa han dejado a la vista un déficit de capital de medio billón de euros.
El programa de Syriza frente a la catástrofe de Grecia no es ni de lejos revolucionario, ni lo pretenden, menos que nadie, los dirigentes de la Coalición de Izquierda. En lo esencial, ha cifrado en 12 mil millones de euros un plan de supervivencia humanitaria de las masas, desde la suba del salario mínimo, que el ajuste había reducido a 450 euros, la reconexión de los servicios de gas y electricidad a las viviendas que se han visto imposibilitadas de pagarlos, la suspensión de los desalojos, el restablecimiento del acceso a la salud y a los medicamentos del cual han sido privadas centenares de miles de familias y la rebaja de tarifas del transporte público. No plantea la anulación de la reforma laboral que ha convertido a la clase obrera de Grecia es una fuerza de trabajo esclava. La oposición de los gobiernos capitalistas a estas medidas es un símbolo de la barbarie capitalista; han recurrido a la catástrofe humanitaria para presionar en favor de la privatización de los principales activos griegos, incluidas varias de sus islas. Syriza reclama una renegociación de la deuda externa para financiar su plan social y plantea la posibilidad de una anulación parcial de ella por parte de las naciones acreedoras. Como consecuencia de los planes de rescate de los acreedores privados aplicados por la Troika el 85% de la deuda externa griega se encuentra en poder de los bancos centrales nacionales de Europa y del BCE.
Hace dos años, Syriza reivindicaba la anulación del memorando de austeridad firmado con el FMI y la Unión Europea; la suspensión del pago de la deuda externa, condicionada a una auditoría; el control público de los bancos y la reposición de las conquistas perdidas por los trabajadores. El salario mínimo, que ponía en 1.300 euros ahora lo ha reducido a 750, que sigue siendo de indigencia. Ya no defiende la salida de la Otan sino “respetar las obligaciones previstas en los tratados”.
Con estos elementos de juicio en la mano, parece claro que la negociación sobre Grecia formará parte del replanteo de conjunto que está haciendo la Unión Europea ante el impasse de la eurozona. Sin embargo, como parte de una política de extorsión que no cede, el BCE ha anunciado que la deuda pública de Grecia ni los activos de su Banco Nacional serían objetos del socorro financiero que ha anunciado para el conjunto de los países del euro. Cualesquiera que sean las variantes financieras que se negocien para viabilizar el plan humanitario, la Troika ha dejado en claro que las reformas laborales y las privatizaciones están fuera de la mesa. Los voceros de Syriza, por su parte, han insistido en que seguirán una política de rigor presupuestario, que obtendrían -aseguran- con una reforma impositiva. La conclusión que se saca de este estado de cosas es que el impasse insuperable de las negociaciones no está determinado por el antagonismo entre las posiciones en discusión sino por el carácter extraordinario de la crisis capitalista.
Pacto con la derecha
Syriza celebró su victoria con el anuncio de un acuerdo de gobierno con el derechista Griegos Independientes -Anel-, que obtuvo el 4,7% de los votos. Panos Kamenos, el jefe de Anel, fue vicemnistro de Marina Mercante durante el gobierno de Nueva Democracia. Esta fuerza se hará cargo del Ministerio de Defensa y designará el próximo presidente de la República. Los acuerdos de gobierno con la derecha son siempre antiobreros y, en este caso, confirma que el programa contra el ajuste no saldría, en lo fundamental, del marco del asistencialismo.
El acuerdo echa luz sobre el desarrollo explosivo del proceso político griego en su conjunto. Es claro que se tejió desde hace un tiempo, ante la tentativa del gobierno precedente de adelantar la elección de un nuevo presidente del país para postergar las elecciones parlamentarias hacia fin de año. El primer ministro anterior, Samaras, pretendía renegociar, en sus propios términos, el programa con la Troika, y obtener el aire suficiente para contener la crisis humanitaria y ganar los comicios. No era la primera vez que los políticos burgueses expresaban una resistencia limitada a la Troika: el ex ‘premier’ Papandreu había propiciado un plebiscito contra el rescate y el mismo Samaras, como opositor, había votado en contra del ajuste, y recientemente fracasó en obtener de la Troika el levantamiento del plan de rescate. La maniobra de Samaras para impedir una elección que ganaría Syriza, no conmovió al establishment político, el cual saboteó la elección de presidente. Es claro que ya estaba en marcha el acuerdo de gobierno de Syriza con la derecha, pues se descontaba que estaría lejos de una mayoría absoluta. El acuerdo con la derecha antiobrera y chovinista, en un país donde los fascistas se han convertido la tercera fuerza, tiene el significado estratégico de abortar el desarrollo político independiente de la izquierda y establecer, como alternativa, la unidad nacional. En la década del ’30 (no hay nada nuevo en las viñas del Señor), esta orientación fue caracterizada como “el frente popular sin límites hacia la derecha”.
