Pablo Heller
Si Syriza creía que podía obtener un respiro por parte de la troika, las expectativas resultaron infundadas. La reunión de urgencia solicitada por Tsipras que acaba de tener lugar con la plana mayor de la Unión Europea, en la que estuvieron presentes Merkel y Hollande, culminó en un nuevo fiasco.
Los dirigentes griegos apuntaban a un “acuerdo político”. “En otras palabras, convencer a los acreedores de Grecia -el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el FMI- de que acepten liberar lo más rápidamente posible una parte de los préstamos que aún deben ser desbloqueados en el marco del segundo plan de rescate (unos 7.000 millones de euros)” (La Nación, 20/3).
Tsipras no sólo salió con las manos vacías sino que la cúpula de la Unión Europea aprovechó la oportunidad para subir la apuesta y dar una vuelta de tuerca más en la extorsión contra el país heleno. “Cuando el primer ministro comprendió que los fondos no llegarán en breve a pesar de sus demandas, cambió de actitud y se comprometió a acelerar los detalles de las reformas en los próximos diez días” (El País, 20/3).
Las llamadas “reformas estructurales” es el eufemismo que se usa para denominar las medidas de ajuste. El gobierno griego ya ha metido en la congeladora el aumento del salario mínimo, la mejora de las jubilaciones de los sectores más vulnerables, el reingreso de empleados públicos cesanteados y ha dado macha atrás con la su compromiso de anular las privatizaciones. Sus promesa iniciales han quedado reducida a una mínima expresión. El parlamento acaba de aprobar una ayuda alimentaria para 300.000 hogares y medidas similares para sectores afectados por desalojos o que tienen cortada la electricidad. Pero aún estas tímidas medidas han sido cuestionadas por la Unión Europea, que plantea que el gobierno griego se debe abstener de tomar decisiones “unilaterales”. Por otro lado, a pesar de su carácter modesto, todavía resta ver de dónde saldrán los fondos para financiarlo, en momentos en que las arcas del estado están al borde la cesación de pagos.
La estrategia de Syriza de dilatar las definiciones del plan de ajuste se ha agotado rápidamente. Este nuevo ultimátum es una señal de ello. Durante esta última semana, ha continuado la incesante huida de capitales y retiro de depósitos, a razón de 300 millones de dólares diarios y la caída de la cotización de la deuda griega mientras se acentúa el parate productivo y la desorganización económica, alentado por los propios capitalistas.
Los límites de la política de Syriza están a la vista, pues frente a este sabotaje la única respuesta a la altura de las necesidades para enfrentarlo consistía en la nacionalización de los bancos y de las transacciones con el exterior. Entre el combate al ajuste y el salvataje de los bancos, el nuevo gobierno ha optado por el rescate bancario. Una opción que estaba cantada en el marco de una estrategia que defiende la pertenencia al orden capitalista y a la Unión Europea.
Tsipras presentó el acuerdo logrado con la Unión Europea hace un mes como un triunfo, con el argumento de que en el intervalo de cuatro meses que se abrían para su implementación, Grecia tendría posibilidades de lograr concesiones y ventajes y apoyarse en otros países europeos, que también tienen sus finanzas comprometidas. Lo cierto es que los márgenes de maniobras, lejos de ampliarse, se han achicado y Syriza cada vez está más entre las cuerdas, empujado a tener que hacerle tragar a la poblacion, aunque pretenda disfrazarlo, el purgante de la austeridad.
Esta tensión creciente ya ha encendido más la alerta sobre una salida de Grecia de la eurozona (“Grexit”). La Unión Europea baraja esa alternativa en caso de que naufraguen las negociaciones y ya ha elaborado un plan especial de contingencia para tales circunstancias. Entre otras cosas, se contempla un reforzamiento del control de capitales ante los riesgos de contagio, es decir, de un efecto dominó que podría provocar el retiro de Grecia en otras economías europeas. Precisamente, la amenaza de desestabilización económica de grandes proporciones es la que ha llevada al imperialismo y en especial a Obama a insistir en la búsqueda de un compromiso en el marco de la Unión Europea. Existe el temor fundado de que el remedio termine siendo peor que la enfermedad.
Estamos frente a un impasse que tiende a profundizarse. Los acuerdos trabajosamente logrados, extorsión mediante, tienen un carácter endeble, no zanjan nada y todas las contracciones pasan a un estadio más alto y explosivo. Todo el mundo capitalista sabe que la deuda griega es impagable y que el ajuste la ha hecho más impagable aún. La crisis capitalista atraviesa al conjunto de la zona euro y de la Unión Europea.
Vamos en las próximas semanas a definiciones. El gobierno deberá dar a conocer las medidas económicas que propone y si pasan el examen de la troika, llevar el acuerdo al parlamento. Saltarán a la superficie también las contradicciones de la izquierda de Syriza que cabalga entre su desacuerdo con los compromisos asumidos con la Unión Europea y su apoyo crítico del gobierno. Ingresamos en una etapa clave en la experiencia política de los explotados griegos.