En este punto del análisis importa señalar, por una cuestión de método, que la izquierda revolucionaria de Grecia -la coalición Antarsya y el EEK- apenas obtuvieron el 0,6 y el 0,03% de los votos, respectivamente; lo que significa que quedó al margen del ascenso político-electoral masivo de la izquierda. Esta relación de fuerzas explica el espacio que han tenido los dirigentes de Syriza para operar el acuerdo con la derecha fascistizante. Es necesario explicar por qué se ha llegado a esta situación, y no caer en la tautología de que unos sacaron excesivamente poco porque el otro sacó mucho.
Las contradicciones políticas del acuerdo de gobierno son descomunales. En primer lugar porque Syriza debe explicar por qué reiteró, en varios momentos de la campaña electoral, el planteo de gobierno de izquierda (en especial con el Partido Comunista), cuando ya tenía un arreglo con la derecha. El otro aspecto es que eligió como aliado a un partido chovinista que fomenta la rivalidad con Turquía, lo contrario de lo que ha planteado Syriza. Anel ‘anti-europeísta’ cuando Syriza se ha distinguido por una defensa principista de la Unión Europea. Al igual que el resto del chovinismo europeo, Anel quiere volver a las monedas nacionales e incluso romper con la Unión Europea (Gran Bretaña). Hay que suponer, entonces, que Syriza pretende esgrimir ante la Troika la posibilidad de abandonar el euro, que es exactamente lo contrario de lo que dice su plataforma. Esta posibilidad la señaló, significativamente, el ya designado ministro de Economía al diario Corriere della Sera.
El visto bueno, en principio, de la burguesía griega al acuerdo con Syriza está también vinculado a la reciente experiencia de la quiebra de los bancos chipriotas, que amenazó con llevarse puesto a parte de la banca griega. El rescate de esa quiebra vino de la mano de Putin, no de la Unión Europea, debido a la importancia de los intereses privados rusos que quedaron afectados. El acuerdo respondería a un viraje de la alianza con Bruselas a una con Moscú. El Partido Comunista de Grecia, en tal caso, podría comenzar a votar en el parlamento por su archienemigo Syriza. La prensa francesa ha desarrollado una verdadera campaña para mostrar la alianza entre el Frente de Nacional de Francia y otros chovinismos antieuropeístas con Moscú, que se puso en evidencia con motivo de la guerra civil en Ucrania. Lejos de trazar un curso independiente para Grecia, el acuerdo Syriza-Anel condena al país a la condición de peón de la rivalidad entre las grandes potencias.
Perspectivas
Más allá de la importancia innegable que tendrán en el desarrollo de los acontecimientos las posiciones y planteos de las fuerzas políticas presentes, tanto nacionales como internacionales, la enorme votación por una izquierda emergente en las recientes elecciones de Grecia, pone de manifiesto un gran giro político de las masas, que refuerza el rol de ellas en la situación que se ha abierto. La pretensión de contener este giro político de las masas está condenada al fracaso -o sea que asistiremos a nuevas y más intensas convulsiones políticas, que tampoco se limitarán al territorio helénico. Syriza y sus novedosos aliados ofician de aprendices de brujos; hay un marco de contradicciones sociales e históricas que no pueden ser contenidas dentro de las relaciones existentes.
Se ha producido la paradoja de que una enorme victoria de la izquierda democratizante será acompañada por una mayor disgregación de esa misma izquierda en otras partes del mundo, como consecuencia de acuerdos podridos firmados desde una estrechísima anteojera nacional.